viernes, 11 de noviembre de 2011

La Gran Aldea

La Gran Aldea - Editorial del 11 de noviembre de 2011
Las elecciones del pasado 23 de octubre, y su resultado, pusieron de manifiesto un arrastre de la figura de Cristina Kirchner y su investidura presidencial, por sobre el resto de los poderes.
Consecuentemente con eso, a nuestro entender, se acentuó el centralismo, porque casi todos los candidatos kirchneristas pusieron como bandera la supremacía del poder central, volviendo al programa centralista que definió la llamada generación del ochenta. Ellos pensaron las líneas férreas confluyendo invariablemente hacia el puerto de Buenos Aires y nosotros repetimos en nuestros canales de televisión la programación que nos llega de la Capital Federal, preocupándonos más por los accidentes de tránsito que allí ocurren, que por los que pasan a la vuelta de nuestra esquina.
En la ahora Ciudad Autónoma de Buenos Aires se encuentran no sólo las principales instituciones políticas y financieras del país, sino también el kilómetro cero de todas las rutas nacionales.
Y, encima, nuestro gobernador (y casi todos los demás) gobiernan mirando para allá en vez de hacerlo mirando para acá.
Es un hecho incontrastable que después de la Revolución de Mayo de 1810 se acentuó la dependencia política de las provincias, y nosotros tenemos el orgullo, como habitantes de Entre Ríos, de haber sido junto con Corrientes, Córdoba y Salta las primeras que tomaron distancia del poder central. Incluso Salta fue la primera en elegir por sí misma a su gobernante: Martín Miguel de Güemes.
De todas maneras la ciudad portuaria fue siempre, para el interior, la representación del poder español, y sus sucesores criollos heredaron esa imagen. La Historia les dio la razón, puesto que los porteños se consideraron con derechos adquiridos para encabezar la revolución y fijar sus derroteros.
Las luchas entre federales y unitarios llevaron al país a una verdadera guerra civil, que se extendió por más de 30 años. Y también los entrerrianos somos artífices de lo que pasó en 1851, con el Pronunciamiento de Urquza, en 1852 con la batalla de Caseros, y, sobre todo en 1853, con la sanción de una nueva Constitución federalista.
Pese a eso, y seguramente por la desidia de los gobernantes, que no queremos ver repetida ahora, Buenos Aires pasó de tener 187.000 habitantes en el censo de 1869, al 1.575.000 del censo de 1914, incorporando en desmedro del interior obras como vías férreas, agua corriente, desagües, entubamientos, hospitales, bancos, frigoríficos y obras portuarias. Ese desarrollo no fue siquiera comparable al de ninguna capital provincial.
Fue ahí, entonces, cuando comienza a definirse el esquema centralista que se perpetuaría hasta hoy en nuestro país. Los trasportes y las comunicaciones constituyeron la columna vertebral para el desarrollo de la economía nacional. El ferrocarril, que terminaba en Buenos Aires, hizo desaparecer poco a poco las economías regionales que ya no encontraron forma de comercialización de los productos entre provincias, debiendo pasar todo por la gran urbe.
Desde entonces la economía argentina se enmarca en un modelo similar al de centro-periferia, donde las provincias juegan de parte subdesarrollada, como productoras de bienes de bajo valor agregado, mientas al centro industrial le corresponde la transformación de aquéllos en bienes finales para el consumo, incluso en las mismas provincias.
El problema es que los gobiernos provinciales obsecuentes no reclaman ante el gobierno nacional un mejor trato respecto a la Coparticipación Federal, que no es un subsidio, como algunos nos quieren hacer creer, sino la distribución que se hace de la recaudación impositiva.
Pero el sistema se torna perverso, además, en tanto y en cuanto no se aclare nunca la discusión acerca de si el criterio de distribución debe ser devolutivo o redistributivo. En el primero de los casos cada provincia recibe un caudal proporcional a lo que hubiera recaudado por sí misma, y en el segundo, se toman en cuenta las necesidades financieras de cada una, independientemente de lo aportado a la recaudación total.
A pocos días de la muerte de Sergio Montiel, bueno es que recordemos todo esto, porque justamente ahí estuvo la raíz del problema de los bonos en general y de los Federales en particular, más allá del valor agregado que le otorgó en ese momento quién era gobernador, al no “bajar” a los pueblos y ciudades a explicar de qué manera eran expoliados los bienes de la provincia.
La organización jurídica del Estado argentino obedece a la norma constitucional según la cual la Nación “adopta para su gobierno la forma republicana, representativa y federal”, pero parece que eso ahora a nadie le interesa.
Tenemos un fundado temor de que el plan “Conectar Igualdad”, que tiene como costado positivo el hecho de proveer de computadoras tipo netbook a todos los alumnos y docentes, se convierta en otra herramienta de centralización, aprovechándola para mandarnos a decir desde el poder central qué es lo que tenemos que enseñar.
En nuestro archivo tenemos un comentario editorial del diario La Prensa del año 1931, que representaba por aquél momento a los mismos poderosos que hay ahora, quizás con otros nombres y apellidos, y con orígenes no tan “aristocráticos”, en el que, hablando de las radios, diciendo que “son las que anticipan la información de la prensa escrita y permiten que los más alejados habitantes del interior oigan lo que se les quiere hacer llegar desde la Capital, centro emisor de las actividades mentales, políticas, científicas, industriales, llamadas a repercutir en las provincias y gobernaciones”.
Setenta años más tarde las cosas no han cambiado demasiado. Sobran ejemplos de programas de televisión supuestamente federalistas, cuyo federalismo se limita a un simple traslado de equipos y de móviles desde la Capital hacia determinados puntos del país, y generalmente no para mostrar sus realidades productivas, sino más bien sus curiosidades.
Las grandes producciones de la TV muestran una realidad que solo existe en Buenos Aires, y podemos dar fe personal de que no existen las mismas reglas para participar en ciertos y determinados programas para quienes somos del “interior”.
Es claro que esa contradicción de centro-periferia también la sufrimos, casi en la misma medida y con los mismos parámetros, aquellos que vivimos en los pueblos y ciudades de Entre Ríos con respecto a Paraná. Pero ese será tema de otro editorial, porque tenemos respecto a eso mucho que decir.
Y en el Día de la Tradición, terminamos, junto con Martín Fierro:
De los males que sufrimos
Hablan mucho los puebleros,
Pero hacen como los teros
Para esconder sus niditos:
En un lao pegan los gritos
Y en otro tienen los güevos.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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