jueves, 14 de abril de 2011

El valor de la Libertad

El valor de la Libertad - Editorial del 15 de abril de 2011
Otra vez un hecho externo, lejano, vuelve a ser el protagonista de esta página, después de algunas ediciones dedicadas a problemáticas más locales, íntimas y reflexivas a su manera.
La semana próxima celebraremos, casi coetáneamente, dos de las festividades de origen religioso más caras a los sentimientos de judíos y cristianos. El lunes 19 comienza el Pesaj, la Pascua Judía también llamada “Fiesta de la Libertad”, y, paralelamente, la grey cristiana está recordando la Semana Santa, que comienza justamente este Domingo de Ramos, o sea un día antes.
Esta coincidencia no es casualidad, ya que los primeros cristianos, que eran judíos, celebraban la Pascua de Resurrección a la par cronológica que la Pascua judía. Pero desde el Primer Concilio de Nicea (en el 325) los cristianos separaron la celebración de la Pascua judía de la cristiana, quitándole los elementos hebreos, aunque dejaron el carácter móvil de la fiesta recordando que Cristo resucitó en Pesaj, y que, se supone, la Última Cena fue lo que se conoce como Seder hasta el día de hoy.
Según la Biblia, un día Moisés había llevado las cabras y ovejas a pastar a las laderas del Monte Horeb. Allí, en medio del gran silencio que cubre al hombre cuando está solo con la naturaleza, Dios se reveló directamente, en una zarza ardiente, y le dijo: ”Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. Y le relató, a continuación, cómo había oído los gritos de dolor de los esclavos israelitas de Egipto, afirmando que estaba dispuesto a liberarlos de las garras del opresor, Y aún más. Juró solemnemente que Él los conduciría, finalmente convertidos en un pueblo libre, hacia la herencia que había prometido a sus antepasados, a una “tierra donde corre leche y miel”.
Esa misma tierra, la tierra de Sión, es aquella a la que Abraham, muchos años antes, había llegado al recibir la orden: “vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y bendecirte he, y engrandeceré tu nombre”.
He decidido hacer estas referencias bíblicas e históricas, porque más adelante me resultarán necesarias para rebatir algunos argumentos pueriles que intentan profundizar enfrentamientos y hacer renacer ideas que creía ya excluidas del ámbito de las relaciones entre los hombres.
Lo cierto es que, a lo largo del tiempo, la tierra de Israel ocupó un lugar central en la historia judía, razón por la cual los capítulos que se ocupaban de ella se focalizaban en el lazo físico o espiritual del pueblo judío con su tierra. En ese sentido el sionismo nuclea en sí todas las expresiones viejas y nuevas de ese vínculo. El sionismo es la integración moderna de las antiguas aspiraciones, expectativas y esperanzas, imbricadas en el judaísmo, y es por eso, justamente, que los dos mil años de exilio estuvieron caracterizados por la añoranza de Sion.
Yo soy consciente de que la tradición bíblica está sembrada de mitos y de leyendas, pero a pesar de esto, ha resultado en muchos casos auténtica y digna de confianza, en el sentido histórico, como los documentos de veracidad mejor probada.
Curiosamente, la resurrección de la idea del Sionismo tuvo su fuente en el que quizás sea el caso más emblemático de antijudaísmo en los tiempos modernos: el caso Dreyfus. Precisamente allí, en el juicio que se le hizo en París al Capitán Alfred Dreyfus por supuesta traición, un periodista austríaco de origen judío, Teodoro Herzl, experimentó una dolorosa crisis emocional cuando oyó que la turba gritaba ¡Mueran los judíos!, lo que le hizo comenzar a trabajar denodadamente para conseguir que su pueblo pudiera regresar a la Tierra Prometida. Herzl escribió entonces en su diario: “En Basilea (sede del Primer Congreso Sionista) establecí un Estado Judío. Si dijese esto hoy en voz alta, la respuesta sería una risa universal. Quizás dentro de cinco años, indudablemente dentro de cincuenta, todo el mundo lo reconocerá”. El Primer Congreso Sionista se hizo en el año 1897, y el Estado de Israel se creó en 1948.
Ahora sí, luego de esta larga pero necesaria introducción, voy a tratar de entrar en el tema motivo de la página de hoy.
Hace unos días, en el Canal 26, en un programa periodístico al parecer nuevo, conducido por alguien que no conozco, se realizó un reportaje a Luis D’Elía, notorio funcionario público sin cartera del gobierno kirchnerista, que suele ser el vocero extraoficial de las cosas que algunos de los personajes que nos gobiernan no se animan a decir abiertamente, ni aún en el programa “6,7,8” de la TV Publicitaria.
Allí, entonces, D’Elia, sin ningún tipo de condicionamientos ni repreguntas peligrosas, lo que hace pensar en una complicidad ya preestablecida, desarrolló el conocido libreto que aprendió de memoria y por el que está suficientemente subvencionado. Apoyándose en una supuesta parcialidad de la justicia argentina que impediría la concurrencia de los funcionarios iraníes que se sospecha participaron en el atentado a la AMIA en 1994, desplegó una parafernalia de argumentos inconsistentes contra los judíos y el Estado de Israel. Y lo peor es que intentó separar las aguas, utilizando el argumento que alguna vez causó seis millones de muertos, y que está siempre a flor de labios de los que solamente conocen el placer de la discriminación. Dijo, entonces, que él no era antisemita ni antijudío, sino solamente antisionista. ¡Y es lo mismo!
Nadie puede describir la diferencia. Solamente aquellos que tienen vergüenza de su origen pueden, desde el mismo judaísmo, “explicar” por qué una cosa es distinta de la otra. Y solamente aquellos que quieren esconder su ideología nazi fascista detrás de supuestos “progresismos” pueden negarse a reconocer el fundamento del derecho que tienen los judíos a vivir en la Tierra Prometida.
Y para el colmo de las contradicciones, el mismo D’Elía, y otros tantos como él, utilizan sin embargo ese mismo criterio, que acá sí es unánimemente válido, para justificar el derecho que tenemos los argentinos a recuperar la soberanía en las Islas Malvinas, o el que tienen los pueblos originarios sobre las tierras que les pertenecieron antes de la llegada de los conquistadores. ¿Curioso, no?
Es cierto que el actual gobierno de Israel tiene posturas que muchos no compartimos en lo que hace a su política de integración con los palestinos. Pero incluso para analizar eso hay que contar con toda la información, y no actuar solo por impulsos discriminatorios. Deben canalizarse las críticas hacia un gobierno, y no escuchar impávidamente cómo el primer mandatario de Irán aboga por la destrucción del Estado de Israel y la consecuente echada de los judíos al mar.
Para más datos, y como ejemplo, el gobierno de Menem fue responsable de los atentados a la Embajada y a la AMIA, por su complacencia o por su complicidad. Eso lo dirá con certeza el fallo de la justicia, que algún día llegará. Sin embargo los judíos del mundo no son antiargentinos por esa razón, ni confunden las obras de los gobiernos con el sentir de la gente.
El Proceso “desapareció” a 30.000 personas, entre ellos muchos extranjeros. Sin embargo a nadie en el mundo se le ocurre generar la culpa en todos los argentinos.
¿Por qué entonces se le permiten a este esbirro del neonazismo estas expresiones? ¿Es sólo porque estamos en democracia y hay libertad de prensa?
Me parece un precio demasiado alto para pagar el de darle rienda suelta a los dichos de un extraviado que, para sustentar su propia supervivencia, no hesita en arrojar a la hoguera de su vanidad trozos selectos de la historia del mundo.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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