jueves, 17 de mayo de 2012

La razón de existir

La razón de existir - Editorial del 18 de mayo de 2012-05-16 Justamente hoy, 18, comienza la Semana de Mayo, que particularmente a mi me trae recuerdos de la “Escuela 9”, de sus actos patrios, en los que, convencidos de que esa era la manera de ser argentinos “tomábamos parte” de aguateros, vendedores de velas, y nuestras compañeras hacían como que lavaban la ropa en la orilla barrosa del río (del supuesto río). ¡Claro está que por razones que me llevó un tiempo comprender, para todas esas representaciones nos tiznaban la cara con un corcho quemado, porque esos eran “trabajos de negro”! De todas maneras, y dejando de lado esa cuestión que creo ya está superada (por lo menos en la práctica), y que tenía que ver con un concepto de la ética distinto del que hoy manejamos, por lo menos en cuanto a la división del trabajo, la sensación que conservo de aquellos años es que se nos enseñaba (y bien que los aprendimos) que necesitábamos comprender esa realidad del pasado para aprehender (¡está bien escrito, y no es lo mismo que cuando está escrito sin “h”) de nosotros mismos que lo rápido y lo mágico no forman parte de la vida política y están reservados para la fantasía de las novelas. Pese a que repito siempre que no pretendo hacer de esta página una clase de Historia, bueno es recordar que se llama Semana de Mayo al período que transcurrió entre el 18 de mayo, cuando se confirmó de manera oficial la caída de la Junta de Sevilla, hasta el 25 de mayo, fecha de asunción de la Primera Junta. No es un dato menor, y creo que es necesario tenerlo presente, que los Hombres de Mayo estaban influidos por los libros de Juan Jacobo Rousseau (el del Contrato Social), Voltaire y Diderot, que encendieron en ellos la “llama de la pasión” que se vio avivada, desde afuera, por la declinación del poder de los reyes de España, por lo que Buenos Aires tomaba la vanguardia de los nuevos sueños. De entre esos muchos hombres ilustrados y poderosos que tenía la ciudad (muy a mi pesar hablo solamente de Buenos Aires, porque el interior, que hoy somos nosotros, casi no existía en esos tiempos) estaba surgiendo un grupo capaz de transformar la autonomía comercial, la autonomía militar y la autonomía política en una ideología y en un proyecto. La ideología fue la libertad y el proyecto fue la Patria. Así de simple. Y es también así de simple decir que hace 202 años los argentinos recordamos los sucesos de la Semana de Mayo de 1810 como una forma de reafirmar nuestra identidad nacional. Sarmiento dedicó muchos artículos periodísticos al seguimiento de lo que por aquellos tiempos se dio en llamar las “fiestas mayas”. Incluso se aprovechaba esa fecha para las grandes inauguraciones. El entusiasmo general provocado por la celebración de los hechos de Mayo se acrecentó en el Centenario, cuando la Argentina mereció el reconocimiento de las primeras potencias del mundo, aunque por acá adentro aún no habíamos resuelto “algunos” temas, como el fraude y el poder en manos de unos pocos. Pero, paulatinamente, la memoria de Mayo se volvió más estereotipada y en algunos momentos se vació de contenidos. El aniversario patrio casi ha desaparecido de los medios de comunicación, y es sabido que son estos, más que los actos escolares, los que jerarquizan los temas de interés público. Salvo los festejos del Bicentenario, con una clara intencionalidad político-partidaria, no recordamos grandes hitos al respecto en los últimos cuarenta años. Es inútil buscar responsables de ese deterioro de las celebraciones cívicas. Las causas se relacionan con el desconcierto generalizado acerca de qué es ser argentino, qué lugar ocupa el país en el mundo, qué perspectivas se le ofrecen a las nuevas generaciones y, particularmente, si tenemos un proyecto en común o constituimos una suma de iniciativas y de negocios particulares. La prisión preventiva dictada por estos días a los hermanos Schoklender, tan ligados en los momentos de auge al kirchnerismo, así lo sugieren. La Historia no se debe reducir a la evocación cargada de nostalgia de un pasado, por grato que sea éste. El recuerdo histórico tiene vitalidad y sentido en la medida en que ofrezca sustento a un proyecto de futuro. A pesar de todo, enmarañados con la posibilidad siempre mal conducida, nuestro concepto de Patria se encuentra bastante desalentado porque quienes la conducen lo hacen de manera poco seria. Aún cuando se supone que hemos dejado de ser un país subdesarrollado, el único subdesarrollo que nos estamos permitiendo es el político. Tenemos todo, pero no sabemos ordenar la marcha. Inmaduros, oscilamos entre la exultación vana y la queja aún más que vana. Aquellos hombres con nada hicieron todo. ¿Es posible que nosotros, que tanto nos jactamos de la Patria, teniendo todo no nos animemos ya a nada? ¿Qué nuestra política nos parezca un callejón sin salida? Para finalizar, no sé porqué al escribir el párrafo anterior y ver los debates en que estuvo sumergida la Argentina en los últimos tiempos y sigue sumergida, me acordé de la película Gladiador, en la que Cómodo, coronado emperador, para ganarse el favor del pueblo inaugura varios meses de juegos en el Coliseo entre los que incluye la reapertura de las peleas de los gladiadores, mientras que desde los carros le arrojan pan a la muchedumbre. La escena de la película muestra la tradicional frase: pan y circo. Claro que vale aclarar que ese período de la historia poco tiene que ver con la actualidad, porque los procesos políticos, sociales y económicos, se han vuelto mucho más complejos, dado que cuando escasea el pan (o la yerba), no hay circo romano que pueda montar Cómodo para distraer a la gente de los problemas que la afligen todos los días. ¿O sí? Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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