jueves, 10 de febrero de 2011

Consumidores consumidos

Consumidores consumidos - Editorial del 11 de febrero de 2011
Otra vez tres cuestiones de apariencia simple e inocua nos convocan a esta página. Y las tres tienen que ver con el incumplimiento de las leyes de lealtad comercial y de los compromisos asumidos con el cliente.
La semana pasada, cuando escribimos acerca de la contaminación (también dividíamos en tres la cuestión), recibimos un comentario de parte de un amigo, que nos decía, quizás no sin razón, que la culpa no era de los empresarios, o que por lo menos no era sólo de ellos. Que la mayor parte de la responsabilidad corresponde a los funcionarios corruptos o ineficientes, que no saben, no quieren o no pueden controlar.
Seguramente a los defensores del "menosmalismo" no les caerá el sayo, pero nosotros estamos convencidos (persuadidos hubiese dicho Raúl Alfonsín) de que uno de los males que este peronismo kirchnerista heredó del peronismo menemista es el desprecio por el ciudadano común. Muestras hay sobradas de ello. Solo basta mirar, por ejemplo, los vestuarios del poder, tomando, tipo botón, al ahora caído en desgracia Ricardo Jaime y a la Señora Presidente. Ni hablar de los Moyano, los Boudou, y algunos un poco más cercanos en el espacio, como que son de circulación hebdomadaria por estos lares.
Pero ya sabemos que corregir esos defectos no está a nuestro alcance, porque les son inmanentes, o sea que no se pueden separar de ellos mismos por formar parte de su naturaleza.
Lo que sí podemos tratar de superar es la vulnerabilidad que tenemos respecto a ciertos y determinados grupos económicos que, ¡oh casualidad!, son los mismos que recibieron las prebendas de la privatización en esos años '90 de los que ahora muchos pretenden despegarse. ¡Pero no lo lograrán!
Como para comenzar por algo, vamos a hacerlo con uno de nuestros temas de cabecera, que tiene que ver con el transporte terrestre de pasajeros. Nos aterra que la capacidad del Estado solo llegue hasta el punto de inquietar a los "molestos" conductores que no arreglan las luces de sus autos o, lo que es ¡mucho peor!, circulan a 81,5 km. cuando el límite es de 80. Para esos "gravísimos" casos de inconducta la Policía Caminera tiene puestos fijos y móviles acechando, cuando no foto radares que se aprovechan de los incautos automovilistas que usan las rutas como pistas de carreras. Y ejecuciones de multas con jugosísimos honorarios para estudios jurídicos de origen difuso, que, extrañamente, están ubicados en lugares que nada tienen que ver con los de la supuesta infracción.
Pero esa misma Policía Caminera ni siquiera osa parar a los micros de larga distancia para controlar, por ejemplo, si les funciona el aire acondicionado (hay que tener en cuenta que hoy en día los colectivos tienen sus ventanillas herméticamente cerradas, por lo que las fallas en ese sistema suponen poco menos que asfixia para quienes deben soportar temperaturas superiores a los 60° C), o si los choferes han descansado lo suficiente. Por supuesto que esa misma Policía Caminera tampoco controla el estado técnico de dichas unidades, o sea todo lo que tiene que ver con frenos, estabilidad, amortiguación, dirección, etc.
¿Usted se preguntará por qué?
Lo que pasa es que existe un ente llamado Comisión Nacional Reguladora del Transporte, que "debería" ocuparse de este tipo de controles. Pero no lo hace. Es tan burocrático su funcionamiento que una denuncia efectuada por un usuario tiene un trámite estimado de 60 días. Obviamente que las irregularidades denunciadas ya fueron subsanadas para cuando los inspectores se presentan (si es que realmente lo hacen) en las terminales de la empresa a verificar la certeza de los asertos. Así el denunciante ve frustrados sus intentos de poner un poco de orden en estas actividades monopólicas, y vuelve a asumir su rol de ciudadano de segunda en un país en que los únicos privilegiados son los poderosos. Eso sí, cuando ocurre un accidente, o sea cuando ya nada se puede solucionar, aparecen para "determinar las causas del siniestro". ¿No sería, en este caso, mejor prevenir que curar? Curar dijimos; no currar.
¡Y se va la segunda!
Los usuarios de telefonía móvil, o por lo menos los más desprevenidos, suelen prestar atención a llamados efectuados desde las empresas prestadoras (o mejor dicho desde un ignoto call center), en los que se les informa que han sido elegidos ¡entre los millones de usuarios! como destinatarios de un obsequio. Y como nos han enseñado desde chiquitos que es un error mirarles los dientes a los caballos regalados, suelen aceptarlos, sin comprender que traen consigo un salvavidas de plomo.
Pero esto no sería de por sí tan grave, si enterados de la trampa los incautos pudieran recurrir rápidamente, y por ese mismo medio telefónico, a la anulación de las facturas que vienen como cola del cometa. Entiéndase que, por ejemplo, le mandan de regalo un aparato que sirve para conectarse por internet a una abuela que, con suerte, sabe cómo mandar mensajes. ¡Y al mes le facturan el servicio, aunque no lo haya usado!
A nosotros nos parece imposible que ningún funcionario haya tomado nota de esta desprolijidad, a no ser que todo forme parte de un siniestro plan.
Porque como resultado de esta maniobra ilegal, que vulnera los más elementales principios de la oferta y la demanda y de las leyes del mercado que aprendimos en la secundaria, la víctima de esa estafa tiene que consultar con un abogado, viajar hasta Paraná (por lo menos) y gastarse lo que no tiene para demostrar que no fue su intención contratar un servicio que ni siquiera sabe para qué sirve.
Pero dijimos tres, y casi no tenemos lugar para el último. Por lo menos vamos a introducirnos en él para profundizarlo más adelante.
Recomendamos, mientras nadie nos defienda, controlar adecuadamente las ofertas de los hipermercados, sobre todo en lo que tiene que ver con las compras con tarjetas de crédito. Debemos hacerlo nosotros mismos porque parece que a ellos tampoco los alcanza el poder administrador, ya que se burlan del cliente borrando con el codo lo que escriben con la mano.
En estos tres casos, de los que tenemos conocimiento más o menos directo, sabemos que se puede hacer algo, aunque para quedarse uno tranquilo con su propia conciencia.
Pero por supuesto que eso no es suficiente, porque la victoria de David contra Goliat no tiene paralelos en esta Argentina de desiguales. De todas maneras intentémoslo. Juntos somos más, aunque suene demagógico.
José Martí, gran pensador, diplomático, político, periodista, filósofo, poeta y escritor cubano (sí, todo eso), y además máximo símbolo de las aspiraciones cubanas de independencia, dijo, sabiamente:
"Un pueblo no es independiente cuando ha sacudido las cadenas de sus amos, empieza a serlo cuando se ha arrancado de su ser los vicios de la vencida esclavitud, y para patria y vivir nuevos, alza e informa conceptos de la vida radicalmente opuestos a la costumbre de servilismo pasado, a las memorias de debilidad y de lisonja que las dominaciones despóticas usan como elementos de dominio sobre los pueblos esclavos".
Y dijo también, un poco más simple y directamente:
Los derechos no se piden, se toman...
No se mendigan, se arrancan...
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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