jueves, 27 de mayo de 2010

Síntomas

Síntomas - Editorial del 28 de mayo de 2010
Otra vez debo dar gracias a Dios por haberme ayudado a expresar lo dicho en el editorial de la semana pasada, porque los hechos no solo confirmaron mi postura, sino que, y esto es lo más importante, profundizaron mi pesar.
Debo reiterar acá que considero que lo que tiene que ver con el respeto de la diversidad debe ser una de las premisas más importantes en la relación entre los seres humanos. Si no partimos de esa base, seguramente equivocaremos el camino y encontraremos solo piedras en las que el hombre, como es su costumbre, suele tropezar más de una vez.
Fue un placer personal haber estado presente en la Misa de Acción de Gracias realizada en la Parroquia San José Obrero, plena de misticismo y de evocación religiosa. Debo reconocer, incluso, que participé en más de uno de los cánticos propios de esa celebración, llevado seguramente por el éxtasis que la misma situación supone. Y no fue un detalle menor la decisión de que la parte ceremonial concluyera con la entonación del Himno Nacional Argentino, magníficamente interpretado al piano, debo decirlo, por Carina Cortéz, nacida y criada acá nomás y otro de los lujos que no siempre sabemos los basavilbasenses reconocer. Otro tema fuerte, por supuesto, y aunque me toque de cerca, fue la actuación del Coro Municipal Magníficat, que dejó bien claro en el texto de sus canciones el contenido de fraternidad del que está imbuido.
Pero, pero…
Si bien no me resultaban necesarios ejemplos para reafirmar la convicción de que la falta de una celebración multiconfesional del Bicentenario, en mi pueblo, era un grave error, no es para despreciar lo sucedido en el Solemne Tedeum realizado en la Basílica de Luján. En él hubo un lugar preferencial para las prédicas de los representantes de las comunidades religiosas existentes en la Argentina. Así se hicieron presentes en el púlpito un prelado de la Iglesia Ortodoxa, una mujer pastora en nombre de la Federación de Iglesias Evangélicas, un Rabino y un Sheik.
Si yo no hubiese nacido y vivido en Basavilbaso, entonces, podría haberme permitido a mí mismo, ser parte, por ejemplo, de lo que vi por televisión cuando una señora mayor, seguramente argentina de religión judía, como yo, expresara sonriendo su alegría en el momento en el que el rabino Daniel Goldman terminó su participación con la ya célebre frase acuñada por César Tiempo, gran escritor argentino de fe judía: "¡Al Gran Pueblo Argentino, Shalom!"
Pero yo nací y vivo acá, y no puedo entender cómo por el voto de una Comisión Organizadora, se haya decidido una tan explícita y denigrante discriminación. Y conste que me atrevo a usar ese término porque tengo el aval para ello en los dichos de Cristina Ponce, Delegada del Inadi en Entre Ríos, quién al leer el editorial de la semana pasada me manifestó: "Se me hace difícil entender que en una ciudad emblemática por el aporte de la judería como Basso se la haya ofendido de ese modo".
Y menos puedo yo entender, todavía, que una vez advertido el grave error no se haya podido (¿querido?) subsanar, y mucho más me cuesta comprender el silencio cómplice por omisión de las entidades representativas de los otros credos religiosos de Basavilbaso (otros en relación al catolicismo), que no expresaron su disconformidad, asintiendo desde el silencio a este desplante u optando por no concurrir, lo que, por supuesto, también es reprochable.
A mí nunca me asustaron las discusiones respecto a puntos de vista disímiles, más que nada cuando ellos se refieren a cuestiones trascendentales. Los medios locales, incluido Crónica, se han hecho eco de un enfrentamiento entre dos dirigentes del partido gobernante, dedicándole tiempo y espacio, y sin embargo eso no pasa de ser una cuestión menor, intrascendente y de efímera perdurabilidad, tanto si continúan enfrentados como si se reconcilian.
En cambio lo que tiene que ver con la religiosidad es una problemática que lleva en el alma de la gente los 5770 años de historia que, según la Biblia, tiene la humanidad, y que sufre consecuencias imposibles de predecir cuando recibe ataques como este que relatamos o, incluso, como la "duplicación" del Tedeum que el capricho del matrimonio gobernante inventó para "escaparle" a la Catedral de Bergoglio.
