jueves, 26 de agosto de 2010

“Un cacho de cultura”

“Un cacho de cultura” - Editorial del 27 de agosto de 2010
Daniel Baremboim, pianista y director de orquesta argentino y del mundo, agarrándolo del brazo al Ministro de Cultura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Hernán Lombardi (pero podría haber sido el receptor también Jorge Coscia, Secretario de Cultura de la Nación, o cualquiera de los demás de cada una de las provincias argentinas, incluyendo a nuestro Subsecretario, Roberto Romani), lo incluyó implícitamente en un diálogo con el público que colmó la Avenida 9 de Julio el pasado sábado, en el concierto que brindó con la West-Eastern Divan Orchestra, integrada por músicos israelíes y palestinos: "Los gobiernos, todos, en vez de lamentarse y decir que no hay plata para la cultura, deberían invertir en ella. Acá están las pruebas, ¿no?".
Alguna vez hicimos en estas páginas una especie de guión de obra teatral en la que el funcionario de educación y cultura pedía más presupuesto, mientras que el de economía, como es ¿habitual? (¿debe serlo?) decía que no hay. Finalmente es el gobernante (presidente, gobernador o intendente) el que inclina la balanza, preguntándose, seguramente, por qué habría que resolver a favor del primero si los "beneficios" que producirían esos "gastos" parecen ¡tan pequeños o lejanos!
La cultura y el saber no pueden construirse si lo único que buscamos es lucro o provecho cercanos. Muchas veces la motivación es la mera satisfacción de hacerlo (al hecho cultural), sin pensar necesariamente en una utilidad económica.
Solemos defender, en los ámbitos en los que se nos permite discutir el tema, la idea de que si en el gobernante falta amor al saber y a la cultura es poco probable que haya suficiente decisión para que las políticas de Estado lleguen realmente a elevar la educación y brindar las condiciones adecuadas para que la inteligencia produzca los mejores frutos. Generalmente nos contestan, expresa o tácitamente (preferimos la expresa, porque nos permite saber a quién tenemos enfrente): ¿por qué razón habría que hacerlo, si los beneficios electorales y las ganancias económicas se obtienen de manera más rápida por otros medios?
Un quizás demasiado amplio sector de la clase política considera que la cultura es un lujo, algo para una suerte de "grupo iniciático" que disfruta de lo que hace y pretende que se le financie su gusto. Es por eso que, para ellos, apoyar la cultura es sinónimo de perder votos.
La cultura, en cambio, es la síntesis del esfuerzo que hacemos los seres humanos para ser cada día más humanos, o, para decirlo de otra manera, para ser cada día menos animales (en el sentido de la racionalidad, por supuesto, ya que admiramos en los otros sentidos a los verdaderos animales).
Nos cuesta creer a nosotros, que participamos activamente de los dos sectores, política y cultura, que una sea opuesta a la otra, porque, sabemos, entendemos, que ambas se proponen (o se deben proponer) metas afines y complementarias.
Así, mientras a la política le corresponde resolver los problemas más urgentes que afligen a la gente, lo que requiere sentido común y practicidad, la cultura hace su aporte para que esos gravísimos problemas dejen de existir o sean mucho menores. De esa manera, seguramente, con la convicción de que la especie humana es perfectible, la capacidad de alcanzar niveles de comprensión y de razonabilidad haría que las metas urgentes de la política (salud, educación y seguridad) sean menos apremiantes.
Queremos dejar muy bien aclarado acá que no nos gusta confundir educación con cultura, porque la educación es un medio, mientras que la cultura es un fin en sí misma, por su excelso contenido de elevación espiritual.
La cultura, bien entendida, es un excelente antídoto en contra de devaneos tales como la demagogia, que por estos días nos está demostrando, como deformación de la democracia, que para ella es mejor decir lo que más le plazca, aunque se aparte de la verdad.
No se puede ser culto y déspota al mismo tiempo, por eso los despotismos desde siempre han perseguido a la cultura. O no la han financiado, lo que es más o menos lo mismo.
Continuamente, en esos caminos comunes de los que hablábamos más arriba, bregamos para que de una buena vez nuestras democracias ubiquen a la cultura entre sus prioridades, apoyando a los creadores artísticos. Si bien es cierto que no existe un campeonato mundial de la cultura cada cuatro años, y de que el programa "Cultura para todos" (según Les Luthiers) se ve en su "horario habitual" de las 3 de la mañana, es a través de ella, sin ninguna duda, por dónde se dirime el destino de la humanidad.
Es por eso que el poder político ha impuesto el hábito de la discusión frívola, que lleva a la errónea conclusión de que para saber no necesito leer ni pensar. No se debaten ideas sino actos de viveza. No se reflexiona sobre modelos de nación o sobre cambios de estructuras, sino sobre conflictos entre caciques de medio pelo cuya única cultura consiste en la acumulación de argucias electoralistas.
Hace poco escribíamos acerca de San Martín y su renunciamiento, preguntándonos si nos merecíamos su legado. Y mencionábamos, tangencialmente, a Bolívar. Es bueno saber, respecto a éste último, entonces, que recorría el continente, en esa lucha emancipadora, llevando consigo una biblioteca, seguramente porque eso lo conminaba a sentir una auténtica admiración por el talento y la inteligencia.
También, cerca en el tiempo, terminábamos uno de nuestros editoriales utilizando el final de una canción de Cacho Castaña, que forma parte de nuestra cultura, y que habla de no perder nunca la esperanza. Esa esperanza que quedó en el fondo de la caja de Pandora después de que salieran de ella todos los males.
Por imperativo de nuestra constitución ontológica, necesitamos hacer, saber y esperar, porque un hombre sin esperanza sería un absurdo metafísico. Un hombre sin inteligencia.
Para finalizar, vamos a proponerles compartir algo que leíamos días pasados. En la película Gladiador, Cómodo, coronado emperador, para ganarse el favor del pueblo inaugura varios meses de juegos en el Coliseo entre los que incluye la reapertura de las peleas de los gladiadores, mientras que desde los carros le arrojan pan a la muchedumbre.
La escena de la película muestra la tradicional frase: pan y circo.
Claro que vale aclarar que ese período de la historia poco tiene que ver con la actualidad, porque los procesos políticos, sociales y económicos, se han vuelto mucho más complejos, dado que cuando la inflación hace escasear el pan, no hay circo romano que pueda montar Cómodo para distraer a la gente de los problemas que la afligen todos los días.
Porque, como dijo José Martí, "la única manera de ser libres es ser cultos".
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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