jueves, 3 de febrero de 2011

La sexta extinción

La sexta extinción - Editorial del 4 de febrero de 2011
Los paleontólogos, que son aquellos científicos que estudian e interpretan el pasado de la vida sobre la Tierra a través de los fósiles, habían conseguido diferenciar, hasta la mitad del siglo 20, cinco períodos en la historia del mundo en los que hubo una regresión de las especies vivas. Es lo que llaman las cinco extinciones. La más célebre de ellas corresponde al período en que se extinguieron los dinosaurios.
Después de la segunda guerra mundial, y de algunos hechos coetáneos y concomitantes, esos mismos científicos comenzaron a comprender que a partir de ese momento habíamos entrado en la sexta extinción, la que, en nuestros días, ve la desaparición de numerosas especies animales y vegetales, la contaminación del medio y la degradación de la especie humana a través de la aparición de nuevas enfermedades y la potenciación de las ya existentes.
La gran diferencia, ¡terrible diferencia! es que las primeras cinco fueron de origen natural, mientras que la última, que vivimos hoy, corregida y aumentada, es de origen humano. Una especie, la nuestra, se destruye a sí misma y a las demás.
Nosotros estamos convencidos de que el hombre no plantea un problema ecológico de por si. Después de todo, las sociedades primitivas vivían en equilibrio con la naturaleza, y la naturaleza les prodigaba todo lo que necesitaban en abundancia.
Pero la clave de esa armonía era el número. Para que vivieran en la abundancia era preciso que los miembros de sus comunidades mantuvieran un número limitado y estable. De ahí los ritos para suprimir los "excedentes": sacrificios humanos, castración de los prisioneros, antropofagia ritual, celibato forzado, etc. A partir del momento en que ese equilibrio se rompió, el hombre proliferó y se convirtió en el asesino de la naturaleza. No cesó de exigirle más de lo que ella podía darle. Perdió la abundancia y descubrió la escasez. Para superarla, inventó la agricultura y la industria y dividió y cuadriculó la tierra.
Particularmente queremos analizar hoy tres noticias que tienen que ver con esto, y específicamente con nuestra propia realidad de basavilbasenses y entrerrianos.
Desde el Instituto Obra Social de la Provincia de Entre Ríos (Iosper), la obra social que cubre a más de un cuarto de la población provincial, encendieron una de las luces de alerta. En 2009 dieron a conocer un abrupto aumento en los casos de cáncer del 30% en forma anual. Pasaron de una media de 650 casos a un promedio de 850 casos, y la tendencia se mantiene, según se indicó.
Como acotaba a raíz de esa noticia Jorge Javier, un amigo que hace tiempo se decidió por tomar partido en esta lucha desigual contra molinos de viento, no podemos negar que el glifosato y otros agroquímicos, la carne roja, la carne asada a la parrilla, los celulares, el hábito de fumar, el sol de verano al mediodía, la comida o la bebida muy caliente, los lácteos, las grasas saturadas en general, las propias radiaciones de los métodos para detectarlos, y muchos otros factores comprobados, en mayor o menor medida aumentan el riesgo de padecer cáncer. Pero siempre vamos corriendo desde atrás, promoviendo los exámenes para detectarlos sin educar (salvo contadísimas excepciones) sobre formas de vidas saludables.
Otra. Manfico, una planta elaboradora de carne harina, materia prima básica para la elaboración de alimentos balanceados para animales, está utilizando un campo aledaño al balneario Dr. Delio Panizza, sobre el río Gualeguay, a "cielo abierto" y sin ningún tipo de recaudo ambiental, para depositar toneladas de vísceras, plumas y otros desechos de animales, que están fermentándose a la vera de ese río. Supuestamente lo hacen porque la rotura de una máquina les impide utilizar toda la materia prima que reciben de los frigoríficos. ¿Y qué culpa tenemos nosotros?
