Infundada fundación –
Editorial del 17 de junio de 2016
Desde que
comencé a dar clases, hace ya muchos años, tengo dos o tres temas recurrentes.
Si algún exalumno está leyendo esto seguramente lo recordará, espero, con una
sonrisa.
El primero
de los temas tiene que ver con las dos teorías respecto al origen del mundo.
Dedico generalmente una clase a cada una de ellas, las que, como todos saben,
son las de la Creación, descripta en el Libro del Génesis del Antiguo
Testamento, y la de la Evolución, adjudicada mayormente a Darwin.
Otro tema
que suelo abordar, relacionado con la segunda teoría, es la diferencia entre el
Homo Sapiens y el Homo Sapiens Sapiens, la cual suelo explicar haciendo un poco
de “teatro” como para que entiendan la característica que los separa.
El tercer
tema, por fin, tiene que ver con el título de hoy, y se trata de la explicación
de por qué hay ciudades fundadas y otras que no. En ese caso empiezo por dar la
razón del nombre, que se basa en la confusión que en el castellano antiguo
había entre las letras “f” y “h”, y que hace que existan palabras como hierro o
fierro que se usen indistintamente. Pero hay otras que fueron cambiando y así
como fundir y hundir en un tiempo fueron sinónimos, ahora quieren decir otra
cosa. Pero de ese tiempo es, justamente, la etimología de la palabra
“fundación”, lo que en los hechos consistía en que un Adelantado o algún
funcionario importante de la España colonizadora accediera a un predeterminado
lugar, generalmente cercano a un curso de agua, que alguien previamente había elegido
como apto para que allí se construyera un centro poblado, y efectuara la
ceremonia conocida con ese nombre, y que tantas veces hemos visto en películas.
Básicamente consiste en hundir (fundir-fundar) la espada en el centro de lo que
más tarde sería la plaza, diciendo alguna fórmula especial, generalmente
apelando a una base religiosa, y dedicando la ciudad a la invocación de alguna
Virgen o algún Santo. Obviamente que la espada era retirada inmediatamente para
ser sustituida por alguna madera dura como quebracho o algarrobo, para luego
construirse sobre ella un monumento, generalmente en forma de pirámide. Luego
seguía la demarcación de esa plaza (nombre que deriva del hecho de que en ella
se depositaban las armas y se establecía el ejército) con forma de cuadrado, y
la posterior determinación de por lo menos cuatro espacios en cada uno de los
lados del mismo, uno para la Iglesia, otro para el Cabildo o Ayuntamiento (lo
que hoy sería el Municipio), otro para la Policía (la milicia) y uno más para
una Escuela.
Esa primaria
distribución hace que en principio uno pueda saber, ni bien llega a una ciudad,
si puede pensarse que la misma fue efectivamente fundada, aunque la mayor parte
de las veces se lleve un chasco. Buscando en las cercanas, o por lo menos en
las principales, urbes de nuestra provincia, uno podría creer que Villaguay,
Victoria, Rosario del Tala y hasta la misma Paraná reúnen esas características,
sin embargo no lo son. Solo tres ciudades de Entre Ríos tienen ese honor, y las
tres por la mano del mismo funcionario y militar novohispano (nombre con el que
se conocía a los españoles nacidos en las nuevas tierras, entendiendo por tales
a los hijos de los españoles radicados acá, ya que aunque sea otro tema, España
mantuvo siempre el derecho del “ius sanguinis”, que establece que son españoles
los hijos de españoles, cualquiera sea el lugar en el que nazcan).
Don Tomás de
Rocamora, que de él se trata (para no demorar más la cosa ni generar misterio),
después de planear detenidamente los pasos a seguir y reunir a las familias en
los lugares más adecuados, en 1783 fundó las villas de San Antonio de Gualeguay
Grande (actual Gualeguay), Arroyo de la China (Concepción del Uruguay) y San
José de Gualeguaychú, para luego gestionar ante el rey de España la categoría
de “villa” para estas poblaciones, a la vez que les dio instituciones y
autoridades municipales, y sobre todo sus respectivos Cabildos.
La realidad,
entonces, nos impone que nombremos a las cosas por su nombre, valga la
redundancia, y aquellas ciudades que no tuvieron esa suerte serán ciudades
creadas, formadas, reconocidas, institucionalizadas, conformadas,
transformadas, pero nunca “fundadas”, porque si hay algo que no se puede
cambiar es, precisamente, la realidad.
Por supuesto
que el lector ya se habrá dado cuenta de que la razón de ser del editorial de
hoy tiene que ver con el próximo cumpleaños de nuestra ciudad, y el adelanto
del tratamiento, aunque a eso no lo sepan hasta que lean las próximas palabras,
está relacionado con el Decreto del Departamento Ejecutivo Municipal que
declara Asueto Administrativo para ese día, y utiliza, a nuestro entender, de
manera errónea, el término “fundación”.
De hecho, la
fecha en la que celebramos el fasto es resultado de un estudio realizado por
algunos convecinos allá por la década del ’70 del siglo pasado, con la
intención de descubrir algo más acerca del origen de la ciudad, complementando
lo que ya se sabía acerca de la llegada de los primeros colonos judíos y de lo
que se presumía respecto a que, por la estratégica ubicación que aun
conservamos y que, vale la pena decirlo, nunca explotamos debidamente, había
acá una posta de caballos y una pulpería, supuestamente desde muchísimos años
atrás. Ahí, precisamente ahí, en ese trabajo realizado por amigos
basavilbasenses, se encontró la data que asegura que el primer tren pasó por la
vera de lo que ya había, un 30 de junio de 1887. Por supuesto que, más allá de
las explicaciones que más arriba dimos, y que rebaten la idea de que la ciudad
fue fundada, resulta obvio que para que haya pasado ese día el primer tren,
antes debía haber habido gente que tendiera las vías, lugares en donde esa
gente viviera (durmiera y comiera), un destacamento policial o militar que
cuidara el orden (no es inimaginable que algún gaucho “mal entretenido”, como
dice José Hernández, intentara apoderarse ilegítimamente de rieles o
durmientes, por dar un ejemplo), y hasta una capilla y un cementerio.
Por eso, y
más allá de que ni siquiera la distribución de las manzanas tiene la forma de
damero que constituye una de las características distintivas de esas ciudades
que nacen desde una plaza, nosotros tenemos todos esos edificios de los que
hablábamos más arriba desperdigados por la ciudad, ya que fue la Jewish Colonization
Asociation la que donó los terrenos para que se erigieran los edificios de la
Policía, la primera Municipalidad (que estaba sobre la Av. San Martín, casi
frente a la redacción de nuestro semanario), el Hospital y la primera escuela.
Incluso nuestro principal paseo público es una plazoleta, y no una plaza.
Por supuesto
que este análisis no tiene como finalidad cuestionar ni la fecha ni el
excelente trabajo investigativo al que hicimos referencia. Solamente pretende inculcar
el adecuado uso de las palabras, ya que el lenguaje fue una consecuencia a la
que llegaron nuestros antepasados para que nos entendamos, no para que nos
confundamos.
Me voy a
permitir, para terminar, parafrasear a Jorge Luis Borges, de quien, de paso, se
cumplieron el pasado 14 de junio 30 años de su muerte, en una parte de su poema
“Fundación mítica de Buenos Aires (que sí fue fundada, y no sólo una, sino dos
veces): “A mí se me hace cuento que empezó Basavilbaso. La juzgo tan eterna
como el agua y como el aire”.
A mí no me
importa en realidad si mi ciudad fue o no fundada. Solo me mueve el hecho del
respeto por la Historia, y porque, como dice Julio Federik en su bello poema:
“Para vivir
prefiero lo querido,
mi gente y
mi ciudad, que son mis dueños,
el fuego del
hogar ardido en leños
como arde el
corazón, cuando está herido”.
Podría
también apelar a la letra de la Canción a Basavilbaso, pero de esa creo que tendrían
que imprimir varias copias para el día del Acto. No sea que alguno de los
funcionarios no la sepa. Y, además, no sepa que se canta con el corazón.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso
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