jueves, 8 de abril de 2010

25 de Mayo y Urquiza

25 de Mayo y Urquiza - Editorial del 9 de abril de 2010
Por supuesto que los lectores locales saben que no estamos hablando de una esquina, porque en nuestra ciudad esas calles son consecutivas, o, mejor dicho, comparten entre sí el nombre de la arteria más larga de la ciudad. Descartado este mero aspecto territorial, intentaremos desentrañar en estas líneas la idea central que nos lleva a pensar que, en la Argentina, el concepto del Bicentenario no se puede agotar en el recuerdo del 25 de Mayo.
Rodolfo Terragno, muy importante pensador devenido en no tan importante político, comenzó hace un tiempo a desarrollar una idea que por estos días está volviendo a manifestar en los medios, que tiene que ver con una idea más abarcativa que la del proyecto oficial, y que habla del Bicentenario 2016.
Así, dice, "para celebrar en serio, conviene recurrir a la misma sutileza que emplearon los patriotas de Mayo. Mientras Fernando VII permaneció cautivo en Valançay, ellos gobernaron en su nombre. Fue necesario que se produjera la restauración borbónica para que las Provincias Unidas del Río de la Plata proclamaran, en 1816, su Independencia. Si queremos que el planeamiento coincida con una celebración, aquella demora histórica nos da otros seis años de plazo. El nuevo Plan Bicentenario podría llamarse Argentina 2016. No se trata, sin embargo, de seguir pidiendo prórroga. En estos seis años, se decidirá si la Argentina despega o se hunde".
No es casualidad que nosotros hayamos tomado este tema hoy, y vamos así entrando a explicar el título. El próximo domingo, 11 de abril, se cumplirán 140 años del asesinato (homicidio por encargo) de Justo José de Urquiza.
Es que, yendo un poco más allá de lo que propone Terragno, que reivindica la Declaración de la Independencia, impulsada desde diversos ángulos por el general San Martín y por el abogado y también general Manuel Belgrano, que implicó la voluntad de manejar nuestro destino por medio de un gobierno propio, y teniendo en cuenta que el proceso (¡maldita palabra!) completo en la Argentina no se cerró hasta tener una Constitución, queremos reivindicar en esta hora la figura de quién lograra organizar nuestra sociedad en base a un documento de consenso, la Constitución Nacional, sancionada el 1° de mayo de 1853, impulsada y sostenida por él, y que implicaba, para aquellos tiempos, una filosofía de libertad y de dignidad para el ciudadano. Las posteriores reformas la fueron "aggiornando", pero, aún con defectos, algunos de ellos insalvables, sigue siendo un modelo de cómo se pueden poner en orden las cosas.
No estaría mal, se nos ocurre, que la idea de implementar este aprovechamiento de la Historia para poder festejarlo, comience con un documento similar al que, un 1° de Mayo de 1851, hiciera leer públicamente Urquiza en la plaza de Concepción del Uruguay, y que se conoce con el nombre de Pronunciamiento. Ese breve escrito es el origen de las instituciones argentinas y de la propia Constitución, y puede ser el modelo de un relanzamiento de nuestro país hacia un futuro más venturoso.
Hay que recordar que, en esos tiempos, Juan Manuel de Rosas había aplastado todos los levantamientos interiores de manera cruel (sin chequeras ni coparticipaciones, como ahora, pero aplastado al fin) y había llegado a acuerdos con las potencias extranjeras pagando las deudas (¡oh casualidad!). No reconocía la independencia del Paraguay ni permitía la libre navegación de los ríos (¡Botnia, Botnia!), por lo que ahogaba (si se nos permite el juego de palabras) todo el comercio del interior. Tampoco quería reunir un congreso ni oír voces disidentes (también era del sur, aunque no de "tan" al sur), y expresó y reiteró, aún en el exilio después de Caseros, que era enemigo de cualquier "cuadernito que llaman Constitución" (textual).
Aun aceptando que, tal vez, las razones de Urquiza tenían que ver con su conveniencia personal, uno de los propósitos del Pronunciamiento (es bueno recordarlo en estos tiempos de la "ley de cheques") fue el de nacionalizar la Aduana de Buenos Aires, que era la única verdadera fuente rentística y cuyo producido, con Rosas, quedaba para beneficio exclusivo de su provincia, con excepción de algunas migajas que establecía la ley de 1835.
Algo similar tendremos que hacer para que estos festejos no se transformen en una fiesta particular, a la que muchos estaremos mirando desde afuera.
Sin ir más lejos, y como para ir reconociendo a los cantores por su tonada, la Sra. Presidente, en el discurso en el que anunció la entrega de computadoras portátiles a los alumnos de las escuelas secundarias (las mismas escuelas que se caen a pedazos, que no tienen agua potable, que no tienen bancos ni tizas), se comparó con Sarmiento, un gobernante unitario y conservador, que seguramente no por casualidad estuvo muchos años peleado con Urquiza. En efecto, el resentimiento de Sarmiento perdurará durante décadas, para convertirse en gran enemistad durante los siguientes años, a medida que las disidencias políticas entre ambos se profundizaron. A tal punto llegó el encono que, con motivo del conflicto entre la Confederación y el Estado bonaerense, en el que Sarmiento se alineó junto a Alsina y Mitre, llegó a proponer que Justo José de Urquiza fuera extraditado a Southampton (la ciudad inglesa donde vivía Rosas) o, mejor aún, "que fuera ahorcado por el bien del país".
La reconciliación entre ambos recién llegará en 1870, cuando Domingo Faustino Sarmiento, siendo presidente de la República, efectuó una visita de buena voluntad al Palacio San José, legendaria residencia campestre de Justo José de Urquiza. El entonces primer mandatario concurrió con el fin de obtener del anciano caudillo entrerriano, actor principal, como dijimos, de la organización constitucional de la Nación, el apoyo para su gestión al frente del gobierno. De ese modo, Sarmiento comenzaba a desandar el discutible sendero político que lo llevó, dos décadas atrás, a tomar partido en favor de la facción liderada por Bartolomé Mitre.
Apenas dos meses después de esa visita, significativamente, el 11 de abril de 1870, una partida de federales compuesta inclusive por peones de don Justo, toma por asalto el Palacio, resultando muerto Urquiza en la refriega, la que trata de rechazar empuñando un arma de fuego. La muerte no queda clara. Ricardo López Jordán siempre negará que el asesinato de fuera el objetivo de la rebelión, sino su retiro voluntario de la política y, tal vez, su exilio.
De lo que no queda ninguna duda es de que, a partir de ahí, se terminó de plasmar en la Argentina un proyecto de país que mirara a Europa con admiración y que le sirviera de proveedor de alimentos. Para los "patriotas" que sucedieron a Urquiza y que "lograron" la unidad nacional, se inició un camino de dependencia y de "tirar manteca al techo" que solo verían amenazado por el triunfo de Hipólito Yrigoyen en 1916.
Y aún cuando la frase pertenece a Nicolás Avellaneda, hombre de aquellos que criticamos, es bueno recordar, con él, que:
"Los pueblos que olvidan sus tradiciones, pierden la conciencia de sus destinos, y los que se apoyan sobre tumbas gloriosas, son los que mejor preparan el porvenir."
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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