Sin embargo, en la celebración que se realizó en la Basílica de Luján, el arzobispo Agustín Radrizzani pronunció una homilía con duras definiciones. Pidió "fortalecer el consenso", "superar partidismos e intereses personales" y "buscar soluciones superadoras". También abogó por una "mayor independencia" de los poderes del Estado y por una mejor distribución de la riqueza, y lo que es más importante aún, y conteste con la postura que sostuve la semana pasada y hoy, dividió el mensaje en "cuatro ejes": memoria, identidad, reconciliación y desafíos, ahondando en cada uno de esos temas.
Fueron precisamente esa memoria y esa identidad en las que me sentí, entonces, lesionado el 25 de Mayo, cuando en el acto público se realizó solamente una invocación religiosa católica. Ahí ya no estábamos en la Parroquia sino en las calles de mi pueblo, ese mismo que nuestras poetas definieron como de "criollos, judíos y gringos". Me alejé, premeditadamente, en ese momento, porque la emoción me podía traicionar, y de hecho pido disculpas a la amiga que, con razón, me "llamó la atención" por no hacer silencio mientras el Cura Párroco oraba. Podría sí yo, en compensación, pedir que comprendiera también mi turbación y la desolación en que me encontraba.
¿Puede alguien pensar que no es para tanto? Sí, puede, pero está equivocado. Esos mismos 5770 años de historia a que hacía referencia lo demuestran claramente, en varios y particulares momentos.
Y tampoco tiene razón aquella docente que intentó explicarme que el catolicismo es "religión de Estado". Mi formación en derecho, más allá de que por no ser una ciencia "dura" o exacta, da lugar, como se dice habitualmente, "a dos bibliotecas", me indica que en el Preámbulo se hace una referencia a Dios, y que la misma alude al teísmo, es decir, a una cosmovisión o posición ideológica que implica referencia a una divinidad, a un ser superior, que puede ser el Dios cristiano, el budista, el hebreo o el hindú.
Dicha invocación fue efectuada por los constituyentes porque eran hombres creyentes, y por el contexto histórico en el que se dictó la Constitución. Como tales optaron por esa invocación, apartándose del criterio seguido por los constituyentes norteamericanos.
Carlos J. Fayt, actual integrante de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, escribió: "Es de hacer notar que en nuestro país no existe religión oficial o religión del Estado, reduciéndose el sistema a la ayuda financiera a la Iglesia Católica, sin que ésto implique decaimiento o menoscabo a la libertad de cultos".
Y también la jurisprudencia de la Corte confirmó el mismo criterio. El máximo Tribunal de la República dijo que "la Constitución desechó la proposición de que el catolicismo fuera declarado la religión del Estado y la única verdadera…" (Cayuso, Susana G., Constitución de la Nación Argentina: claves para el estudio inicial de la norma fundamental, 1º ed., Bs. As., La Ley, 2006, p. 40)
Nadie tiene el derecho de ignorar que, además del catolicismo, que es la religión que profesa la mayoría de la población, coexisten armoniosamente en el país más de 2.500 cultos inscriptos, como el protestantismo, el pentecostalismo, el judaísmo y el Islam, entre otros muchos credos. Y que esa diversidad religiosa tiene una larga tradición que honra a nuestro país. Las legiones de inmigrantes del más diverso origen, que llegaron a estas tierras en la primera mitad del siglo pasado, dieron a este suelo un inconfundible sello universalista, humanista y plural.
Pero no es nada. Lo acepto. Me duele, pero comparto el pensamiento de Arturo Jauretche que no por casualidad puse en la tapa de la edición anterior:
"La Patria es un dolor que nuestros ojos no aprendieron a llorar".
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

viernes, 21 de mayo de 2010

Cornelio Saavedra y mi zeide

Cornelio Saavedra y mi zeide - Editorial del 21 de mayo de 2010
Para los desprevenidos, zeide, en idish, el idioma de los inmigrantes de la Europa Oriental que llegaron a estas tierras, quiere decir abuelo. El mío, por la rama paterna, llegó a principios del siglo XX y dejó en estas tierras, además de su esfuerzo, cuatro hijos y el polvo de sus huesos, lo que no es poco. Salomón Arcusin se llamaba, y acá empieza la parte en la que le pediré a cada uno de ustedes que ponga el nombre que sienta y quiera.
