jueves, 17 de marzo de 2011

Desapasionada pasión

Desapasionada pasión - Editorial del 18 de marzo de 2011
Aún cuando uno debe pensar que los tiempos aconsejan hablar de política partidaria, de internas y de candidatos, nosotros vamos a seguir en esta trinchera nuestra apelando a la decisión de hacer política, sin agregados.
Seguramente esto no nos producirá réditos inmediatos, sobre todo en tiempos en que a muchos se les va la vida en la intención de, ya, aparecer en una supuesta lista de aspirantes a algún cargo, sin pesar para ello que, la mayoría, no ha movido un dedo por nada ni por nadie en estos años intermedios. Sabemos de muchos que aparecen solo para esta ocasión, sin que les haya pasado por la cabeza pensar y opinar, ante las cosas que suceden. Esa es precisamente, la capacidad de pensar y de opinar, la que nos separa de los otros animales.
En este punto queremos decir que abjuramos de alguna terminología que se ha puesto en boga, y que tiene que ver con alabar la "gestión".
A cierta camada de políticos que se imponen como "única alternativa", iluminados por ellos mismos, y sin que para identificarlos sea necesario un color partidario determinado, ya que los hay de todas las banderas, aunque abunden, por lógica, en los partidos mayoritarios, por las tentaciones de la demagogia, los atrae como argumento de venta su "capacidad de gestión". Ellos están convencidos, o parecen estarlo, de que ser gestor sería algo así como un hacedor neutro, un tramitador objetivo y con pasión, pero a la vez desapasionado. O eso es lo que intentan hacernos creer.
La verdadera gestión, a nuestro modesto entender, es poner manos a la obra sin especulaciones ideológicas y sin ampliar la mirada hacia el contexto, pretendiendo "no dar puntada sin hilo". La novedosa costumbre de utilizar términos de la economía para justificar los hechos de la política lleva a hacerles creer (y a ellos a pretender hacernos creer) que a todos los efectos somos el producto y el mercado, ya concebidos y preestablecidos, cada uno en su sitio.
A esta altura aconsejamos leer (o releer) el libro que escribiera Horacio Verbitsky "Robo para la Corona", frase elocuente que alguna vez utilizó en una charla con nosotros uno de estos "gestionadores". El mismo Verbitsky, ahora defensor acérrimo del modelo kirchnerista, dice, en el prólogo de su libro, que hay que tener en cuenta que no todas las prácticas corruptas son delitos tipificados en el código, con lo que la proliferación de comportamientos desviados es un buen motivo para cuestionarse acerca de las normas. O para buscar un poco más profundamente, porque la misma Biblia que citaremos más adelante, sentencia, magistralmente, "el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra".
Curiosamente ellos miden a sus oponentes políticos (pero políticos en serio, no politiqueros) con la vara de "la honestidad", que para ellos consiste en cumplir la gestión y no robar dinero de la caja directamente. Pero todos sabemos que el dinero que más y mejor se roba no lo roban los ladrones de cajas fuertes. Y que ni hace falta robarlo. Solo hace falta mandar a alguien a retirar el sobre con el retorno. O poner a algún amigo dentro de cada una de las empresas con las que el estado contrata, para abrir los bolsillos tal y como nosotros, de chicos, lo abríamos para que Soifer (hay que ser de Basso para entender esto) nos echara adentro el girasol. ¡Claro que a ellos los aceitan con otro aceite!
Como hemos visto incluso por estos días, la corrupción no se limita a transacciones que involucren dinero, pero siempre, siempre, genera una adhesión a una especie de "solidaridad mafiosa" que se pone por encima del impulso generoso y del compromiso con el bienestar material y espiritual de su pueblo, es decir con los prístinos motivos que, se supone, alguna vez llevaron a esa persona a involucrarse en la política.
Pero el problema está en que estos seudo iluminados se creen dueños de la verdad y celosos custodios de un pensamiento único, para con ello usar como herramienta de la política la proscripción de sus adversarios, con cualesquiera sea el argumento que les caiga en gracia, y aunque se contradiga con sus actitudes anteriores, o con hechos producidos por quienes los antecedieron en la "gestión".
Desde que los humanos empezaron a reunirse en pequeñas hordas para sobrevivir a los ataques de la feroz naturaleza, establecieron proscripciones.
Queremos, entonces, recurrir a una que es ejemplar, y que se encuentra en la Biblia.
Es sabido que Moisés fue un líder incomparable por la magnitud de sus realizaciones. En su juventud fue príncipe de la corte egipcia y luego un pastor al que Dios le habló desde una zarza ardiente. Más adelante sacó a los judíos de la esclavitud y tuvo la genialidad suficiente para vencer los riesgos del desierto y mantener el espíritu de un pueblo que, tras generaciones de esclavitud, tenía miedo a la libertad.
Pero su grandeza se volvió inconmensurable al tener el privilegio de ver el rostro de Dios y recibir de su mano las Tablas de la Ley. Ningún otro hombre era tan poderoso, ya que poco antes había podido abrir las aguas del mar.
Cuando los judíos llegaron a las puertas de la Tierra Prometida y era preciso arriesgarse para reconquistarla, nadie ofrecía más garantías de conducción que Moisés. Nadie más que él podía convertir su cayado en un arma fulminante. Nadie como él tenía "línea directa" con el Todopoderoso. Nadie mejor que él, a priori, para conducir a su pueblo. Si en aquel momento hubiese habido ya encuestas de opinión o relevamientos de popularidad, Moisés hubiera sido ganador por unanimidad.
¿Pero qué ocurrió? Según la Biblia, ese líder querido y maravilloso no pudo ingresar en la Tierra Prometida. Hasta ahora no se entienden las razones. Era el único, sobre cientos de miles, al que Dios quitaba el privilegio de continuar dirigiendo a su pueblo y pisar Canaán. Esa decisión divina contradecía la preferencia de muchísima gente y, desde luego, el deseo de Moisés mismo. Sólo pudo verla desde la cumbre del monte Nebo. Dios sabía, creemos, que era probable que, si entraba delante de su pueblo, los judíos terminaran adorando al propio Moisés. Hubiese sido, ni más ni menos, el árbol que les impediría ver el bosque.
Hoy, a la distancia, podemos comprender que era importante que la gesta no estuviera limitada a una sola persona, por excelente que fuese. Que hacía falta renovar líderes y estilos. Separar etapas. Y no confundir a un hombre (o mujer) con Dios.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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