jueves, 21 de julio de 2011

Gloria a Caín

Gloria a Caín - Editorial del 22 de julio de 2011
Dice Antonio Machado en “Proverbios y Cantares”, el poema que tan bien musicalizara Paco Ibáñez:
La envidia de la virtud
hizo a Caín criminal.
¡Gloria a Caín! Hoy el vicio
es lo que se envidia más.
Y es de eso de lo que queremos hablar hoy, o por lo menos de un aspecto de eso.
Todo surge a propósito de la noticia que publicamos, ya ¿“aclarada”? por los emisores, respecto a la sanción de una Ordenanza en la ciudad de Mansilla, por la que se reglamentó la posibilidad de que los menores a partir de los 15 años puedan consumir alcohol, en abierta contradicción con el ordenamiento legal nacional y provincial que fija como edad para el consumo los 18 años.
Más allá de que la repercusión del tema “obligó” a los responsables a adjudicar la culpa a la Ley de Murphy: “si hay posibilidad de que algo salga mal, saldrá mal de modo irremediable”, nosotros creemos que en realidad la intención tiene que haber sido otra, o, lo que también es posible, el desconocimiento legal es tan profundo que permite que se cometan errores de este tipo.
Cuando decimos que la intención tiene que haber sido otra, lo hacemos convencidos de que en esta sociedad en la que vivimos se ha optado por minimizar la gravedad del precoz consumo de alcohol, llevándolo a la absurda categoría de “travesura”, y negándose a aceptar las pruebas científicas y sociales que demuestran lo fatal que resulta el exceso llevado al paroxismo, en todo el significado de la palabra.
Muchas veces, y a propósito de planteos que se hicieron en nuestra ciudad con referencia a posibles normas de prohibición del consumo de alcohol, o a “movidas” comunitarias en ese sentido, para poner a Basavilbaso en consonancia con la normativa nacional y provincial, hemos dicho que no creemos que la cosa pase exclusivamente por los límites legales. Está comprobado eso incluso para problemáticas mucho más graves, y hay respuestas inteligentes y profundas que sirven también para este tema, cuando se habla de bajar la edad de la inimputabilidad en los delitos como forma de combatirlos.
En realidad lo que pasa es que la llamada “promesa del mercado” está llevando a la sociedad a un quiebre en sus lazos, consecuente con el debilitamiento de las instituciones y la declinación hasta casi su desaparición de la función paterna.
No es casualidad que, paralelo a esta cultura del consumo de alcohol como fin último, esté instalada la cultura del consumo en general, en busca de las supuestas recetas rápidas de felicidad que, obviamente, no darán resultado. ¡Pero vaya uno a advertírselos!
Es por eso que no le asignamos importancia en este caso al ordenamiento legal como factor decisivo para imponer conductas. El consumo no precisa de leyes, porque es su relación con los objetos y no con los hechos donde se basa esa falacia ilusoria de la satisfacción.
Quedarse solamente con el rol del estado gendarme es minimizar el papel fundamental que tiene que jugar como ordenador social y como gestor de las políticas necesarias y adecuadas. Es por eso también que luchamos, no siempre con buenos resultados, en pos de que la elección de los representantes del pueblo incluya a quienes generen hechos políticos, porque es desde la esencia de la formación de cada espacio, con un fuerte contenido ideológico, desde donde saldrán las soluciones, que nunca podrán ser mágicas.
Si no ponemos el acento en lo ideológico, y, por ejemplo, seguimos permitiendo la presencia en los medios de basuras como las que produce Tinelli, en las que prima el individualismo, la inmediatez y el empobrecimiento en el decir, nunca cambiaremos la situación en la que se encuentran nuestros jóvenes e incluso ya también nuestros niños.
No creemos necesario aclarar acá que no somos partidarios de la permisividad total ni de una actitud pasiva del estado, sea éste municipal, provincial o nacional. Pero estamos a favor de las intervenciones que sean lo menos segregativas posibles, cuidando que la imposición de conductas sea a través de la autoridad y no del autoritarismo.
Si los dispositivos legales no contienen a los jóvenes y a sus familias, son ineficaces. Si no los responsabilizan a ellos y a sus padres, o, para decirlo mejor, no los implican en el problema, son inútiles. Y las normas ineficaces e inútiles terminan siendo derogadas por las costumbres. Tendremos ordenanzas que prohibirán la venta, y veremos pasar a los compradores, impasiblemente, tal y como sucede actualmente en nuestra ciudad con otras cosas que se intentaron prohibir a través de normas ineficientes.
La falla de origen está en la prevención, que debe hacerse en el hogar, en primera instancia. Si la prevención es un mero ejercicio retórico, y los padres no educamos, no corregimos, o preferimos la alternativa del sí fácil para evitarnos problemas de convivencia y así imaginarnos “amigos” de nuestros hijos, todo está perdido. Somos los padres los primeros, ¿y los únicos? responsables de darles a nuestros hijos el acceso a la dignidad, que de ninguna manera les dará el alcohol.
La definición de adolescente no está del todo clara. Hay quienes dicen que significa “faltar” y otros aducen que quiere decir “crecer”. De cualquier manera implica la convicción de que algo no está completo, en este caso más todavía, de que algo va por un camino desconocido y atemorizante. Está en nosotros explicarles, entonces, qué efectos produce en ese camino la pérdida anticipada de los frenos inhibitorios que genera el alcohol. Eso, y también cuáles son los resultados no queridos y qué se siente al emborracharse, porque ellos nos ven comprar, consumir y almacenar esas botellas en casa, como algo normal, más el agravante de que en la televisión aparecen las propagandas de gente muy feliz por consumir alcohol. Y eso no es tan así de simple.
Más que el fracaso de las normas prohibitivas, estamos ante nuestro fracaso como padres que no podemos enseñar cuándo, cómo y cuánto alcohol se puede consumir sin dañarse el cerebro, el hígado y hasta el alma. Si el temor de nuestro hijo adolescente es enfrentarse a la realidad, por qué no lo acompañamos y lo ayudamos, en vez de permitirle que nos sustituya por una (ojalá fuera sólo una) botella de cerveza.
Porque el problema, como siempre, no es la sustancia, sino lo que se aprende a hacer con ella. Como todavía estamos sensibilizados con lo que vivimos en estos últimos días, vamos a recordar que, al fin y al cabo, Jesús produjo más vino cuando éste se había terminado en las bodas de Caná. Y en la Última Cena también se bebió vino, que luego se constituyó en una de las materias de un sacramento.
Y para que quede clara la cosa, respecto a que lo malo no está en el vino, sino en lo que con él se hace, y que, por lo tanto, hay que enseñar a hacer, terminamos con un poema hecho canción de Eladia Blázquez:
Sólo el hombre incapaz de entender, de sentir
ha logrado, al final, su grandeza prohibir,
y se niega el sabor y la simple verdad,
de vivir en amor y en total libertad...
Si tuviese el poder de poder decidir...
Dictaría una ley... ¡Es prohibido prohibir!
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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