jueves, 30 de septiembre de 2010

Residuos orgánicos

Residuos orgánicos - Editorial del 1 de octubre de 2010
Hace tiempo que venimos insistiendo en esta página respecto a la necesidad de prever la existencia de instalaciones para el reciclado de los residuos orgánicos.
Como suele suceder ante la imprevisión, los hechos han superado a las decisiones, y es por eso que le ha tocado en suerte (o en mala suerte) a este gobierno municipal tener que resolver de qué manera se desprende de lo que no le sirve, a la vez que trata de ubicarlos en algún lugar en el que no molesten a nadie, no afecten al medio, ni se desnaturalicen.
Todo comenzó, entonces, cuando alguien comprendió que la “cadena” estaba rota, y empezó a “revolearla”, de paso. No es un tema menor que, en nuestra ciudad, el Presidente del Honorable Concejo Deliberante, que fue elegido como tal (como Concejal) por el mismo partido que gobierna, haya dicho, textualmente, que “hay gente que cobra sin trabajar en la Municipalidad; hay gente que se lleva todos los subsidios y no importa…no sigue importando nada".
Y, como si esto fuera poco, llevando dos al precio de uno, el citado edil arriesga: "seguramente ahora van a encontrar incompatibilidades temporales, atemporales…que si puedo trabajar en el Cementerio, si puedo ser Concejal…después de ocho años seguro que se van a acordar…¿a qué llegamos?”.
De más está decir (¿volvemos al coloquial “Roberto”?) que lo que habría que hacer acá, si somos serios, es denunciar las dos cosas. La corrupción que significaría la existencia de gente que cobra sin trabajar, y la ilegalidad de las incompatibilidades. Eso está incluido en los deberes de un funcionario público.
Lo que pasa que hay algunos que se enroscan en sí mismos y dicen lo primero que les viene a la cabeza, sin medir las consecuencias. No importa que sepan que van a vivir siete vidas. Hay que decirles que la política no es solo el “arte” de mantenerse con vida. Es un poco más que eso. Más que vegetar con un sueldo “de órdago” como corolario de una militancia “socialmente justa”. No es solo reciclarse en funcionario para poder “volver al pago”. No es solo recitar discursos plagados de lugares comunes o reír con risa fácil y palmear con abundancia genuflexa las graciosas obras de “su majestad”.
Estamos en democracia, y eso significa no solo votar. Significa aceptar que se puede pensar distinto y no por eso estar equivocado. Que puede que el otro tenga algo de razón, aunque no piense como yo.
La lógica brutal de los Kirchner y de sus adláteres, que solo buscan el enriquecimiento personal, y para ello no hesitan en utilizar las armas más procaces u obscenas, no tiene por qué ser imitada por quienes, en el último escalón del podio, nunca saborearán las verdaderas mieles del poder. ¡Con suerte podrán raspar el tarro!
Pero, mientras, se convierten en las herramientas necesarias para el éxito rotundo de una banda que hace rato que desafina, y que va únicamente por el aplauso final y la recaudación.
Este gobierno de derecha, conformado por hombres de derecha (los antecedentes de Néstor Kirchner están tan a la vista que hay que hacerse el ciego para no verlos) que se disfrazaron con los ropajes del progresismo, la cultura y los Derechos Humanos, se sale todos los días de cauce llevándose consigo la dignidad de un pueblo que se resigna (aparentemente) a vivir de los números de una macroeconomía exitosa de la que solamente le llegan las migajas del asistencialismo, o de una obra pública de pésima calidad y de efímera duración. Nada más que eso es lo que estamos soportando, pero no tenemos por qué aceptar que eso suceda. Y la llave la tenemos nosotros. Antes de que sigan llamándonos “turros” y terminen por considerarnos “basura” (estamos a un paso de ello), recuperemos el orgullo perdido y demostremos, de aquí en adelante, que la palabra “ciudadano” debe caerle justa a las personas. Por ejemplo, ya que estamos, esa dignidad significaría que los compañeros docentes que no están haciendo hoy el paro, no deban pensar, como lo hacen, en el bolsillo y en los descuentos, sino en su propia naturaleza de seres humanos que viven en ¿democracia?
Lo que pasa es que a algunos la ciudadanía le queda chica, mientras a otros les queda muy grande.
Esto se parece al antiguo teatro de la comedia, en el que los hombres se vestían de mujeres. Pero este travestismo es terrible porque está hecho para engañar, y más que hacer reír, hace llorar.
Alguna vez contamos acá que un político amigo (o un amigo político, ya que en este caso el orden de los factores tampoco altera el producto), quiso hacernos creer aquello de “robo para la corona”.
Vamos a recurrir, entonces, y aunque no es de los escritores que más estimamos, a Pablo Coelho, quizás para ayudar a algunos a decidirse a hacer lo que tienen que hacer:
El maestro pidió a sus discípulos que fueran y trajeran comida. Estaban de viaje y no conseguían alimentarse bien.
Los discípulos volvieron al final de la tarde. Cada uno traía lo poco conseguido gracias a la caridad: frutas ya podridas, pan duro, vino agrio.
Pero uno de los discípulos traía una cesta de manzanas maduras.
-Siempre haré todo lo posible por ayudar a mi maestro y mis hermanos -dijo, compartiendo las manzanas con los demás.
-¿Dónde has conseguido esto? -preguntó el maestro.
-Tuve que robarlas. Sólo querían darme alimentos pasados, aún sabiendo que predicamos la palabra de Dios.
-Vete de aquí con tus manzanas y no vuelvas nunca más -dijo el maestro-. Aquél que hoy roba por mí, mañana terminará robando de mí.

El kirchnerismo, y sus chupamedias, se jactan de que tenemos la más amplia libertad de expresión.
Y es cierto.
Gracias a la libertad de expresión hoy ya es posible decir que un gobernante es un inútil sin que nos pase nada.
Y al gobernante tampoco.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

jueves, 23 de septiembre de 2010

Profesión de fe II

Profesión de fe II - Editorial del 24 de septiembre de 2010
No recuerdo en la historia de estos 666 editoriales haber tenido que escribir una explicación respecto a uno anterior, como sí debo hacer ahora.
Pero antes que nada, y como a mí me resultó y me resulta claro lo que expresé la pasada semana, quiero pedirle a aquellos lectores que se sintieron molestos por el contenido, que paren acá la lectura de éste de hoy, y relean aquél. Me parece que cometieron el error de entender lo que querían entender, y no lo que yo dije.
En ese texto aclaraba que, a propósito del festejo del Día del Profesor, se trataba de una reivindicación de aquellos que ejercen la docencia desde la habilitación de otro título, tal el caso de contadores, abogados, médicos, ingenieros, escribanos, etc. De ahí que, por ejemplo, y siguiendo ese criterio, los nombres aportados fuesen todos de esa característica, o sea la de profesional universitario dedicado en tiempo parcial a la enseñanza.
Digo, entonces, que el primer “enojo” de una amiga pierde acá su razón de ser, ya que no está incluida en el listado de quienes dejaron su marca en el Colegio Nacional, precisamente porque ese listado es excluyente, y está destinado solamente a un sector, cada vez más mínimo, de la docencia. En otras oportunidades, y está el archivo de Crónica como sustento de esta aseveración, he dedicado esta página a mencionar a aquellos que marcaron a fuego la historia de la institución decana de la educación secundaria de nuestra ciudad siendo docentes por carrera. Así, y los memoriosos lo recordarán, hablé con admiración y respeto de Olga Kippen, Profesora de Matemáticas (debería escribirlo todo con mayúsculas); de Paulina Flesler de Perelmiter, Maestra Normal que se convirtió por obligación y necesidad de la comunidad educativa en la mejor profesora de Geografía que tuvimos; de Lía Arroyo, ejemplar profesora de Lengua y Literatura con quién aprendí y nunca olvidare aquello de “Platero es pequeño, peludo y suave”; de Mirta Fleitas, que comenzaba su carrera y me “toma” todavía hoy lección de “Dichoso el árbol que es apenas sensitivo…”; de Dorlisa López de Bochatay, también de Matemáticas, a quién despedí con lágrimas en los ojos desde estas páginas; a Laura Bidal, Profesora de Inglés que logró que hasta hoy entienda ese idioma por lo que aprendí con ella hace ya ¡cuarenta años!; a María Angélica Gaitán, la “Negra”, también en Lengua y Literatura, materia que por aquellos tiempos, y acertadamente, se daba hasta cuarto año; a Catalina Ayala, Profesora que nos daba Merceología, una rareza para quienes íbamos a ser Peritos Mercantiles; a Inés Zoff, con sus clases de Historia y Educación Democrática, y así podría seguir la lista de nombres y de admiraciones hasta completar la hoja.
En el tan mentado editorial de la semana pasada, también mencioné algunos ejemplos no tan lejanos en el tiempo, recientemente jubilados, y con los que alcancé a trabajar juntos. Entonces, en esa lista, y pasando otra vez a los que estudiaron para eso, puedo nombrar a Elena Toso, Ángela “Tani” Nóbile, Silvia Hoet, Mary Bel, Susana Patriarca, y tantos más.
Obviamente que no voy a cometer el pecado de mencionar a los que aún están en actividad, como no lo hice en la anterior. Y eso porque ahí debería poner un especial cuidado en no dejar a nadie sin nombrar.
De todas maneras, lo que sí me interesa desmitificar es la errónea creencia o convicción de que quienes dedicamos una parte de nuestra vida al ejercicio de la docencia estamos invadiendo territorios de otros o usurpando títulos o empleos. No es así de ninguna manera, y no creo que alguien pueda argumentar a favor de ese concepto. Soy consciente de que en algunos ámbitos de la educación eso se menciona, incluso con nombre y apellido. Yo mismo he sido objeto de críticas en alguna oportunidad respecto a ese supuesto “ilegítimo desempeño”. Pero, curiosamente, ninguna de esas expresiones me fue dicha en oportunidad de mi largo camino por el gremialismo. Nunca nadie me reprochó que representara a los docentes en aquellas marchas contra el gobierno de Montiel y los Federales. Es más, muchos de los que por entonces caminaban al lado nuestro hoy están rompiendo los paros y desacatando las medidas de fuerza dispuestas por Agmer, aún siendo afiliados. Y eso solo por una cuestión de partidismo político, ya que parece ser esa la razón por la que no se animan a sostener las medidas de fuerza.
Tampoco he escuchado críticas a este rol docente de un abogado cuando un compañero necesita asesoramiento jurídico específico, el que obviamente puedo brindar en mejores condiciones que otros, por compartir las dos tareas.
Reconozco que este editorial y el anterior están escritos “en caliente”. Y precisamente por eso me duele que se haya malinterpretado aquél y me dolería que se malinterprete éste.
Como dije, el propósito era reivindicar la tarea de quienes ejercemos una de las más lindas profesiones, como es la de formar a los jóvenes, en este caso desde la habilitación de un título universitario, supliendo la formación pedagógica necesaria con amor y pasión por lo que hacemos.
Y reivindicar quiere decir “recuperar uno lo que le pertenece y no posee”, que en este caso es el derecho a ser reconocido como docente, lo que no es de ninguna manera una locura.
Por las dudas, y ante las dudas, el Estatuto del Docente Entrerriano dice, en su Artículo 1º: “Se considera docente a los efectos del presente Estatuto a quien imparte, dirige, supervisa, asesora u orienta la educación general y la enseñanza sistematizada así como quien colabora directamente en esas funciones con sujeción a normas pedagógicas y disposiciones de este Estatuto.
Para más datos, el art. 24° de la Ley 9595, modificado por la Ley 9695 de febrero de 2005, dice, textualmente: “Condiciones: el docente podrá acceder a la titularización siempre que reúna las siguientes condiciones al momento de la inscripción:
b) poseer título habilitante…
Las limitaciones también deben ser conocidas, porque ahí sí surge la diferencia, que por otra parte es lógica y tiene que ver, a favor de los docentes con título de tales, con una cuestión de incumbencias profesionales. Una surge respecto a la cantidad de horas cátedra, y en ese caso un profesional universitario que esté ejerciendo como tal, no puede tener más de 12 horas, contra las 36 que puede acumular un docente con título. Y, respecto a los concursos, un docente recién recibido, con 0 de puntaje, le gana a un profesional con título habilitante, que, como en caso de quién firma esta página, tiene más de 50 puntos en su credencial.
Por lo tanto, señoras y señores, para aquellos que lo entendieron “de una” y para los que no, lamentando que haya sido necesaria esta explicación, los profesionales que ejercemos la docencia no somos muchos, no le quitamos el trabajo a nadie y no competimos contra los que han estudiado para ello. Solamente ejercemos una vocación en el espacio que legalmente tenemos permitido, y, en algunos casos de los que damos fe, con un grado de compromiso que merece un respeto que no siempre se nos brinda.
Pablo Freire, indudable referente en esta profesión de enseñar, escribió:
“Enseñar exige respeto a los saberes y a la autonomía; enseñar exige la corporización de las palabras por el ejemplo, enseñar exige generosidad, saber escuchar y la firme convicción de que nadie es, si se prohíbe que otros sean".
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

jueves, 16 de septiembre de 2010

Profesión de fe

Profesión de fe - Editorial del 17 de septiembre de 2010
Hoy, 17 de septiembre, se festeja en todo el país el Día del Profesor. Más allá de la coexistencia con el 11 de septiembre, Día del Maestro (que muchos asimilan con el del docente en general), y con el 23 de mayo, hace poco, en 1988, instaurado Día del Trabajador de la Educación en conmemoración de la “Marcha Blanca”, es importante entender el por qué de esta fecha.
Recordemos, entonces, que se instituyó, y no por casualidad, en el aniversario de la desaparición física de un hombre fundamental del pensamiento en la Argentina: José Manuel Estrada. Para muchos, y sobre todo para los que tuvieron la idea, así como Sarmiento es “El Maestro” por antonomasia, Estrada resume en su personalidad los méritos cabales de “El Profesor”.
Este abogado, historiador, profesor universitario, legislador y periodista ejerció la docencia en el Colegio Nacional de Buenos Aires del cual llegó a ser Rector y fue titular de Derecho Constitucional en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, sin llegar a tener nunca un título docente.
Es, me parece, excelente entonces la oportunidad para intentar una reivindicación de aquellos que han ejercido y ejercen (aunque sean cada vez menos) la docencia desde la habilitación de otro título. Y de eso nuestra ciudad, y su educación secundaria, son un clarísimo reflejo, porque sus inicios, allá en la década del ’50, con los Institutos Ramírez y Weizmann, transformados luego en el Colegio Nacional Basavilbaso y su posterior Anexo Comercial, se basaron en gran medida en el apasionado y vocacional servicio educativo de profesionales universitarios, que se dieron cuenta de que de ellos dependía, dada la falta de profesores, la permanencia de los jóvenes en Basavilbaso por unos años más, y, lo que es más importante todavía, el acceso a un paso más allá de la primaria de chicos a quienes sus padres no podían ofrecerles trasladarse a Concepción del Uruguay o a Concordia, destino que hasta ese momento tenían como única opción para intentar ser bachilleres o peritos mercantiles.
No soy de aquella época, y es por eso que no voy a ponerle nombre y apellido a esos ejemplos. Pero sí quiero destacar, porque me enseñaron y porque me marcaron a fuego, a quienes, desde 1969 y hasta 1973, desde ese lugar impreciso en el que a veces se los ubica en el relato de la profesión educativa, me formaron en materias de las que aún hoy, cuarenta años después, tengo fijos los conocimientos. Hablo, entonces, de “Goyo” Rosquin, a quién con placer todavía hoy cruzo por las calles de este pueblo en el que tuve la suerte de nacer y de vivir. Nada me cuesta recordar sus clases acerca de amebas y paramecios, siendo que su conocimiento académico de la “mediación pedagógica” dejaba seguramente mucho que desear. Tengo también un espacio importante en la memoria de esos días para “Chacho” (el Dr. Miguel Augusto Carlín), sobre todo porque por él me nació la vocación que finalmente me llevó a ser abogado, y seguramente también, por la admiración, a ejercer la docencia en las mismas materias o espacios curriculares en que él lo hacía. Y no quiero, ni debo, olvidarme de los Contadores Gladys Acevedo, Arturo Bernal, Julio Levit y Juan Carlos Lucio Godoy, ni del Escribano Mario José Gluschancoff. De todos ellos, profesores sin título, tengo algo en mi corazón.
Más acá en el tiempo, y casi contemporáneos con mi propio ejercicio de la docencia, es imposible desconocer el trabajo que hicieron Marta Gardiman de Schoj, Liliana Bussón de Gallinger y Aníbal Budó, entre otros tantos, que lograron sobreponerse a esa carencia de formación con un ingrediente avasallante de ganas y de compromiso.
Yo mismo tuve buenos y malos profesores, sin que pesara para esta calificación la graduación docente. Tuve dedicados o indolentes, unos que siempre daban su clase de la misma manera, y otros que buscaban variantes para hacerla más interesante. Y no siempre eran mejores los que tenían más conocimientos, sino los que dentro de sus limitaciones se esmeraban por transmitirlos. Recuerdo que uno de ellos nos dijo una vez que cuando comenzó a dar clases trataba de enseñar a sus alumnos todo lo que sabía. Cuando tuvo más experiencia trató de enseñar lo que creía necesario que aprendieran. Y finalmente se dio cuenta de que debía enseñarles lo que necesitaban aprender.
Esencialmente, al profesor lo hace tal su vocación por compartir conocimientos. De muchos años en esta profesión he podido constatar cómo tantos colegas sin el titulo pero con una profunda vocación para la enseñanza son eficientes por contar con un don natural para la pedagogía educativa. Y a esto lo puedo decir desde una militancia gremial que defiende a ultranza la carrera docente, porque indudablemente brinda una poderosa herramienta de apoyo que puede facilitar mucho las estrategias educativas, no solo en el enseñar sino en el delicado proceso del evaluar. Y además porque el esfuerzo por estudiar una carrera docente merece el reconocimiento de la incumbencia profesional y de la competencia del título. Por el contrario, se trata simplemente de reconocer que las herramientas solas no hacen al artesano, aún cuando puedan serle de mucha utilidad para su trabajo.
Claro que he tenido siempre muy presente que la tarea docente no es la mera transmisión de conocimientos, sino la convicción de ayudar a otros en la difícil tarea del desarrollo de aptitudes, habilidades y destrezas. Además de la selección de contenidos, importantísima, no se puede dejar de lado la capacidad para escuchar reflexivamente, para sintetizar, para relacionar, para comparar, para sacar conclusiones, para realizar críticas, para aceptar otros puntos de vista aún cuando se defienda el propio, para argumentar, para fundamentar, para ubicarse en el tiempo y el espacio, para discriminar entre opinión e información, para profundizar la capacidad para integrarse socialmente, para respetar a los otros, para el trabajo en equipo, para crear un clima de paz y tranquilidad en el aula, para rescatar los “valores” en cada período o situación, para juzgar con equidad, etc.
Alguna vez leí, y me gustó, que la personalidad es necesaria en los profesores, ya que éstos deben ser capaces de motivar, seducir e hipnotizar. Sin personalidad el profesor se convierte en “desganado gramófono o en policía ocasional”, perdiendo su verdadero espíritu y significado.
Hay un dicho popular que reza: “los títulos no aumentan los conocimientos ni acortan las orejas”. Está bien obtener el título, sea de médico, abogado, ingeniero, arquitecto o profesor, porque ello supone la culminación de una carrera. El título es la llave que abre la primera puerta para “entrar a la cancha a jugar”, pero nada más que eso. Después, ya en la cancha, habrá que demostrar que se tienen condiciones.
Porque el problema no se soluciona con más o menos títulos. Lo preocupante es el analfabetismo funcional, posiblemente el mal de este siglo. Así como el siglo XIX pasará a la historia como el siglo de la escolarización, según algunos futurólogos el XXI puede llegar a ser la era de la muerte de la lectura y de la escritura. Vamos hacia una caída de la competencia verbal, los chicos conocen cada vez menos palabras y esto es peligroso porque equivale a menos ideas, menor posibilidad de un pensamiento articulado. Posiblemente se deba a que la comunicación de masas debe alcanzar a un público lo más amplio posible y, para lograrlo, simplifica el mensaje.
La lógica didáctica ha seguido con frecuencia esta práctica en vez de estar, como toda buena didáctica, algo por encima de quien la reciba.
Porque, por más que se invente lo que se invente, nadie puede poner en duda que "cuando el alumno no aprende es porque el profesor no enseña".
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

jueves, 2 de septiembre de 2010

Soliloquio

Soliloquio - Editorial del 3 de septiembre de 2010
Dice Serrat, poniéndole la voz a Machado:
Converso con el hombre que siempre va conmigo
-quien habla solo espera hablar a Dios un día-;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; me debéis cuanto escribo.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
Cuando asome la primera estrella del miércoles 8 de septiembre, la comunidad judía comenzará su más importante período de celebración religiosa, que exige, como condición fundamental, una introspección y un análisis de nuestro propio comportamiento.
Esto es así porque desde esa noche de Año Nuevo (Rosh Hashaná), y por espacio de diez días, el que culminará el sábado 18 con el Día del Perdón (Iom Kipur), cada uno de nosotros debe manifestar su contrición y hacer una profunda revisión de sus actos.
Para los judíos esta fecha recuerda la Creación, por la cual Adonai (que en hebreo quiere decir "mi Señor") concibió al hombre como la única de sus criaturas que posee una chispa de su divinidad. Y es por eso, precisamente, que Dios exige una rendición de cuentas a cada uno de los hombres.
El Rabino Abraham Skorka, que alguna vez nos visitara y con el cual compartiéramos la experiencia de un "retiro espiritual" junto a los estudiantes del Seminario Rabínico Latinoamericano que dirige, dice que "creer que hay un juez y una justicia, que no admite soborno alguno, que escruta los recónditos ámbitos de mentes y corazones, que nos juzga con rectitud y misericordia, da un sentido a nuestra existencia. Creer que toda nuestra vida no es más que un mero capricho de la naturaleza, que nos hallamos absolutamente solos en medio del cuasi inconmensurable cosmos, nos conlleva a una realidad en la que el sinsentido, la apatía y la desesperanza priman de tal modo que privan al hombre de toda acción creativa".
Hablábamos acá hace unos días de la esperanza. Y es justamente ese sentimiento el que nos debe conmover hoy, para compartirla con aquellos credos que tienen sus raíces en el judaísmo. La celebración del Año Nuevo debe tener forzosamente un sentido universal, porque la real paz, interior y exterior, sólo se puede alcanzar entre todos.
Los días que van este año entre el miércoles 8 y el sábado 18 se denominan "Iamim Noraim" (Días Terribles), ya que la aflicción que demostremos respecto a los errores cometidos, en la forma en que los establece la liturgia, es lo único que nos permitirá mantener incólume el sentido de la esperanza.
