jueves, 5 de noviembre de 2009

30/10 - Editorial del 6 de noviembre de 2009
El viernes pasado se cumplieron veintiséis años de la reválida del derecho que tenemos los ciudadanos a elegir nuestros representantes. Este derecho, más allá de los resultados finales obtenidos, nos viene desde los tiempos de la Grecia "inventora" de la democracia, o sea desde los días en que a alguien se le ocurrió que nadie mejor para gobernarnos que nosotros mismos.
A medida que fue aumentando la cantidad de ciudadanos que habitaba las "polis", aún descontando aquellos que por ser mujeres, extranjeros o esclavos no podían votar, se fue haciendo necesario elegir de entre ellos algunos para que los representaran, porque de otra manera se hacía imposible la toma de decisiones.
Mucho se ha hablado acerca de la validez de este sistema, que nació con los defectos propios de algo hecho por los hombres, y que incluso ameritó que durante algunos períodos, en esa misma Grecia creadora, se utilizara la figura de la dictadura para "remendar" los errores. Es claro que en aquellos tiempos las dictaduras se atenían al estricto sentido de la palabra, y quienes las encabezaban, que por lo general eran preclaros e ínclitos ciudadanos, hacían exactamente eso: le dictaban a los demás lo que debían hacer. Una vez concluidos los deberes y aprendida la lección, para utilizar una metáfora escolar, el dictador se iba para su casa y la democracia resurgía.
Acá no fue tan fácil la cosa. Los dictadores no fueron jamás llamados por el pueblo sino que se autodesignaron "salvadores de la patria", y una vez puesto el pie sobre la alfombra, (para no decir otra cosa sobre el sillón) no escatimaron argumentos para explicar que el fin justificaba los medios y que tenían objetivos y no plazos.
Ahora bien, justamente al recordar ese día en el que los argentinos votamos, mayoritariamente, por las dos opciones populares que por esos tiempos se ofrecieron como alternativa, y elegimos de entre esas dos a la que nos garantizaba mayores posibilidades de enfrentar el desafío, bueno es que, más allá de recordar al Dr. Raúl Alfonsín y de añorar (esta es una visión personal del editorialista y está dicha mientras rememora aquellos inolvidables días) los actos multitudinarios (incluso el de la quema del cajón, porque de los errores también se debe aprender) y las larguísimas caravanas de esa noche, que se prolongaron hasta el lunes y lo convirtieron casi en un feriado patrio, hagamos también un análisis acerca de qué es lo que hemos hecho hasta ahora con esta propiedad que supimos conseguir, y hasta dónde somos conscientes del valor que tiene.
Si no leemos adecuadamente las líneas que nos escribe la Historia, aún la más reciente, solo conseguiremos, otra vez, que el árbol nos oculte el bosque. No resulta útil, entonces, negar que los hechos (¿deberíamos mejor decir los deshechos?) se suceden unos tras otros, a velocidades precisamente impensables, mientras el pensamiento y las ideas son devorados por la trivialidad que los deglute, que los ingiere como si la vulgaridad extrema fuese nuestro único proyecto viable. Así, mientras la mayor parte de los programas de la televisión lleva un estilo de farsa decadente, marcado por el griterío, las burlas en torno a bromas que degradan siempre a alguien, o los "ejemplos" tipo Zulma Lobato (hay muchos más, lamentablemente), la gente del país se mueve por la calle tratando de imaginar cada días más sutiles y complejas estrategias de supervivencia económica, o intentando encontrar un sentido a su propia vida en medio de una situación de caos.
A nosotros no nos convencen ya con cháchara. Nos da asco la exhibición obscena que se hace desde el poder y nos asusta la acumulación de espacios que, se nos ocurre, serán muy difícil recuperar. Cada vez que vemos las payasadas en las que se convierten los actos públicos en los que se inaugura lo ya inaugurado y se anuncia lo ya anunciado, sin ni siquiera sonrojarse ante el fracaso de lo que se inauguró o se anunció la semana anterior, el temor nos invade, porque amamos este país y porque necesitamos vivir en él para vivir, aunque esto parezca una perogrullada.
Como estamos obligados a creer en algo, y como cuando uno festeja un cumpleaños tiene que pedir tres deseos a la hora de apagar las velitas, y tirar de las orejas al homenajeado contando un año más de los que realmente cumple, a partir de ahora apostamos todas las fichas a que el día después del 10 de diciembre (otra fecha patria, de la Nueva Patria) la página de la democracia vuelva a nutrirse de los elementos que la justifican, y dejemos de lado aquellas cosas perniciosas que algunos confunden y tildan de democráticas.
En una Argentina que propuso que "con la democracia se come, se educa, se cura…", para luego amenazar con una "revolución productiva", y caer, finalmente, en las redes hábilmente arrojadas al agua por el matrimonio ahora presidencial, la realidad nos indica que cada vez hay más pobres y más desencantados, y hay muchos que se desesperan imaginando que no hay salida.
Creemos que va siendo hora de pensar que dos años pasan rápidamente, y que tenemos que ayudar a que pasen, y a que pasen lo más rápidamente. Para eso debemos ser conscientes de que los argentinos tenemos una verdadera pasión por abrazar "ideas totales", según los humores y las circunstancias, entregándonos a un credo (no en el sentido religioso, por favor, que se entienda) sin admitir que la verdad jamás es una sola, sino diversa y a veces no compatible la una con la otra. Estamos preparando un ensayo respecto a la cuestión de ser "gorila", tratando de analizarlo, lo más desapasionadamente posible que podamos (asumiendo la dificultad que eso conlleva), pero seguros de que hace falta desmitificar esa cuestión, porque acusando a los demás con ese mote se termina muchas veces justificando lo injustificable. A nosotros, en principio, no nos quedan dudas respecto a que muchos de los gobiernos justicialistas, específicamente el de Menem y el actual, entran más justamente en la definición de gorilas que otros que fueron denunciados de ello.
Pareciera que estaría llegando la hora de asumir la responsabilidad de todos, acordándonos, por ejemplo, a la hora de "sacarle el bulto", que muchos admiraban a Carlos Menem por sus salidas nocturnas y su afición por las mujeres y los lujos. Y a esos mismos, ahora, les cuesta mucho explicar por qué, por ejemplo, el criterio de memoria y justicia, o de Nunca Más, o de juicio y castigo a los culpables, que tanto pregonan, no se aplica a la hora de aclararle, sobre todo a la juventud esperanzada, cuál es la razón por la que hoy tenemos que reactivar los ferrocarriles. Como dice sabiamente Francisco Luis Bernárdez, "para recobrar lo recobrado tuve que haber perdido primero lo perdido".
La idea de que el pueblo alemán era inocente y los nazis, con Hitler a la cabeza, los únicos culpables, es un cuento parecido a la letra de ese tango que habla de la "costurerita que dio el mal paso". No nos olvidemos, y eso es tan cierto como tantas otras cosas que se dan por indiscutibles, que el pueblo argentino aplaudió a la Junta cuando salimos campeones del mundo, avalando, aún sin querer, aquello de "somos derechos y humanos", mientras en la ESMA, a muy poca cuadras del Monumental, se torturaba y se mataba. Tampoco olvidemos que el 30 de marzo de 1982 fuimos a la plaza a pedir la cabeza de Galtieri, y a los dos días fuimos a adorarlo porque había "recuperado las Malvinas".
Pero es claro que, para completarla, y a esto lo vamos a analizar cuando estudiemos el fenómeno del "gorilismo", bueno sería que así como en ese terrorífico edificio (hablamos de la ESMA, no del otro) se hizo un museo de la memoria, se descubrieron placas y se bajaron cuadros, no estaría nada mal que, en homenaje a esta democracia que tanto nos costó conseguir y tanto nos cuesta mantener, se haga lo mismo respecto a los autores materiales e intelectuales de la entrega de las empresas del estado y del pago de la deuda ilegítima, cosas que se hicieron en democracia y a costa del hambre de varias generaciones de argentinos.
¡Después si hablaremos de gorilas!
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

No hay comentarios:

Publicar un comentario