jueves, 7 de abril de 2011

Miguel con Él

Miguel con Él - Editorial del 8 de abril de 2011
"Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto.
Así yo distingo dicha de quebranto,
los dos materiales que forman mi canto,
y el canto de ustedes que es el mismo canto".
La gente de mi pueblo sabe, porque lo sufrió, que el lunes murió Miguel Bernik, todo un hombre. De bien. Ilustrado. Genial. ¡Y me quedo corto!
Tengo que escribir esta especie de epitafio, un poco en verso y otro poco en prosa, desde el más profundo dolor. Y sabiendo, además, que aunque cumplo con el ritual de hacerlo en primera persona del singular, suscribiéndolo, sé que estoy interpretando quizás por única vez con absoluta seguridad, el pensamiento de mis compañeros del Coro Municipal Magníficat, "los que lo son y los que lo fueron antes".
Las páginas que Miguel escribió en la Historia de Basavilbaso, nunca reconocidas por los que tenían la obligación de hacerlo, son imborrables, tanto como las huellas que dejó en cada uno de nosotros, y no me refiero únicamente a las enseñanzas que tienen que ver con el canto.
Allá por el año 1989, cuando me invitaron a ingresar al Magníficat, era consciente de que, a priori, me separaban de Miguel más cosas de las que nos unían. Quizás la pasión por Boca era nuestro único punto en común. Incluso en las páginas de este semanario, en la época en que lo dirigía mi padre y yo era un chiquilín todavía, quedaron impresas las opiniones divergentes de ellos dos, profundas pero inteligentes y fundadas, que podrían haberme marcado un prejuicio.
Sin embargo terminamos siendo un "combo" conformado por una mezcla sui generis de "padre-hijo-hermano-amigo" muy especial, a prueba de golpes y torceduras, que los hubo y las hubo.
En una de esas, por eso justamente, puedo ser su más aconsejable panegirista, de oído respecto a una parte importante de su vida, pero testigo fiel de los últimos veintidós años, tanto en lo que tiene que ver con Miguel como con el Director, dos facetas que él mismo solía diferenciar cotidianamente.
A aquellos que suelen leer esta página en su versión digital, les pido especial atención porque este es, sin dudas, un caso paradigmático. Y digno de imitar.
Miguel creó el Coro en el año 1956, a poco de regresar de una interrumpida vocación sacerdotal que, más allá del sacrilegio que esta afirmación puede constituir, mucho agradecemos. Lo hizo junto con su amigo "Cacho" Pérez, atentos a la necesidad de hacer algo en su Iglesia para la Navidad de ese año, que convocara a los jóvenes y constituyera, a la vez, un servicio a la parroquia.
No voy a hacer acá un relato pormenorizado, ya que no es la característica de este editorial, pero sí voy a resaltar algunas cosas que dije ya otras veces, y algunas más que me callé por su recato.
Primero, nobleza obliga, debo decir que antes, mucho antes, de que la canción que identifica a nuestro pueblo fuera pensada y escrita, él hizo realidad la expresión "criollos, judíos y gringos forjaron tu imagen, te hicieron así". La apertura del coro, a comienzos de los '60, seguramente fue una decisión difícil por ese compromiso que él tuvo siempre con su Fe inquebrantable, pero constituyó el primer pilar de la confraternidad tantas veces anunciada y declamada, y que en los hechos no solo no existía, sino que su ausencia, incluso, generaba conflictos importantes.
Pero quizás el punto más crucial de ese camino haya estado en su "loca" idea de juntar, cantando, primero a las iglesias cristianas en un Encuentro Ecuménico, para luego, en un "atrevimiento" inédito, incorporar a la comunidad judía, relanzándolo bajo el título de "Multiconfesional", con el lema "aún por sobre nuestras diferencias". Si se interrumpió la experiencia no fue su culpa, para nada. El suyo fue en este caso un "amor desolado", como el título de la canción en la que Alberto Cortéz dice "quise entre mis manos retener el agua, y sobre la arena levanté mi casa; me quedé sin manos, me quedé sin casa…". Tal cual. Y al que le caiga el sayo, que se lo ponga.
Gracias a ese afán por "unir las razas en paz y en amor", el Coro Magnificat y el Multiconfesional participaron en el año 1996 de la ceremonia del Iom Kippur (Día del Perdón) en la Sinagoga "Tfilá L'Moisés" de nuestra ciudad, con una integración tan heterogénea que incluía a dos monjas y al por entonces oficiante de la comunidad judía. Quienes participamos de esa experiencia única (y supongo que también todos los que estaban presentes) nos sentimos protagonistas de un hecho irrepetible, que increíblemente, no alcanzó la notoriedad que debía haber alcanzado. Pequeñas rivalidades ayudaron a que quedara reservado para la memoria de esta "aldea", incluso cuando mucho después, en otros lugares, se intentaron cosas parecidas. Pero, como dice la bandera de "la 12", (y perdónenme otra vez el sacrilegio) "podrán imitarnos, pero igualarnos jamás". Seguramente que en otro escenario, con otros protagonistas, y con menos egoísmos, lo suyo en esa oportunidad debería haber merecido una postulación al Premio Nobel de la Paz. ¡Y lo digo en serio!
En la despedida que desde el corazón le hice en el cementerio rogué que en el cielo, lugar en el que nos estará esperando hasta que lleguemos todos nosotros para refundar esa nueva versión del coro celestial que de su mano tuvimos el placer de integrar, no haya espacio para las demandas económicas que tanto dolor de cabeza le ocasionaron cada vez que teníamos un viaje para actuar fuera de Basavilbaso, representando al pueblo y a sus gobernantes. No se merecía ese trato, que aún cuando tuvo altos y bajos, fue regido casi siempre por una mirada de soslayo, nunca tan atenta como él lo merecía, convirtiendo en objeto de súplica lo que debía ser una obligación.
Si hasta le fue negado en vida el reconocimiento que otros tuvieron. No puedo yo ser juez de los merecimientos, pero hay un "ciudadano ilustre" que debería tener vergüenza de la comparación.
Ahora está con el mejor profesor de canto. El que le enseñó a él. De ahí el título de hoy, que por otra parte es suyo también, como tantas cosas de mi vida. Ese era el seudónimo con el que firmaba sus arreglos corales. Únicos. Irrepetibles.
Hace poco, y aún con el pudor que me ocasionaba hablar de estas cosas ante su enfermedad, leíamos juntos la letra de una canción de Oscar Valles, que quiero compartir ahora con ustedes, a modo de final. Y no sin antes tomar el compromiso de recordarlo a Miguel a cada instante. Siempre. In aeternum.
"Se han borrado las huellas
de mi guitarra,
ya no tengo a quién darle
mi serenata.
Tal vez alguien me nombre
cuando me vaya,
como a las cosas viejas
cuando se gastan.
"Ya me viene apurando
la última huella,
al final donde juntas se pagan
todas las cuentas.
Hay una sola deuda
que no he pagado:
a la vida le debo la vida
que me ha prestado."
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

2 comentarios:

  1. Muchas gracias Mario... Creo que Miguel supo leer en clave providencial la naturaleza de nuestro pueblo... tenemos toda la diversidad para ser modelos de unidad... aparentemente nos hacen falta algunos Migueles más pa que no haya tanta distancia entre lo que hemos recibido como pueblo y lo que podemos y debemos ser... un abrazo hermano! Shalom!!!

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  2. Miguel Fue y será Un MAESTRO con todas las letras... un Hombre maravilloso, humilde, son espíritu grandioso, que dejó grabado en nuestras mentes y nuestros corazones su enorme pasión por la música....a el nuestras plegarias por su eterno descanso y a ustedes nuestro abrazo enorme de Hermandad..

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