jueves, 28 de abril de 2011

No hay peor sordo…

No hay peor sordo… - Editorial del 29 de abril de 2011
Días pasados dábamos en Crónica la noticia del cumpleaños de la Asociación de Lucha contra el Cáncer de Basavilbaso. ALCEC, que nació como filial de LALCEC, tiene hoy una “casita” donada por un hijo en memoria de su madre víctima de esa enfermedad. Tiene también un amplio programa de concientización y prevención, que viene en subsidio de la falta de previsión que el estado demuestra en este ámbito.
Esta entidad, que es un modelo de funcionamiento institucional y que ha servido para solucionar, o por lo menos paliar, los graves inconvenientes generalmente colaterales que debe enfrentar el enfermo de cáncer, es la llama que nos iluminó en la decisión de hablar hoy de la persistente costumbre que tenemos los humanos, y en especial los argentinos, de discutir siempre los efectos y nunca las causas.
Y justamente casi por los mismos días tres noticias vienen a colisionar contra este denodado esfuerzo por luchar contra un enemigo al que resulta difícil verle la cara.
Como para empezar por algo, y temas tenemos varios, la semana pasada (en coincidencia con nuestras habituales “vacaciones” del quinto viernes del mes), más precisamente el sábado por la noche, quienes nos quedamos en el pueblo pese al fin de semana largo, debimos soportar un olor nauseabundo que pronto se volvió insoportable y que llegó a dificultar la respiración y a obligar a cerrar herméticamente puertas y ventanas, sin siquiera asegurar con ello que nos pasara desapercibido.
Obviamente para los que somos “de acá”, el origen de esa molestia está en la planta que la empresa Manfico tiene instalada sobre la Ruta 39, en las cercanías de la localidad de Rocamora. Aunque, como suele suceder en estos casos, nadie salió a explicar la causa del hedor, investigaciones periodísticas de medios colegas dedujeron que algún inconveniente técnico había provocado la salida de servicio del equipo aerocondensador, lo que generó que los gases fueran liberados sin previo ¿“tratamiento”?
Esta historia de nunca acabar, que nos ha colmado la paciencia a varios, no tiene desde los sectores responsables la respuesta y la actitud que merece y que esperamos. Por supuesto que no somos ilusos y entendemos que detrás de esta permisividad se ocultan otros intereses, algunos espurios y otros dignos, pero que puestos en la balanza nos hacen dudar seriamente respecto de lo acertado o no del criterio que los privilegia por sobre el daño a la salud ambiental y física que provoca en la zona y en sus habitantes.
Estudios técnicos responsables y basados en sólidas argumentaciones científicas demuestran que la lluvia ácida que acompaña, muchas veces silenciosamente, y como consecuencia arteramente, al olor que tanto nos molesta, produce profundos daños (casi siempre irreparables) a los suelos, las aguas y la salud humana. Pero eso no es todo: el poder de acción se potencia cuando estos gases se combinan con otros contaminantes presentes en la atmósfera.
Y acá entramos, entonces, en el segundo de los temas. El doctor Roberto Lescano, que tantas veces nos ilustró acerca de los efectos que la desordenada y descontrolada utilización de las fumigaciones provocaba en todos nosotros, pero más que nada en los más indefensos, tuvo la oportunidad de trascender en sus apreciaciones en una tribuna más que adecuada, dado que se trata del lugar en el que los estados democráticos y republicanos deben elaborar las normas que pongan “en caja” a los desubicados de siempre.
Fue en el recinto de la Cámara de Diputados de la provincia donde nuestro copoblano pudo desarrollar la idea, que ya ha dejado de ser una hipótesis para convertirse en una lisa y llana tesis que demuestra que no estábamos tan equivocados cuando nos preocupábamos por el desinterés que se evidenciaba, sobre todo al descompensarse las ganancias por efecto de los “excesivos cuidados” que se exigían desde las entidades ambientalistas, o, sin llegar a ello, desde la simple voces particulares que advertían que, valga la metáfora, “algo estaba podrido en Dinamarca”, como dice el genial Shakespeare en boca de Hamlet.
