jueves, 27 de mayo de 2010

Síntomas

Síntomas - Editorial del 28 de mayo de 2010
Otra vez debo dar gracias a Dios por haberme ayudado a expresar lo dicho en el editorial de la semana pasada, porque los hechos no solo confirmaron mi postura, sino que, y esto es lo más importante, profundizaron mi pesar.
Debo reiterar acá que considero que lo que tiene que ver con el respeto de la diversidad debe ser una de las premisas más importantes en la relación entre los seres humanos. Si no partimos de esa base, seguramente equivocaremos el camino y encontraremos solo piedras en las que el hombre, como es su costumbre, suele tropezar más de una vez.
Fue un placer personal haber estado presente en la Misa de Acción de Gracias realizada en la Parroquia San José Obrero, plena de misticismo y de evocación religiosa. Debo reconocer, incluso, que participé en más de uno de los cánticos propios de esa celebración, llevado seguramente por el éxtasis que la misma situación supone. Y no fue un detalle menor la decisión de que la parte ceremonial concluyera con la entonación del Himno Nacional Argentino, magníficamente interpretado al piano, debo decirlo, por Carina Cortéz, nacida y criada acá nomás y otro de los lujos que no siempre sabemos los basavilbasenses reconocer. Otro tema fuerte, por supuesto, y aunque me toque de cerca, fue la actuación del Coro Municipal Magníficat, que dejó bien claro en el texto de sus canciones el contenido de fraternidad del que está imbuido.
Pero, pero…
Si bien no me resultaban necesarios ejemplos para reafirmar la convicción de que la falta de una celebración multiconfesional del Bicentenario, en mi pueblo, era un grave error, no es para despreciar lo sucedido en el Solemne Tedeum realizado en la Basílica de Luján. En él hubo un lugar preferencial para las prédicas de los representantes de las comunidades religiosas existentes en la Argentina. Así se hicieron presentes en el púlpito un prelado de la Iglesia Ortodoxa, una mujer pastora en nombre de la Federación de Iglesias Evangélicas, un Rabino y un Sheik.
Si yo no hubiese nacido y vivido en Basavilbaso, entonces, podría haberme permitido a mí mismo, ser parte, por ejemplo, de lo que vi por televisión cuando una señora mayor, seguramente argentina de religión judía, como yo, expresara sonriendo su alegría en el momento en el que el rabino Daniel Goldman terminó su participación con la ya célebre frase acuñada por César Tiempo, gran escritor argentino de fe judía: "¡Al Gran Pueblo Argentino, Shalom!"
Pero yo nací y vivo acá, y no puedo entender cómo por el voto de una Comisión Organizadora, se haya decidido una tan explícita y denigrante discriminación. Y conste que me atrevo a usar ese término porque tengo el aval para ello en los dichos de Cristina Ponce, Delegada del Inadi en Entre Ríos, quién al leer el editorial de la semana pasada me manifestó: "Se me hace difícil entender que en una ciudad emblemática por el aporte de la judería como Basso se la haya ofendido de ese modo".
Y menos puedo yo entender, todavía, que una vez advertido el grave error no se haya podido (¿querido?) subsanar, y mucho más me cuesta comprender el silencio cómplice por omisión de las entidades representativas de los otros credos religiosos de Basavilbaso (otros en relación al catolicismo), que no expresaron su disconformidad, asintiendo desde el silencio a este desplante u optando por no concurrir, lo que, por supuesto, también es reprochable.
A mí nunca me asustaron las discusiones respecto a puntos de vista disímiles, más que nada cuando ellos se refieren a cuestiones trascendentales. Los medios locales, incluido Crónica, se han hecho eco de un enfrentamiento entre dos dirigentes del partido gobernante, dedicándole tiempo y espacio, y sin embargo eso no pasa de ser una cuestión menor, intrascendente y de efímera perdurabilidad, tanto si continúan enfrentados como si se reconcilian.
En cambio lo que tiene que ver con la religiosidad es una problemática que lleva en el alma de la gente los 5770 años de historia que, según la Biblia, tiene la humanidad, y que sufre consecuencias imposibles de predecir cuando recibe ataques como este que relatamos o, incluso, como la "duplicación" del Tedeum que el capricho del matrimonio gobernante inventó para "escaparle" a la Catedral de Bergoglio.
Sin embargo, en la celebración que se realizó en la Basílica de Luján, el arzobispo Agustín Radrizzani pronunció una homilía con duras definiciones. Pidió "fortalecer el consenso", "superar partidismos e intereses personales" y "buscar soluciones superadoras". También abogó por una "mayor independencia" de los poderes del Estado y por una mejor distribución de la riqueza, y lo que es más importante aún, y conteste con la postura que sostuve la semana pasada y hoy, dividió el mensaje en "cuatro ejes": memoria, identidad, reconciliación y desafíos, ahondando en cada uno de esos temas.
Fueron precisamente esa memoria y esa identidad en las que me sentí, entonces, lesionado el 25 de Mayo, cuando en el acto público se realizó solamente una invocación religiosa católica. Ahí ya no estábamos en la Parroquia sino en las calles de mi pueblo, ese mismo que nuestras poetas definieron como de "criollos, judíos y gringos". Me alejé, premeditadamente, en ese momento, porque la emoción me podía traicionar, y de hecho pido disculpas a la amiga que, con razón, me "llamó la atención" por no hacer silencio mientras el Cura Párroco oraba. Podría sí yo, en compensación, pedir que comprendiera también mi turbación y la desolación en que me encontraba.
¿Puede alguien pensar que no es para tanto? Sí, puede, pero está equivocado. Esos mismos 5770 años de historia a que hacía referencia lo demuestran claramente, en varios y particulares momentos.
Y tampoco tiene razón aquella docente que intentó explicarme que el catolicismo es "religión de Estado". Mi formación en derecho, más allá de que por no ser una ciencia "dura" o exacta, da lugar, como se dice habitualmente, "a dos bibliotecas", me indica que en el Preámbulo se hace una referencia a Dios, y que la misma alude al teísmo, es decir, a una cosmovisión o posición ideológica que implica referencia a una divinidad, a un ser superior, que puede ser el Dios cristiano, el budista, el hebreo o el hindú.
Dicha invocación fue efectuada por los constituyentes porque eran hombres creyentes, y por el contexto histórico en el que se dictó la Constitución. Como tales optaron por esa invocación, apartándose del criterio seguido por los constituyentes norteamericanos.
Carlos J. Fayt, actual integrante de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, escribió: "Es de hacer notar que en nuestro país no existe religión oficial o religión del Estado, reduciéndose el sistema a la ayuda financiera a la Iglesia Católica, sin que ésto implique decaimiento o menoscabo a la libertad de cultos".
Y también la jurisprudencia de la Corte confirmó el mismo criterio. El máximo Tribunal de la República dijo que "la Constitución desechó la proposición de que el catolicismo fuera declarado la religión del Estado y la única verdadera…" (Cayuso, Susana G., Constitución de la Nación Argentina: claves para el estudio inicial de la norma fundamental, 1º ed., Bs. As., La Ley, 2006, p. 40)
Nadie tiene el derecho de ignorar que, además del catolicismo, que es la religión que profesa la mayoría de la población, coexisten armoniosamente en el país más de 2.500 cultos inscriptos, como el protestantismo, el pentecostalismo, el judaísmo y el Islam, entre otros muchos credos. Y que esa diversidad religiosa tiene una larga tradición que honra a nuestro país. Las legiones de inmigrantes del más diverso origen, que llegaron a estas tierras en la primera mitad del siglo pasado, dieron a este suelo un inconfundible sello universalista, humanista y plural.
Pero no es nada. Lo acepto. Me duele, pero comparto el pensamiento de Arturo Jauretche que no por casualidad puse en la tapa de la edición anterior:
"La Patria es un dolor que nuestros ojos no aprendieron a llorar".
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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