jueves, 31 de mayo de 2012

Un “verso” por la Patria

Un “verso” por la Patria – Editorial del 1 de junio de 2012 La semana pasada puse en la edición de Crónica la poesía "La Patria", de Julia Prilutzky Farny, que creo es una de las mejores cosas que se han escrito para expresar el sentimiento que nos une a nuestra tierra. Pero hoy quiero hablar de otro "verso". En primer lugar, y aun a riesgo de parecer recurrente, me parece que deberíamos volver a analizar la necesidad de seguir haciendo los actos públicos alusivos a las fechas patrias, o, en todo caso, de hacerlos así como se vienen haciendo. Soy de los que creen que el patriotismo se demuestra con hechos, de los cuales seguramente alguien podría considerar que es uno menor el ir a la Plaza un 25 de Mayo. Seguro que el que piensa eso es uno de los que nunca va, y si lo hace es solamente por obligación. Como yo no he faltado nunca, recuerdo vívidamente a quiénes posaron para la foto, entremetiéndose en el "palco" aun cuando no les correspondiese hacerlo, y ahora desaparecieron mágicamente, aparentemente convencidos de que su entrega ya estaba harto cumplida, y que se podían quedar en la cama mientras la "gilada" canta el Himno y todas esas pavadas. O, si no, ellos mismos u otros, habrán interpretado que el fin de semana largo (real o inventado) se hizo para que los que se posaron sobre las arcas de la Patria (la grande o la chica, no importa) para usufructuar de ella, puedan disfrutar de un merecido "break" de sus tan eficaces y desgastantes tareas cotidianas. Recuerdo que una revista de actualidad sacaba a fin de año una tapa especial con los personajes más "destacados", y para que se supiera quién era cada cuál, se hacía una copia con forma de croquis (o mapa "mudo", ¿se acuerdan?) para identificar a cada uno de los fotografiados. Podríamos hacer una edición especial con una supuesta foto de los últimos doce años (por lo menos) de la política local, para ver cuántos se quedan ahora en su casa, olvidándose de la Patria, siendo que cuando se "cobraba" aparecían hasta en el acto del día del arquero. Y me animo a interpretar esto con ironía porque es tanta la bronca que tengo por este tema que por ahí la distención y la broma me elevan el humor. Porque si hablamos en serio, y empezamos a contar las faltas, faltaron las instituciones sociales, los clubes, las comunidades religiosas, el único legislador provincial que tiene la ciudad, los exintendentes, los exfuncionarios provinciales, los concejales de la UCR, los partidos políticos, las agrupaciones gauchescas… Es que si descontamos a los asistentes "obligados" (alumnos y docentes en función de tales), a los funcionarios del municipio, a los padres y abuelos de abanderados y bailarines, nos sobraban no ya los dedos de una mano. ¡Nos sobraban las dos manos para contar a los asistentes! Y si Ud. me pregunta de dónde saqué la lista para pasarla, puedo usar la del Bicentenario, por ejemplo, que también era un 25 de Mayo, por si no lo recuerdan. En segundo lugar, después de haber dejado en claro que nadie más que nosotros mismos somos los que podemos justificar las ausencias (cada uno de los que faltó, digo), porque la Patria es de todos, voy a volver a tratar, con dolor, el tema de si, efectivamente, todos estamos convencidos de que la Patria es de todos. Justamente para el Bicentenario agregué un pie de página en la tapa de mi semanario. Era la pregunta acerca de por qué no había habido ceremonia multiconfesional en ese irrepetible festejo. Por supuesto que nadie pudo (o no supo, o no quiso) explicarme la razón de ese desacierto. La respuesta, tácita y tardía, llegó al año siguiente, o sea hace ahora un año, cuando se invitó a un representante de las iglesias cristianas y a uno de la comunidad judía, para que todos los presentes sintiéramos nuestra alguna oración por la Argentina. Pero esta vez no fue así. Parado en la vereda de la vieja zapatería Fanacal tuve que ser un espectador privilegiado (como lo fui tantas veces por opción, pero que no me gusta serlo por obligación) de una exclusión manifiesta, que alguna vez definí como rayana en la discriminación. ¡Y que alguien se haga cargo de eso! Para colmo vimos, luego, el Te Deum que se realizó en Bariloche, con la presencia de la Sra. Presidente, repitiendo una costumbre del