jueves, 14 de julio de 2011

De Tierra Santa a Basavilbaso

De Tierra Santa a Basavilbaso - Editorial del 15 de julio de 2011
Volvimos, y de nuevo en casa, decidimos cerrar el círculo continuando el último editorial, tratando de explicar en esta oportunidad no sólo lo que vimos en los días restantes, sino, más que eso, el espíritu que advertimos en quienes compartieron con nosotros la experiencia, y en nosotros mismos.
Transcurrir casi veinte días en Israel es de por sí "todo un tema", pero vamos a elegir dos lugares muy especiales para terminar de hablar de la visita, y luego entrar de lleno en la descripción de las cargas emotivas y las enseñanzas que creemos necesario rescatar.
La primera referencia, que como solemos decir en estos casos no significa orden de importancia sino de prelación en el relato porque fue primera en el tiempo de nuestra visita, corresponde a la ciudad de Acco, situada a orillas del mar Mediterráneo, cercana a la bahía de Haifa. Durante la Tercera Cruzada se llamó San Juan de Acre, y es una de las ciudades más antiguas del mundo ya que se cree que fue fundada hacia el año 1500 a. C.
Para nosotros, y para el tema de hoy, resulta importante decir que Acco ha sido una de las ciudades mixtas de Israel, en las que una mayoría de judíos y una minoría de árabes conviven al igual que en Ramla, Lod, Haifa y Jerusalén y otras poblaciones menores.
Más allá de la importancia estratégica que ha tenido a lo largo de todos sus años de existencia (no es la página de hoy una clase de historia), en el Nuevo Testamento se registra la visita del apóstol Pablo a esa ciudad (Hechos 21:7), y resulta fascinante mirar desde el mar la ciudadela de los cruzados, con murallas que resistieron incluso el asedio de Napoleón.
La segunda referencia, seguramente mucho más profundamente religiosa que la anterior, para propios y extraños, es la que nos dejó la ciudad de Nazaret, donde Jesús vivió su niñez, en la casa de José y María. Nuestra visita se concentró en la Basílica de la Anunciación, dedicada al episodio en el que el ángel anuncia a María que tendrá un hijo que se llamará Jesús, y en la Iglesia de la Sinagoga, donde Jesús interpretó las palabras del Libro de Isaías. Queremos hacer un párrafo aparte para este último lugar, ya que quedamos fuertemente impresionados al entrar y encontrar que la sinagoga, que fuera convertida en iglesia, no ha sido vuelta a su estado original por el gobierno de Israel, sino que, conservando su estructura, pudimos ver como en ella se desarrollaba una misa católica, en nuestra presencia. Otro dato más para tener en cuenta.
Vamos, entonces, a lo medular.
Desde tiempos inmemoriales, la diversidad religiosa entre los hombres ha causado fricciones, desencuentros y guerras, pero también muchos intentos de acercamiento, no sólo para evitar aquellos males sino para buscar un camino de paz y progreso para todos. Es claro que, como hemos dicho muchas veces acá, citando ejemplos muy próximos y locales, estos tienen menos prensa que aquellos.
Pero cuando vemos o participamos de un esfuerzo que abra una posibilidad real de encuentro y respeto mutuo, buscando lo mucho que es común entre la gente religiosa y aun entre ella y los que no practican credo alguno, sobre un plano de sinceridad y deseo de conocer al otro, a sus creencias más profundas y motivadoras de conductas y actitudes, entonces comenzamos a pensar que no todo está perdido.
Y mucho de esto fue lo que vimos y vivimos en Israel. Seguramente no podremos describirlo con palabras, pero eso mismo que nos pasó a nosotros, en nuestra condición de judíos, al pasar por lugares que nos eran sublimes, pero también por otros que no nos concernían, en principio, es decir, la conmoción interior que produce estar en medio de la Historia, le pasa con seguridad al habitante de ese país en el que conviven, con sus problemas lógicos pero sin excesos, judíos, cristianos y musulmanes.
A modo de anécdota, nos impactó ver cómo, saliendo del Seminario Franciscano que se encuentra en Nazaret, al lado de la Basílica de la Anunciación, un grupo de estudiantes católicos hablaba entre sí en hebreo, subía luego cada uno de los integrantes a un auto con patente de Israel, y se iba, seguramente, a realizar sus tareas cotidianas en un país que los contiene y los comprende.
Y ni hablar de lo que significó para nosotros cruzarnos en el Muro de los Lamentos con las mismas monjas con las que, minutos más tarde, coincidiríamos en el Santo Sepulcro.
Si queremos ejemplos de que se puede, la reunión de Asís y la visita a la sinagoga de Roma por Juan Pablo II son testimonios de que las cosas más difíciles deben ser intentadas, si es el Espíritu quien las guía. Está en nosotros mismos conseguir que el idioma sea otro, que la comprensión sea otra, pero, sobre todo, que la confianza sea otra. Y esto es lo que queremos destacar, porque ahí está la clave.
Tanto el encuentro ecuménico (entre cristianos) como el interreligioso o multiconfesional (con los que no lo son) empezaron a perfeccionarse cuando hace medio siglo se hizo aceptable en medios católicos el concepto de tolerancia, como beneficio concedido al otro. Hay una reminiscencia del Edicto de Nantes en esta tolerancia, que de todos modos para muchos representa un avance de bondad y justicia, y para otros una licencia ilícitamente concedida al error.
Todos estos años de práctica en este camino nos hacen entender que, de todas maneras, no es la tolerancia lo que nos hace recibir y ser recibidos en otras comunidades religiosas, porque la tolerancia implica un resquemor al juntarse. Y eso no está de acuerdo con el espíritu que convoca con suficiencia y eficacia a los que quieran juntarse para rezar, aunque no sea para rezar juntos. A nosotros nos gusta más hablar de comprensión, en sustitución de aquella tolerancia. Son muchos los años que vivimos en este ambiente de diálogo, fecundo y alentador, y queremos transmitir nuestra experiencia.
Es claro que para eso hace falta conocer lo que no conocemos y comunicar lo que debemos transmitir. No es un ejemplo constructivo para dialogar la cortesía gentil o el querer quedar bien con los demás callando lo que puede no gustar. La devoción por María, por ejemplo, no puede ser negada por el católico, como el protestante no debe negar su creencia en la justificación, ni tampoco el judío puede negar su convicción acerca de la espera por la llegada del Mesías.
Es cierto que la verdad es una sola, y no es lícito acallar la propia conciencia disimulando la fe o la identidad religiosa de cada uno. No se pide pagar ese precio para alcanzar un encuentro que no sería fecundo. Pero reconforta y estimula ver cómo hay un país en el que el entendimiento mutuo se lleva a la práctica, seguramente dejando de lado egoísmos.
Por lo que sentimos allí, en estos días, es un ejemplo digno de imitar.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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