viernes, 7 de mayo de 2010

Ver para adelante, y entender para atrás

Editorial del 7 de mayo de 2010
Desde hace 199 años (se supone que empezamos los festejos el 25 de mayo de 1811), los argentinos recordamos los sucesos de la Semana de Mayo como una forma de reafirmar nuestra identidad nacional. Ello aunque más no sea para mantener la costumbre, inveterada, de aprovechar esas fechas para inaugurar cosas, o, más próximos en el tiempo, para justificar un fin de semana largo, solo aprovechable por aquellos a los que les sobra como para irse de mini-vacaciones. ¡Si;” Identidad Nacional”!
El entusiasmo general provocado por la celebración de Mayo fue creciendo a través del tiempo, llegando al cenit, seguramente, cuando el Centenario, en 1910.
Es claro que por esos tiempos la Argentina era una de las primeras potencias del mundo, lo que no quería decir, necesariamente, que todos sus habitantes gozaran de esas riquezas. También eran tiempos de inmigración, y es bueno recordar (o leer, para quién todavía no lo hizo) el libro “Los Gauchos Judíos”, de Alberto Gerchunoff, que en uno de sus cuentos relata, muy apasionadamente, la relación sanguínea que surgía entre los colonos y la bandera de su nueva patria. Obviamente que esto sirve para interpretar el sentimiento de todos los que llegaron a estas tierras. Solo usamos ese ejemplo literario porque nos toca de cerca, en varios sentidos.
Hemos comenzado la página de hoy con el propósito de dedicar el mes de mayo, si el devenir de los acontecimientos no nos propone otra cosa, (que ya estamos acostumbrados a ello), a devanar estos 200 años, en la convicción de que el pasado puede entenderse, tanto a través de la historia personal como de la historia social, pero no puede cambiarse. Y como ya sabemos que el futuro es imprevisible, solo nos queda la posibilidad de atender muy bien nuestro presente, que es el único tiempo real.
Jean Paul Sartre decía que “no poder entender la historia es no poder transformarla”, sugiriendo que la vamos construyendo día a día, porque la totalidad de ella no está compuesta, como nos suelen enseñar, solo por fechas y batallas, sino también (o por sobre todo), por gente concreta, con sus vidas irrepetibles.
Nosotros creemos que hay una nueva forma de concebir el pasado, y es teniendo en cuenta que lo que producimos son fenómenos de larga duración. Así pierden importancia, entonces, meros acontecimientos puntuales o coyunturales, que sí les interesan, y no es casualidad, a un sector de la dirigencia política, que quiere hacernos creer que lo fundamental es dar a los carecientes una asignación por hijo, o discutir con Clarín la propiedad de los medios de información hoy, no hasta hace dos años, cuando el multimedios decía lo que Kirchner quería.
Los argentinos no podemos estudiar nuestra historia sin aceptar e incorporar que somos resultado y producto de una triple realidad: nacional, familiar e individual. Y que, además, estos tres aspectos deben ser analizados, para que sirvan, bajo la lupa de la antropología, la sociología, la literatura, el arte, la economía, y muchas otras ciencias más.
Hasta ahora no hemos encontrado, en las demasiado etiquetadas referencias a estos 200 años, otra cosa que datos. Hasta en las gigantografías y en los videos alusivos solo están el Cabildo y los héroes de las batallas. No hay referencias al ser humano de piel y huesos que habitó y habita nuestra Patria, que piensa, que siente, que trabaja y que descansa, que come, que se divierte, que está en familia, que canta, que reza, que VIVE.
Si no queremos que la festividad se agote en desfiles y en un fin de semana largo para “disfrutar”, debemos dedicarnos, en serio, a discutir el porqué de que, entre otras cosas, se hayan deteriorado estas celebraciones cívicas.
Seguramente, si nos proponemos profundizar, encontraremos que las causas se relacionan con el desconcierto generalizado acerca de qué significa ser argentino y qué lugar ocupa nuestro país en el mundo. Y los jóvenes nos dirán que les preocupa saber qué perspectivas se ofrecen a las futuras generaciones y si tenemos algún proyecto en común o constituimos solo una mera suma de iniciativas y de negocios particulares. ¡Y cada vez menos iniciativas y más negocios particulares!
Ya que, como decíamos más arriba, a nuestro entender la Historia no se reduce a la evocación cargada de nostalgia de un pasado, por grato que sea. El recuerdo histórico tiene vitalidad y sentido en la medida en que ofrezca sustento a un proyecto de futuro.
Pero, a pesar de todo esto, nuestros conductores persisten en llevarnos por los caminos errados, perdiéndose en discusiones estériles y tapando negociados que nos hunden cada vez más.
Es por eso que este Bicentenario nos encuentra enmarañados en la posibilidad siempre mal guiada, y, por eso, desalentados. Tenemos todo lo externo, pero no sabemos ordenar la marcha. Inmaduros, no hace falta ver nada más que un poco de TV, algo de redes sociales y el resto de algunos medios gráficos para advertir que oscilamos entre la exultación vana y la queja aún más que vana. Despreciable.
Nos da lástima ver el triste papel que juega hoy la ciudadanía, siendo solamente un mero actor secundario de la película que, luego de dos siglos de esfuerzos, juega un matrimonio con su séquito, en un intento, hasta ahora exitoso, de terminar con la República.
Los riesgos son inmensos. Podemos sumergirnos en un default infinito o en fracasos educativos, parlamentarios, culturales y mediáticos para los cuales estamos haciendo todos los “méritos”.
Para saber qué hacer, debemos volver a las fuentes, porque en una primera etapa la globalización pareció propicia a nuestro afán, y entramos en ella. Pero dimos pasos encontrados. Nos diluimos en el mundo (y hasta en Sudamérica) y perdimos identidad.
Los argentinos debemos tomar conciencia de que estamos preparados para ese ejercicio audaz que significa mirar para atrás y advertir que nos constituyen diversidades telúricas y étnicas, por lo que estamos habituados a aceptar mestizajes de cuerpo y espíritu, saludables talleres a la hora de buscar nuestra identidad.
Este Bicentenario nos encuentra con una imagen apocalíptica. El agotamiento de los recursos naturales y la intoxicación del medio ambiente no son temas menores y nadie le da importancia. De ahí que, para comenzar a andar los nuevos tiempos debamos, antes que nada, asumir la conciencia responsable de que estamos todos en un mismo barco al que debemos “salvar” todos juntos.
Con 200 años la Argentina es todavía un país en formación. Es un magnífico proyecto que muchos pretendieron (y pretenden) dar de alta antes de tiempo, y eso nos convierte, cíclicamente (y en ciclos cada vez más próximos entre sí) en una nación neurótica que entró en decadencia antes de llegar al logro.
Habíamos irrumpido en la Historia con orgullo y voluntad de ser, y no hay razón para que no volvamos a esa senda. ¡Y nada de golpear tímidamente para entrar! Si demostramos que queremos ser y correremos el riesgo, podemos dar el viraje necesario.
El título de hoy, por fin, que sirve como reflexión final, es una parte de una frase del filósofo danés Soren Kierkegaard: “El ‘pequeño’ problema de la existencia es que se vive para adelante y se entiende para atrás”.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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