kirchnerismo de no asistir a la Catedral de Buenos Aires, por temor a los discursos críticos de Bergoglio. Y de esa ocasión "rescatamos" la presencia de representantes de las distintas corrientes religiosas que conviven en la Argentina, quienes hicieron, cada uno, una oración alegórica. Y debe decir que más allá de que comparto plenamente los dichos del Rabino Daniel Goldman, quién denunció hechos discriminatorios ocurridos en el ejército argentino durante la Guerra de Malvinas, creo que no era ese el momento ni el lugar para hacerlo. Tiene el judaísmo una larga lista de brajot (rezos o bendiciones) que hubiesen encajado más en la temática y la ocasión. Pero esa decisión, que supongo fue sopesada, no anula la grandeza de la inclusión en la ceremonia. Todos los que profesamos una fe religiosa pudimos, aunque sea por TV, vernos felizmente representados y volver a sentirnos iguales que los demás. Y, nobleza obliga, alguien puede dar fe de que nosotros sugerimos que se hiciera un Te Deum en la Parroquia "San José Obrero", con el Coro Municipal Magnificat (que tiene repertorio para eso), y luego hacer el acto en la Plazoleta San Martín. Incluso el Padre Raúl, antes de comenzar la ceremonia religiosa, mencionó que así se hizo aquél 25 de Mayo inicial, en 1810, aunque invirtiendo el orden. Después de la reunión en la Plaza (esa de las escarapelas de French y Berutti) los concurrentes fueron a la Catedral a rezar el Te Deum. Lo que yo quiero, desde que comencé a proponer esta cuestión en Crónica, e incluso creo que mucho antes, en los micrófonos de las emisoras locales, es que alguien acepte discutir el tema, explicando las razones. Lo que a mi me molesta es la suposición de que eso debe ser así, y la apatía con que se toman las opiniones en contrario. En fin. Dos temas de aquéllos. Y los dos con mucha tela como para cortar. Y yo los voy a seguir discutiendo. Y para explicar el porqué, me remito a dos párrafos del poema "Mi Lugar", de Julio Federik, autor entrerriano: "Yo me apego a la tierra en que he nacido, aquí están mis recuerdos y mis sueños, aquí creció la sed de mis empeños y aquí seré feliz o habré perdido. Por eso no me voy, porque no puedo, porque éste es mi lugar y aquí me quedo; otro será mejor, pero éste es mío". Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

jueves, 24 de mayo de 2012

A la verdad por el error

A la verdad por el error – Editorial del 25 de mayo de 2012 Hace un tiempo, en un editorial, expresé mi opinión respecto a la manera en que, a mi entender, deberían encararse los controles camineros en la provincia de Entre Ríos. Aquella vez el disparador había sido un incidente con un camión que transportaba tripas de pollo, desparramando podredumbre y polución durante muchísimos kilómetros, impunemente, y mientras dos puestos de policía caminera se negaban a aplicar el art. 72 (c-1) de la Ley Nacional de Tránsito Nº 24.449. Y eso cuando al mismo tiempo requerían a otros meras cuestiones reglamentaristas que no afectaban a nadie, o por lo menos no con un efecto tan inmediato como el de aquél camión, que llegó a su destino, contaminando, antes que yo, que tuve que demorarme para reclamar inútilmente. Después de tantos años de circular por las rutas uno advierte que sería mucho más eficaz un sistema móvil, que resuelva los problemas más graves del tránsito, que se dan con los vehículos en marcha, y no parados. Así sucede en la República Oriental del Uruguay, con gran éxito, ya que es fácilmente comprensible que si ahí está el problema, ahí se tiene que solucionar. Solo para dar un ejemplo, en los 200 kmts. de la Ruta 39 (luego 12) que hay desde Basavilbaso hasta Paraná, el único lugar en el que se controla el sobrepaso en doble línea amarilla es en el puesto fijo de Nogoyá, con una amplitud de mira de cien metros para cada lado. En el resto del trayecto uno sufre los efectos de la impericia, la imprudencia y la negligencia impune de quienes seguramente tienen su carnet al día, la tarjeta verde o azul lustradita y el seguro recontra pago, pero están listos y bien preparados para generar peligro a los demás. Obviamente que se trata de una cuestión conceptual, pero creo que lo interesante es que haya propuestas que sean superadoras, ya que la cantidad de accidentes es directamente (o inversamente, según como