El Dr. Lescano se animó a relacionar directamente el uso de los agrotóxicos con las malformaciones que se advirtieron en los muestreos de nacimientos de bebés, sobre todo en aquellos que fueron gestados, nacieron o se están criando en zonas aledañas a los predios que reciben fumigaciones aéreas. Y está claro entonces que la cadena de responsabilidades tiene su primer eslabón en el dueño del campo, o en el arrendatario según el caso, pero requiere de los siguientes, que por acción o por omisión generan las condiciones necesarias para culminar el proceso. Así no son ajenos a esta problemática ni el aplicador del producto, ni el organismo de control, ni las autoridades directa o indirectamente relacionadas al tema. Ni, por supuesto, los grandes intereses económicos que precisan que la producción les sea asegurada aún a costa de la salud de sus semejantes, que viene a ser también la salud de ellos mismos.
Si los gases emitidos por la planta a que hacíamos referencia más arriba incluyen importantes niveles de azufre, las consecuencias combinadas con la presencia en la atmósfera de los residuos provenientes de la acción de los pesticidas, ocasionarán, por lo menos, irritación en las vías respiratorias y agudización de las enfermedades preexistentes o generación de nuevas. Y obviamente que el universo más propenso a sufrir estas consecuencias es el conformado por los niños, las personas mayores y, especialmente, todos los que padecen problemas pulmonares.
Pero esto no termina acá, si es que no nos alcanzaba. El efecto de esta lluvia ácida permanente, intencionada y, las más de las veces, perversa, no se contenta con llegar hasta las personas sino que termina devastando lo que es nuestro principal recurso natural no renovable. Los cambios en la química de las aguas a medida que el nivel de acidez (Ph) desciende a menos de 6,5, pueden ser catastróficos, porque toda la vida muere cuando el Ph se ubica por debajo de los 5 puntos.
Como para muestra basta un botón, el Calá es un testigo al que hay que aprovechar antes de que sea demasiado tarde. Lo que le pasó a ese arroyo que forma parte de nuestra historia institucional pero principalmente de nuestra historia personal, es un ejemplo claro, palpable, indiscutido y fatal, de los efectos que la contaminación puede causar.
No nos olvidamos, porque no nos lo perdonaríamos, que tanto Manfico como la producción agrícola que requiere del uso de agrotóxicos, utiliza mano de obra y brinda trabajo en un país que tiene un alto índice de desocupación acompañado de los correspondientes, aunque no siempre reconocidos, de pobreza e indigencia. Pero nosotros no proponemos ni el cierre de la planta ni el cese de la producción de soja. Queremos que la racionalidad prime en ambos casos. Que la inversión se concrete a fin de maximizar los cuidados. Que se piense en el “factor humano” antes que en los números. Que seamos conscientes de que nos estamos poniendo todos la soga al cuello, porque el final previsible no discriminará entre los de arriba y los de abajo, si se nos permite la recurrencia ideológica.
En ese camino, el tercer tema. La marcha que, “por la vida de todos” se hace el domingo 8 de mayo en Gualeguaychú. ¡No a las papeleras!
"Cuando hayas talado el último árbol, cuando hayas matado el último animal, cuando hayas contaminado el último río, te darás cuenta de que el dinero no se come". (Pensamiento de los indios Cris de Canadá)
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

jueves, 14 de abril de 2011

El valor de la Libertad

El valor de la Libertad - Editorial del 15 de abril de 2011
Otra vez un hecho externo, lejano, vuelve a ser el protagonista de esta página, después de algunas ediciones dedicadas a problemáticas más locales, íntimas y reflexivas a su manera.
La semana próxima celebraremos, casi coetáneamente, dos de las festividades de origen religioso más caras a los sentimientos de judíos y cristianos. El lunes 19 comienza el Pesaj, la Pascua Judía también llamada “Fiesta de la Libertad”, y, paralelamente, la grey cristiana está recordando la Semana Santa, que comienza justamente este Domingo de Ramos, o sea un día antes.
Esta coincidencia no es casualidad, ya que los primeros cristianos, que eran judíos, celebraban la Pascua de Resurrección a la par cronológica que la Pascua judía. Pero desde el Primer Concilio de Nicea (en el 325) los cristianos separaron la celebración de la Pascua judía de la cristiana, quitándole los elementos hebreos, aunque dejaron el carácter móvil de la fiesta recordando que Cristo resucitó en Pesaj, y que, se supone, la Última Cena fue lo que se conoce como Seder hasta el día de hoy.
