jueves, 19 de agosto de 2010

Convencernos

Convencernos -Editorial del 20 de agosto de 2010
Ya por estos días están empezando a despuntar candidaturas para las elecciones del próximo año. Algunas explícitas y otras todavía escondidas detrás de acciones o declaraciones que no dejan ninguna duda respecto a lo que se pretende.
A la luz de esos acontecimientos, testigos como hemos sido de lanzamientos y de postulaciones, y protagonistas como seguramente seremos, nos animamos a intentar trazar algunas líneas definitorias de lo que, a nuestro parecer, debe expresar la política.
Rousseau, el célebre filósofo de la Ilustración, se asombraba de una tribu de salvajes cuyos integrantes eran tan incapaces de anticiparse al futuro más próximo, que vendían su cama por la mañana para reponerla cada noche.
Se nos ocurre que en este momento las alternativas de conducción deben estar orientadas hacia quienes hayan demostrado inteligencia en otras actividades, más allá de la política. Concretamente, que hayan sido artífices en la solución de problemas. Juan B. Justo decía, a propósito de esta capacidad, que “el método se mide por los resultados”.
Hemos tenido dirigentes inteligentes, acá cerca y allá lejos. De lo que no estamos seguros, y debemos decirlo, es de que hayan sabido ver claro y lo antes posible, porque también es un atributo de la inteligencia conseguir, por el camino mejor, lo que uno desea para sí y para los demás. Insistimo: ver claro y lo antes posible lo que nos conviene.
Por supuesto que la primera dificultad con la que nos encontramos al seguir este razonamiento, es que todos nos consideramos a nosotros mismos inteligentes. Todos aceptamos tener incluso cualquiera de las pestes que envió Dios a los egipcios, o ser titulares de alguno de los pecados capitales, pero no aceptamos de ninguna manera ser lentos mentales.
Esa historia que cuenta Rousseau solamente puede ser superada mediante la inteligencia, es decir, mediante la capacidad de inventar el método adecuado para sortear el problema imprevisto. O, en otras palabras, mediante la originalidad ante la situación inédita.
Cuando decimos que es el momento de apelar a quiénes han demostrado aptitud en otras áreas, sobre todo en aquellas en las que no se actúa solamente movido por una remuneración en dinero, lo decimos porque no creemos en los fogonazos, los relámpagos, los espasmos de inteligencia, ya que ellos no conducen a nada. Los argentinos somos muy proclives a imaginar rápidamente en puestos de conducción política a quienes se muestran como “golondrinas de un solo verano”, o a suponer que los triunfadores en cualquier género pueden serlo también en el rol de representantes del pueblo. Así, y por dar algunos nombres, han llegado a la política con resultados efímeros y a veces hasta nefastos, personajes como Palito Ortega y Reutemann. ¡Y hasta alguno imaginó a Maradona como candidato a senador si Argentina salía campeón del mundo!
El liderazgo que ejerció Alfredo de Ángeli durante los reclamos de los sojeros hizo imaginar a algunos (y hasta a él mismo) que era posible una transpolación hasta la gobernación de la provincia o, incluso, a la presidencia de la nación. Muy pocos alcanzamos a advertir y a advertirles, a tiempo, que era una bengala que se iba a apagar pronto, y que iba a dejar solo, y cuánto mucho, asombro pasajero y nostalgia.
Para seguir con las citas, hay una máxima que se le atribuye a Leonardo Da Vinci: “Ostinato rigore”, que traducida quiere decir, ni más ni menos que perseverancia.
El secreto está, entonces, y salvo que alguien nos demuestre lo contrario con hechos, y no con palabras, en juntar primero a los dotados, dándoles después las posibilidades para desplegar esas dotes. Lo que importa, ante la magnitud de los problemas que nos aquejan, es pensar: aprender a pensar, disciplinar la cabeza y ejercitarla convenientemente.
No es casualidad que hoy en día recibamos un bombardeo de trivialidades a través de los medios, sobre todo de aquellos de llegada masiva, como la televisión, y de los de acceso tecnológico, como las redes sociales de la Internet. Como dijo Martín Fierro, “atajándose” de una referencia que hoy sería fatal por eso de la “cuestión de género”: “…no digo todas, pero hay algunas”. Tanto en la TV como en las redes hay cosas buenas y aspectos positivos. Pero no son los más vistos ni los más usados. La virtud del divertimento ha pasado a ocupar espacios necesarios para desarrollar otras cosas, y uno termina, si no tiene la suficiente fortaleza de espíritu, siendo esclavo del pensamiento de los líderes a los que les conviene que creamos que lo vital pasa por Ricardo Fort, por Lola Ponce o por el perfil de Facebook.
Así nos estamos convirtiendo, sin darnos cuenta, en nuevos vendedores de nuestras camas por la mañana para comprar otras por la noche, por aceptar vivir sin continuidad, en perpetuo zigzag, con sólo un ánimo repentista y exitista.
Hace tiempo que venimos bregando por una mejora en la educación, que tienda a la excelencia, convencidos como estamos de que es la única solución a los problemas. Lamentablemente tropezamos a diario con obstáculos increíbles, con torpezas inimaginables, con ideas retrógradas y con razonamientos inconsistentes.
Está de moda denostar a los prohombres que forjaron nuestra patria, cometiendo el grave error de sacarlos de su época y juzgarlos según nuestra óptica de hoy. Y eso sin entrar a hablar de los que procuran disminuir esos logros para evitar fatales comparaciones que dejarían a muchos de nuestros dirigentes actuales ante la evidencia de su propia torpeza.
La Historia no formal asigna alternativamente a Sarmiento y a Mitre (al final mucho no importa cuál de los dos fue el autor) el proyecto de construir un colegio secundario en cada capital de las por entonces catorce provincias argentinas. Un diputado de aquellos que nunca faltan (la verdad, que siempre sobran) dijo que el gasto era una desmesura económica, y que lo más prudente, equilibrado y razonable era becar a los jóvenes más talentosos de esas provincias para que fueran a estudiar a los tres colegios secundarios de la época, que eran el de Monserrat, en Córdoba, el de Concepción del Uruguay, y el San Carlos, en Buenos Aires.
Sarmiento (o Mitre) contestó que no. Que el colegio debía convertirse en un faro y en un foro de cultura de cada una de las provincias, y como resultante, de todo el país.
Y ahora, más de un siglo después, estamos haciendo el camino inverso, vaciando de contenidos la educación y convenciendo a nuestros jóvenes de que la verdad pasa por el triunfalismo y por la banalidad, convirtiendo a la tontería en algo deseable. ¿Para qué estudiar, si con un casting podemos llegar más fácilmente?, se preguntarán con rigor casi científico nuestras alumnas. ¿Para qué estudiar, si la vida fácil tiene, aparentemente, más rápidas y eficaces compensaciones?
Todos leímos aquello de “lo esencial es invisible a los ojos”. ¿Será por eso que nos negamos a ver la realidad? ¿O es que no queremos reconocer los ejemplos concretos de que “se puede” (sin alusiones partidistas)?
El título de hoy tiene que ver con un tango - canción de Eladia Blázquez y Chico Novarro:
“Convencernos, con fuerza y coraje
que es tiempo y es hora de usar nuestro traje.
Ser nosotros por siempre, y a fuerza de ser
convencernos y así convencer”.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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