se mire) proporcional a la eficiencia de los controles. Hace pocos días, en la Ruta 20, cerca de nuestra ciudad, se mató un matrimonio al chocar contra un camión cuyo acoplado, según las informaciones obrantes, no habría tenido las luces reglamentarias encendidas. ¿Alguien podrá explicarme, en este caso, cuánto sumaba a la eficacia del sistema determinar si el conductor portaba su registro o la tarjeta verde vigentes? Como estamos en democracia, y es posible discutir acerca de tantas cuestiones, a mi me interesa hacerlo respecto de si es preferible trabajar para la prevención, aunque ello signifique resignar recaudación, o si, por lo contrario, es mejor reprimir y castigar, aunque los resultados no se vean en la ruta sino en la “caja”. En la tan discutida práctica de los radares, se contraviene expresamente lo determinado por la ley citada hoy en el primer párrafo, ya que las formas furtivas atentan contra ese propósito de la prevención. El supuesto infractor puede seguir excediéndose en los límites de velocidad cuándo y dónde quiera, porque el único fin del puesto instalado es hacerle la foto multa y cobrársela luego a través de los gestores contratados al efecto. No conozco ni un solo caso en el que se haya detenido al infractor para hacerle conocer lo sucedido y ponerlo en conocimiento de la existencia de sucesivos controles. Esto demuestra, otra vez, el mero afán recaudatorio de estas “campañas”. Y precisamente porque estamos en democracia, otra de las cuestiones a discutir tiene que ver con la necesidad de evitar esos viejos atavismos que hacen identificar al uniforme con el miedo, asociándolo con el rol que cumplió la policía en otros tiempos, por suerte ya superados. ¡Creo! El principio de inocencia nos pone a los particulares en un pie de igualdad respecto a los funcionarios policiales. No somos más que ellos, pero tampoco menos. Y nuestro rol de ciudadanos responsables nos ubica, por propia decisión, también en un pie de igualdad a la hora de hacer notar la comisión de delitos y/o contravenciones y exigir un decidido accionar para evitarlas. Días pasados fui detenido por uno de esos controles, al solo efecto de solicitarme la documentación del vehículo y el registro de conductor. El lugar en el que estaba instalado el puesto (que para el caso no importa, ya que no pretendo acusar sino hacer cambiar los comportamientos) era estratégico para controlar excesos de velocidad, sobrepaso en doble línea amarilla y falta de luces bajas encendidas, y es por esa razón que les expresé a los funcionarios que estaban a cargo del mismo que me parecía improcedente detenerme solamente para ver si tenía el carnet vigente. Y mi postura fue reafirmada por el hecho de que mientras yo estaba parado pasó un vehículo sin una de sus luces delanteras y sin las dos traseras, y pese a mis reclamos, no se hizo nada al respecto, permitiéndose que siguiera así hasta quién sabe dónde. Más todavía, se me recriminó duramente que les gritara desde el borde de la ruta, donde me encontraba estacionado, que hicieran algo para detener a ese potencial peligro andante. Si me hacían caso, se subía uno de ellos al móvil, y perseguían al citado vehículo, le hacían un inmenso favor a los que circulaban por esa o por otras rutas (nunca se podrá saber hasta dónde llegó así ese irresponsable), mucho más que el que le hicieron pidiéndome a mí el carnet. Casi como si fuera un caso más de la Ley de Murphy, en el viaje de ida, en otro puesto de la “39”, se me detuvo para pedirme el registro y ¿preguntarme? de qué vehículo se trataba (es un Renault 19, no un auto finlandés único e irreconocible). Esos datos fueron anotados con mucha seriedad por parte del agente, pero hasta el día de hoy no puedo entender con qué finalidad. Si es por estadística, alguien de la Policía de Entre Ríos deberá explicarme qué se gana con ello, y en qué medida aumenta nuestra seguridad esa recopilación burocrática. Mi reclamo ocasionó el enojo del personal actuante, mediante gestos y volumen de voz que me reprochaban a mí (debo reconocer que de verdad estaba “caliente”), pero que parece que en ellos estaba justificado. Estuve casi media hora en el lugar, ya que, seguramente contagiado de mi bronca, el auto no arrancó, por lo que tuve que esperar ese tiempo (¡si!) que fue el que le llevó a