Por supuesto que no había otra manera para escribir sobre ésto que volver al "yo", que mucho no me gusta. Como sabe el lector consuetudinario, elijo la primera persona del singular cada vez que quiero que no queden dudas de que es una opinión personal, fundamentada y, por sobre todo, "bancada". En suma, lo que escribo aquí es lo que pienso, sin condicionamientos y "desde adentro".
Debo decir (estoy obligado a decirlo) que me queda un regusto amargo en la boca al pensar en lo que se está omitiendo en estos festejos. De ahí, como se imaginarán ustedes, la referencia del título, tanto porque quien fuera Presidente de la Primera Junta de Gobierno Patrio había nacido en Potosí (Virreinato del Perú) y mi zeide en Gersón, aldea de la Lituania rusa, cuánto porque el primero de ellos era masón (según datos fidedignos) y mi zeide judío, sin que tenga yo necesidad de probarlo.
Entonces, no termino de entender por qué, si entre ellos dos y nosotros, ahora, todos juntos hicimos la Patria, en el acto central del Bicentenario, acá por lo menos, en mi Basavilbaso, solo habrá una Invocación Religiosa católica.
Estoy seguro de que si se hubiera decidido compartir la ocasión con las otras confesiones que existen en mi pueblo, ello en nada afectaría la fe de los creyentes católicos. Y lo digo con convicción y conocimiento de causa, porque a la inversa, haber participado de misas o haber cantado el Ave María no ha conmovido para nada mi fe judaica. Entonces seguirán existiendo los templos y lugares de oración, las fiestas de religiosidad popular y, salvo que se tenga una fe débil y necesitada de seguridades, nada obstará a que se pueda orar, públicamente, por lo menos de las otras dos maneras, o sea de la cristiana no católica y de la judía, cuando se trata de la Patria de todos.
Ya alguna vez dije en una de estas páginas que me siento raro cuando en la plaza del pueblo en que nací, sobre la misma tierra en la que yacen para siempre mis padres y mis abuelos, en un acto celebratorio de la argentinidad toda, estoy en medio de los alumnos y docentes con los que comparto el derecho constitucional de enseñar y aprender, que es común a todos los habitantes, y también en medio de aquellos entre los que vivo, y no puedo evitar sentirme distinto cuando, sin tener opción, debo quedarme en silencio en el momento en que los que yo considero mis hermanos dicen el Padrenuestro, y quieto cuando esos mismos hermanos míos se persignan.
En el Preámbulo de la Constitución Nacional se hace una referencia a Dios mediante una impetración: "… invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia…". La misma alude al teísmo, es decir, a una cosmovisión o posición ideológica que implica referencia a una divinidad, a un ser superior, que puede ser el dios cristiano, el budista, el hebreo o el hindú. Pero el de todos.
Para traducir mi dolor, fuerte dolor, en palabras indudables por venir de quién vienen, monseñor Carmelo Juan Giaquinta, Arzobispo emérito de Resistencia, Chaco, en ocasión de la Fiesta de la Ascención del Señor, en vísperas del Bicentenario de la Patria, llamó a "apoyarse en el Nombre de Jesucristo y evitar la invocación mágica de nuestro pasado católico". Al respecto sostuvo que con ocasión del Bicentenario, "es probable que hablemos de los orígenes cristianos y católicos de nuestra nacionalidad. Y estará bien que lo hagamos, pues es de bien nacidos recordar y agradecer a todos los que nos precedieron". Sin embargo, aclaró que debemos "evitar invocar nuestros orígenes cristianos y católicos de manera mágica. Como si, por haber sido aquéllos católicos, hoy ya lo somos todos".
El Bicentenario encuentra a los argentinos con una multitud de asignaturas pendientes, de carencias tanto institucionales como sociales, de violación de derechos, de discriminaciones históricas. Y este es el momento del replanteo de aquellas cuestiones políticas, sociales y culturales. Y especialmente del papel de las religiones.
El Bicentenario pretende ser una puerta a la democratización de la alegría, por eso entre los ejes principales se encuentra la revalorización de las fiestas populares, impulsando y apoyando en cada rincón del país las manifestaciones de nuestra cultura y los festejos de nuestra gente.
