jueves, 28 de octubre de 2010

Los límites de la estupidez

Los límites de la estupidez - Editorial del 29 de octubre de 2010
Resulta casi imposible mirar televisión argentina sin tener que asistir, como convidado de piedra, al que seguramente es el más pobre y triste espectáculo de estos tiempos, solo comparable, en la dimensión de lo trágico e inmoral, con las corridas de toros o las luchas de los leones y los gladiadores en los circos romanos.
Estamos hablando, obviamente, del programa de Marcelo Tinelli, que tan afín le resulta al "modelo" que nos gobierna, y que, paradójicamente, también le fuera funcional al menemismo, en eso de vaciar las mentes de las cosas que importan, y llenarlas con mierda.
Más allá de los criterios que sustenten que ese tipo de programas resulta necesario para evadirse de la realidad y divertirse en los momentos de ocio, nosotros estamos convencidos de que el límite termina resultando demasiado flexible, y mucha (mucha pero mucha) gente se convierte en adicta, pensando que sólo es un esparcimiento, sin advertir la forma descarada con la que le meten en la cabeza cosas inservibles, modelos despreciables, hábitos inconducentes y prácticas vergonzosas que caminan en la cuerda floja de la ilegalidad.
Por supuesto que ese mismo modelo al que le resulta funcional poco hace para evitar el tono subido y la vacuidad permanente, ya que les conviene que la gente se "pegue" al televisor durante ese horario y olvide cualquier otra preocupación o cuestionamiento que haya que hacer respecto a las cosas que de verdad importan y son trascendentes.
Esa figura de "pegarse" al televisor no es de ninguna manera retórica, ya que nosotros hemos visto, en algunos lugares de acceso público de nuestro pueblo, cómo se sientan a centímetros del aparato para no perderse detalles de tanta porquería. ¡Y así se quedan horas!
Somos conscientes de que muchos de nuestros lectores nos recriminarán esta postura, porque sabemos que resultamos mucho menos convincentes que un conductor que lleva veinte años siendo líder del raiting. Pero eso no nos quita fuerzas, ya que a diario vemos los daños que este tipo de mensajes ocasiona en la juventud, que ya de por sí viene despojada de valores.
Este gobierno, que tiene sin dudas una "pata" intelectual conformada por el grupo autodenominado Carta Abierta, también coquetea con la imbecilidad, traducida no solo en el apoyo implícito a Show Match, sino también en la falta de control de los excesos y en la consecuente conculcación de las normas y la ausencia de castigos. ¡Y de eso 6 7 8, tan celoso del cuidado de los Derechos Humanos, nada dice!
¿Qué debería hacer el gobierno, según nosotros? Tendría que encarar la educación, poniendo como ejemplo de lo que no debe ser, ese programa y todos los que giran alrededor de él. Debería usar la Televisión Pública para denostar, como lo hace con Clarín (que bien se lo merece) a estos sátrapas que, entre otras cosas, y en aras de las meras ganancias económicas, no hesitan en convalidar la penosa condición de la mujer como objeto, potenciada aquí en un ambiente casi prostibulario.
No será por casualidad que el "strip dance" o el baile del caño (ya casi instituciones en nuestro país gracias al adefesio tinelliano), son variantes que casi ningún reality show utiliza en el resto del mundo. Otra vez la Argentina mostrando el culo, aunque acá literalmente.
Nosotros, al tren que vamos (que en esto sí es un "tren bala" y no el Materfer de Urribarri), dentro de diez años, a los sumo, tendremos una población adulta analfabeta. Van a saber leer y escribir en su idioma materno, condición que pone la Unesco para no serlo, pero no van a saber pensar. No van a poder leer un texto y abstraer la sustancia, porque no van a comprenderlo. Deberemos subsumir nuestro lenguaje cotidiano a un breviario editado por Moria Casán, Aníbal Pachano y Ricardo Fort, como máxima expresión de la cultura argentina.
Cierto sector de la sociología actual califica a esta situación como la "cultura casino", porque se caracteriza por su brevedad y por las veloces jugadas inconexas. En esta cultura, al igual que en un casino, no tiene sentido planificar a largo plazo. Hay que ver el programa de hoy, reírse por contagio, e irse a dormir tranquilo, sin que le haya quedado en la cabeza nada que le sirva.
La vida en la cultura casino se cuenta como relatos breves y no como una novela. Cada uno vive la jugada que le toca en suerte, y así como en las máquinas tragamonedas cada tiempo es efímero, la referencia actual de la vida ha pasado a ser el zapping, el video clip, el mensajito y el "quiero más pero lo quiero ya". Y encima, para peor, como diría mi abuela, inmediatamente de obtenerlo lo dejan de querer para anhelar otra cosa, más efímera todavía.
Emilio Zola, célebre escritor francés, que se hizo más célebre todavía por su encendida defensa del capitán Alfred Dreyfus, a través de un manifiesto publicado en el periódico L'Aurore, si hubiese vivido en la era Tinelli de la Argentina, solamente hubiese tenido tiempo para gritar, bien fuerte para que se lo escuche, el título: ¡Yo Acuso!
Quienes trabajamos en la escuela con adolescentes, nos encontramos con que así como conocen cada una de las peripecias de los personajes mediáticos, no logran, en la misma medida, interpretar un texto ni hacer una sinopsis (¡ni siquiera saben lo que significa!), no manejan bibliografía y para ellos acercarse a una biblioteca supone una aventura del tipo de las de Indiana Jones.
¿Cuándo se inició esa decadencia?
La respuesta es inapelable: cuando hace un poco más de medio siglo se introduce la cultura del facilismo y la demagogia, lenta pero progresivamente, abriéndole el camino a los jóvenes hacia la mediocridad y el fracaso. Y ni hablar del desastre cometido por la insólitamente llamada Revolución Argentina (debería haberse autodenominado Involución Argentina) del General Onganía, que temeroso del auge del pensamiento cerró las facultades, apaleó a los estudiantes y logró, ¿cómo efecto no querido? lo que después se conoció, tristemente, como la "fuga de cerebros".
Debe quedarles bien claro a los que todavía les cuesta entender la opción, que el estudio no es una diversión, ni es recreo, ni es pasatiempo. El estudio es una disciplina de la mente y una firme decisión de la voluntad que exige esfuerzo continuo y sostenido, y que proporciona placer en tanto permite ascender hacia el logro de una alta meta final.
El facilismo que propone Tinelli, a costa de cualquier cosa, como por ejemplo de ofrecer espectáculos eróticos a una platea llena de chicos, invita a seguir la línea del menor esfuerzo. Todo contenido que suponga movilizar la inteligencia es eliminado. El facilismo llama autoritarismo a las normas fundamentales del respeto recíproco exigidas para una armoniosa convivencia. El facilismo es la consecuencia necesaria de la demagogia, en tanto contribuye a la formación de un sujeto opaco y acrítico, incapaz, como ya dijimos, de comprender y evaluar.
En este país las mentecatas incompetencias tienen mucho más superficie y casi no tienen fronteras.
O para ser más simplistas, las boludeces ganan por goleada a las capacidades.
Como dijo Albert Einstein: "Solo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Y no estoy seguro de la primera".
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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