un oficial labrarle el acta de infracción a otro automovilista (desconozco la causa), que expresó su intención de cincharme (bueno, al R19, no a mí) para lograr que arrancara (otra vez no yo, sino el R19). Yo supongo que debe haber un control estadístico acerca de cuántas irregularidades de documentación se detectan con estos métodos, y de qué manera influyen sobre los reales problemas del tránsito. Ese día, nublado y con neblina, era muchísimo más grave la falta del auto sin luces, al que se lo dejó pasar, que la posibilidad, incierta y con un bajo porcentaje de ocurrencia, de que yo tuviera el registro vencido. A esta altura debo decir que yo tenía todo lo requerido en regla, por lo que la razón de mi reclamo no es vengativa, sino que pretende aportar a una más normal relación entre la gente y la policía, y, por sobre todo, a una priorización de aquellas cuestiones que merecen más atención para su solución. Repito: era el mediodía, yo circulaba con las luces bajas encendidas, dentro del límite de velocidad permitida y con los cinturones de seguridad de conductor y acompañante visiblemente colocados. ¿Para qué me pararon? “La injusticia en cualquier lugar es una amenaza en todos lados”. Martin Luther King Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

jueves, 17 de mayo de 2012

La razón de existir

La razón de existir - Editorial del 18 de mayo de 2012-05-16 Justamente hoy, 18, comienza la Semana de Mayo, que particularmente a mi me trae recuerdos de la “Escuela 9”, de sus actos patrios, en los que, convencidos de que esa era la manera de ser argentinos “tomábamos parte” de aguateros, vendedores de velas, y nuestras compañeras hacían como que lavaban la ropa en la orilla barrosa del río (del supuesto río). ¡Claro está que por razones que me llevó un tiempo comprender, para todas esas representaciones nos tiznaban la cara con un corcho quemado, porque esos eran “trabajos de negro”! De todas maneras, y dejando de lado esa cuestión que creo ya está superada (por lo menos en la práctica), y que tenía que ver con un concepto de la ética distinto del que hoy manejamos, por lo menos en cuanto a la división del trabajo, la sensación que conservo de aquellos años es que se nos enseñaba (y bien que los aprendimos) que necesitábamos comprender esa realidad del pasado para aprehender (¡está bien escrito, y no es lo mismo que cuando está escrito sin “h”) de nosotros mismos que lo rápido y lo mágico no forman parte de la vida política y están reservados para la fantasía de las novelas. Pese a que repito siempre que no pretendo hacer de esta página una clase de Historia, bueno es recordar que se llama Semana de Mayo al período que transcurrió entre el 18 de mayo, cuando se confirmó de manera oficial la caída de la Junta de Sevilla, hasta el 25 de mayo, fecha de asunción de la Primera Junta. No es un dato menor, y creo que es necesario tenerlo presente, que los Hombres de Mayo estaban influidos por los libros de Juan Jacobo Rousseau (el del Contrato Social), Voltaire y Diderot, que encendieron en ellos la “llama de la pasión” que se vio avivada, desde afuera, por la declinación del poder de los reyes de España, por lo que Buenos Aires tomaba la vanguardia de los nuevos sueños. De entre esos muchos hombres ilustrados y poderosos que tenía la ciudad (muy a mi pesar hablo solamente de Buenos Aires, porque el interior, que hoy somos nosotros, casi no existía en esos tiempos) estaba surgiendo un grupo capaz de transformar la autonomía comercial, la autonomía militar y la autonomía política en una ideología y en un proyecto. La ideología fue la libertad y el proyecto fue la Patria. Así de simple. Y es también así de simple decir que hace 202 años los argentinos recordamos los sucesos de la Semana de Mayo de 1810 como una forma de reafirmar nuestra identidad nacional. Sarmiento dedicó muchos artículos periodísticos al seguimiento de lo que por aquellos tiempos se dio en llamar las “fiestas mayas”. Incluso se aprovechaba esa fecha para las grandes inauguraciones. El entusiasmo general provocado por la celebración de los hechos de Mayo se acrecentó en el Centenario, cuando la Argentina mereció el reconocimiento de las primeras potencias del mundo, aunque por acá adentro aún no habíamos resuelto “algunos” temas, como el fraude y el poder en manos de unos pocos. Pero, paulatinamente, la memoria de Mayo se volvió más estereotipada y en algunos momentos se vació de contenidos. El aniversario patrio casi ha desaparecido de los medios de comunicación, y es sabido que son estos, más que los actos escolares, los que jerarquizan los temas de interés público. Salvo los festejos del Bicentenario, con una clara intencionalidad político-partidaria, no recordamos grandes hitos al respecto en los últimos cuarenta años. Es inútil buscar responsables de ese deterioro de las celebraciones cívicas. Las causas se relacionan con el desconcierto generalizado acerca de qué es ser argentino, qué lugar ocupa el país en el mundo, qué perspectivas se le ofrecen a las nuevas generaciones y, particularmente, si tenemos un proyecto en común o constituimos una suma de iniciativas y de negocios particulares. La prisión preventiva dictada por estos días a los hermanos Schoklender, tan ligados en los momentos de auge al kirchnerismo, así lo sugieren. La Historia no se debe reducir a la evocación cargada de nostalgia de un pasado, por grato que sea éste. El recuerdo histórico tiene vitalidad y sentido en la medida en que ofrezca sustento a un proyecto de futuro. A pesar de todo, enmarañados con la posibilidad siempre mal conducida, nuestro concepto de Patria se encuentra bastante desalentado porque quienes la conducen lo hacen de manera poco seria. Aún cuando se supone que hemos dejado de ser un país subdesarrollado, el único subdesarrollo que nos estamos permitiendo es el político. Tenemos todo, pero no sabemos ordenar la marcha. Inmaduros, oscilamos entre la exultación vana y la queja aún más que vana. Aquellos hombres con nada hicieron todo. ¿Es posible que nosotros, que tanto nos jactamos de la Patria, teniendo todo no nos animemos ya a nada? ¿Qué nuestra política nos parezca un callejón sin salida? Para finalizar, no sé porqué al escribir el párrafo anterior y ver los debates en que estuvo sumergida la Argentina en los últimos tiempos y sigue sumergida, me acordé de la película Gladiador, en la que Cómodo, coronado emperador, para ganarse el favor del pueblo inaugura varios meses de juegos en el Coliseo entre los que incluye la reapertura de las peleas de los gladiadores, mientras que desde los carros le arrojan pan a la muchedumbre. La escena de la película muestra la tradicional frase: pan y circo. Claro que vale aclarar que ese período de la historia poco tiene que ver con la actualidad, porque los procesos políticos, sociales y económicos, se han vuelto mucho más complejos, dado que cuando escasea el pan (o la yerba), no hay circo romano que pueda montar Cómodo para distraer a la gente de los problemas que la afligen todos los días. ¿O sí? Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

jueves, 10 de mayo de 2012

La Hora de los padres

La Hora de los padres - Editorial del 11 de mayo de 2012 Los destrozos causados por un grupo de adolescentes en el edificio de la hoy Escuela Secundaria Nº 10 (antes Escuela Polimodal y mucho antes Colegio Nacional Basavilbaso) nos vuelven a convocar al tratamiento de un tema recurrente, y respecto al cual el lector consecuente conoce nuestra opinión, que hoy reiteraremos y, en lo posible, actualizaremos y profundizaremos, tratando de no atenernos a meras cuestiones coyunturales, ya que no contamos con la información precisa. Sí debemos decir que la misma noche de los hechos, dada la cercanía con el “obrador” que se menciona como el lugar en el que se “proveyeron” de la brea y la pintura los autores de tamaño descalabro, escuchamos durante un rato largo cánticos y gritos que, inocentemente, atribuimos a algún festejo de cumpleaños, y por esa misma razón no nos preocupó otra cosa más que el mismo ruido. Hemos querido hacer de nuestra propia vida y de las expresiones volcadas en esta página desde hace ya casi quince años, una apuesta al futuro, convencidos como estamos de que nosotros (los integrantes de nuestra generación) la venimos errando “fiero”. Es por eso que insistimos tanto en que nunca es poco el intento de alejar a nuestros hijos (genéricamente hablando) de los vicios que, no por casualidad, están inducidos desde los grandes espacios de poder para crear una sociedad con individuos fatuos y vacíos, solo interesados en el aquí y ahora, y