viernes, 24 de junio de 2011

El mito de la tortuga

El mito de la tortuga - Editorial del 24 de junio de 2011
El próximo 28 de junio se cumplirán 45 años del Golpe de Estado que derrocó a Arturo Umberto Illia, hecho que constituye una de las páginas más tristes de la Historia Argentina, y de la cual los responsables deberían estar arrepentidos al punto de demostrarlo en hechos, más aún cuando hay todavía algunos que se postulan a cargos electivos habiendo sido funcionarios de esa autodenominada, grandilocuentemente y equivocando el concepto, "Revolución Argentina".
En un ámbito y en un momento en el que en todos los discursos se alude a la importancia de resguardar la democracia y de priorizar la continuidad de la voluntad popular, no está de más recordar que por aquellos años se justificó el derrocamiento por su supuesta escases de representatividad y la lentitud (también supuesta) con que tomaba las decisiones de gobierno. Es claro que los militares que lo depusieron no representaban a nadie más que a ellos mismos y a los grupos de poder a los que les convenía, aunque debemos reconocer que fueron "rápidos para los mandados", tanto que nos terminaron vendiendo "gato por liebre".
Algunos años después los incautos que apoyaron el golpe se dieron cuenta de la magnitud del error, pero ya era tarde. Tardaron mucho en enterarse de que la ley de medicamentos, la implementación del salario mínimo vital y móvil, la anulación de los contratos petroleros y la revolución democrática de Arturo Illia molestaron demasiado al establishment, que apeló a sus sirvientes civiles y uniformados para apoderarse del manejo de las cosas públicas por siete años.
Muchas veces hemos explicado acá que la importancia de la Historia como ciencia está dada en el aprovechamiento de sus enseñanzas para la no repetición de errores. Los gobiernos de facto de Onganía, Levingston y Lanusse fueron el caldo de cultivo para lo que, pocos años después, se convertiría en el horror del "proceso", con lo cual, a manera del "huevo de la serpiente", quienes apoyaron la asonada que echó a Don Arturo terminaron siendo funcionales a todo lo que vino después.
Por supuesto que, como sucede siempre que se deja de lado la voluntad popular, todo el andamiaje estuvo sostenido en mentiras, siendo la primera de ellas la que tiene que ver con una situación heredada, marco en la que se desarrollaron las elecciones de 1963, y que incluyó una proscripción del peronismo que no por absurda ha dejado de ser utilizada para menospreciar el triunfo de Illia. Si fuera así, deberíamos declarar vulnerable también el proyecto kirchnerista, ya que el triunfo de 2003 fue por apenas un 22% de los votos.
Y si lo que se quiere es hablar de números, los que sí importan son los de su gestión, seguramente poco difundidos en aras de la desinformación que a algunos todavía le conviene. Porque nadie puede desconocer, en tiempos en que algunos están haciendo alharaca con los supuestos logros en materia económica de estos últimos años, que, durante la breve gestión que los sediciosos interrumpieron, fue notorio el crecimiento del PBI, el aumento de las exportaciones, la disminución (¡sí, disminución!) de la deuda externa sin tener que tocar las reservas ni pedir préstamos al FMI, y el saneamiento del presupuesto nacional.
A la luz de estas informaciones ocultadas por la prensa de aquél momento, uno entiende, aunque no lo justifique, el afán que pusieron los Kirchner en acabar con cierta prensa y construir, a la par, su propio imperio periodístico. Por esos años dorados, Illia, siguiendo al pie de la letra principios irrenunciables del radicalismo, se jactaba de no gastar un solo peso de los contribuyentes en publicitar sus actos de gobierno (¡igualito que ahora!), ni en intentar convencer a nadie de la bondad de su gestión administrativa. ¡Y nosotros escribimos esta página justo cuando la Presidente de la Nación está usando la cadena nacional que pagamos todos para anunciar su candidatura a la reelección.
Es evidente que Illia pagó el precio de su terrible ingenuidad, al pensar que el pueblo se daría cuenta solo de las bondades de su gobierno, sin tener en cuenta la "valía" del adversario.
A pocos meses de la elección presidencial, y cuando algunos que no se dejan encandilar por las luces de la propaganda oficial tienen como posible un triunfo de la oposición, específicamente del radicalismo, se debe recordar, a propósito de la tan mentada "gobernabilidad", que mientras la población asistía a una absurda y descontrolada manifestación sindical, que los militares estimularon y que culminaría en un evidente pacto, se tejían ya los planes para apoderarse de las obras sociales, que ahora se está demostrando fueron y siguen siendo un negocio para un importante sector de la dirigencia gremial, engordando sus bolsillos.
Y no es casualidad, por lo menos para nosotros, estar recordando estos hechos en forma casi paralela a la fecha en que el partido que llevó a Don Arturo al poder cumple 120 años, contados desde la publicación del manifiesto denominado "A los pueblos de la República". Ese fue el inicio de una escisión que daría lugar a la aparición de la Unión Cívica Radical, cuyos postulados básicos los encontraremos en esos primeros documentos, en los que queda muy en claro que deberá ser siempre, y para no traicionar a su propia esencia, un partido que luchará por establecer los derechos políticos de las grandes mayorías excluidas de la participación ciudadana, y que enarbola las banderas de "La causa de los desposeídos" de Leandro Alem y la idea de "La reparación" de Hipólito Yrigoyen.
No estamos viendo por estos días discursos que hagan propuestas de reforma estructural, ni tampoco vemos que haya quienes estén en condiciones de hacerlos. Parece ser que las ambiciones personales siguen siendo el faro con que se iluminan las carreras políticas, tanto en las pequeñas aldeas como en las grandes ciudades. ¡Y después de exaltar las causas se sienten agraviados por los efectos!
Bueno es recordar lo que escribió alguna vez la filósofa rusa Alissa Rosenbaum (Ayn Rand): "Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos, sino, por el contrario son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un auto-sacrificio, entonces podrá, afirmar sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada".
A Arturo Illia le pasó lo que luego le sucedió a Raúl Alfonsín, al que también le hicieron un golpe, aunque no institucional.
Ambos demostraron que democracia y decencia son valores que han retrocedido lo suficiente en esta década como para que la sociedad se los siga reconociendo a ellos como abanderados. Siempre.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

No hay comentarios:

Publicar un comentario