Según la Biblia, un día Moisés había llevado las cabras y ovejas a pastar a las laderas del Monte Horeb. Allí, en medio del gran silencio que cubre al hombre cuando está solo con la naturaleza, Dios se reveló directamente, en una zarza ardiente, y le dijo: ”Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. Y le relató, a continuación, cómo había oído los gritos de dolor de los esclavos israelitas de Egipto, afirmando que estaba dispuesto a liberarlos de las garras del opresor, Y aún más. Juró solemnemente que Él los conduciría, finalmente convertidos en un pueblo libre, hacia la herencia que había prometido a sus antepasados, a una “tierra donde corre leche y miel”.
Esa misma tierra, la tierra de Sión, es aquella a la que Abraham, muchos años antes, había llegado al recibir la orden: “vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y bendecirte he, y engrandeceré tu nombre”.
He decidido hacer estas referencias bíblicas e históricas, porque más adelante me resultarán necesarias para rebatir algunos argumentos pueriles que intentan profundizar enfrentamientos y hacer renacer ideas que creía ya excluidas del ámbito de las relaciones entre los hombres.
Lo cierto es que, a lo largo del tiempo, la tierra de Israel ocupó un lugar central en la historia judía, razón por la cual los capítulos que se ocupaban de ella se focalizaban en el lazo físico o espiritual del pueblo judío con su tierra. En ese sentido el sionismo nuclea en sí todas las expresiones viejas y nuevas de ese vínculo. El sionismo es la integración moderna de las antiguas aspiraciones, expectativas y esperanzas, imbricadas en el judaísmo, y es por eso, justamente, que los dos mil años de exilio estuvieron caracterizados por la añoranza de Sion.
Yo soy consciente de que la tradición bíblica está sembrada de mitos y de leyendas, pero a pesar de esto, ha resultado en muchos casos auténtica y digna de confianza, en el sentido histórico, como los documentos de veracidad mejor probada.
Curiosamente, la resurrección de la idea del Sionismo tuvo su fuente en el que quizás sea el caso más emblemático de antijudaísmo en los tiempos modernos: el caso Dreyfus. Precisamente allí, en el juicio que se le hizo en París al Capitán Alfred Dreyfus por supuesta traición, un periodista austríaco de origen judío, Teodoro Herzl, experimentó una dolorosa crisis emocional cuando oyó que la turba gritaba ¡Mueran los judíos!, lo que le hizo comenzar a trabajar denodadamente para conseguir que su pueblo pudiera regresar a la Tierra Prometida. Herzl escribió entonces en su diario: “En Basilea (sede del Primer Congreso Sionista) establecí un Estado Judío. Si dijese esto hoy en voz alta, la respuesta sería una risa universal. Quizás dentro de cinco años, indudablemente dentro de cincuenta, todo el mundo lo reconocerá”. El Primer Congreso Sionista se hizo en el año 1897, y el Estado de Israel se creó en 1948.
Ahora sí, luego de esta larga pero necesaria introducción, voy a tratar de entrar en el tema motivo de la página de hoy.
Hace unos días, en el Canal 26, en un programa periodístico al parecer nuevo, conducido por alguien que no conozco, se realizó un reportaje a Luis D’Elía, notorio funcionario público sin cartera del gobierno kirchnerista, que suele ser el vocero extraoficial de las cosas que algunos de los personajes que nos gobiernan no se animan a decir abiertamente, ni aún en el programa “6,7,8” de la TV Publicitaria.
Allí, entonces, D’Elia, sin ningún tipo de condicionamientos ni repreguntas peligrosas, lo que hace pensar en una complicidad ya preestablecida, desarrolló el conocido libreto que aprendió de memoria y por el que está suficientemente subvencionado. Apoyándose en una supuesta parcialidad de la justicia argentina que impediría la concurrencia de los funcionarios iraníes que se sospecha participaron en el atentado a la AMIA en 1994, desplegó una parafernalia de argumentos inconsistentes contra los judíos y el Estado de Israel. Y lo peor es que intentó separar las aguas, utilizando el argumento que alguna vez causó seis millones de muertos, y que está siempre a flor de labios de los que solamente conocen el placer de la discriminación. Dijo, entonces, que él no era antisemita ni antijudío, sino solamente antisionista. ¡Y es lo mismo!
Nadie puede describir la diferencia. Solamente aquellos que tienen vergüenza de su origen pueden, desde el mismo judaísmo, “explicar” por qué una cosa es distinta de la otra. Y solamente aquellos que quieren esconder su ideología nazi fascista detrás de supuestos “progresismos” pueden negarse a reconocer el fundamento del derecho que tienen los judíos a vivir en la Tierra Prometida.