Mi zeide vino a la Argentina seguramente que no en la búsqueda de adquisiciones materiales, y de todas maneras, si es que vino a eso, no las consiguió. Vino sí a fundar una familia heredera de una cultura milenaria y, al mismo tiempo, a integrarse a esta tierra de libertad que lo recibió como a un igual, porque la misma Constitución abre sus puertas a "todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino" ya en el Preámbulo, que es como decir "antes de entrar".
La inmigración a la Argentina tuvo un carácter masivo, en el siglo diecinueve y comienzos del veinte, porque el volumen de la población nativa fue, por varias décadas, relativamente menor respecto a los recién llegados. Y eso sin dejar de tener en cuenta que si hablamos del Bicentenario de los Pueblos, debemos poder pensar ideas y acciones no sólo frente a los festejos oficiales, sino en otros que nos conviertan en protagonistas colectivos de las transformaciones pendientes.
Alberto Gerchunoff, en su cuento "El Himno", le hace decir al rabino, en el acto central de los festejos del Centenario en Villa Domínguez, una parábola extraída de las tradiciones judías de España, que simbolizaba para el orador la libertad de los pueblos: "Había un pájaro prisionero en una jaula de hierro. Creía que todos los pájaros viven así hasta cierto día en que vio a otro pájaro revolotear en el espacio y posarse sobre los tejados y los árboles. Entonces el canto del prisionero se volvió triste. Tanto meditó en su esclavitud, hasta que concibió el pensamiento de roer las rejas con el pico".
En ese cuento, a renglón seguido, Jacobo, el gaucho judío, explica a don Benito Palas, comisario del pueblo, el sentido del discurso. Y por toda respuesta, el comisario recitó las estrofas del Himno. No lo comprendían del todo los judíos, pero al llegar a la palabra Libertad, el recuerdo de su antigua esclavitud, de la amargura y las persecuciones seculares sufridas, revolvió sus corazones y con el alma y con la boca todos exclamaron, como en la sinagoga: ¡Amén!
Gerchunoff, entonces, termina diciendo lo que nosotros hacemos ahora nuestro, invocando lo que nos es común a todos.
"Es generoso el pabellón que ampara los antiguos dolores de la raza y cura las heridas como venda dispuesta por manos materiales. Arrodillémonos, y bajo sus pliegues enormes, junto con los coros enjoyados de luz, digamos el cántico de los cánticos, que comienza así: Oíd mortales el grito sagrado…
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

viernes, 14 de mayo de 2010

La dracma extraviada

Editorial del 14 de mayo de 2010
Iniciamos la semana pasada, con el aviso de que cualquier contingencia nos obligaría a cambiar sobre la marcha, una expresión de nuestro pensamiento respecto a los festejos del Bicentenario de la Patria.
Intentaremos seguir hoy, con algunas apreciaciones particulares respecto a nuestra idea sobre aquello que debería comprender el concepto de “festejo”.
Así, a modo de trazar un paralelo, cuando nosotros celebramos nuestros propios cumpleaños, lo hacemos no sólo recordando el día en que nacimos (bah, no lo recordamos nosotros, obviamente, sino que nos lo recuerdan nuestros padres, abuelos y tíos), sino también cada uno de los acontecimientos vividos en esos tiempos. Para ejemplificar, en esos días hacemos mención a cuando aprendimos a caminar, cuando dejamos la mamadera, nuestro primer día de clase, la primera novia, y muchas otras cosas que sería larguísimo de describir.
Pero, además, en los cumpleaños se recuerdan también aquellos hechos que no nos aportaron nada, y de los cuales seguramente hoy nos avergonzamos. ¿Pero de qué manera avanzaríamos en la vida si no fuera aprendiendo de nuestros errores?
A nosotros nos parece que memorar 200 años, y sobre todo hacerlo bajo el título de “Bicentenario”, supone no sólo recordar a los “Hombres de Mayo”, sino a todos los que escribieron líneas en nuestra Historia. O sea, además de los españoles y los criollos (hijos de españoles), y de los aborígenes, a los que muy pocos mencionan hoy, también deberíamos incluir en la nómina de homenajeados a los inmigrantes que, desde mediados del siglo 19, poblaron la República y coadyuvaron a fortalecer la Nación.
En la vida de cada uno de nosotros se da la paradoja de que, al comienzo de ella, los festejos son organizados por nuestros padres, mientras que al final, lo son por nuestros hijos. Y está de moda ahora, a partir de cierta edad (usualmente se hace a los 15, pero también a los 80), editar un video en el que se muestren aquellos aspectos relevantes de los que hayan quedado pruebas.
Sin la capacidad para hacer nosotros lo mismo desde lo audiovisual, sí nos animaremos a proponerlo desde lo escrito, detallando los que son, a nuestro criterio, los hitos más importantes superados, con éxitos y fracasos, por la argentinidad toda.
Como para empezar por algo, dejando atrás la historia de los primerísimos años, tenemos la guerra contra el Brasil, los gobiernos de Rosas, su derrocamiento y la llamada Organización Nacional. Y, en el siglo 20, el primer golpe de estado del 6 de septiembre de 1930, que “volteó” a Yrigoyen y que dio inicio a la década denominada "infame", caracterizada por la corrupción y por dar nacimiento a un modelo de estado pro-fascista que caló muy profundo en la sociedad y del cual hasta hoy no hemos podido remover sus herencias culturales, tales como el desprecio por las leyes e instituciones propias de la República, por la opinión del otro y por la transparencia en la administración pública, entre tantos otros males originados en ese molde; el 17 de octubre de 1945; la caída de Perón en 1955; su vuelta en el ’72 (Ezeiza), y después el golpe del ‘76, que instauró el neoliberalismo en el país. Y no hay que olvidarse, obviamente, de la guerra de Malvinas.
Los entrerrianos, en ese conteo regresivo, seguramente apelaremos a la figura de Justo José de Urquiza, que prefirió retirarse de una batalla que ganaba con facilidad, para poder unir a la ciudad de Buenos Aires con la Confederación. Dio un paso al costado, resignando el poder personal, por algo que vislumbró mucho más grande que la mera gloria terrenal. No nos cabe duda de que en sus oídos sonaban las palabras que el esclavo que sostenía los laureles le prodigaba al general que entraba victorioso a Roma: "No olvides que eres un simple mortal". Entonces, si hablamos de Urquiza, debemos resaltar entre los pilares de este Bicentenario, la rúbrica de la Constitución de 1853 que afianzó el nacimiento de una nueva nación.
Otros mojones de la Historia fueron la ley Sáenz Peña, que promovió el voto universal, y que posibilitó la llegada por primera vez de un gobierno popular al poder. Y los derechos de los trabajadores, incluidos primero en la Constitución de 1949, y luego, al ser ésta derogada, agregados como artículo 14 bis a la vigente.
Pero es claro que también hay, como decíamos más arriba, situaciones que, por vergüenza, debemos recordar y no repetir, y que por esas cosas de la mentira de la historia (y del periodismo) nos enseñaron tan mal. Así tenemos el escandaloso reparto de tierras entre unos pocos desde 1810 en adelante y sobre todo después de las dos “conquistas del desierto”; y también, por supuesto, esas dos citadas “Conquistas”; el gremialismo partidista, no democrático y corrupto; la “clase” política de estos últimos 25 años que fragmentó a la sociedad a la sombra de su falta de capacidad para gobernar, vaciando la democracia de contenido, no respetando la Constitución y haciendo “gala” de una total falta de ética con un egoísmo y ambición de poder que roza la desfachatez; la época del '70, con el error fatal que cometieron los militares; la pésima distribución de la riqueza; la pobreza y la indigencia; la decadencia educacional; los empresarios corruptos y cobardes, amigos de todo gobierno de turno sin importarles un país de grandeza ni la hipoteca que todos ellos dejaron y dejan a las generaciones venideras, y la tristeza social en un país rico con un futuro incierto y sin oportunidades si continúan con este circo corporativo.
Es por eso que lo que uno lamenta es que este festejo le haya tocado al peor gobierno nacional de la historia democrática (probablemente) y al más corrupto de esa misma historia (seguramente), más empeñado en enriquecerse y enriquecer a sus amigos que en revitalizar los principios que hicieron posible el nacimiento y el desarrollo de la Patria. Los negociados que se empeñan en tapar, mientras se desviven por dedicar horas y horas a vanagloriarse de una libertad de prensa de la que no son responsables y de una política de derechos humanos que heredaron y que, si la siguen llevando adelante, es por mera conveniencia. Y acá debemos dejar aclarado que los delitos se pueden cometer tanto por acción como por omisión.
