lunes, 10 de octubre de 2011

¿Cuándo comienza la vida?

¿Cuándo comienza la vida? - Editorial del 7 de octubre de 2011
La carga moral que rodea al aborto, y que impregna su penalización, proviene de identificar la interrupción voluntaria del embarazo con un homicidio, es decir, con la destrucción de la vida humana.
Entonces, la primera pregunta que nos debemos hacer es, obviamente, ¿puede considerarse al óvulo fecundado como vida plena? Y, en todo caso, ¿cuándo empieza realmente la vida humana?
Tales cuestiones encuentran respuesta más bien en la filosofía, los dogmas o las ideologías que en la ciencia misma. Hasta la propia Iglesia católica ha variado su concepto doctrinario con el tiempo. En la Edad Media, Tomás de Aquino y otros teólogos sostenían que no podía hablarse de homicidio si no existía el alma, hecho que solo ocurría a los cuarenta días de crecimiento del embrión masculino y los ochenta días del femenino. El Papa Pío IX suspendió, en 1869, esa diferencia entre feto animado e inanimado, y el aborto volvió a considerarse asesinato en cualquier estadio del desarrollo embrionario, perspectiva que perdura actualmente.
Científicos vinculados a la cosmovisión católica coinciden en este punto de vista, sosteniendo que tachar al embrión de ser humano incompleto es tanto como decir que el niño, antes de la pubertad, no es un ser humano.
Incluso una revista dirigida por jesuitas franceses, en un artículo publicado en la década del '70, diferenciaba tres categorías: la vida en el sentido biológico más general; la vida humana, propia de nuestra especie y la vida humana humanizada, resultante de relaciones sociales adecuadas. El texto argumentaba que el objetivo de la procreación es la vida humana humanizada, y sobre esas bases aceptaba el aborto legal y restringido cuando el nacimiento no estuviera en condiciones de garantizar una humanización mínima.
En nuestra cátedra de Ética y Deontología solemos analizar ésto como un dilema moral, que se presenta ante el razonamiento de manera similar al más simple del huevo y la gallina. En verdad tienen algo de razón los que opinan que la vida no empieza, sino que se trasmite mediante los ciclos reproductores de los que son parte esencial el óvulo y el espermatozoide, ambos vivos y ambos igualmente humanos en la medida en que contienen el mensaje genético, la potencialidad del ser humano.
Desde ese punto de vista no sólo el feto, sino el embrión y su estado anterior, el cigoto, y aún antes, el espermatozoide y el óvulo, serían vida humana potencial pero no persona humana. Así, sería tan absurdo hablar de homicidio en el aborto como suponerlo en el método Ogino (autorizado por la Iglesia) que planifica la paternidad por abstinencia voluntaria en el período de ovulación y condena así al ovulo a la muerte celular por falta de fecundación.
Nos concedimos el derecho a hacer esta introducción de tono científico, en la seguridad de que se está dirigiendo, interesadamente, la discusión por un terreno equivocado. Pareciera que lo que se pretende es decidir si uno está o no a favor del aborto, cuando la cuestión pasa por si uno está o no a favor de una ley que lo despenalice. Salvando las distancias, y volviendo el tiempo atrás, cuando se discutió la cuestión del divorcio vincular, parecía que la voluntad de votar una ley que lo permitiera, concluiría en una catarata de acciones judiciales en tal sentido, que "corromperían la esencia de la familia". Sin embargo eso no fue así. Si bien en los primeros tiempos la estadística demostró que hubo muchos casos, solo fue para judicializar situaciones de hecho que venían ya de varios años, y que, incluso, incrementaron también la estadística de casamientos, como resultado lógico. Hoy en día, y más allá de cuestiones culturales que no dependen de una ley, no hay más casos de divorcios que los que se originan en las peleas de pareja.
No creemos que alguien pueda cometer la inconsciencia de quedar embarazada sólo para abortar. Y en caso de que eso sea posible, nada le impide hacerlo ahora. De hecho, la diferencia está en que, existiendo la ley, encontrará un sustento sanitario adecuado para hacerlo. No es que porque esté prohibido haya ahora un guardián que esté custodiando celosamente la prohibición de abortar, ni que, a contrario sensu, la sanción de la norma vaya a generar un libertinaje abortivo.
La realidad indica que, ilegal y clandestino, el aborto es una de las operaciones que más se practica en la Argentina. Según los datos, con la verosimilitud que uno puede otorgarles teniendo en cuenta esas dos condiciones de ilegalidad y clandestinidad, se verifican en el país más de 300 mil abortos por año, o sea casi uno por minuto, involucrando a mujeres de todas las zonas y clases sociales. Obviamente que las condiciones en que se realizan, en cuanto a seguridad, higiene y profesionalidad, varían sustancialmente de acuerdo con la capacidad de pago, ya que por algún lugar de ese territorio económico cruza la línea que separa la vida de la muerte, y los traumas ginecológicos duraderos de la aséptica "cirugía menor".
Pero más allá de su concreción exitosa o no, el aborto resulta siempre una operación psicológicamente traumática. ¿Qué es entonces lo que empuja a decenas de miles de mujeres a padecerlo hasta con recurrencia? Seguramente que no la existencia de una ley que lo impida o lo permita. De hecho estas operaciones no se multiplican en los países donde la represión se debilita. En Latinoamérica, cuyas leyes son por lo general prohibitivas, el número de abortos duplica el de Estados Unidos, donde la gestación puede interrumpirse.
De estos hechos parece surgir la necesidad de un sinceramiento, en que nosotros estamos embarcados hoy desde esta página. De un lado el requisito indispensable de hablar con mayor franqueza de la sexualidad, y generalizar el tratamiento del tema en las escuelas, desde los últimos niveles de la primaria.
Además, es sumamente necesario reconocer que la hipocresía en materia de métodos anticonceptivos tiende a ampliar la "cosecha" de abortos. La ausencia de un enfoque abierto sobre el aborto mismo, la persistencia de una actitud represiva y negadora solo niegan, en verdad, la posibilidad de que quienes se ven empujadas irremisiblemente a interrumpir una gestación lo hagan en condiciones adecuadas, en ambientes limpios, y sometidas a la atención de profesionales comprensivos.
Por cierto, eso no es sencillo de conseguir. El aborto supone una discusión muy traumática sobre la vida y la supresión de la vida, y esta no es una materia apta para las abstracciones o las actitudes neutras.
Y somos quizás los hombres los que estamos más obligados a tratar este tema con respeto y consideración.
Y por eso, otra vez debemos recurrir a Sor Juana Inés de la Cruz:
"Hombres necios que acusáis
A la mujer sin razón
Sin ver que sois la ocasión
De lo mismo que juzgáis".
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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