Meritocracia o “projimocracia”
– Editorial del de junio de 2016
Hace unas
semanas, la empresa General Motors difundió un spot publicitario para su nuevo
modelo de Chevrolet, en el que retrata un mundo de "meritócratas",
donde "toda persona tiene lo que se merece" y "que llegó por su
cuenta, sin que nadie le regale nada". La publicidad tuvo un fuerte
impacto social y generó rechazo en las redes sociales. Pocos días después, la
Fundación Franciscana realizó otro spot que pide reemplazar la "meritocracia"
por la "projimocracia", que propone ayudar al prójimo.
La verdad es
que me gustó el tema como para intentar desmenuzarlo un poco, aunque sé que lo
más probable es que no llegue a una coincidencia plena ni con uno ni con otro
concepto.
En
Argentina, meritocracia y competencia son "malas palabras", por una
sencilla razón: aquí reina la mediocridad. El mensaje desde hace décadas es que
"se salva" el que afana (lo dijo Barrionuevo hace unos años, y sigue
siendo Secretario General del Gremio Gastronómico) y el que le encuentra la
vuelta al sistema. No hace falta esforzarse para salir adelante.
Esfuerzo,
conocimiento talento y suerte son cuatro variables independientes. Sólo podemos
manejar la primera para compensar las otras. El esfuerzo es responsabilidad
personal. El conocimiento, su
transmisión o acceso, es una responsabilidad de la sociedad toda. El talento,
en todas sus formas, es algo genético y una condición meramente aleatoria.
Miles de futbolistas o artistas hacen el esfuerzo equivalente al de Maradona o
Dalí, pero no tienen el talento. Cientos de personas, con solo su esfuerzo, no
pueden superar a quien gana el Loto o nace en cuna de oro (aunque no todos, por
cierto, y yo tengo varios ejemplos que rompen la regla). Pienso que, si
logramos un conocimiento más o menos igualitario, se trata solamente de una
cuestión de tiempo. Tres o cuatro generaciones esforzadas terminarán generando
descendencia nacida "en cuna de oro" y tres o cuatro generaciones
nacidas en la holgura y sin educación en el esfuerzo terminarán generando
descendencia necesitada.
En todos los
casos se trata de que se mejoren las oportunidades para quien quiera
esforzarse. El tema es que el Estado tiene que intervenir para que las
condiciones sean relativamente parejas para todos; de ahí educación primaria y
secundaria gratuita y asistencia a quien lo necesita. Pero a partir de ese
punto, habría que implementar algún sistema que permita que quienes se
esfuercen tengan su recompensa.
La
inteligencia emocional, que no se adquiere ni con asistencialismo, ni sufriendo
carencias, es el desarrollo de una habilidad para la integración social real,
no un "like" más o uno menos en una red social. Eso no es real; es
fobia social, y el mérito es acompañar a los niños a crecer en un ambiente que
les de herramientas sólidas y reales para cumplir sus anhelos u objetivos.
Acá hablan
de meritocracia como si del solo esfuerzo se tratara, y nadie dice que no hay
que esforzarse. Lo que yo digo es que plantear la meritocracia en una sociedad
tan desigual, es burdo. Que pongan los resultados como fruto solamente del
esfuerzo no tiene pies ni cabeza, y que quienes lo digan sean "hijos
de", "amigos de" y "jefes de", es aún más cínico.
Yo nací en
un hogar de clase media. Fui a escuelas del Estado. Mis padres me inclinaron hacia
la cultura del esfuerzo y el estudio. Estudié todo lo que pude y siempre busqué
el 10 (no tengo ninguna vergüenza en decirlo) aunque no siempre lo conseguía.
Pero cuando lo lograba me sentía orgulloso, y mis padres y maestros también. Y
lo mismo traté, creo que con éxito, de inculcarle a mis hijos.
Es que el
mérito se puede medir a través de la calidad o excelencia de lo realizado,
mientras que el esfuerzo no se puede medir. Alguien con más talento o más
recursos va a hacer cosas meritorias con menos esfuerzo. Y alguien limitado,
por más que se esfuerce, puede no salir de la mediocridad. Así que meritocracia
nada tiene que ver con la cultura del esfuerzo.
El que gana
un premio por mejor alumno o por mejor empleado; el premio por presentismo (que es llegar
puntual todos los días y no faltar nunca); el premio por inventar; el premio
por descubrir algo; ese hizo un gran esfuerzo y sacrificio, meritorio, que lo
distingue de los demás que no hacen ningún esfuerzo para nada. En los países
del Primer Mundo: Suecia, Noruega,
Japón, Alemania, Israel, etc. se
escala a director de empresa por méritos demostrados, y no por acomodo.