Y para el colmo de las contradicciones, el mismo D’Elía, y otros tantos como él, utilizan sin embargo ese mismo criterio, que acá sí es unánimemente válido, para justificar el derecho que tenemos los argentinos a recuperar la soberanía en las Islas Malvinas, o el que tienen los pueblos originarios sobre las tierras que les pertenecieron antes de la llegada de los conquistadores. ¿Curioso, no?
Es cierto que el actual gobierno de Israel tiene posturas que muchos no compartimos en lo que hace a su política de integración con los palestinos. Pero incluso para analizar eso hay que contar con toda la información, y no actuar solo por impulsos discriminatorios. Deben canalizarse las críticas hacia un gobierno, y no escuchar impávidamente cómo el primer mandatario de Irán aboga por la destrucción del Estado de Israel y la consecuente echada de los judíos al mar.
Para más datos, y como ejemplo, el gobierno de Menem fue responsable de los atentados a la Embajada y a la AMIA, por su complacencia o por su complicidad. Eso lo dirá con certeza el fallo de la justicia, que algún día llegará. Sin embargo los judíos del mundo no son antiargentinos por esa razón, ni confunden las obras de los gobiernos con el sentir de la gente.
El Proceso “desapareció” a 30.000 personas, entre ellos muchos extranjeros. Sin embargo a nadie en el mundo se le ocurre generar la culpa en todos los argentinos.
¿Por qué entonces se le permiten a este esbirro del neonazismo estas expresiones? ¿Es sólo porque estamos en democracia y hay libertad de prensa?
Me parece un precio demasiado alto para pagar el de darle rienda suelta a los dichos de un extraviado que, para sustentar su propia supervivencia, no hesita en arrojar a la hoguera de su vanidad trozos selectos de la historia del mundo.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

jueves, 7 de abril de 2011

Miguel con Él

Miguel con Él - Editorial del 8 de abril de 2011
"Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto.
Así yo distingo dicha de quebranto,
los dos materiales que forman mi canto,
y el canto de ustedes que es el mismo canto".
La gente de mi pueblo sabe, porque lo sufrió, que el lunes murió Miguel Bernik, todo un hombre. De bien. Ilustrado. Genial. ¡Y me quedo corto!
Tengo que escribir esta especie de epitafio, un poco en verso y otro poco en prosa, desde el más profundo dolor. Y sabiendo, además, que aunque cumplo con el ritual de hacerlo en primera persona del singular, suscribiéndolo, sé que estoy interpretando quizás por única vez con absoluta seguridad, el pensamiento de mis compañeros del Coro Municipal Magníficat, "los que lo son y los que lo fueron antes".
Las páginas que Miguel escribió en la Historia de Basavilbaso, nunca reconocidas por los que tenían la obligación de hacerlo, son imborrables, tanto como las huellas que dejó en cada uno de nosotros, y no me refiero únicamente a las enseñanzas que tienen que ver con el canto.
Allá por el año 1989, cuando me invitaron a ingresar al Magníficat, era consciente de que, a priori, me separaban de Miguel más cosas de las que nos unían. Quizás la pasión por Boca era nuestro único punto en común. Incluso en las páginas de este semanario, en la época en que lo dirigía mi padre y yo era un chiquilín todavía, quedaron impresas las opiniones divergentes de ellos dos, profundas pero inteligentes y fundadas, que podrían haberme marcado un prejuicio.
Sin embargo terminamos siendo un "combo" conformado por una mezcla sui generis de "padre-hijo-hermano-amigo" muy especial, a prueba de golpes y torceduras, que los hubo y las hubo.
En una de esas, por eso justamente, puedo ser su más aconsejable panegirista, de oído respecto a una parte importante de su vida, pero testigo fiel de los últimos veintidós años, tanto en lo que tiene que ver con Miguel como con el Director, dos facetas que él mismo solía diferenciar cotidianamente.
A aquellos que suelen leer esta página en su versión digital, les pido especial atención porque este es, sin dudas, un caso paradigmático. Y digno de imitar.
Miguel creó el Coro en el año 1956, a poco de regresar de una interrumpida vocación sacerdotal que, más allá del sacrilegio que esta afirmación puede constituir, mucho agradecemos. Lo hizo junto con su amigo "Cacho" Pérez, atentos a la necesidad de hacer algo en su Iglesia para la Navidad de ese año, que convocara a los jóvenes y constituyera, a la vez, un servicio a la parroquia.
