jueves, 2 de junio de 2016

Meritocracia o “projimocracia”

Meritocracia o “projimocracia” – Editorial del  de junio de 2016
Hace unas semanas, la empresa General Motors difundió un spot publicitario para su nuevo modelo de Chevrolet, en el que retrata un mundo de "meritócratas", donde "toda persona tiene lo que se merece" y "que llegó por su cuenta, sin que nadie le regale nada". La publicidad tuvo un fuerte impacto social y generó rechazo en las redes sociales. Pocos días después, la Fundación Franciscana realizó otro spot que pide reemplazar la "meritocracia" por la "projimocracia", que propone ayudar al prójimo.
La verdad es que me gustó el tema como para intentar desmenuzarlo un poco, aunque sé que lo más probable es que no llegue a una coincidencia plena ni con uno ni con otro concepto.
En Argentina, meritocracia y competencia son "malas palabras", por una sencilla razón: aquí reina la mediocridad. El mensaje desde hace décadas es que "se salva" el que afana (lo dijo Barrionuevo hace unos años, y sigue siendo Secretario General del Gremio Gastronómico) y el que le encuentra la vuelta al sistema. No hace falta esforzarse para salir adelante.
Esfuerzo, conocimiento talento y suerte son cuatro variables independientes. Sólo podemos manejar la primera para compensar las otras. El esfuerzo es responsabilidad personal.  El conocimiento, su transmisión o acceso, es una responsabilidad de la sociedad toda. El talento, en todas sus formas, es algo genético y una condición meramente aleatoria. Miles de futbolistas o artistas hacen el esfuerzo equivalente al de Maradona o Dalí, pero no tienen el talento. Cientos de personas, con solo su esfuerzo, no pueden superar a quien gana el Loto o nace en cuna de oro (aunque no todos, por cierto, y yo tengo varios ejemplos que rompen la regla). Pienso que, si logramos un conocimiento más o menos igualitario, se trata solamente de una cuestión de tiempo. Tres o cuatro generaciones esforzadas terminarán generando descendencia nacida "en cuna de oro" y tres o cuatro generaciones nacidas en la holgura y sin educación en el esfuerzo terminarán generando descendencia necesitada.
En todos los casos se trata de que se mejoren las oportunidades para quien quiera esforzarse. El tema es que el Estado tiene que intervenir para que las condiciones sean relativamente parejas para todos; de ahí educación primaria y secundaria gratuita y asistencia a quien lo necesita. Pero a partir de ese punto, habría que implementar algún sistema que permita que quienes se esfuercen tengan su recompensa.
La inteligencia emocional, que no se adquiere ni con asistencialismo, ni sufriendo carencias, es el desarrollo de una habilidad para la integración social real, no un "like" más o uno menos en una red social. Eso no es real; es fobia social, y el mérito es acompañar a los niños a crecer en un ambiente que les de herramientas sólidas y reales para cumplir sus anhelos u objetivos.
Acá hablan de meritocracia como si del solo esfuerzo se tratara, y nadie dice que no hay que esforzarse. Lo que yo digo es que plantear la meritocracia en una sociedad tan desigual, es burdo. Que pongan los resultados como fruto solamente del esfuerzo no tiene pies ni cabeza, y que quienes lo digan sean "hijos de", "amigos de" y "jefes de", es aún más cínico.
Yo nací en un hogar de clase media. Fui a escuelas del Estado. Mis padres me inclinaron hacia la cultura del esfuerzo y el estudio. Estudié todo lo que pude y siempre busqué el 10 (no tengo ninguna vergüenza en decirlo) aunque no siempre lo conseguía. Pero cuando lo lograba me sentía orgulloso, y mis padres y maestros también. Y lo mismo traté, creo que con éxito, de inculcarle a mis hijos.
Es que el mérito se puede medir a través de la calidad o excelencia de lo realizado, mientras que el esfuerzo no se puede medir. Alguien con más talento o más recursos va a hacer cosas meritorias con menos esfuerzo. Y alguien limitado, por más que se esfuerce, puede no salir de la mediocridad. Así que meritocracia nada tiene que ver con la cultura del esfuerzo.
El que gana un premio por mejor alumno o por mejor empleado;  el premio por presentismo (que es llegar puntual todos los días y no faltar nunca); el premio por inventar; el premio por descubrir algo; ese hizo un gran esfuerzo y sacrificio, meritorio, que lo distingue de los demás que no hacen ningún esfuerzo para nada. En los países del Primer Mundo: Suecia, Noruega,  Japón, Alemania, Israel,  etc. se escala a director de empresa por méritos demostrados, y no por acomodo.
La meritocracia, como premio al esfuerzo individual, está siendo cuestionada por aquellos que dicen que no es necesario esforzarse, o que para esforzarse todos debemos partir del mismo punto, cosa de por sí imposible. Y como reconocemos que en las actuales circunstancias es imposible, entonces desde cierta clase dirigente se justifica que alguien no se esfuerce. Por lo tanto, sí debemos discutirlo, aunque parezca una perogrullada, o peor aún, una discusión bizantina.
En general, estamos acostumbrados a valorar el éxito social o económico de una persona, o el éxito de un país, casi siempre omitiendo analizar el camino que recorrió esa persona, o los habitantes del país, y fundamentalmente el esfuerzo y perseverancia puestos en juego para obtener los resultados que nosotros vemos al final de ese camino. ¡Ché, qué suerte que tuvieron con sus hijos!
Así que me parece que no hay que mirar tanto la meta, sino el camino que estamos dispuestos a recorrer para llegar a ella, y eso es lo que trato de enseñarles todos los días a mis alumnos.
Y, por lo general, el camino del esfuerzo es el que te garantiza que podrás mantenerte en ese lugar. Sin meritocracia, es decir sin valores, donde todo es relativo y depende del acomodo, vamos camino al "todo es igual, nada es mejor" del genial "Cambalache", que describe un mundo en el que "es lo mismo un burro que un gran profesor".
Mérito es el derecho a recibir reconocimiento por algo que uno ha hecho con su propio talento y esfuerzo. Meritocracia es que el ascenso en las posiciones jerárquicas sea conseguido en base al mérito, no a la herencia o el acomodo. No se hacen distinciones por sexo o raza ni por riqueza o posición social, entre otros factores biológicos o culturales. Aunque existen clases sociales, la meritocracia no pretende acabar con ellas. El mérito del esfuerzo individual se entiende como un criterio más justo que otros para la distribución de los premios y las ventajas sociales asociadas.
Lo que pasa es que una sociedad mal acostumbrada, hablan del mérito como si fuera una capacidad rara propia de los astronautas o genios, cuando es simplemente un valor ético y moral que debería tener cualquier persona si quiere llegar a sus principales objetivos en la vida, sean económicos o no (porque acá lo subordinan todo a eso, y de ahí los modelos que nos venden). Ponerle un uno a un chico en un colegio es, generalmente, la consecuencia directa de la falta de estudio.  Y lo que tenemos que hacer ante ese caso, tanto los docentes como los padres, son dos cosas: averiguar si no estudió por "vago" (oh!, la cultura del esfuerzo) o si tiene problemas de otra índole. Y actuar en consecuencia.  Pero la solución no es regalarle la nota por "pobrecito".
Buscando material para este editorial encontré esta frase: "La igualdad de oportunidades de la meritocracia mal entendida replica las inequidades de origen". Si la afirmación anterior se cumpliera a rajatabla en todos los casos, tendríamos un diputado que debiera ser un genio, puesto que su preparación transcurrió en épocas en que sus padres eran gobernadores de una provincia argentina.  Sin embargo es vox populi que no concluyó su secundario.
Por otro lado, yo he tenido varios alumnos que concurrieron a una escuela primaria rural, cursaron sus estudios secundarios en una escuela estatal, algunos en el turno noche, porque durante el día trabajaban, y luego, en su trabajo o en sus estudios, se distinguieron por encima de muchos que habían tenido, en lo supuesto, mejores probabilidades. Me resulta incómodo dar nombres, pero a la vez estoy seguro de que darlos resultaría sumamente ilustrativo.
La meritocracia ha permitido el ascenso social de millones de argentinos, hijos de inmigrantes semianalfabetos, a ser profesionales. Pero para eso hoy es condición necesaria que el Estado se esfuerce en nivelar invirtiendo en dar mayores recursos a los grupos menos favorecidos. Si no, estamos nivelando para abajo, como se hizo con la Ley Federal de Educación, que incrementó notoriamente la cantidad de alumnos que cursaron el secundario, pero disminuyó también notablemente el número de graduados (debido a la alta deserción), y a la par disminuyó su calidad educativa (tratando de retener alumnos con menor nivel).
"La vida no es esperar a que pase la tormenta, es aprender a bailar bajo la lluvia..."

                                         Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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