La
meritocracia, como premio al esfuerzo individual, está siendo cuestionada por
aquellos que dicen que no es necesario esforzarse, o que para esforzarse todos
debemos partir del mismo punto, cosa de por sí imposible. Y como reconocemos
que en las actuales circunstancias es imposible, entonces desde cierta clase
dirigente se justifica que alguien no se esfuerce. Por lo tanto, sí debemos
discutirlo, aunque parezca una perogrullada, o peor aún, una discusión
bizantina.
En general,
estamos acostumbrados a valorar el éxito social o económico de una persona, o
el éxito de un país, casi siempre omitiendo analizar el camino que recorrió esa
persona, o los habitantes del país, y fundamentalmente el esfuerzo y
perseverancia puestos en juego para obtener los resultados que nosotros vemos
al final de ese camino. ¡Ché, qué suerte que tuvieron con sus hijos!
Así que me
parece que no hay que mirar tanto la meta, sino el camino que estamos
dispuestos a recorrer para llegar a ella, y eso es lo que trato de enseñarles
todos los días a mis alumnos.
Y, por lo
general, el camino del esfuerzo es el que te garantiza que podrás mantenerte en
ese lugar. Sin meritocracia, es decir sin valores, donde todo es relativo y
depende del acomodo, vamos camino al "todo es igual, nada es mejor"
del genial "Cambalache", que describe un mundo en el que "es lo
mismo un burro que un gran profesor".
Mérito es el
derecho a recibir reconocimiento por algo que uno ha hecho con su propio
talento y esfuerzo. Meritocracia es que el ascenso en las posiciones
jerárquicas sea conseguido en base al mérito, no a la herencia o el acomodo. No
se hacen distinciones por sexo o raza ni por riqueza o posición social, entre
otros factores biológicos o culturales. Aunque existen clases sociales, la
meritocracia no pretende acabar con ellas. El mérito del esfuerzo individual se
entiende como un criterio más justo que otros para la distribución de los premios
y las ventajas sociales asociadas.
Lo que pasa
es que una sociedad mal acostumbrada, hablan del mérito como si fuera una
capacidad rara propia de los astronautas o genios, cuando es simplemente un
valor ético y moral que debería tener cualquier persona si quiere llegar a sus
principales objetivos en la vida, sean económicos o no (porque acá lo
subordinan todo a eso, y de ahí los modelos que nos venden). Ponerle un uno a
un chico en un colegio es, generalmente, la consecuencia directa de la falta de
estudio. Y lo que tenemos que hacer ante
ese caso, tanto los docentes como los padres, son dos cosas: averiguar si no
estudió por "vago" (oh!, la cultura del esfuerzo) o si tiene
problemas de otra índole. Y actuar en consecuencia. Pero la solución no es regalarle la nota por
"pobrecito".
Buscando
material para este editorial encontré esta frase: "La igualdad de
oportunidades de la meritocracia mal entendida replica las inequidades de
origen". Si la afirmación anterior se cumpliera a rajatabla en todos los
casos, tendríamos un diputado que debiera ser un genio, puesto que su
preparación transcurrió en épocas en que sus padres eran gobernadores de una
provincia argentina. Sin embargo es vox
populi que no concluyó su secundario.
Por otro
lado, yo he tenido varios alumnos que concurrieron a una escuela primaria
rural, cursaron sus estudios secundarios en una escuela estatal, algunos en el
turno noche, porque durante el día trabajaban, y luego, en su trabajo o en sus
estudios, se distinguieron por encima de muchos que habían tenido, en lo
supuesto, mejores probabilidades. Me resulta incómodo dar nombres, pero a la
vez estoy seguro de que darlos resultaría sumamente ilustrativo.
La
meritocracia ha permitido el ascenso social de millones de argentinos, hijos de
inmigrantes semianalfabetos, a ser profesionales. Pero para eso hoy es
condición necesaria que el Estado se esfuerce en nivelar invirtiendo en dar
mayores recursos a los grupos menos favorecidos. Si no, estamos nivelando para
abajo, como se hizo con la Ley Federal de Educación, que incrementó
notoriamente la cantidad de alumnos que cursaron el secundario, pero disminuyó
también notablemente el número de graduados (debido a la alta deserción), y a
la par disminuyó su calidad educativa (tratando de retener alumnos con menor
nivel).
"La
vida no es esperar a que pase la tormenta, es aprender a bailar bajo la
lluvia..."
Dr.
Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso
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