Estamos de acuerdo, entonces, en que este es uno de los momentos de mayor significación del calendario hebreo. El tránsito de un año a otro (en este caso del 5770 al 5771) no es un hecho banal en la tradición judía. Es una etapa solemne en la vida de cada uno de nosotros (de los que así lo sentimos), porque como ya dijimos, no habrá felicidad ni celebración sin un examen de conciencia individual y colectivo, conforme a los mandamientos de la moral de la responsabilidad con la que el judaísmo ha venido al mundo varios milenios atrás.
Una de las oraciones más importantes que se dirán en esos días es el Shema Israel, ("Oye Israel") casi un himno de sentimiento nacional, que conduce a pensar que hay que comprender, ya que esa es la diferencia que hay entre oír y solo escuchar. Oír, por lo tanto, es una actitud y no un mero acontecimiento para el judaísmo. Oír presupone reconocer en el otro lo distinto, lo diferente, lo imperfecto. Porque lo mismo, lo idéntico, no se oye.
Junto a esta idea, la de oír al otro, subsiste la de que el judaísmo en una visión pluralista y hasta, si se quiere, anarquista, tomando el término anarquista en su justa acepción natural y sin ligarlo a ningún tipo de partido o de ideología combativa. Un anarquismo esencial que no admite autoridad alguna como absoluta, suprema o indudable. La misma idea de Dios monoteísta rechaza toda idea de divinidad fuera de Dios, aquí sobre la tierra. En consecuencia, y siguiendo, con el salmo, aquello de "Dios está en el cielo y en la tierra están los hombres", la posibilidad de un absolutismo o de cualquier tipo de autoridad que se presente a sí misma como indudable, queda descartada.
La cuestión reside, pues, en el diálogo, en el pensamiento, en la reflexión, y, sobre todo, en el conocimiento.
Así, y solo así, entonces, Rosh Hashaná será el comienzo del Juicio y el Iom Kipur el día de la emisión del fallo. Porque la vara con que se mide la acción de cada uno no se halla conformada solamente por la justicia, ya que su otro gran componente es la misericordia.
El rabino Daniel Goldman, mucho menos mediático que el tan conocido Sergio Bergman, pero con similares responsabilidades de conducción espiritual comunitaria, dice que la tradición judía es diversal y no universal. No existe una sola voz, hay muchas y todas son válidas. Nadie puede hablar en nombre de…
Si se pretende conocer al pueblo judío, es por sobre todas las cosas necesario asomarse a sus tradiciones, expresadas de un modo unívoco en sus ceremonias, en sus ritos, en la policromía de sus hábitos y costumbres, en sus días festivos y luctuosos. Solo en esas ocasiones, como la que hoy nos ocupa, es dable entrever la fuente de la que brotan sus fuerzas espirituales que lo mantuvieron vivo en el tiempo.
Singularmente extraño es el judío en sus celebraciones tradicionales y religiosas, cuando el espíritu se eleva, bañado de fe y animado de nostalgias románticas. Es entonces que sus virtudes familiares se acendran, la unidad colectiva del pueblo se afianza y la pureza de los ideales comunes se acrecienta. El judío siente que al legado tradicional lo lleva "clavado en las carnes". Es por eso que las festividades tradicionales judías, lejos de constituir un ejercicio meramente ritualista, poseen la virtud estimulante de la existencia colectiva, que hace que hasta el más apartado de la grey, llegado el día de la festividad, experimente una atracción irresistible, una añoranza inefable, una sed del corazón que no puede mitigarse. Es indudable que renunciar a todo esto comporta arrancar de la intimidad del recuerdo la vida de la infancia, el niño que perdura en lo profundo del alma. Nada podría remediarlo.
Muchas veces hemos notado, y hemos hecho notar, que existen más similitudes que las que suponemos entre las religiones que devienen del judaísmo y el mismo judaísmo.
Estar juntos para rezar, es una de ellas.
Nosotros esperamos poder hacerlo.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso