jueves, 23 de septiembre de 2010

Profesión de fe II

Profesión de fe II - Editorial del 24 de septiembre de 2010
No recuerdo en la historia de estos 666 editoriales haber tenido que escribir una explicación respecto a uno anterior, como sí debo hacer ahora.
Pero antes que nada, y como a mí me resultó y me resulta claro lo que expresé la pasada semana, quiero pedirle a aquellos lectores que se sintieron molestos por el contenido, que paren acá la lectura de éste de hoy, y relean aquél. Me parece que cometieron el error de entender lo que querían entender, y no lo que yo dije.
En ese texto aclaraba que, a propósito del festejo del Día del Profesor, se trataba de una reivindicación de aquellos que ejercen la docencia desde la habilitación de otro título, tal el caso de contadores, abogados, médicos, ingenieros, escribanos, etc. De ahí que, por ejemplo, y siguiendo ese criterio, los nombres aportados fuesen todos de esa característica, o sea la de profesional universitario dedicado en tiempo parcial a la enseñanza.
Digo, entonces, que el primer “enojo” de una amiga pierde acá su razón de ser, ya que no está incluida en el listado de quienes dejaron su marca en el Colegio Nacional, precisamente porque ese listado es excluyente, y está destinado solamente a un sector, cada vez más mínimo, de la docencia. En otras oportunidades, y está el archivo de Crónica como sustento de esta aseveración, he dedicado esta página a mencionar a aquellos que marcaron a fuego la historia de la institución decana de la educación secundaria de nuestra ciudad siendo docentes por carrera. Así, y los memoriosos lo recordarán, hablé con admiración y respeto de Olga Kippen, Profesora de Matemáticas (debería escribirlo todo con mayúsculas); de Paulina Flesler de Perelmiter, Maestra Normal que se convirtió por obligación y necesidad de la comunidad educativa en la mejor profesora de Geografía que tuvimos; de Lía Arroyo, ejemplar profesora de Lengua y Literatura con quién aprendí y nunca olvidare aquello de “Platero es pequeño, peludo y suave”; de Mirta Fleitas, que comenzaba su carrera y me “toma” todavía hoy lección de “Dichoso el árbol que es apenas sensitivo…”; de Dorlisa López de Bochatay, también de Matemáticas, a quién despedí con lágrimas en los ojos desde estas páginas; a Laura Bidal, Profesora de Inglés que logró que hasta hoy entienda ese idioma por lo que aprendí con ella hace ya ¡cuarenta años!; a María Angélica Gaitán, la “Negra”, también en Lengua y Literatura, materia que por aquellos tiempos, y acertadamente, se daba hasta cuarto año; a Catalina Ayala, Profesora que nos daba Merceología, una rareza para quienes íbamos a ser Peritos Mercantiles; a Inés Zoff, con sus clases de Historia y Educación Democrática, y así podría seguir la lista de nombres y de admiraciones hasta completar la hoja.
En el tan mentado editorial de la semana pasada, también mencioné algunos ejemplos no tan lejanos en el tiempo, recientemente jubilados, y con los que alcancé a trabajar juntos. Entonces, en esa lista, y pasando otra vez a los que estudiaron para eso, puedo nombrar a Elena Toso, Ángela “Tani” Nóbile, Silvia Hoet, Mary Bel, Susana Patriarca, y tantos más.
Obviamente que no voy a cometer el pecado de mencionar a los que aún están en actividad, como no lo hice en la anterior. Y eso porque ahí debería poner un especial cuidado en no dejar a nadie sin nombrar.
De todas maneras, lo que sí me interesa desmitificar es la errónea creencia o convicción de que quienes dedicamos una parte de nuestra vida al ejercicio de la docencia estamos invadiendo territorios de otros o usurpando títulos o empleos. No es así de ninguna manera, y no creo que alguien pueda argumentar a favor de ese concepto. Soy consciente de que en algunos ámbitos de la educación eso se menciona, incluso con nombre y apellido. Yo mismo he sido objeto de críticas en alguna oportunidad respecto a ese supuesto “ilegítimo desempeño”. Pero, curiosamente, ninguna de esas expresiones me fue dicha en oportunidad de mi largo camino por el gremialismo. Nunca nadie me reprochó que representara a los docentes en aquellas marchas contra el gobierno de Montiel y los Federales. Es más, muchos de los que por entonces caminaban al lado nuestro hoy están rompiendo los paros y desacatando las medidas de fuerza dispuestas por Agmer, aún siendo afiliados. Y eso solo por una cuestión de partidismo político, ya que parece ser esa la razón por la que no se animan a sostener las medidas de fuerza.
Tampoco he escuchado críticas a este rol docente de un abogado cuando un compañero necesita asesoramiento jurídico específico, el que obviamente puedo brindar en mejores condiciones que otros, por compartir las dos tareas.
Reconozco que este editorial y el anterior están escritos “en caliente”. Y precisamente por eso me duele que se haya malinterpretado aquél y me dolería que se malinterprete éste.
Como dije, el propósito era reivindicar la tarea de quienes ejercemos una de las más lindas profesiones, como es la de formar a los jóvenes, en este caso desde la habilitación de un título universitario, supliendo la formación pedagógica necesaria con amor y pasión por lo que hacemos.
Y reivindicar quiere decir “recuperar uno lo que le pertenece y no posee”, que en este caso es el derecho a ser reconocido como docente, lo que no es de ninguna manera una locura.
Por las dudas, y ante las dudas, el Estatuto del Docente Entrerriano dice, en su Artículo 1º: “Se considera docente a los efectos del presente Estatuto a quien imparte, dirige, supervisa, asesora u orienta la educación general y la enseñanza sistematizada así como quien colabora directamente en esas funciones con sujeción a normas pedagógicas y disposiciones de este Estatuto.
Para más datos, el art. 24° de la Ley 9595, modificado por la Ley 9695 de febrero de 2005, dice, textualmente: “Condiciones: el docente podrá acceder a la titularización siempre que reúna las siguientes condiciones al momento de la inscripción:
b) poseer título habilitante…
Las limitaciones también deben ser conocidas, porque ahí sí surge la diferencia, que por otra parte es lógica y tiene que ver, a favor de los docentes con título de tales, con una cuestión de incumbencias profesionales. Una surge respecto a la cantidad de horas cátedra, y en ese caso un profesional universitario que esté ejerciendo como tal, no puede tener más de 12 horas, contra las 36 que puede acumular un docente con título. Y, respecto a los concursos, un docente recién recibido, con 0 de puntaje, le gana a un profesional con título habilitante, que, como en caso de quién firma esta página, tiene más de 50 puntos en su credencial.
Por lo tanto, señoras y señores, para aquellos que lo entendieron “de una” y para los que no, lamentando que haya sido necesaria esta explicación, los profesionales que ejercemos la docencia no somos muchos, no le quitamos el trabajo a nadie y no competimos contra los que han estudiado para ello. Solamente ejercemos una vocación en el espacio que legalmente tenemos permitido, y, en algunos casos de los que damos fe, con un grado de compromiso que merece un respeto que no siempre se nos brinda.
Pablo Freire, indudable referente en esta profesión de enseñar, escribió:
“Enseñar exige respeto a los saberes y a la autonomía; enseñar exige la corporización de las palabras por el ejemplo, enseñar exige generosidad, saber escuchar y la firme convicción de que nadie es, si se prohíbe que otros sean".
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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