Están saliendo a la luz por estos días hechos como los que involucran al intercambio comercial con Venezuela, y a otros internos como el tema del juego y de las obras públicas, en los que nombres como los de Cristóbal López y Lázaro Báez aparecen prestados para que se enriquezca aquél que comenzó a hacer su fortuna desde abajo, quedándose con las propiedades de los afectados por la Circular 1050. Pero, es claro, de eso en “6, 7, 8” (premio Martín Fierro a la obsecuencia y a la mentira) no se habla.
No importa. Como dijo alguna vez el General Perón: “ya llegará la hora del escarmiento”.
Pero, como proponíamos la semana pasada, “hay que entender para atrás pero ver para adelante”. Es por eso que recordaremos, para finalizar, y como una especie de oración (laica, en este caso) algo que una vez leímos y guardamos.
Cuenta el Evangelio que una mujer había perdido un dracma (una moneda) y salió a buscarla. Y buscándola la encontró. Pero si no la hubiera buscado ¿cómo hubiera podido encontrarla?
Entre tantos desaciertos hemos perdido mucho, como individuos y como sociedad.
Solo entre todos daremos con la dracma extraviada.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

viernes, 7 de mayo de 2010

Ver para adelante, y entender para atrás

Editorial del 7 de mayo de 2010
Desde hace 199 años (se supone que empezamos los festejos el 25 de mayo de 1811), los argentinos recordamos los sucesos de la Semana de Mayo como una forma de reafirmar nuestra identidad nacional. Ello aunque más no sea para mantener la costumbre, inveterada, de aprovechar esas fechas para inaugurar cosas, o, más próximos en el tiempo, para justificar un fin de semana largo, solo aprovechable por aquellos a los que les sobra como para irse de mini-vacaciones. ¡Si;” Identidad Nacional”!
El entusiasmo general provocado por la celebración de Mayo fue creciendo a través del tiempo, llegando al cenit, seguramente, cuando el Centenario, en 1910.
Es claro que por esos tiempos la Argentina era una de las primeras potencias del mundo, lo que no quería decir, necesariamente, que todos sus habitantes gozaran de esas riquezas. También eran tiempos de inmigración, y es bueno recordar (o leer, para quién todavía no lo hizo) el libro “Los Gauchos Judíos”, de Alberto Gerchunoff, que en uno de sus cuentos relata, muy apasionadamente, la relación sanguínea que surgía entre los colonos y la bandera de su nueva patria. Obviamente que esto sirve para interpretar el sentimiento de todos los que llegaron a estas tierras. Solo usamos ese ejemplo literario porque nos toca de cerca, en varios sentidos.
Hemos comenzado la página de hoy con el propósito de dedicar el mes de mayo, si el devenir de los acontecimientos no nos propone otra cosa, (que ya estamos acostumbrados a ello), a devanar estos 200 años, en la convicción de que el pasado puede entenderse, tanto a través de la historia personal como de la historia social, pero no puede cambiarse. Y como ya sabemos que el futuro es imprevisible, solo nos queda la posibilidad de atender muy bien nuestro presente, que es el único tiempo real.
Jean Paul Sartre decía que “no poder entender la historia es no poder transformarla”, sugiriendo que la vamos construyendo día a día, porque la totalidad de ella no está compuesta, como nos suelen enseñar, solo por fechas y batallas, sino también (o por sobre todo), por gente concreta, con sus vidas irrepetibles.
Nosotros creemos que hay una nueva forma de concebir el pasado, y es teniendo en cuenta que lo que producimos son fenómenos de larga duración. Así pierden importancia, entonces, meros acontecimientos puntuales o coyunturales, que sí les interesan, y no es casualidad, a un sector de la dirigencia política, que quiere hacernos creer que lo fundamental es dar a los carecientes una asignación por hijo, o discutir con Clarín la propiedad de los medios de información hoy, no hasta hace dos años, cuando el multimedios decía lo que Kirchner quería.
Los argentinos no podemos estudiar nuestra historia sin aceptar e incorporar que somos resultado y producto de una triple realidad: nacional, familiar e individual. Y que, además, estos tres aspectos deben ser analizados, para que sirvan, bajo la lupa de la antropología, la sociología, la literatura, el arte, la economía, y muchas otras ciencias más.
Hasta ahora no hemos encontrado, en las demasiado etiquetadas referencias a estos 200 años, otra cosa que datos. Hasta en las gigantografías y en los videos alusivos solo están el Cabildo y los héroes de las batallas. No hay referencias al ser humano de piel y huesos que habitó y habita nuestra Patria, que piensa, que siente, que trabaja y que descansa, que come, que se divierte, que está en familia, que canta, que reza, que VIVE.
Si no queremos que la festividad se agote en desfiles y en un fin de semana largo para “disfrutar”, debemos dedicarnos, en serio, a discutir el porqué de que, entre otras cosas, se hayan deteriorado estas celebraciones cívicas.
Seguramente, si nos proponemos profundizar, encontraremos que las causas se relacionan con el desconcierto generalizado acerca de qué significa ser argentino y qué lugar ocupa nuestro país en el mundo. Y los jóvenes nos dirán que les preocupa saber qué perspectivas se ofrecen a las futuras generaciones y si tenemos algún proyecto en común o constituimos solo una mera suma de iniciativas y de negocios particulares. ¡Y cada vez menos iniciativas y más negocios particulares!
Ya que, como decíamos más arriba, a nuestro entender la Historia no se reduce a la evocación cargada de nostalgia de un pasado, por grato que sea. El recuerdo histórico tiene vitalidad y sentido en la medida en que ofrezca sustento a un proyecto de futuro.
Pero, a pesar de todo esto, nuestros conductores persisten en llevarnos por los caminos errados, perdiéndose en discusiones estériles y tapando negociados que nos hunden cada vez más.
Es por eso que este Bicentenario nos encuentra enmarañados en la posibilidad siempre mal guiada, y, por eso, desalentados. Tenemos todo lo externo, pero no sabemos ordenar la marcha. Inmaduros, no hace falta ver nada más que un poco de TV, algo de redes sociales y el resto de algunos medios gráficos para advertir que oscilamos entre la exultación vana y la queja aún más que vana. Despreciable.
Nos da lástima ver el triste papel que juega hoy la ciudadanía, siendo solamente un mero actor secundario de la película que, luego de dos siglos de esfuerzos, juega un matrimonio con su séquito, en un intento, hasta ahora exitoso, de terminar con la República.
Los riesgos son inmensos. Podemos sumergirnos en un default infinito o en fracasos educativos, parlamentarios, culturales y mediáticos para los cuales estamos haciendo todos los “méritos”.
Para saber qué hacer, debemos volver a las fuentes, porque en una primera etapa la globalización pareció propicia a nuestro afán, y entramos en ella. Pero dimos pasos encontrados. Nos diluimos en el mundo (y hasta en Sudamérica) y perdimos identidad.
Los argentinos debemos tomar conciencia de que estamos preparados para ese ejercicio audaz que significa mirar para atrás y advertir que nos constituyen diversidades telúricas y étnicas, por lo que estamos habituados a aceptar mestizajes de cuerpo y espíritu, saludables talleres a la hora de buscar nuestra identidad.
Este Bicentenario nos encuentra con una imagen apocalíptica. El agotamiento de los recursos naturales y la intoxicación del medio ambiente no son temas menores y nadie le da importancia. De ahí que, para comenzar a andar los nuevos tiempos debamos, antes que nada, asumir la conciencia responsable de que estamos todos en un mismo barco al que debemos “salvar” todos juntos.
Con 200 años la Argentina es todavía un país en formación. Es un magnífico proyecto que muchos pretendieron (y pretenden) dar de alta antes de tiempo, y eso nos convierte, cíclicamente (y en ciclos cada vez más próximos entre sí) en una nación neurótica que entró en decadencia antes de llegar al logro.
Habíamos irrumpido en la Historia con orgullo y voluntad de ser, y no hay razón para que no volvamos a esa senda. ¡Y nada de golpear tímidamente para entrar! Si demostramos que queremos ser y correremos el riesgo, podemos dar el viraje necesario.
El título de hoy, por fin, que sirve como reflexión final, es una parte de una frase del filósofo danés Soren Kierkegaard: “El ‘pequeño’ problema de la existencia es que se vive para adelante y se entiende para atrás”.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso