jueves, 7 de octubre de 2010

Trabajar con dignidad (¡nada menos!)

Trabajar con dignidad (¡nada menos!) - Editorial del 8 de octubre de 2010
Las Ciencias Sociales se denominan "ciencias blandas", por oposición, aunque esto parezca una verdad de Perogrullo, a las denominadas "ciencias duras". Estas últimas se basan en datos más científicos (en el sentido de rigurosos y exactos), más capaces de producir predicciones y caracterizados como experimentales, empíricos, cuantificables; mientras que las blandas quedan marcadas con los rasgos opuestos. En ellas se puede observar un fenómeno, identificar sus causas, pero no siempre se pueden separar las distintas influencias que producen un efecto. Un ejemplo de esto se da, y precisamente nos interesa hoy, en la Sociología, ciencia que describe y analiza los procesos de la vida en sociedad, y cuyo objeto de estudio son los seres humanos y sus relaciones sociales.
Una de las realidades verificables hoy por los estudiosos de esta ciencia es que en el discurso actual se suelen invertir los valores y los conceptos cuando se habla de la libertad de trabajo y de la libertad de huelga.
Se habla de libertad (y de democracia) cuando lo que realmente prima es el derecho de las minorías a proteger al patrón, e imponérselo, bajo pena de despido o de descuento del día "no trabajado", a las mayorías que quieren parar.
Y, para peor, generalmente mientras eso sucede, hay otros (los demás de los demás, dice Alberto Cortéz) que están peleando por sacar la huelga adelante y detener los efectos de una política neoliberal que lo que en realidad está escondiendo es un proyecto de reforma laboral que traerá una oleada de temporalidad y "negociación" individual, aumentando el desempleo y pauperizando las condiciones de trabajo durante muchos años, generación tras generación.
Quienes defienden así los intereses de la mayoría, el derecho de las mayorías, quedan, en su dinámica de enfrentamiento a los intereses de los grandes y al poder, enmarcados en el campo de lo políticamente incorrecto. En cambio los otros, los que traicionan a sus compañeros, y hacen apego al egoísmo, la sumisión, la servidumbre, la perpetuación de la esclavitud salarial y la falta de solidaridad y de generosidad, son aplaudidos por el sistema, por la opinión pública generada por el orden establecido, en connivencia con el gobierno y la patronal (que muchas veces coinciden), como "héroes de la democracia y la libertad".
Así, las palabras democracia y libertad se convierten en poco menos que palabras vacías, que no significan nada, más que el respeto obsecuente al orden establecido, más que el "derecho a obedecer", a un lenguaje de lo políticamente correcto que en el fondo sirve a la estabilidad y los intereses de la clase política y dominante, y dificulta que sea cuestionada.
"Mi enemigo", entonces, ya no es la patronal (el gobierno) que me amenaza con el descuento del "día no trabajado" (eufemismo con el que los totalitarismos confunden al ejercicio del derecho de huelga), o que recorta mis derechos con una pseudo "reforma educativa", o el poder que me agrede y sanciona por garantizar que dicho derecho y dichos intereses, el derecho y los intereses de una mayoría perjudicada, afectada, pero con miedo, sea tolerado y respetado. "Mi enemigo" (el del común de la gente, dominada por el "pensamiento único") ahora pasa a ser el docente que para. "Mi enemigo" ahora es el sindicato, porque me obliga a ponerme en huelga por unos intereses que no queremos ver que son tan nuestros como suyos.
Este discurso tan sólo sirve para enfrentarnos nosotros mismos, y para poner obstáculos a la vanguardia sindical y a un creciente porcentaje de trabajadores descontentos por la situación actual de desempleo y precariedad laboral, en su lucha por la conquista de sus derechos, o por preservar los que quedan. Y en definitiva, para aislar a la vanguardia, separándola, ante la opinión pública, de un porcentaje creciente y cada vez mayor, de trabajadores afectados por los recortes neoliberales y, en última instancia, por la dinámica de regresión social a que nos lleva el capitalismo en crisis.
¿De qué estamos hablando, entonces?
¿Del derecho a trabajar un día? ¿O del derecho a conservar y aspirar al empleo digno y estable, a un sistema de educación pública durante muchos años?
¿Del derecho a no perder un día de salario? ¿O del derecho de los funcionarios de turno a destruir la escuela pública, a abaratar, debilitar y precarizar nuestras condiciones de vida como asalariados, para seguir aplicando los beneficios a otras actividades "más rentables"?
¿Del derecho a pensar diferente de tu compañero? ¿O del derecho a disentir de lo establecido?
La necesidad de reducir lo que parece ser asumido como un "gasto no productivo" (el "gasto" en educación pública), con el objeto de ahorrar dinero para otras necesidades públicas como salud, seguridad e infraestructura, se desvanece cuando se considera que el grueso de del sector público está siendo privatizado bajo justificaciones similares. ¡Total existen las cooperadoras que sostienen las escuelas, los hospitales y las comisarías!
La tendencia de privatizar los activos públicos, asumida por la "sabiduría" convencional como la única alternativa, responde al interés privado de saquear las arcas públicas, consolidando con ello lo que se ha descripto correcta y ampliamente como la privatización de ganancias y la socialización de costos. Los montos de dinero recibidos por la privatización de los activos públicos ha sido un proceso que, particularmente en los países periféricos, lejos de estimular el incremento del gasto público en demandas sociales o en inversiones productivas prometedoras, está más bien consumiéndolo con el pago de intereses de deuda y de fraudes gestados al calor de los procesos de privatización, de concesión de obra pública o de explotaciones mineras o del juego.
Y aunque ya terminamos alguna vez con parte de esta frase de Víctor Hugo (no Morales, que ya casi es in Morales, sino del célebre escritor francés) extraída de su monumental obra Los Miserables, nos gusta tanto que la repetimos:
"Es miserable, el que valido del poder humilla y desprecia al humilde y desvalido. Es miserable el que secunda la bajeza porque de ella saca provecho; pero, desgraciadamente, también es miserable el que se deja humillar aún siendo consciente de ello. Es ese el verdadero problema.
Los que dejan que los humillen por temor o facilismo perpetúan no sólo su propia humillación, sino la de sus descendientes. No comprenden que mientras más se dobleguen más los doblegarán. Al contrario, aquellos que no aceptan que los humillen y que no entregan sus conciencias, aunque anden desnudos y tan sólo coman mendrugos de pan, son mucho más dignos que los que se visten de seda a expensas de sus conciencias".
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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