viernes, 30 de abril de 2010

6, 7, 8, Goebbels

Editorial del 30 de abril de 2010
Seguramente no seremos ni innovadores ni pioneros en elaborar esta idea, pero como estamos convencidos de su importancia y de la necesidad de esclarecer opiniones al respecto, “allá vamos”, entonces, en el desarrollo de algo que es más que una hipótesis.
Joseph Goebbels, a nadie le escapará, (creemos), fue el Ministro de Propaganda del régimen nazi de Adolfo Hitler. Como tal se ocupó de generar, sin que para ello se cuestionara nunca los medios, la convicción en la comunidad alemana de que, entre otras cosas, la búsqueda de la “solución final” para el tema de los judíos, era lo mejor que le podía pasar al país germánico.
A esta altura no tenemos temor de ser reiterativos en la mención del que quizás haya sido uno de los temas más trágicos de la historia reciente de la humanidad. Y la mayor justificación de esa reiteración la encontramos, no ya en los resultados, por todos conocidos, sino en los albores de lo que muchos, premonitoriamente, denominaron “el huevo de la serpiente”. En efecto, si nos ubicamos, por ejemplo, en el año 1933, cuando comenzaron los primeros movimientos discriminatorios, la gente todavía confiaba en que se trataba de un régimen democrático. Incluso los judíos, que ya eran, en la idea pérfida y preconcebida, las víctimas expiatorias de todos los males habidos y por haber, se quedaron en su país (porque eran alemanes, austríacos, checoeslovacos, etc.), suponiendo que nada podría complicarse.
La semana pasada elaborábamos, a través del pensamiento, el criterio de que para que sucedan tragedias comunitarias hace falta la complicidad expresa o tácita, por acción o por omisión, de gran parte de la sociedad. Y eso se logra, entre otros medios, por la manipulación de la opinión pública a través de la prensa.
Si eso fue así en la Alemania de Hitler, en la cual los actos de gobierno se publicitaban por los diarios y alguna que otra radio, imagínese el lector cómo debemos preocuparnos hoy, cuando la variedad, la cantidad y la llegada de los medios son tan vastas e incontrolables.
Tomamos como ejemplo el programa “6, 7, 8” de la mayoritariamente ominosa TV Pública, porque no creemos errarle al concepto de “miente, miente, que algo quedará” por el cual se hizo famoso el citado miembro del gabinete del Tercer Reich.
Es difícil de entender cómo seres humanos que seguramente tienen una alta autoestima, se degradan tanto para agradar (valga el juego de palabras) al poder. Seguíamos desde hace años los artículos periodísticos de Orlando Barone en La Nación (Puerto Libre, se llamaba su espacio), pero ahora hasta nos da vergüenza decirlo, a la luz de su manifiesta desfachatez para justificar lo injustificable.
Si no fuera trágico para el país este modo de encarar periodísticamente las cosas, justamente en el canal oficial, que debería ser del estado y no del partido del gobierno, nos permitiríamos reírnos de las absurdas expresiones con las que pretenden hacernos creer (a los que gustamos de leer entre líneas) que todo lo que hacen Cristina y su cónyuge está bien.
Se rasgan las vestiduras hablando de libertad de prensa, sin decir que ésta rige plenamente para los periodistas y medios que ven (o que les conviene ver) en la pareja presidencial a los “salvadores de la patria”. Ellos sí pueden decir lo que se les antoja, mofarse descaradamente del Vicepresidente de la Nación, del presidente (o ex, en todo caso, ahora) del principal partido de la oposición (Gerardo Morales), y de cuanta figura política se les ocurra. Y si hay algún medio o periodista que no comparta ese criterio (ex profeso excluimos a Clarín porque compartimos la convicción de que es una expresión del corporativismo más aberrante), será caracterizado de manera agraviante.
Y, para colmo de males, luego de esa pública denostación hecha en un canal que se mantiene con los impuestos que pagamos todos los argentinos, y no solamente los kirchneristas, no recurren a la justicia para probar sus dichos, sino que apelan a los barras bravas de los clubes de fútbol que les son afines, o a los afiches que, si no paga el Comfer, por lo menos los avala.
Expresar disidencias o matices es la actividad más peligrosa de la actualidad política. Pero estamos hablando de la verdadera y fundada disidencia, no de la que “pour le galerie” manifiestan en nuestra Entre Ríos los que hasta hace poco brindaban de la misma copa de champán.
En este país que recién está llegando, siendo benevolentes, porque ya dijimos hace pocos días que no compartimos por completo el criterio de que la cuenta comience en 1810, la reiteración de hechos fatídicos es demasiado próxima como para que no la tengamos en cuenta.
En el programa que mencionamos, muy a disgusto, los slogans y las repetidas hasta el cansancio falsas opciones, no hacen más que dificultar el diálogo honesto entre distintas visiones, hasta tornarlo imposible. Desde hace bastante tiempo, cualquier observación ellos la ven y la interpretan como proveniente de un enemigo, cuando, en realidad, puede ser un aporte que incluso le convendría aplicarla al poder dominante.
Nosotros creemos que esta prédica que se inicia en el programa y que se prolonga en Facebook y en marchas “espontáneas” constituye un empleo desfachatado de la prepotencia contra los adversarios políticos, apelando a métodos cada vez más arteros para retener la obediencia del cuerpo social.
Los que integran este “proyecto” y se autoproclaman “montoneros”, muchos de ellos haciendo gala de su militancia y otros muchos inventándola ahora, deberían recordar, a la hora de denostar a los que piensan distinto, que el General Perón los denominó “enemigos embozados” echándolos de la Plaza de Mayo, siendo que antes los había halagado como “la juventud maravillosa”.
En todo caso deberían si aprender de su líder, que en un mismo día, el ya célebre 15 de abril de 1953, luego de asegurar, enfática y textualmente, “vamos a tener que volver a la época de andar con el alambre de fardo en el bolsillo”, recuperó el dominio y la cordura y pidió a la muchedumbre “les ruego que se retiren con calma, seguros de que sabré manejar la situación”. El gran tema es que nosotros no creemos que ahora haya alguien que, luego de echar el combustible, sea capaz de apagar las llamas.
El problema de los gobiernos populistas y demagógicos es que necesitan del clientelismo para perpetuarse en el poder y así no arriesgar que se descubran sus tretas. Sin embargo, y pese a ese afán (¡demasiado afán, diríamos!), es notorio que nos gobierna una dirigencia irrepresentativa, que supone que el resto del país está poblado por una sarta de imbéciles (que venimos a ser nosotros), que no nos damos cuenta de que el gobierno de Cristina es el mejor de la historia.
Uno debe escuchar los argumentos con los que se critica al multimedios de Clarín, en su mayor parte ciertos y atendibles, y luego compararlos con el verborragia oficialista de Barone y Sandra Russo, y no encontrará mayores diferencias. Las dos posturas son iguales de hipócritas y están destinadas a confundir a la opinión pública.
Porque, como dijo Sigmund Freud:
“Hay dos maneras de ser feliz en esta vida; una hacerse el idiota; la otra, serlo”.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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