jueves, 2 de septiembre de 2010

Soliloquio

Soliloquio - Editorial del 3 de septiembre de 2010
Dice Serrat, poniéndole la voz a Machado:
Converso con el hombre que siempre va conmigo
-quien habla solo espera hablar a Dios un día-;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; me debéis cuanto escribo.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
Cuando asome la primera estrella del miércoles 8 de septiembre, la comunidad judía comenzará su más importante período de celebración religiosa, que exige, como condición fundamental, una introspección y un análisis de nuestro propio comportamiento.
Esto es así porque desde esa noche de Año Nuevo (Rosh Hashaná), y por espacio de diez días, el que culminará el sábado 18 con el Día del Perdón (Iom Kipur), cada uno de nosotros debe manifestar su contrición y hacer una profunda revisión de sus actos.
Para los judíos esta fecha recuerda la Creación, por la cual Adonai (que en hebreo quiere decir "mi Señor") concibió al hombre como la única de sus criaturas que posee una chispa de su divinidad. Y es por eso, precisamente, que Dios exige una rendición de cuentas a cada uno de los hombres.
El Rabino Abraham Skorka, que alguna vez nos visitara y con el cual compartiéramos la experiencia de un "retiro espiritual" junto a los estudiantes del Seminario Rabínico Latinoamericano que dirige, dice que "creer que hay un juez y una justicia, que no admite soborno alguno, que escruta los recónditos ámbitos de mentes y corazones, que nos juzga con rectitud y misericordia, da un sentido a nuestra existencia. Creer que toda nuestra vida no es más que un mero capricho de la naturaleza, que nos hallamos absolutamente solos en medio del cuasi inconmensurable cosmos, nos conlleva a una realidad en la que el sinsentido, la apatía y la desesperanza priman de tal modo que privan al hombre de toda acción creativa".
Hablábamos acá hace unos días de la esperanza. Y es justamente ese sentimiento el que nos debe conmover hoy, para compartirla con aquellos credos que tienen sus raíces en el judaísmo. La celebración del Año Nuevo debe tener forzosamente un sentido universal, porque la real paz, interior y exterior, sólo se puede alcanzar entre todos.
Los días que van este año entre el miércoles 8 y el sábado 18 se denominan "Iamim Noraim" (Días Terribles), ya que la aflicción que demostremos respecto a los errores cometidos, en la forma en que los establece la liturgia, es lo único que nos permitirá mantener incólume el sentido de la esperanza.
Estamos de acuerdo, entonces, en que este es uno de los momentos de mayor significación del calendario hebreo. El tránsito de un año a otro (en este caso del 5770 al 5771) no es un hecho banal en la tradición judía. Es una etapa solemne en la vida de cada uno de nosotros (de los que así lo sentimos), porque como ya dijimos, no habrá felicidad ni celebración sin un examen de conciencia individual y colectivo, conforme a los mandamientos de la moral de la responsabilidad con la que el judaísmo ha venido al mundo varios milenios atrás.
Una de las oraciones más importantes que se dirán en esos días es el Shema Israel, ("Oye Israel") casi un himno de sentimiento nacional, que conduce a pensar que hay que comprender, ya que esa es la diferencia que hay entre oír y solo escuchar. Oír, por lo tanto, es una actitud y no un mero acontecimiento para el judaísmo. Oír presupone reconocer en el otro lo distinto, lo diferente, lo imperfecto. Porque lo mismo, lo idéntico, no se oye.
Junto a esta idea, la de oír al otro, subsiste la de que el judaísmo en una visión pluralista y hasta, si se quiere, anarquista, tomando el término anarquista en su justa acepción natural y sin ligarlo a ningún tipo de partido o de ideología combativa. Un anarquismo esencial que no admite autoridad alguna como absoluta, suprema o indudable. La misma idea de Dios monoteísta rechaza toda idea de divinidad fuera de Dios, aquí sobre la tierra. En consecuencia, y siguiendo, con el salmo, aquello de "Dios está en el cielo y en la tierra están los hombres", la posibilidad de un absolutismo o de cualquier tipo de autoridad que se presente a sí misma como indudable, queda descartada.
La cuestión reside, pues, en el diálogo, en el pensamiento, en la reflexión, y, sobre todo, en el conocimiento.
Así, y solo así, entonces, Rosh Hashaná será el comienzo del Juicio y el Iom Kipur el día de la emisión del fallo. Porque la vara con que se mide la acción de cada uno no se halla conformada solamente por la justicia, ya que su otro gran componente es la misericordia.
El rabino Daniel Goldman, mucho menos mediático que el tan conocido Sergio Bergman, pero con similares responsabilidades de conducción espiritual comunitaria, dice que la tradición judía es diversal y no universal. No existe una sola voz, hay muchas y todas son válidas. Nadie puede hablar en nombre de…
Si se pretende conocer al pueblo judío, es por sobre todas las cosas necesario asomarse a sus tradiciones, expresadas de un modo unívoco en sus ceremonias, en sus ritos, en la policromía de sus hábitos y costumbres, en sus días festivos y luctuosos. Solo en esas ocasiones, como la que hoy nos ocupa, es dable entrever la fuente de la que brotan sus fuerzas espirituales que lo mantuvieron vivo en el tiempo.
Singularmente extraño es el judío en sus celebraciones tradicionales y religiosas, cuando el espíritu se eleva, bañado de fe y animado de nostalgias románticas. Es entonces que sus virtudes familiares se acendran, la unidad colectiva del pueblo se afianza y la pureza de los ideales comunes se acrecienta. El judío siente que al legado tradicional lo lleva "clavado en las carnes". Es por eso que las festividades tradicionales judías, lejos de constituir un ejercicio meramente ritualista, poseen la virtud estimulante de la existencia colectiva, que hace que hasta el más apartado de la grey, llegado el día de la festividad, experimente una atracción irresistible, una añoranza inefable, una sed del corazón que no puede mitigarse. Es indudable que renunciar a todo esto comporta arrancar de la intimidad del recuerdo la vida de la infancia, el niño que perdura en lo profundo del alma. Nada podría remediarlo.
Muchas veces hemos notado, y hemos hecho notar, que existen más similitudes que las que suponemos entre las religiones que devienen del judaísmo y el mismo judaísmo.
Estar juntos para rezar, es una de ellas.
Nosotros esperamos poder hacerlo.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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