jueves, 13 de diciembre de 2012

Fuego y luces

Fuego y luces - Editorial del 14 de diciembre de 2012 La pasada semana publicamos en nuestra edición impresa una poesía de Ana Dragún de Torres, colaboradora frecuente de este Semanario, que ella tituló “Un mundo en llamas”, y en la que hace una descripción de la situación internacional y de ciertos enfrentamientos que justifican la metáfora. Pero hoy voy a optar por hacer un uso distinto, en este caso positivo, de uno de los elementos, junto con el agua, la tierra y el aire, de las cosmogonías tradicionales en Occidente y que está presente en todas las religiones y sus rituales, en la filosofía esotérica, en la alquimia y en la astrología. En efecto, la coincidencia en este mes de diciembre de las festividades religiosas de Janucá y Navidad, judía y cristiana respectivamente, y la feliz decisión de la Asociación Israelita de Basavilbaso de realizar este próximo domingo el Concierto de las Luminarias, con la participación del Coro Municipal “Magnificat” de nuestra ciudad y el tenor Enrique Grinberg, acompañado por la pianista Susana Cardonnet, me hacen pensar que “no todo está perdido”, y que si la apuesta es al calor que brinda el fuego y no a su poder de destrucción, y a la luz que nos saca de las tinieblas y no a la que nos enceguece, estamos en el buen camino. Esta experiencia, que se concretará en dos días más, tuvo una instancia anterior hace ya casi quince años, cuando el Coro de Miguel Bernik, integrado, como dice nuestra canción, por “criollos, judíos y gringos” (no importaba en aquél momento la proporción, como tampoco importa ahora) participó de la ceremonia del Día del Perdón, seguramente la más profunda y sentida de todas las de la liturgia judía, interpretando el Kol Nidre, bellísima melodía que encierra una letra fundamental por el sentido de arrepentimiento y disculpas por los errores cometidos que la misma relata. En aquél momento, del que me tocó participar activamente, escribí luego que era evidente que los basavilbasenses no habíamos tomado conciencia de la importancia de ese hecho, seguramente porque tampoco se le dio la trascendencia debida. A nadie escapa de que las malas noticias tienen mucha más prensa que las buenas. Una pintada antisemita ameritaría seguramente la presencia de medios nacionales, pero no lo hizo una expresión artística integradora. En aquél caso lo inédito era ya de por sí la presencia de un Coro Municipal, no religioso y mucho menos confesional judío, en una celebración de esta Fe. Y aunque más arriba decía yo que las proporciones no importaban, es necesario destacar que en aquella formación del Coro había dos monjas, más de veinte cristianos, y un solo judío. Y esa característica se mantiene, salvo por lo de las monjas, todavía hoy. Quizás no debería llamar tanto la atención este hecho en un marco de convivencia, sobre todo porque en el mismo tiempo el Magnificat tomó parte de misas en Parroquias de muchos lugares de Entre Ríos y del país, y también en iglesias de distintas denominaciones cristianas. Pero sabemos que, aunque nos propongamos decir que es lo mismo, no lo es, por esa misma razón de difusión de las malas noticias de la que hablaba más arriba. Sin ir más lejos, el año pasado, en oportunidad de la participación de nuestro Coro en un Encuentro en la ciudad de Ituzaingó, Corrientes, la visita culminó (esto es bastante frecuente) con una participación el domingo a la mañana en una misa (el Magnificat tiene siempre un repertorio preparado para eso). Lo particular fue que, al final, y luego de la tradicional despedida del párroco, terminamos todos de la mano, incluso el cura (entrerriano, para más datos), cantando el Popurrí de Canciones Populares Judías, que este domingo también formará parte del repertorio, y que concluye con el conocido “Hevenu Shalom Alejem”, cuya traducción más aproximada es “estemos todos juntos y en Paz”. ¡¿Todo un símbolo, no?! Aun cuando me resisto a transformar esta página en una clase de Historia, muchas veces la pasión me traiciona, como va a suceder ahora. Es imposible negar la relación estrecha que existe entre el judaísmo y el cristianismo. De hecho, Juan Pablo II, líder durante muchísimos años de la Iglesia Católica, denominó al pueblo de Israel “nuestros hermanos mayores”. Por supuesto que tampoco se pueden negar las múltiples persecuciones habidas a lo largo de estos veintiún siglos, pero insisto hoy en reconocer solamente las cosas buenas. Como decía, entonces, la Historia religiosa nos enseña que María, hija de Joaquín y de Ana, natural de la ciudad de Nazaret, en tierra de Galilea (en donde tuve el placer de estar el pasado año), la niña a la que un ángel había anunciado cierto prodigio increíble, y José, su esposo, carpintero él, salieron al encuentro de su destino, que sería el destino de gran parte de la humanidad, debido a una imposición del emperador romano Augusto, que obligó a los judíos a trasladarse entre los idus de diciembre y las calendas de enero a sus lugares de origen. Belén era el lugar de la tribu de David, a la que pertenecía José, razón por la cual él marchó, con la caravana correspondiente y su mujer a punto de parir, hacia ese lugar. Al no encontrar posada alguna, llevó a su esposa a una gruta albergue de animales. En ese pesebre, María, judía como José, parió a Jesús, también judío, que a los ocho días de nacer, en lo que hoy es el primer día del año en el calendario gregoriano, fue circuncidado, tal como lo somos todos los judíos varones. Que el Niño naciera en Belén fue un retorno a los orígenes, a los antepasados, a la aldea del Rey David. La peregrinación que todos los años los judíos piadosos hacían a Jerusalém (y que muchos todavía siguen haciendo), estaba y está impulsada por la misma motivación: la de volver a las raíces para beber en la fuente. Con la opción de los orígenes miramos hacia atrás, hacia los padres que vivieron el pasado. La fe de nuestros padres y la esperanza de nuestros hijos son las dos fuentes que alimentan nuestra caridad (Teshuvá, en hebreo) y el compromiso del presente. Y la coincidencia con Janucá también me obliga a explicar el hecho que da lugar a esta celebración, que recuerda algo que ocurrió 70 años antes de Cristo. Janucá quiere decir “restauración” o “reinauguración”, y se corresponde con la recuperación del Templo de Jerusalém, en ese momento en manos del rey grecosirio Antíoco Epifanes, que quería imponer el politeísmo. La lucha de los Macabeos para recuperar el Templo fue la lucha de pocos contra muchos y la dignidad de una minoría no dispuesta a sucumbir. La Navidad cristiana y la Janucá judía tienen muy poco que ver en el fondo, pero mucho en la forma de la celebración, y eso no debe ser casualidad. La época del año en que se celebran, los ocho días de duración de la festividad judía y los ocho días que van desde la Navidad al Año Nuevo (ya expliqué más arriba el por qué), el carácter familiar, los regalos para los más chicos, la sugerencia de mostrar el símbolo de la festividad en lugar visible (el árbol y la janukiá), y por sobre todos estos detalles, la importancia que ambas le dan al elemento luz. Yo espero que esta coincidencia, mundial en el calendario y pueblerina en el encuentro de este domingo, nos trasmita un mensaje: buscar lo mejor de nosotros mismos, hallar una feliz convivencia y un mayor compromiso con el prójimo. Todo eso conlleva un renacimiento espiritual, la plena vigencia de valores éticos y el enaltecimiento de una actitud moral de comprensión y no de tolerancia. Como dice la letra de uno de los villancicos que escucharemos en esa noche: “Pedir y dar perdón, ser cada día…mejor”. Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

No hay comentarios:

Publicar un comentario