sin otro proyecto de futuro que no sea el “Face”. La cultura del esfuerzo, que ha sido siempre la única vía, o por lo menos la vía normal que constituye la regla de un buen vivir, no puede ser sustituida por intentos espasmódicos ligados a propuestas facilistas. Llega un momento en que los padres debemos plantearnos no sólo qué es lo que queremos para nuestros hijos, lo que suele tener una respuesta simple y contundente: "que sean mejores que nosotros", sino en tomar conciencia de que, como podemos leer en la Biblia, "el que siembra vientos cosecha tempestades". No nos caben dudas de que es más fácil decir que sí a decir que no. También es más fácil poner a un chico frente al televisor que proponerle la lectura de un libro. Y es muchísimo más fácil darle permiso para salir a cualquier hora, mientras uno pierde el tiempo haciendo nada (o está en verdad ocupado, no importa), que entender que el rol de padres no termina en el parto ni pasa únicamente por el bolsillo ni por conseguir lugares apropiados para la cura de adicciones al alcohol o a las drogas, mientras se tomaba como chiste que el "nene" volviera borracho (o algo peor) y durmiera todo el día, etc., etc. No es lícito ni ponderable buscar culpables que no estén dentro del mismo hogar. Todas las informaciones, expresas y tácitas, que recibimos durante la formación de nuestros hijos deben ser adecuadamente procesadas; y así como corremos desesperadamente por unas líneas de fiebre que se leen en el termómetro, también debemos hacerlo cuando los síntomas tienen que ver con otras patologías, quizás más difíciles de diagnosticar y de curar, y para las cuales los remedios no se consiguen en la farmacia sino en el corazón y en el alma de los padres. No en vano se considera a Discépolo uno de los más agudos pensadores del siglo veinte, dado que Cambalache describe como casi ningún otro texto la escala de valores que está en vigencia en nuestra sociedad. Y eso que esa poesía, que luego fue tango, habla de cuestiones de hace más de cincuenta años. Si hoy el autor se levantara de su tumba y apelara a su musa para reescribir el tema, mucho más profunda y abismal sería la comparación de cada uno de sus versos. ¿Podrá ser que los padres no sepan que sus hijos de 13 ó 14 años ya toman alcohol sin medida? Es una realidad el hecho de que en los boliches los borrachos son algo habitual y no es raro encontrar chicos y chicas tirados en el piso, vomitando. También es real que esa condición no se les pasa en un rato, así que deben volver (eufemismo utilizado para decir "los deben llevar y tirarlos en el pasillo de su casa") en ese estado, y así se acuestan, mientras los "preocupados padres" miran para otro lado. Otro de los temas "tabúes" es el de la permanencia de los chicos frente al televisor (o, mejor dicho, el "telebasura") o la computadora, ya que, en el común de los casos, es la mejor forma de tenerlos ocupados y que "no jodan", sin importar que el contenido del 90% de ese consumo indiscriminado es nefasto y atenta contra todos los valores (o virtudes) que se les puedan ocurrir. Acá, en este pequeño pueblo, que sin embargo nos sirve para conocer el mundo, vemos ese comportamiento irresponsable a diario. Y se agudiza, por supuesto, en las noches de ocio (como la del pasado lunes, ya que el martes no había clases), muy pocas veces creativo, y en las tardes de los fines de semana, con una abulia adolescente alentada y aceptada por los padres. El pretexto suele ser siempre el mismo, ante estos problemas que detallamos y ante otros, como la precoz experiencia sexual, con el consecuente aumento de los embarazos de adolescentes y preadolescentes; la adicción temprana al alcohol y al tabaco; el "coqueteo" con las drogas o la estúpida exposición por horas a juegos y chateos absolutamente inconducentes: "no nos hacen caso". ¿Será la hora de decirles duramente a los padres que tener hijos no consiste, solamente, en cambiar pañales cagados? ¿Habrá que explicarles que las generaciones deben ser formadas, porque de ellas depende el destino de este mundo? ¿Será necesario explicar que, si no nos dedicamos y les ponemos límites deberemos sentarnos a esperar que nos los traigan muertos o desahuciados? Nosotros, como padres, somos conscientes de que el ejercicio de esa función, específicamente denominada paternidad, con todas sus connotaciones, es algo que se ha tornado sumamente dificultoso, más que nada teniendo en cuenta que se debe desarrollar en condiciones sumamente adversas, "proporcionadas" por los medios de comunicación, las carencias económicas, la pérdida de valores, la confusión de roles, etc. Está en nosotros revertir el curso actual de los hechos, oponiéndonos a los criterios impuestos por la tecnocracia y la masificación. No puede ser que pretendan hacernos creer (y una inmensa mayoría se lo cree) que lo más importante es el muro de una red social o la “interna” de cualquier programa que se llama “soñando...” o “…por soñar”. Y esto es así no porque nosotros lo digamos, sino porque no hay ningún análisis que nos pueda demostrar que por allí pasa la solución de nuestros problemas. Entonces, por supuesto, nos seguirán mirando con cara rara cuando hagamos planteos para agregar cuestionamientos al futuro que les estamos dedicando a nuestros hijos, digamos (o soñemos) que puede ser posible una noche de "boliche" con sólo gaseosas o jugos de fruta, o que los celulares y las computadores deben volver a ser un solo un medio para quién lo necesita, y no un "juguete rabioso" (gracias Cortázar) en manos de chiquilines que lo utilizan para evadirse aún más de una realidad a la que, tarde o temprano, deberán volver, a riesgo de tornarse esquizofrénicos. Si no tomamos conciencia del mal que les estamos haciendo a nuestros hijos con la permisividad, nuestra vida no dejará de ser como la historia de Sisifo, que se pasó la suya acarreando una roca hasta la cima de la montaña, sólo para verla caer cada vez que estaba llegando a la cúspide. Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

jueves, 3 de mayo de 2012

Se’ gual

Se’ gual – Editorial del 4 de mayo de 2012 Hace tiempo ya que tengo este tema “in pectore”, pero siempre había cuestiones coyunturales que lo superaban en oportunismo, lo que no es desdeñable para la página editorial de un semanario, que por su misma esencia no tiene más que un día entre siete para expresar lo que pasa, y lo que el editorialista piensa de lo que pasa. Pero hoy me decidí a escribir sobre esto a raíz de una serie de “disparadores”, que como el lector consuetudinario sabe, son los que me llevan desde hace casi quince años a sentarme frente a la computadora a “charlar”, mano a mano, poniendo mi firma. El título está tomado de una expresión coloquial de Minguito Tinguitella, o simplemente "Minguito" o "el Mingo", famoso personaje creado por el guionista Juan Carlos Chiappe e interpretado por Juan Carlos Altavista entre las décadas del sesenta y del ochenta. "Minguito" intentaba estereotipar al hombre "de pueblo" argentino, y más particularmente de Buenos Aires, en una actitud que lindaba en lo payasesco y hasta en el absurdo, por lo menos en esos tiempos en los que todavía se priorizaba la lectura y la escritura como formas de expresión y de entendimiento entre la gente. Decidí usarlo, entonces, porque si bien no recibo las respuestas con ese modismo, seguramente porque lo desconocen, cada vez más gente comete errores gravísimos en el lenguaje y en la escritura, y, lo que es peor, hace caso omiso a las correcciones. Como los modelos se toman desde arriba, y para empezar, voy a reiterar las razones que alguna vez di, y a agregar otras, para confirmar mi aserto respecto a que es un error que la Sra. Cristina Fernández no use el nombre que su cargo tiene en la Constitución Nacional, o sea el de Presidente de la Nación, habiendo optado por feminizarlo, inconsultamente, sin saber que esa forma es imposible. Pero dije más arriba que iba a reiterar argumentos y a agregar nuevos, y eso es lo que me propongo hacer ahora. Presidente es palabra formada a partir de praesidens, el participio presente del verbo latino praesidere (sentarse delante). Las palabras así formadas suelen ser de género ambiguo. Como ejemplo similar, aún a riesgo de caer en un acto risible, tenemos la palabra amante. A nadie se le ocurriría decir la amanta, sino que, como he propuesto acá desde que se comenzó a cometer el error, el género lo da el artículo que se le antepone. Y para seguir, porque he comprobado con mis alumnos que a través de la gracia se puede enseñar muy bien, si usted, señora, decide ir a atenderse con Milton Lapczinsky (ya entenderá el lector que no es de acá), de ninguna manera será una “pacienta” que va al “dentisto”. Y si está embarazada y se hace atender con Garelli, no se le ocurriría decir que fue al “obstetro”. Con igual criterio a ninguna de mis compañeras de trabajo en el colegio, y de militancia gremial, se les ocurriría exigir que se las llame “docentas”, ni la Nación Argentina es una república “independienta” así como tampoco la zarza que encontró Moisés en el Monte Sinaí era “ardienta”. Y si la Sra. Presidente va a ver un recital de Teresa Parodi, artista que siempre se ha mantenido oficialista, de ninguna manera irá a escuchar a una “cantanta”. Entonces, si desde el púlpito presidencial se sienta este mal precedente, qué queda para los medios, muchos de ellos que han proliferado merced a ciertas “facilidades” técnicas, y para los alumnos de escuelas y colegios, a quienes ya no se corrige (muchas veces por la propia incapacidad de quienes deben hacerlo). No hay mejor prueba que poner como ejemplos los errores más simples para confirmar que muchísima gente escribe tal como habla, sin reflexionar en que la escritura es un lenguaje emparentado aunque muy diferente del oral. Y mi propósito aquí no se limita a señalar el error sino lo que hay detrás de él, en un sentido más amplio y de repercusiones mucho mayores para la escritura. Todos aquellos argumentos bizantinos acerca de la necesidad de simplificar la ortografía española son, en realidad, una tremenda agresión en contra del significado de la escritura. Esos supuestos simplificadores desean borrar el sentido histórico y etimológico del idioma y devolvernos a un estado de oralidad bastante primitiva. Volviendo a la ejemplificación por el absurdo, no es lo mismo casar que cazar (otra vez mis alumnos recordarán la anécdota de la novia que ve un cartel mal escrito y se suicida), así como tampoco lo es cerrar la puerta que serrarla (si la orden era cumplir con la primera acción, y se hace la segunda, solamente un carpintero podrá arreglar el desastre), ni coser que cocer (en el caso de un matambre, por ejemplo, las dos acciones son consecutivas y en ese orden, no en el inverso). Hace pocas semanas hacía referencia al Código de Faltas (y a sus faltas, que eran muchas), pero a nadie conmovió la crítica, parece. Siguen ahí, de manera que cuando haya que aplicar el artículo 46º, alguien tendrá que interpretar si “seda” se refiere a algo suave y terso, porque si a lo que se quiso hacer referencia es a dar el lugar, debía haberse puesto “ceda”. ¿O es que se hicieron de golpe admiradores de Minguito? La escritura sólo tiene palabras y signos de puntuación. Si usted quiere, agregue letras cursivas y negritas. ¡Pero no hay más! Y con las puras palabras y signos de puntuación tenemos que expresarlo todo, desde el amor y el odio hasta las instrucciones más precisas para armar un rompecabezas, pasando por la poesía, la narrativa y los ensayos sobre los cuales nuestra civilización se ha erigido (al lado de las demás bellas artes, por supuesto). Sin el lenguaje escrito, incluso, sería muy difícil que los científicos y los matemáticos comunicaran y explicaran con toda precisión sus descubrimientos e inventos. ¿Y qué decir de los filósofos, economistas, historiadores, sociólogos, psicólogos…? ¿Qué sería de nuestra civilización sin el lenguaje escrito, bien escrito, ese que dice lo que tiene que decir con toda claridad y precisión para que las generaciones del futuro puedan heredar la sabiduría de sus antepasados? Uno habla porque es natural. Sucede porque somos humanos. No es necesario que nos detengamos a reflexionar: reaccionamos. Cuando hablamos, nuestras palabras nos salen del alma, y para que salgan, no es requisito el pensamiento. Pero la escritura es otra cosa. Una de las revistas más inteligentes que se publica en la Argentina, y que hace del análisis de los errores de los medios casi un culto, exageraba hace poco, usando para eso la leyenda de la escasa inteligencia de las modelos, con la supuesta frase escrita por una de ellas, a propósito de sus defectos lingüísticos, con la que quiero terminar esta página de hoy, para que, en lo posible, nadie siga pensando, como Minguito, que “se’ gual”: ¡Y sí, yo me como las heces! Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso