jueves, 29 de septiembre de 2011

Simbolismos

Simbolismos - Editorial del 30 de septiembre de 2011
Algunas de las cosas que sucedieron y me sucedieron en este año 5771 del calendario judío me llevaron a elegir este tema para la página de hoy, que es a la vez última y primera.
Lo que me pasó a mi tiene que ver con haber estado en la tierra de Israel, y haber podido completar, luego de seguramente más de la mitad de la vida que tendré, la formación judía que recibí de mis padres y de la tradición.
Y entre las cosas que sucedieron, quiero rescatar una de la que fueron testigos mis hijos en Santa Fe, en la noche del comienzo de las celebraciones, o sea este miércoles, cuando en la sinagoga de esa ciudad concelebraron la ceremonia el oficiante de la comunidad junto a dos pastores evangélicos y el emblemático Padre Axel, cura de la Parroquia de Ntra. Señora de La Merced y muy conocido, además, por su fanatismo por Colón. De ese gesto que quisiéramos alguna vez poder ver acá, y que sin embargo solamente tuvo un prólogo con la participación del Coro Magníficat en el Día del Perdón de 1997 (nunca se volvió a repetir la experiencia), debo resaltar lo que a quienes me lo contaron les quedó íntimamente grabado. Dijo el sacerdote: "que este año que hoy comenzamos nos encuentre a todos juntos", en una síntesis del pensamiento que viene primando desde Juan Pablo II hasta esta parte, mal que les pese a muchos agoreros.
Es significativa la presencia de estos representantes religiosos de otros credos, sobre todo al reconocer una herencia común, basada en la característica distintiva del pueblo judío de esa fuerza espiritual que determina su semblanza, devenida de sus hechos históricos, de sus leyendas poéticas, de sus sucesos heroicos.
Esa tradición, que en estos días nos está llevando a recordar que estamos en un Año Nuevo (Rosh Hashaná 5772) es la que nos otorga a cada uno de nosotros, y a la grey, un poder de cohesión fundado en un pasado de defensa de los ideales y de convicciones espirituales que se plasman en sueños y en esperanzas comunes.
Esas tradiciones están vertidas, en su mayoría, en las Sagradas Escrituras, o son consecuencia de su estudio e interpretación. Y no es un dato menor que las celebraciones judías sean las que le otorgan una fisonomía especial a esas tradiciones.
Entre esas celebraciones, la que nos toca de cerca hoy es la que se refiere a la Iniciación del Año (Rosh Hashaná significa eso en hebreo) y del período de diez días de expiación, los más austeros y penitenciales del culto, así como los más sagrados.
La fecha y la cantidad de años que se reconocen, tienen que ver con la creación del mundo. Pero la cosa no termina ahí. De conformidad con la concepción religiosa del judaísmo, en estos días todas las criaturas humanas (no solo los judíos) son sometidos al juicio divino como también, simultáneamente, al juicio de su propia conciencia. La suerte de todo ser humano está echada mediante ese análisis introspectivo, del cual cada uno es su propio Tribunal.
Son, entonces, estas dos jornadas de iniciación del nuevo año, plenas de dramática ceremoniosidad de la liturgia, impresas en las páginas del Majzor o libro de plegarias, que ha retenido su validez en el curso de los años, y, pese a la modernización, el mismo que uso yo usan mis hijos, usó mi padre, y su padre y el padre de su padre. Es que en sus páginas figuran en elocuente síntesis los lineamientos esenciales de las ideas filosóficas y éticas de esa tradición de la que hablábamos más arriba.
Para los judíos Dios no es tan solo el que llamamos "Adón Olam" (Señor del Universo), sino también aquél al que le dirijo mis plegarias con la misma familiaridad con la que lo haría con alguien que está muy cerca. En suma, es la fe en un Dios que no está en lo remoto, un Dios que me escucha de una manera directa, sin intermediarios, y me responde del mismo modo, pero a través de mi conciencia.
Y lo que es más trascendente, y eso seguramente ha sido advertido por quienes tuvieron la idea que destacamos al comienzo, es que por ser el Dios de Israel no es exclusivamente el Dios de los judíos, sino que es el Dios universal. Es por eso que es un deber del judaísmo bregar porque se restaure la fraternidad humana que se ha malogrado por los desvaríos de los hombres.
Una amiga me saludaba para estas fiestas augurándome que "durante tu plegaria matutina hayas escuchado el Shofar". Y es que su tañido es el que da lugar a uno de los momentos más sugestivos y conmovedores de la celebración, contemplada con un no disimulado recogimiento. El ronco sonido del cuerno de carnero nos hace vibrar las fibras más intimas del corazón, llevándonos otra vez a nuestra niñez, cuando era casi solamente eso lo que nos hacía permanecer en la sinagoga, todavía sin comprender el significado de esta pertenencia.
Es, o por lo menos debe ser, ese el momento en que los corazones de los fieles compendian el anhelo de paz y buenaventura para todos los hombres y todos los pueblos, presagiando días venturosos aún cuando, y esa es otra de las cosas que pasan por estos días, nuestro tiempo se presente enturbiado por nubes que engendran la idea de estériles enfrentamientos en la Tierra Prometida.
Y acá debo recordar (justamente la palabra recordar quiere decir "volver al corazón") que fue el profeta Ezequiel el primero en nombrar a estos días como Rosh Hashaná. Ezequiel vivió en el destierro babilónico y fue un soñador del retorno al terruño perdido. Ese terruño que desde los aviesos propósitos de la política internacional se pretende ahora incorporar al "patrimonio universal" y dividir según criterios de conveniencia económica y fundamentalista. Si hasta el canciller argentino, Héctor Timerman, se sumó a la desaprensión con la que se manejó el tema de los derechos de los palestinos, ignorando la Historia y los designios bíblicos.
Como síntesis de esta página, y como resumen de los tres sentimientos (el de mi presencia en Tierra Santa, el del deseo de unión entre los hombres y el que protege la existencia del Estado de Israel) que me llevaron a escribirla, quiero coincidir con el Padre Axel en el ultílogo:
"Si te olvidare, oh Jerusalén, olvídeseme mi diestra. Péguese mi lengua al paladar si no te recordare, si no alzare a Jerusalén a la cabeza de mis alegrías" (Salmo 137, 5-7).
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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