La firma fue en varias oportunidades multada y hasta clausurada por volcar, sin ningún tipo de tratamiento, los desechos industriales a las aguas del arroyo Calá, lo que a su vez provocó una importante mortandad de peces y la desaparición de esa vía de agua como lugar de esparcimiento para los habitantes de la zona. Nosotros, en nuestra infancia, alternábamos como sitios de "veraneo" esos dos balnearios. A uno ya lo perdimos definitivamente. El otro está siendo atacado bajo nuestra total pasividad.
Hace ya muchos años, demasiados, fuimos con un grupo de vecinos preocupados por las agresiones que estaba sufriendo el medio (o ambiente), a reclamarle al que era responsable del área en la provincia, por los daños que causaba esa empresa. Ya por entonces el olor era insoportable, y se empezaba a hablar de las consecuencias de la "lluvia ácida". Por supuesto que pudo más el poder económico que el poder ciudadano. La realidad visible de la amenaza de cierre y el despido del personal, más la invisible que todos conocemos, hizo que la cosa no pasara de un "tirón de orejas" que, por supuesto, no produjo ningún resultado. El Calá es una masa de grasa putrefacta, el entorno está contaminado, respirar el nauseabundo aroma a carne podrida cocinándose pasó a ser una constante de nuestra vida, las enfermedades respiratorias son "pan de cada día" en Rocamora y zonas aledañas, las autoridades se "lavan las manos" por cuestiones jurisdiccionales, los responsables de la salud pública no se animan a relacionar las causas con los efectos, y los dueños se enriquecen sin límite. ¿Estamos dispuestos a seguir soportando esto?
Una de las clausuras de la industria se realizó en julio de 2009. En aquella oportunidad, Medio Ambiente de la provincia intimó a los empresarios a que presenten un plan de obras para el tratamiento de sus efluentes y así evitar el volcado de líquidos al arroyo. No sabemos si se cumplió con el compromiso y con los plazos. Pero sí sabemos que todo está como era entonces, lo que quiere decir que todo está peor que antes.
Cuando se habla del tema de la droga, o más precisamente del tráfico y de la venta, uno suele preguntarse si los que se benefician económicamente con ese "negocio" no se dan cuenta del daño que se hacen a ellos mismos, a sus propios hijos, eventuales consumidores de la basura que ellos comercian, y a la humanidad toda, finalmente. Y acá sucede lo mismo. Aún los empleados locales de esa firma, que viven de lo que allí ganan por su trabajo, deberían adquirir conciencia social del efecto que tiene ese trabajo sobre ellos mismos y sus semejantes.
La pasividad con la que encaramos esta cuestión es alarmante. Aceptamos sin chistar la imposición de no usar bolsas de polietileno, porque demoran cientos de años en degradarse, o la de tirar las pilas en lugares especiales porque su enterramiento será perjudicial para la salud dentro de algunos siglos, y mientras asistimos impertérritos a una masacre colectiva inútil y que sólo le genera ganancias económicas a unos pocos. Pasamos por el kilómetro 195,1 de la Ruta 39 a las puteadas, pero al rato nos olvidamos. Tomamos con recelo el agua de las napas que reciben esa contaminación, y no se nos mueve un pelo. Respiramos un aire de porquería, y pareciera que nos causa gracia.
Cuando los asambleístas de Gualeguaychú cortaron el puente, casi todas las voces que se les opusieron pensaban más en la vuelta que tenían que dar para ir a Punta del Este que en la incontrastable evidencia demostrada. Ahora, irónica y desafiantemente, las autoridades del Uruguay reconocen que Botnia contamina, ¡"pero poco"!
Ya dijimos ésto alguna vez, pero vuelve a ser válido:
"Es miserable el que secunda la bajeza porque de ella saca provecho; pero, desgraciadamente, también es miserable el que se deja humillar aún siendo consciente de ello. Es ese el verdadero problema".
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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