No voy a hacer acá un relato pormenorizado, ya que no es la característica de este editorial, pero sí voy a resaltar algunas cosas que dije ya otras veces, y algunas más que me callé por su recato.
Primero, nobleza obliga, debo decir que antes, mucho antes, de que la canción que identifica a nuestro pueblo fuera pensada y escrita, él hizo realidad la expresión "criollos, judíos y gringos forjaron tu imagen, te hicieron así". La apertura del coro, a comienzos de los '60, seguramente fue una decisión difícil por ese compromiso que él tuvo siempre con su Fe inquebrantable, pero constituyó el primer pilar de la confraternidad tantas veces anunciada y declamada, y que en los hechos no solo no existía, sino que su ausencia, incluso, generaba conflictos importantes.
Pero quizás el punto más crucial de ese camino haya estado en su "loca" idea de juntar, cantando, primero a las iglesias cristianas en un Encuentro Ecuménico, para luego, en un "atrevimiento" inédito, incorporar a la comunidad judía, relanzándolo bajo el título de "Multiconfesional", con el lema "aún por sobre nuestras diferencias". Si se interrumpió la experiencia no fue su culpa, para nada. El suyo fue en este caso un "amor desolado", como el título de la canción en la que Alberto Cortéz dice "quise entre mis manos retener el agua, y sobre la arena levanté mi casa; me quedé sin manos, me quedé sin casa…". Tal cual. Y al que le caiga el sayo, que se lo ponga.
Gracias a ese afán por "unir las razas en paz y en amor", el Coro Magnificat y el Multiconfesional participaron en el año 1996 de la ceremonia del Iom Kippur (Día del Perdón) en la Sinagoga "Tfilá L'Moisés" de nuestra ciudad, con una integración tan heterogénea que incluía a dos monjas y al por entonces oficiante de la comunidad judía. Quienes participamos de esa experiencia única (y supongo que también todos los que estaban presentes) nos sentimos protagonistas de un hecho irrepetible, que increíblemente, no alcanzó la notoriedad que debía haber alcanzado. Pequeñas rivalidades ayudaron a que quedara reservado para la memoria de esta "aldea", incluso cuando mucho después, en otros lugares, se intentaron cosas parecidas. Pero, como dice la bandera de "la 12", (y perdónenme otra vez el sacrilegio) "podrán imitarnos, pero igualarnos jamás". Seguramente que en otro escenario, con otros protagonistas, y con menos egoísmos, lo suyo en esa oportunidad debería haber merecido una postulación al Premio Nobel de la Paz. ¡Y lo digo en serio!
En la despedida que desde el corazón le hice en el cementerio rogué que en el cielo, lugar en el que nos estará esperando hasta que lleguemos todos nosotros para refundar esa nueva versión del coro celestial que de su mano tuvimos el placer de integrar, no haya espacio para las demandas económicas que tanto dolor de cabeza le ocasionaron cada vez que teníamos un viaje para actuar fuera de Basavilbaso, representando al pueblo y a sus gobernantes. No se merecía ese trato, que aún cuando tuvo altos y bajos, fue regido casi siempre por una mirada de soslayo, nunca tan atenta como él lo merecía, convirtiendo en objeto de súplica lo que debía ser una obligación.
Si hasta le fue negado en vida el reconocimiento que otros tuvieron. No puedo yo ser juez de los merecimientos, pero hay un "ciudadano ilustre" que debería tener vergüenza de la comparación.
Ahora está con el mejor profesor de canto. El que le enseñó a él. De ahí el título de hoy, que por otra parte es suyo también, como tantas cosas de mi vida. Ese era el seudónimo con el que firmaba sus arreglos corales. Únicos. Irrepetibles.
Hace poco, y aún con el pudor que me ocasionaba hablar de estas cosas ante su enfermedad, leíamos juntos la letra de una canción de Oscar Valles, que quiero compartir ahora con ustedes, a modo de final. Y no sin antes tomar el compromiso de recordarlo a Miguel a cada instante. Siempre. In aeternum.
"Se han borrado las huellas
de mi guitarra,
ya no tengo a quién darle
mi serenata.
Tal vez alguien me nombre
cuando me vaya,
como a las cosas viejas
cuando se gastan.
"Ya me viene apurando
la última huella,
al final donde juntas se pagan
todas las cuentas.
Hay una sola deuda
que no he pagado:
a la vida le debo la vida
que me ha prestado."
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso