jueves, 30 de junio de 2011

De Basavilbaso a Tierra Santa

De Basavilbaso a Tierra Santa - Editorial del 1 de julio de 2011
La primera persona del singular se impone otra vez como necesaria en esta edición de Crónica. Es para mí una experiencia subyugante estar haciendo el semanario desde Israel, como si estuviera en mi propio escritorio.
Y resulta más impactante todavía, teniendo en cuenta que aprendí el oficio de tipógrafo componiendo Crónica letra por letra, a comienzos de los ’60, pasando horas parado frente al “burro”, mueble en el que tenía abierta la caja con el tipo 12, seguramente empastelado por mis inexpertas manos. Es imposible explicar más claro esto, pero mi viejo desde el cielo, y Juan, Kiko y José, lo entienden. Y para darle sentido a este párrafo, con eso me alcanza.
Ahora, más de cuarenta años después, estando a 20.000 kmts. del lugar en que nací, en la tierra de nuestros antepasados (míos, y seguramente también de muchos de los que leen esta página, sea por génesis, sea por religión), puedo redactar y armar una nueva edición de esta parte importante de mi vida a través de la Internet, privándolo a Cacho de mi presencia física en la imprenta pero asegurándoles a los lectores la presencia cotidiana, viernes tras viernes, por ya casi catorce años de esta tercera etapa.
Más o menos en la misma época en que transcurrió ese aprendizaje al que me refería más arriba, solía visitar mi casa un amigo de mis padres llamado Salomón Wapnir, que era un escritor de viajes, lo que en inglés se conoce como “travel writer”. Conservo, por haber heredado la biblioteca familiar, algunos de sus libros, sobre todo uno que leí siendo muy chico, “Roma, Atenas, Jerusalém” es su título, que recuerdo me provocó una necesidad de conocer esos lugares, deseo que en parte, hoy, estoy cumpliendo.
El avión de Aerolíneas Argentinas, en el vuelo Buenos Aires - San Pablo, cumple el rol de primer eslabón de esta historia, y es acá, a 11.000 mts. de altura, donde escribo las líneas iniciales de esta emoción, con el valor agregado de la presencia, en el asiento de al lado, de Leticia, que por ser la mayor relegó en el acompañamiento de esta aventura a Clarisa y Laureano, sus hermanos.
Pisar Tierra Santa me obligó rápidamente a querer compartir con ustedes la experiencia religiosa, razón por la cual apuré la visita a los Santos Lugares, a fin de que constituyeran el tema central de la página de hoy, que no puede, ni debe, ni quiere, hablar de otra cosa.
Como acá se respeta el sábado, el domingo, primer día hábil de la semana, bien temprano, salimos rumbo a Jerusalém, adivinando que ese constituiría uno de los momentos más impactantes de mi vida.
Y así fue.
Pasar en pocas horas del Muro de los Lamentos, que por razones obvias fue el primer lugar que visitamos, al Santo Sepulcro, que movió casi los mismos sentimientos; del Monte de los Olivos, al que ascendimos a pie y del que regresamos por la Vía Dolorosa; en fin, pisar lugares que fueron pisados hace miles de años por quiénes nos dieron la Fe y la Pasión, es respirar lo ancestral.
Y todavía nos quedaba tiempo para algo más. Porque al día siguiente (acá no hay respiro, porque, si no, no nos van a alcanzar los días para ver todo lo que hay que ver), otra vez bien temprano, partimos para una de las regiones que más tiene que ver con lo que somos. El propósito principal, previo y estructurado, era el de visitar Massada, que es la fortaleza (eso quiere decir la palabra que le da nombre) en la que mil judíos resistieron durante ocho años el ataque de los romanos, luego de la destrucción del Templo de Jerusalém, hace dos mil años. De esos ocho años, tres los pasaron soportando un sitio que terminó con un suicidio colectivo, ya que el ataque por parte de las tropas del Imperio romano condujo finalmente a sus defensores a advertir que la derrota era inminente. En la actualidad, Massada es un destacado sitio turístico, a la vez que posee una importante carga simbólica para el nacionalismo judío, como uno de los postreros episodios de afirmación y resistencia nacional antes de la definitiva diáspora.
En el mismo viaje conocimos el Mar Muerto, en el que, por supuesto, ya que es tradicional hacerlo, flotamos sobre el agua aprovechando que es aproximadamente diez veces más salado que los demás mares del mundo, lo que impide a un ser humano hundirse de forma natural, debido a que la elevada densidad de sus aguas ejerce un empuje superior a la del mar, pudiendo hacerlo sin ningún esfuerzo, característica que le ha convertido en algo mundialmente popular, a la vez que constituye una experiencia única e inquietante.
Pero de lo que no queremos dejar de hablar es del camino que nos condujo a esos dos lugares.
Porque pasar por Jericó, haciendo el mismo recorrido que describe la parábola del Buen Samaritano, que no vamos a relatar ahora y acá, pero que merece la pena de ser releída, sobre todo a la luz de ciertos comportamientos actuales, produce una sensación inigualable, más que nada porque los lugares están preservados y eso ayuda a que uno imagine estar en aquél momento y en aquél lugar.
Y ni hablar de ver Betania, lugar en el que vivieron Lázaro y María Magdalena, y en donde se encuentra la tumba de Lázaro, que sigue siendo un sitio de peregrinaje hoy en día.
Dejamos para el final a Qumram, cuna de los esenios, que eran miembros de una secta judía ascética del siglo 1 aC, y los que han sido identificados por muchos estudiosos como los autores de los documentos llamados popularmente Rollos del Mar Muerto.
La similitud entre un número de los esenios y los conceptos y prácticas cristianas (reino de Dios, el bautismo, las comidas sagradas, la posición de un maestro central, los títulos de funcionarios, y la organización de la comunidad) ha llevado a algunos a suponer que había un parentesco cercano entre los esenios y los grupos en torno a Juan el Bautista y Jesucristo. Es posible que después de la disolución de la comunidad esenia algunos miembros siguieran a Juan el Bautista y se unieran a las primeras comunidades cristiana.
La añoranza de Sión y Jerusalén ha acompañado al pueblo judío en su exilio durante más de 2.500 años, desde los tiempos de Nabucodonosor y la cautividad en Babilonia, y más tarde desde la conquista de Jerusalén y la destrucción del Templo por las legiones de Tito en el año 70 de la era cristiana, con lo que se inició la gran dispersión.
Algunas de las expresiones más emotivas de este sentimiento se deben al Salmista:
"Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos, y aun llorábamos, acordándonos de Sion. Sobre los sauces en medio de ella, colgamos nuestras arpas" (137, 1-2).
"Si te olvidare, oh Jerusalén, olvídeseme mi diestra. Péguese mi lengua al paladar si no te recordare, si no alzare a Jerusalén a la cabeza de mis alegrías" (137, 5-7).
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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