jueves, 16 de junio de 2011

La espiral del silencio

La espiral del silencio - Editorial del 17 de junio de 2011
Hay una teoría que lleva por nombre el título de hoy, desarrollada hace varias décadas en Alemania, que estima, con bastante sustento, que casi todas las personas que perciben que su opinión es minoritaria evitan expresarla públicamente.
Así, la opinión predominante se acrecienta (en forma espiral) hasta pasar a convertirse en aparentemente unánime, porque nadie la contradice.
Si a eso le sumamos que vivimos en el imperio de la noticia que deseamos escuchar, que es aquella en la que la gente “quiere creer”, parece darse la combinación perfecta para que eso pase.
Los primeros días del “caso Schoklender” (para nosotros un sub caso del más grande “caso Kirchner”) fueron una demostración perfecta de ese propósito. El protagonista principal visitando todos los medios periodísticos para hablar de cómo había hecho su fortuna en base a patentes y derechos, y los periodistas desaprovechando la oportunidad de repreguntar agudamente, seguros de que todo iba a terminar, como siempre, tapado por el gobierno, y ellos no querían ver arruinada su carrera por un arriesgado salto al vacío desde el trampolín.
Paralelamente, Hebe de Bonafini aseguraba a quién quisiera escucharla que todo era un “puterío”, y que se dejaran de hablar “boludeces”. Ponemos las palabras textuales porque la impunidad de la que goza es también objeto de “la espiral del silencio”.
Hebe de Bonafini los acusa ahora a los hermanos Schoklender de ser "los arquitectos profanos del más doloroso dispositivo de traición", pero hasta hace poco eran sus hijos y ella su mamá putativa (término que se aplica al familiar que se tiene como propio o legítimo sin serlo).
Eduardo Barcesat, abogado de innegables antecedentes en la defensa de los derechos humanos, decía por estos días en televisión que no se podía poner en duda la honestidad de Hebe de Bonafini, ya que “sigue viviendo en la misma casa desde tiempos inmemoriales” (sic). No debería hacer falta aclararle al Dr. Barcesat que, como explicaba muy bien un colega acerca del tema, “para ser corrupto no es necesario enriquecerse, que existen otros estímulos que corrompen que no son necesariamente monetarios. Admitamos que Hebe no robó, pero dejó que robaran. No robó, pero se dedicó a acumular poder. Y además, no le tembló el pulso para vender el pañuelo al kirchnerismo”.
Ella es responsable, pero también es responsable el entorno que le toleró y le alentó todos estos disparates en nombre de la revolución social o en nombre de algún buen negocio.
Ni siquiera es un atenuante el sufrimiento por la desaparición de sus hijos, porque si no, desde Jean Valjean, el héroe de la novela Los Miserables, de Víctor Hugo (no Morales, sino el escritor francés cuyo apellido era Hugo) hasta cualquier individuo que alegue un sufrimiento previo comprobable, podrá convertirse en un inimputable.
Tenemos en nuestro archivo en papel, mucho más proficuo y amplio que los “soportes digitales”, una nota de Osvaldo Bayer, a propósito de la ausencia de las Madres de Plaza de Mayo al acto en que la Conadep entregó su informe.
Estamos hablando, obviamente, del año 1984, y del gobierno de Raúl Alfonsín, figura emblemática verdadera de los Derechos Humanos, y no como Néstor Kirchner, que siendo gobernador de Santa Cruz se negó a recibir a la que luego sería elegida hipócritamente como su “madre”, la que tuvo que alojarse en la casa de un militante del Partido Obrero y volverse luego a Buenos Aires. ¿Por qué no se cuenta eso en “6, 7, 8”?
Volviendo a Bayer, dice en su artículo que las Madres desconfían, porque a la presentación del informe invitaba el Comité Nacional de la UCR. Y asegura el autor de “La Patagonia Rebelde” que está bien desconfiar, porque la UCR dejó sin quórum la Cámara de Diputados ¡en 1921!, impidiendo la formación de una comisión que investigara los fusilamientos de obreros patagónicos.
Pero nada dijo después Bayer ni ninguno de los parciales como él, de la poca disposición de Cristina Fernández para votar siendo diputada o senadora las leyes que hicieran posible la continuación del esclarecimiento de la verdad. Solo se convirtieron ella y su esposo en “adalides” de esa lucha cuando el camino estaba asfaltado y era una autopista de un solo sentido. Antes estaban escondidos debajo de la mesa.
Pero, cortando ese aspecto del razonamiento, si tanto desconfiaron las madres de Ernesto Sábato, ¿por qué no desconfiaron de Sergio Socklender?
La historia argentina reciente, otra vez emparentada con el peronismo, tiene el antecedente de lo que sucedió con Juan Duarte, hermano de Evita, y personaje de una grandísima influencia en los años 50. Releyendo diarios de la época se puede advertir que le costó mucho esfuerzo incluso a los allegados a Perón demostrarle que su cuñado era un corrupto, pese a que ostentaba estancias, yates, autos importados y mujeres de caro mantenimiento. Algunas veces (muchas) hemos dicho acá que si la Historia no sirve para evitar la repetición de los errores, no sirve para nada.
Lo positivo es que después de tantos años de operar de esa manera, ahora ¡se los va a controlar! Si no hubiera surgido gracias a los medios independientes este escándalo, que, repetimos, Hebe de Bonafini se apresuró a calificar de “puterío”, ¿se los hubiera investigado teniendo en cuenta la cifra millonaria recibida para obras en su mayoría otorgadas sin licitación a la empresa de Schoklender? Bueno sería que también auditen las obras para ver si coincide el porcentaje certificado con lo realmente construido, y poder evaluar a los funcionarios que intervinieron.
Porque ya que estamos, y porque nosotros no nos sentimos integrantes de la espiral del silencio, no está demás transcribir una parte del fallo en el caso Hagelin (la adolescente argentino-sueca herida y secuestrada por fuerzas militares al mando del ex capitán de la Marina Alfredo Astiz, y desaparecida desde entonces):
“El esfuerzo de disimulo pierde toda justificación moral y aun jurídica cuando se realiza desde la función pública”.
A nosotros no nos queda ninguna duda de que éste no es un caso aislado. Existen muchos otros, aunque de eso no se hable. Todo proyecto hegemónico tiene como riesgos ciertos y como consecuencias probables, el silencio, el ocultamiento, la arbitrariedad y la corrupción.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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