jueves, 28 de octubre de 2010

Los límites de la estupidez

Los límites de la estupidez - Editorial del 29 de octubre de 2010
Resulta casi imposible mirar televisión argentina sin tener que asistir, como convidado de piedra, al que seguramente es el más pobre y triste espectáculo de estos tiempos, solo comparable, en la dimensión de lo trágico e inmoral, con las corridas de toros o las luchas de los leones y los gladiadores en los circos romanos.
Estamos hablando, obviamente, del programa de Marcelo Tinelli, que tan afín le resulta al "modelo" que nos gobierna, y que, paradójicamente, también le fuera funcional al menemismo, en eso de vaciar las mentes de las cosas que importan, y llenarlas con mierda.
Más allá de los criterios que sustenten que ese tipo de programas resulta necesario para evadirse de la realidad y divertirse en los momentos de ocio, nosotros estamos convencidos de que el límite termina resultando demasiado flexible, y mucha (mucha pero mucha) gente se convierte en adicta, pensando que sólo es un esparcimiento, sin advertir la forma descarada con la que le meten en la cabeza cosas inservibles, modelos despreciables, hábitos inconducentes y prácticas vergonzosas que caminan en la cuerda floja de la ilegalidad.
Por supuesto que ese mismo modelo al que le resulta funcional poco hace para evitar el tono subido y la vacuidad permanente, ya que les conviene que la gente se "pegue" al televisor durante ese horario y olvide cualquier otra preocupación o cuestionamiento que haya que hacer respecto a las cosas que de verdad importan y son trascendentes.
Esa figura de "pegarse" al televisor no es de ninguna manera retórica, ya que nosotros hemos visto, en algunos lugares de acceso público de nuestro pueblo, cómo se sientan a centímetros del aparato para no perderse detalles de tanta porquería. ¡Y así se quedan horas!
Somos conscientes de que muchos de nuestros lectores nos recriminarán esta postura, porque sabemos que resultamos mucho menos convincentes que un conductor que lleva veinte años siendo líder del raiting. Pero eso no nos quita fuerzas, ya que a diario vemos los daños que este tipo de mensajes ocasiona en la juventud, que ya de por sí viene despojada de valores.
Este gobierno, que tiene sin dudas una "pata" intelectual conformada por el grupo autodenominado Carta Abierta, también coquetea con la imbecilidad, traducida no solo en el apoyo implícito a Show Match, sino también en la falta de control de los excesos y en la consecuente conculcación de las normas y la ausencia de castigos. ¡Y de eso 6 7 8, tan celoso del cuidado de los Derechos Humanos, nada dice!
¿Qué debería hacer el gobierno, según nosotros? Tendría que encarar la educación, poniendo como ejemplo de lo que no debe ser, ese programa y todos los que giran alrededor de él. Debería usar la Televisión Pública para denostar, como lo hace con Clarín (que bien se lo merece) a estos sátrapas que, entre otras cosas, y en aras de las meras ganancias económicas, no hesitan en convalidar la penosa condición de la mujer como objeto, potenciada aquí en un ambiente casi prostibulario.
No será por casualidad que el "strip dance" o el baile del caño (ya casi instituciones en nuestro país gracias al adefesio tinelliano), son variantes que casi ningún reality show utiliza en el resto del mundo. Otra vez la Argentina mostrando el culo, aunque acá literalmente.
Nosotros, al tren que vamos (que en esto sí es un "tren bala" y no el Materfer de Urribarri), dentro de diez años, a los sumo, tendremos una población adulta analfabeta. Van a saber leer y escribir en su idioma materno, condición que pone la Unesco para no serlo, pero no van a saber pensar. No van a poder leer un texto y abstraer la sustancia, porque no van a comprenderlo. Deberemos subsumir nuestro lenguaje cotidiano a un breviario editado por Moria Casán, Aníbal Pachano y Ricardo Fort, como máxima expresión de la cultura argentina.
Cierto sector de la sociología actual califica a esta situación como la "cultura casino", porque se caracteriza por su brevedad y por las veloces jugadas inconexas. En esta cultura, al igual que en un casino, no tiene sentido planificar a largo plazo. Hay que ver el programa de hoy, reírse por contagio, e irse a dormir tranquilo, sin que le haya quedado en la cabeza nada que le sirva.
La vida en la cultura casino se cuenta como relatos breves y no como una novela. Cada uno vive la jugada que le toca en suerte, y así como en las máquinas tragamonedas cada tiempo es efímero, la referencia actual de la vida ha pasado a ser el zapping, el video clip, el mensajito y el "quiero más pero lo quiero ya". Y encima, para peor, como diría mi abuela, inmediatamente de obtenerlo lo dejan de querer para anhelar otra cosa, más efímera todavía.
Emilio Zola, célebre escritor francés, que se hizo más célebre todavía por su encendida defensa del capitán Alfred Dreyfus, a través de un manifiesto publicado en el periódico L'Aurore, si hubiese vivido en la era Tinelli de la Argentina, solamente hubiese tenido tiempo para gritar, bien fuerte para que se lo escuche, el título: ¡Yo Acuso!
Quienes trabajamos en la escuela con adolescentes, nos encontramos con que así como conocen cada una de las peripecias de los personajes mediáticos, no logran, en la misma medida, interpretar un texto ni hacer una sinopsis (¡ni siquiera saben lo que significa!), no manejan bibliografía y para ellos acercarse a una biblioteca supone una aventura del tipo de las de Indiana Jones.
¿Cuándo se inició esa decadencia?
La respuesta es inapelable: cuando hace un poco más de medio siglo se introduce la cultura del facilismo y la demagogia, lenta pero progresivamente, abriéndole el camino a los jóvenes hacia la mediocridad y el fracaso. Y ni hablar del desastre cometido por la insólitamente llamada Revolución Argentina (debería haberse autodenominado Involución Argentina) del General Onganía, que temeroso del auge del pensamiento cerró las facultades, apaleó a los estudiantes y logró, ¿cómo efecto no querido? lo que después se conoció, tristemente, como la "fuga de cerebros".
Debe quedarles bien claro a los que todavía les cuesta entender la opción, que el estudio no es una diversión, ni es recreo, ni es pasatiempo. El estudio es una disciplina de la mente y una firme decisión de la voluntad que exige esfuerzo continuo y sostenido, y que proporciona placer en tanto permite ascender hacia el logro de una alta meta final.
El facilismo que propone Tinelli, a costa de cualquier cosa, como por ejemplo de ofrecer espectáculos eróticos a una platea llena de chicos, invita a seguir la línea del menor esfuerzo. Todo contenido que suponga movilizar la inteligencia es eliminado. El facilismo llama autoritarismo a las normas fundamentales del respeto recíproco exigidas para una armoniosa convivencia. El facilismo es la consecuencia necesaria de la demagogia, en tanto contribuye a la formación de un sujeto opaco y acrítico, incapaz, como ya dijimos, de comprender y evaluar.
En este país las mentecatas incompetencias tienen mucho más superficie y casi no tienen fronteras.
O para ser más simplistas, las boludeces ganan por goleada a las capacidades.
Como dijo Albert Einstein: "Solo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Y no estoy seguro de la primera".
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

jueves, 21 de octubre de 2010

Trenes rigurosamente vigilados

Trenes rigurosamente vigilados - Editorial del 22 de octubre de 2010
El título de hoy lo tomamos de una novela de Bohumil Hrabal, posteriormente llevada al cine, más precisamente en 1966, y que se convirtiera después en lo que se denomina una “película de culto”.
En la novela (y en la película) Milos Hrma es un joven aprendiz de ferroviario en una pequeña ciudad checa. Se reincorpora al trabajo tras una larga ausencia, en 1945, y se encuentra con una estación en la que hay frecuentes bombardeos. Los alemanes, en retirada, siguen ocupando Checoslovaquia, y los ferroviarios tienen que atender especialmente los trenes rigurosamente vigilados, transportes de tropas y de munición en un sentido, y de muertos y heridos en el otro.
Se nos ocurrió el título, entonces, para un tema que veníamos postergando y que encontró, en la realidad de esta semana, el disparador adecuado.
A nosotros nos asombra sobremanera, y desde hace tiempo, que ciertos sectores históricamente reconocidos en la Argentina como “progresistas”, sigan apoyando a este modelo kirchnerista, tratando de explicar lo inexplicable, recurriendo las más de las veces al manoseado “mal menor”, demasiado parecido, para nuestro gusto, a la teoría de los dos demonios.
Un ejemplo, solo para empezar por algo, porque por algo hay que empezar.
Las plumas (de escribir, no de las gallinas) de los periodistas adictos al sistema, que generalmente se expresan en medios como Página 12, Tiempo Argentino y 6 7 8, se espantan ante situaciones relacionadas con los derechos humanos en tiempos de la dictadura, dándole tantas vueltas cuantas no le dieron en esos mismos tiempos (Orlando Barone era periodista de Clarín en ese momento), pero nada dicen, por ejemplo, de los datos que aporta la Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional (Correpi), y que tienen que ver con la cifra de caídos en manos de la violencia institucional (llámese muertes en penales o comisarías, gatillo fácil, etc.).
“Fuentes generalmente bien informadas” aseguran que desde la asunción de los Kirchner las fuerzas de seguridad mataron a una persona cada día y medio, en promedio, lo que da una cifra superior a los 1.200 muertos, y supera ampliamente a los que cayeron en los anteriores 20 años de democracia.
Y justo estamos escribiendo esto cuando el sistema de enfrentamientos propuesto por el Gobierno Nacional ha terminado en una muerte más, en los hechos que son de público conocimiento ocurridos en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, más precisamente en el barrio de Barracas.
Según relataron a los medios fuentes cercanas al joven fallecido, un grupo de empleados de empresas contratistas de la línea Roca acompañados por militantes del Partido Obrero, Quebracho y del MTR se enfrentaron con gremialistas de la Unión Ferroviaria, cuando empleados que reclamaban ser reincorporados a la firma que controla la línea Roca, intentaron cortar las vías en la estación Avellaneda.
Desde Crónica hemos denunciado permanentemente las mentiras que se pretenden instaurar desde un régimen caduco, que para mantener su poder y tapar todos los negociados que se han convertido en la causa y en la razón de su apetencia por el poder, no hesitan en apelar a figuras como Hugo Moyano en el sindicalismo o Daniel Scioli en la política, que si es que tuvieron algo de pueblo en sus orígenes, lo han perdido en el camino, detrás de meras apetencias de poder y de dinero.
Dentro del gremio de los ferroviarios, más precisamente en la Unión Ferroviaria, cuyos destinos dirige, desde el sol o desde las sombras, sempiternamente, José Pedraza, existen alas democráticas y participativas, que son marginadas por la conducción, y a las que se les impide ejercer libremente sus derechos laborales y de agremiación.
El enfrentamiento de hoy (hoy es cuando escribimos el editorial, o sea el miércoles) no fue un enfrentamiento entre bandas, sino, claramente, el resultado del accionar de verdugos contra militantes sociales y políticos. Si hacemos un poco de historia reciente, este “sistema” que Aníbal Fernández dice que no existe, comenzó con los graves incidentes entre grupos del sindicato de los camioneros y de la Uocra durante el traslado de los restos de Juan Domingo Perón en la Quinta de San Vicente, el 17 de octubre de 2006. Aquél día una gresca a balazos y piedrazos entre dos grupos sindicales dejó al menos 35 heridos antes de la llegada del cadáver del General, y dio paso a una tarde dramática, en la que las peleas siguieron hasta el instante mismo en que el cuerpo fue depositado en el mausoleo levantado para ese fin en la quinta de San Vicente.
Para quienes solemos leer entre líneas la realidad del país, la connivencia de los herederos de la Triple A con el gobierno nacional quedó demostrada el pasado viernes cuando desde el escenario de la cancha de River se vitoreaba a los mismos dirigentes que hoy son responsables de la noticia más triste de los últimos tiempos.
Creer que los “gordos” (así se autodenominan los dirigentes sindicales más reaccionarios de la Argentina), representan a los trabajadores es no entender cómo, a pesar de los excelentes convenios que logra Moyano, los camioneros deben trabajar sin descanso y sin dormir para lograr un ingreso digno. Y la misma inquietud se nos plantea cuando vemos cómo Pedraza permite la existencia de "personal contratado" dentro del sector que representa “su” sindicato, ante el claro temor a que los nuevos afiliados no respondan a sus designios. Eso son los sindicalistas argentinos de la CGT, salvo muy escasas excepciones, hombres ricos que "representan" a una clase trabajadora pobre e indefensa.
Esta es una clara regresión a una presidente cercada por un monje negro (hoy Néstor Kirchner, ayer López Rega) y un sindicalista que goza de un poder abusivo (hoy Hugo Moyano, ayer Lorenzo Miguel), “bancados” por grupos para-estatales armados, la policía que no hace nada, los más altos funcionarios públicos incitando a la violencia o justificándola, (lo que es lo mismo), patotas sindicales, amenazas a dirigentes políticos y a periodistas y, lo más triste de todo, jóvenes muertos a balazos...por nada.
Y así como comenzamos esta página abrevando en una novela devenida en película, vamos a terminar de la misma manera, aunque esta vez con algo más nuestro.
No habrá más penas ni olvido, novela de Osvaldo Soriano (que aconsejamos leer, de paso) también llevada luego al cine con un antológico trabajo de Ulises Dumont, es la historia de una batalla sangrienta entre facciones peronistas. Más que nada, sin embargo, es el cuento alegórico de un pueblo argentino frustrado, harto de ser manipulado por los misteriosos mandamientos de un gobierno alejado tanto de la cotidianeidad de los ciudadanos como de los sueños del país. Mediante el uso de una narración y un diálogo sumamente gráfico y recursos asociados con el humor negro, Soriano logra una tragicomedia que apela a diversas emociones del lector y que señala la naturaleza humana del peligroso conflicto político en la Argentina.
¡Cualquier semejanza con la realidad actual es pura coincidencia!
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

domingo, 17 de octubre de 2010

Contra dicciones

Contra dicciones - Editorial del 15 de octubre de 2010
Podría haber escrito la palabra en forma corrida, pero opté por esta manera para que se haga más evidente la etimología de la misma, o sea su origen; la razón de su existencia, significación o forma.
La verdad es que este editorial tenía otro título, y estaba pensado para un solo tema, que supongo será con el que empezaré. Pero, con el correr de los días, y mientras iba dándole forma antes de comenzar a escribir, me encontré con tantas otras cuestiones que merecían el mismo trato, que resolví hacerlo más amplio.
Alguna vez, ante la imposición de una crisis, Néstor Kirchner criticó a "quienes no levantaron la voz cuando ´remataron´ los trenes en la década del 90", en alusión a la privatización del servicio durante el gobierno de Carlos Menem. ¿Y él dónde estaba? ¿Era gobernador de una provincia del Congo?¿Era indentente de una ciudad de la China?
Cuando Menem amenazaba con 'ramal que se para, ramal que se cierra', en el verano de 1991, era porque se ponía en marcha el llamado "Consenso de Washington", documento que establecía las medidas a tomar para hacer frente a la economía de los próximos años. Principalmente se basaba en el saneamiento fiscal, concentrar el gasto en salud y educación, privatizar las empresas estatales y, más que nada, en la protección de la propiedad privada.
Y unos meses después, tras un largo conflicto y proceso de resistencia por parte de los trabajadores ferroviarios, "la promesa se cumplió". La mayoría de las líneas de pasajeros dejó de existir. Y los trenes de carga pasaron a manos privadas, casi todos grandes grupos económicos dueños de la producción cerealera.
Pero no solamente el Estado nacional se desprendió de activos importantísimos, como los kilómetros de rieles, las máquinas y vagones. Además se habían producido miles de despidos. Y con la burda explicación de que se le había otorgado a las empresas un negocio "poco rentable", se siguió subsidiando la actividad. Por esos días, Bernardo Neustadt y otros comunicadores, pretendían que todo lo estatal se privatizara. "Los trenes, decían, nos cuestan un millón de dólares por día. Es una barbaridad". Hoy, casi veinte años después y con un gobierno que dice combatir a las corporaciones (o por lo menos lo hace con las mediáticas, que son también las que desnudan sus intenciones), las empresas que controlan las líneas ferroviarias siguen recibiendo casi ese mismo importe diario en concepto de subsidio.
Cristina Fernández de Kirchner aseguró que el desmantelamiento de la red de ferrocarriles durante la década del '90 se llevó a cabo con la "aquiescencia" de la sociedad, en lo que constituye también una contradicción que pretende justificar lo injustificable, ya que hay quienes dicen, quizás con la misma "autoridad moral" que tiene ella, que el golpe del 24 de marzo de 1976 contaba con la "aquiescencia" de la sociedad. Y esos son denostados por justificar la "teoría de los dos demonios".
Uno debe concluir, forzadamente, que decir Kirchner y coherencia es un oxímoron, tal como lo es, por ejemplo, decir "apresúrate lentamente" o, como muy bien expresaba, irónicamente, Groucho Marx, "inteligencia militar".
Hace poco un dirigente sindical ferroviario manifestaba ante un medio local: "Esto ha sido un verdadero saqueo del patrimonio de los argentinos. Fue la destrucción del sistema".
Los argumentos en la década del 90 para privatizar los trenes fueron: la modernización, más inversión y, fundamentalmente, que el Estado no aporte más. No hace falta de ninguna manera ser un experto para ver que no se cumplió ninguna de esas tres cosas sino que se ha degradado el material de tal manera que de aquellos más de US$ 35.000 millones que formaban el patrimonio de los ferrocarriles argentinos en 1989 hoy no quede ni el 10 %.
Y si se utiliza la palabra "saqueo" es porque lo que sucedió fue la extracción de riqueza de los argentinos "en beneficio de determinados grupos". Y no solo de aquellos que obtuvieron por concesión los servicios, sino también de quienes se enriquecieron con el auge del transporte terrestre de carga y de pasajeros. Sabemos la relación que existe entre este tema y Hugo Moyano, y también suponemos, con sobrados motivos, cuál es la que hay con un altísimo dirigente político entrerriano.
Ese mismo gremialista lamentó que "se trabaje con la ilusión de la gente que siempre espera ver correr los trenes de nuevo". Justamente, asiduamente se hacen anuncios de algún tren que sale de un lado para llegar a otro. "En Tucumán hay un par de trenes por semana. O sea, es la misma formación que hace dos viajes por semana cuando en la época de los 80 había hasta cinco trenes por día. Uno de ellos, el Estrella del Norte, llevaba a más de 1000 pasajeros por día", indicó. Y, para darle más énfasis a sus dichos, no dudó en calificar el momento actual del país como de "pre-ferrocarriles". Como si se hubiese retrocedido a 1850.
En efecto, mientras el gobierno de Urribarri pretende hacernos creer que es un avance llevar gente en tren a 40 kmts. por hora, en China se están haciendo alrededor de 2.000 kilómetros de vías para levitación magnética, en las que los trenes desarrollarán velocidades de hasta 500 kmts. por hora.
A nosotros nos interesa remarcar las contradicciones, porque ya que a muchos les molestan los archivos, aquí hacemos gala de ellos. Tanto la Presidente Cristina Fernández como su consorte tuvieron una "destacada" participación en la entrega de los bienes del Estado, por acción y por omisión, y tal como la que tuvieron en la época del Proceso, en la que fueron "amigos del poder" y se enriquecieron con el ejercicio abusivo de la profesión de abogados (de la de Néstor Kirchner hablamos, porque nos consta). El peronismo fue el que cerró los ferrocarriles, y ahora no puede izar la bandera de la reactivación al solo efecto de comprar material rodante que no podrá nunca brindar un servicio adecuado.
Si no lo decimos, nos vamos a sentir mal. Sobre todo porque debemos cerrarle las puertas a los seres del pasado, que suelen resucitar justo cuando se avecinan las elecciones. O se incorporan a un nuevo pacto político, o inventan neologismos para negar que son más de lo mismo, convirtiéndose en un plato de comida difícil de digerir, pero que la gente termina por tragarse por aquello de que "peor es ayunar de democracia".
Si el pasado fuera transparente, y no estuviera al arbitrio exclusivo de la Historia, que como dice Lito Nebbia "la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia, la verdadera", todos podrían ver la miríada de anuncios incumplidos sobre el futuro.
Hay que dudar de los augures. Se tornan temibles ante el crédulo candor de la humanidad seducida por la promesa de que lo que se anticipa se cumple.
Más allá de que uno pudiera aceptar las buenas intenciones, es difícil de creer que en tiempos de autopistas rápidas y de autos veloces, pueda ser una opción el hacer 300 kilómetros en ocho horas.
Y mucho menos pretender convertir en una ruta viable un ramal ignoto, salvo para promover el acercamiento entre dos hermanos, uno gobernador de la provincia y otro presidente de la Junta de Gobierno de Arroyo Barú.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

jueves, 7 de octubre de 2010

Trabajar con dignidad (¡nada menos!)

Trabajar con dignidad (¡nada menos!) - Editorial del 8 de octubre de 2010
Las Ciencias Sociales se denominan "ciencias blandas", por oposición, aunque esto parezca una verdad de Perogrullo, a las denominadas "ciencias duras". Estas últimas se basan en datos más científicos (en el sentido de rigurosos y exactos), más capaces de producir predicciones y caracterizados como experimentales, empíricos, cuantificables; mientras que las blandas quedan marcadas con los rasgos opuestos. En ellas se puede observar un fenómeno, identificar sus causas, pero no siempre se pueden separar las distintas influencias que producen un efecto. Un ejemplo de esto se da, y precisamente nos interesa hoy, en la Sociología, ciencia que describe y analiza los procesos de la vida en sociedad, y cuyo objeto de estudio son los seres humanos y sus relaciones sociales.
Una de las realidades verificables hoy por los estudiosos de esta ciencia es que en el discurso actual se suelen invertir los valores y los conceptos cuando se habla de la libertad de trabajo y de la libertad de huelga.
Se habla de libertad (y de democracia) cuando lo que realmente prima es el derecho de las minorías a proteger al patrón, e imponérselo, bajo pena de despido o de descuento del día "no trabajado", a las mayorías que quieren parar.
Y, para peor, generalmente mientras eso sucede, hay otros (los demás de los demás, dice Alberto Cortéz) que están peleando por sacar la huelga adelante y detener los efectos de una política neoliberal que lo que en realidad está escondiendo es un proyecto de reforma laboral que traerá una oleada de temporalidad y "negociación" individual, aumentando el desempleo y pauperizando las condiciones de trabajo durante muchos años, generación tras generación.
Quienes defienden así los intereses de la mayoría, el derecho de las mayorías, quedan, en su dinámica de enfrentamiento a los intereses de los grandes y al poder, enmarcados en el campo de lo políticamente incorrecto. En cambio los otros, los que traicionan a sus compañeros, y hacen apego al egoísmo, la sumisión, la servidumbre, la perpetuación de la esclavitud salarial y la falta de solidaridad y de generosidad, son aplaudidos por el sistema, por la opinión pública generada por el orden establecido, en connivencia con el gobierno y la patronal (que muchas veces coinciden), como "héroes de la democracia y la libertad".
Así, las palabras democracia y libertad se convierten en poco menos que palabras vacías, que no significan nada, más que el respeto obsecuente al orden establecido, más que el "derecho a obedecer", a un lenguaje de lo políticamente correcto que en el fondo sirve a la estabilidad y los intereses de la clase política y dominante, y dificulta que sea cuestionada.
"Mi enemigo", entonces, ya no es la patronal (el gobierno) que me amenaza con el descuento del "día no trabajado" (eufemismo con el que los totalitarismos confunden al ejercicio del derecho de huelga), o que recorta mis derechos con una pseudo "reforma educativa", o el poder que me agrede y sanciona por garantizar que dicho derecho y dichos intereses, el derecho y los intereses de una mayoría perjudicada, afectada, pero con miedo, sea tolerado y respetado. "Mi enemigo" (el del común de la gente, dominada por el "pensamiento único") ahora pasa a ser el docente que para. "Mi enemigo" ahora es el sindicato, porque me obliga a ponerme en huelga por unos intereses que no queremos ver que son tan nuestros como suyos.
Este discurso tan sólo sirve para enfrentarnos nosotros mismos, y para poner obstáculos a la vanguardia sindical y a un creciente porcentaje de trabajadores descontentos por la situación actual de desempleo y precariedad laboral, en su lucha por la conquista de sus derechos, o por preservar los que quedan. Y en definitiva, para aislar a la vanguardia, separándola, ante la opinión pública, de un porcentaje creciente y cada vez mayor, de trabajadores afectados por los recortes neoliberales y, en última instancia, por la dinámica de regresión social a que nos lleva el capitalismo en crisis.
¿De qué estamos hablando, entonces?
¿Del derecho a trabajar un día? ¿O del derecho a conservar y aspirar al empleo digno y estable, a un sistema de educación pública durante muchos años?
¿Del derecho a no perder un día de salario? ¿O del derecho de los funcionarios de turno a destruir la escuela pública, a abaratar, debilitar y precarizar nuestras condiciones de vida como asalariados, para seguir aplicando los beneficios a otras actividades "más rentables"?
¿Del derecho a pensar diferente de tu compañero? ¿O del derecho a disentir de lo establecido?
La necesidad de reducir lo que parece ser asumido como un "gasto no productivo" (el "gasto" en educación pública), con el objeto de ahorrar dinero para otras necesidades públicas como salud, seguridad e infraestructura, se desvanece cuando se considera que el grueso de del sector público está siendo privatizado bajo justificaciones similares. ¡Total existen las cooperadoras que sostienen las escuelas, los hospitales y las comisarías!
La tendencia de privatizar los activos públicos, asumida por la "sabiduría" convencional como la única alternativa, responde al interés privado de saquear las arcas públicas, consolidando con ello lo que se ha descripto correcta y ampliamente como la privatización de ganancias y la socialización de costos. Los montos de dinero recibidos por la privatización de los activos públicos ha sido un proceso que, particularmente en los países periféricos, lejos de estimular el incremento del gasto público en demandas sociales o en inversiones productivas prometedoras, está más bien consumiéndolo con el pago de intereses de deuda y de fraudes gestados al calor de los procesos de privatización, de concesión de obra pública o de explotaciones mineras o del juego.
Y aunque ya terminamos alguna vez con parte de esta frase de Víctor Hugo (no Morales, que ya casi es in Morales, sino del célebre escritor francés) extraída de su monumental obra Los Miserables, nos gusta tanto que la repetimos:
"Es miserable, el que valido del poder humilla y desprecia al humilde y desvalido. Es miserable el que secunda la bajeza porque de ella saca provecho; pero, desgraciadamente, también es miserable el que se deja humillar aún siendo consciente de ello. Es ese el verdadero problema.
Los que dejan que los humillen por temor o facilismo perpetúan no sólo su propia humillación, sino la de sus descendientes. No comprenden que mientras más se dobleguen más los doblegarán. Al contrario, aquellos que no aceptan que los humillen y que no entregan sus conciencias, aunque anden desnudos y tan sólo coman mendrugos de pan, son mucho más dignos que los que se visten de seda a expensas de sus conciencias".
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso