jueves, 3 de noviembre de 2011

Medio litro de vida

Medio litro de vida - Editorial del 4 de noviembre de 2011
Nunca es fácil la tarea de elegir el tema central de esta página editorial. En primer lugar porque soy consciente del amplísimo espectro de opiniones que representan los lectores de Crónica, pero más que nada por la responsabilidad que significa escribir para un universo indefinido, o sea sin saber quién, cómo y cuándo leerá este texto, en qué circunstancias, y con qué preconceptos.
Pero la cercanía del Día Nacional del Donante Voluntario de Sangre me llevó a decidirme por éste, con los riesgos que ahora verán que correré.
Entre las anécdotas que se cuentan en los ambientes relacionados con el tema, se suele recordar el caso de una nena de nombre Liz, que padecía una enfermedad extraña a la que sólo podría sobrevivir si recibía sangre de su hermano menor, de cinco años, que había superado el mismo mal y había desarrollado anticuerpos. Con sencillez, le explicaron al chico la situación y le preguntaron si estaba dispuesto. Dijo que, si eso salvaba a su hermana, lo haría. Durante la transfusión estaban en camas paralelas. Cuando el niño vio que la cara de Liz tomaba color, preguntó: "¿En qué momento moriré?" Había imaginado que Liz recibiría toda su sangre y que él le donaba, en realidad, su propia vida.
A pocos días de mudarme yo a Buenos Aires para estudiar Derecho, estando una noche, ya tarde, mirando televisión, veo que sobreimprimen un “llamado a la solidaridad”, con un pedido de sangre 0+, o sea mi grupo y factor. Muchas veces había escuchado esos llamados, pero convengamos que acá en Basso, y con las limitaciones propias de la edad y del contexto, nunca le había dado demasiada importancia.
El hecho es que llamé al teléfono que daban como contacto, ya cerca de las doce de la noche, y al enterarse de mi disposición, pese a que era mi primera vez, casi me rogaron que vaya enseguida, porque era para una urgencia. Nada de ayunas ni de temprano por la mañana. ¡Ya!
Quizás ese comienzo, también dado en camas paralelas, solo separadas por un biombo, haya marcado en mí todo un camino, que continúa hasta hoy y que me ha llevado por casi todos los hospitales y laboratorios de la zona, las más de la veces por pedidos expresos, y las otras porque el paso del tiempo me “obliga” a entregar mi cuota.
Y para mí este hecho atañe a la generosidad, más que a la solidaridad. Cuando uno da lo que necesitan aquellos a quienes conoce o quiere, o de quienes uno es pariente, ”compañero” o colega, uno es solidario. La solidaridad puede, incluso, ser una cuestión a la que uno se vea obligado a través de exenciones impositivas, de contratos, de campañas, de festivales, o hasta incluso puede ser guiada por conveniencias personales como mantener una amistad, un trabajo, una imagen.
La generosidad es diferente. Cuando uno es generoso actúa en favor de alguien aunque nunca haya compartido nada con él, y se le hace un bien pese a que eso pueda debilitarnos. Se da (como dice un proverbio árabe) antes de que se nos pida y, finalmente, se lo hace, incluso, sin que nadie se entere (y de ahí mi reserva al comenzar a escribir sobre este tema) y sin ningún fin ulterior (como obtener ventajas o descuentos). En este punto se toca con el altruismo, término creado por Augusto Comte (1798-1857), filósofo y padre de la sociología. Como enseñamos en nuestras clases de Ética en la Universidad, Comte sostenía que los únicos actos morales son aquellos que tienen como fin el bien del otro.
Una campaña para que la gente done sangre será muy necesaria como activadora de la solidaridad, pero, si sólo queda en eso, el efecto puede apagarse cuando esa misma campaña se cierre. Distinto será si despierta la generosidad. Si logramos que ésta se instale, luego no se necesitarán campañas. Pero no existen los “llamados a la generosidad”, como los hay a la solidaridad. Tampoco al amor, sostén de la generosidad.
Hay que entender que para ser donante de sangre no se requieren facultades especiales; es un acto que va más allá de la condición social, económica o cultural; es una manera real, efectiva, accesible y activa de recordar que somos parte de un todo. Es como un abrazo fraterno pero más. Debería ser una muestra habitual de generosidad, y no requerir de un día especial para recordarlo. La sangre es un símbolo, algo que nos es común, que todos compartimos, que circula sin barreras de idiomas, ni de religiones, ni político partidarias y está exenta incluso de las pasiones futbolísticas, lo cual ya es mucho decir. Uno puede tener sangre “bostera”, pero a la hora de la transfusión ni siquiera eso importará. Cuando la donamos, sin preguntar a quién, por qué o para qué, donamos, simplemente, humanidad. No hay premios por eso, no debe haberlos. "Cuando uno es generoso con la intención de recibir algo a cambio o de obtener una buena reputación o de ser aceptado, entonces no está actuando como un ser iluminado", dice el Dalai Lama. Y sugiere que, acaso, la famosa iluminación no es algo misterioso ni esotérico, que quizá sea sólo una manifestación de la generosidad.
Yo guardo con mucho cariño una lapicera que me regaló la familia de un receptor de mi sangre, tanto como aguardo con mucho cariño el abrazo que me doy, cada vez que nos encontramos, con Juan, con quién reímos juntos cuando tomamos en chiste los supuestos “extras” que recibió en la transfusión. En cada una de las más de sesenta veces que cumplí con esto que ya es una gustosa obligación, y que lo debería ser de todos, algo quedó en mí como resultado.
No soy quién para aconsejar conductas. Pero esta creo que es imitable. Invito a que prueben en la primera oportunidad que tengan. Que pierdan los miedos y los tabúes y que se larguen, sin esperar otra recompensa que la propia satisfacción. Que es muy grande.
Porque como dice Antonio Alejandro Gil en las décimas que tituló “Y en silencio”:
Tiende tu mano al vecino,
porque sí, por elegancia;
que no todo sea ganancia
a lo largo del camino.
Cambia de sabor el vino
cuando no hay con quién brindar...
¿Qué harás con atesorar
y ser opulento en bienes,
si entre tus bienes no tienes
el bien supremo de dar?
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

No hay comentarios:

Publicar un comentario