El lamento del Papa –
Editorial del 13 de noviembre de 2015
El editorial
de hoy tiene que ver con la noticia difundida en estos días respecto a que el
Papa Francisco lamentó la imagen de las familias que no se sientan a la mesa
juntas, o que cuando lo hacen no hablan, ven la tele o se distraen con el
celular y aseguró, durante la catequesis de la audiencia general, que esa es
"una familia poco familiar".
El Papa
explicó que cuando hay algo que en una familia no funciona se ve enseguida en
el momento en que se sienta a comer y describió cómo los hijos "en la mesa
están pegados a la computadora o al aparatito (en referencia al teléfono
móvil)" y la familia no se escucha entre ella y por tanto "no es una
familia, es una pensión".
Francisco
afirmó, además, que los cristianos deben tener "una especial vocación
hacia la convivialidad" y puso el ejemplo que "Jesús no desdeñaba
comer con sus amigos".
Como todos
ustedes saben yo no soy cristiano, pero pese a ello me creo con derecho a
analizar los dichos del Papa, aclarando previamente que estoy de acuerdo en
líneas generales con el análisis, aunque seguramente difiera en algo respecto a
las conclusiones y a las soluciones.
Michel
Foucault, historiador de las ideas, psicólogo, teórico social y filósofo
francés (1926 - 1984) escribió, quizás premonitoriamente, que “la sociedad
disciplinaria es aquella sociedad en la cual el comando social se construye a
través de una difusa red de aparatos que producen y regulan costumbres, hábitos
y prácticas productivas. La puesta en marcha de esta sociedad, asegurando la
obediencia a sus reglas y a sus mecanismos de inclusión y/o exclusión, es
lograda por medio de instituciones disciplinarias (la prisión, la fábrica, el
asilo, el hospital, la universidad, la escuela, etc.) que estructuran el
terreno social y presentan lógicas adecuadas a la “razón” de la disciplina. El
poder disciplinario gobierna, en efecto, estructurando los parámetros y límites
del pensamiento y la práctica, sancionando y prescribiendo los comportamientos
normales y o desviados”. No quiero cansar con referencias demasiado técnicas,
pero me pareció necesario destacar que el tema ya ha sido tratado en
profundidad por expertos y hace algún tiempo, lo cual nos indica que no es algo
nuevo.
Para
recurrir a una experiencia personal, yo considero que recibí una muy buena
formación en mi familia, pese a que mi padre almorzaba y cenaba leyendo el
diario y escuchando la radio. Igual encontró los momentos para dialogar con sus
hijos, por supuesto que en los niveles en los cuales se entendía el concepto de
diálogo en aquellos tiempos.
A esto lo
remarco para intentar que se entienda mi opinión respecto a que dialogar no
implica necesariamente escuchar. Los adultos de aquellas épocas consideraban a
los niños en estado constante de aprendizaje. Los niños nada podían enseñar a
los adultos. "La letra con sangre, entra", era la regla. Somos de los tiempos del tutú al auto, el
miau al gato y guaguau al perro. Cuando
hablaban de nosotros, aun estando presentes, parecíamos invisibles. Este era el
trato que se consideraba "normal" de los adultos a los niños. Esto incluía
a casi todos los adultos, e incluso a la mayoría de los docentes.
Entiendo lo
que dice el Papa y lo comparto, pero no hay que demonizar la tecnología. Por ejemplo mis hijos, que ya no viven con
nosotros, armaron un grupo de whatsapp donde están básicamente sus primos, pero
además tenemos con ellos una línea “de empresa”, por lo que estamos todo el día
sabiendo cómo están. Yo no sé si eso es sociológicamente mejor o peor que lo
que me pasó a mí, que estando en Buenos Aires haciendo mi carrera universitaria
podía hablar a mi casa una vez por semana, aguantando ocho horas de demora de
la “conferencia telefónica”, pero yo me siento muy bien así, y lo disfruto.
El caso no
es sólo saber compartir los momentos, sino si se puede compartirlos. No estamos
hoy en condiciones de imponer la reunión
familiar a la hora de comer. O se da o no se da. El problema es que, por causas
que atañen a la sociedad toda, previamente hay desconexión entre padres e hijos,
y todo desemboca en una "comida de hotel".
Sí, es
cierto. El celular forma parte de la "revolución en las
comunicaciones". Lo que pasa es que, a la par, se ha transformado en una
adicción y de ser solo un medio de comunicación se ha transformado en un fin en
sí mismo. Pero es que el ejemplo que da el Papa sobre la incomunicación que
genera, ya se dio anteriormente con la televisión, y, como ya expliqué en mi
caso particular, con mi padre escuchando la radio o leyendo el diario.
Lo que importa
es tener hábitos de comunicación y muchas ganas de estar juntos, y a eso creo
que apuntó el Papa en su comentario. Entiendo que se refiere al uso del celular
en la mesa, o en todo caso a cuando al uso de un artefacto, en este caso
tecnológico, abstrae de tal manera al individuo que se pierden las
comunicaciones y el compartir fraterno.
No hace
falta ser cristiano para valorar el consejo de estimular y mantener la
comunicación intrafamiliar, buscando momentos específicos para compartir. Hay
cristianos y no cristianos que sufren falta de comunicación con sus seres
queridos. No es un tema religioso.
En mi caso
debo decir que las nuevas tecnologías: celular, computadora, internet y demás,
no solo no han atentado contra la comunicación familiar sino que la han
mejorado. Aunque ya no tenemos la "mesa familiar" la comunicación es
permanente durante todo el día, casi como si la tuviéramos. O sea que nada es
malo por sí mismo.
Y ni hablar de
que el momento puede ser otro. Va a depender de las posibilidades de cada
familia. Se habla de la mesa porque en general es el momento en que las
familias coinciden para estar juntas. La tecnología, y los grupos de whatsapp
acercaron muchísimo a gente que estaba alejada,
permitiendo crear otro momento diario para charlar con tus hijos,
hermanos y padres sobre lo que se hizo en el día y abriendo una nueva puerta
para ver cómo se siente cada uno. Por supuesto que cuando uno puede tener
momentos de compartir y de ver a los ojos cuando te hablan (ni hablar de la
experiencia que reciben los que escuchan), y esos momentos pueden ser diarios o
recurrentes, está mal que todos se sienten mudos como zombis, alucinados por la
pantalla del “celu”.
Lo que yo
interpreto y coincido con el Papa es en que la comunicación dentro de la
familia es la que hay que privilegiar. La tecnología permite comunicarse con el
prójimo muchísimo más que antes y eso es bueno. Solo se torna negativa cuando
esta comunicación omnipresente, global y bastante despersonalizada reemplaza a
la más importante, directa y útil.
Es cierto
que la familia precisa diálogo, escucharse entre sí y compartir momentos. Lo
que no es cierto es que necesariamente eso deba suceder durante las comidas. Los
tiempos cambian, las familias cambian y los momentos y las formas de encuentro
no necesariamente son los mismos que hace 20, 30 ó 40 años.
Dijo José
Ingenieros, filósofo argentino de comienzos del siglo XX, en su obra “Las
Fuerzas Morales”: “Todo instante perdido lo está para siempre; el tiempo es lo
único irreparable y por el valor que le atribuyen puede medirse el mérito de
los hombres. Los perezosos viven hastiados y se desesperan no hallando
entretenimiento para sus días interminables; los activos no se tedian nunca y
saben ingeniarse para centuplicar los minutos de cada hora. Mientras el
holgazán no tiene tiempo para hacer cosa alguna de provecho, al laborioso le
sobra para todo lo que se propone realizar. El tiempo es el valor de ley más
alta, dada la escasa duración de la vida humana. Perderlo es dejar de vivir.
Por eso, cuando mayor es el mérito del hombre, más precioso es su tiempo;
ningún regalo puede ser más generoso que
un día, una hora, un minuto. Quitárselo es robar de su tesoro; gran desdicha de
los holgazanes”.
Quizás el
párrafo que elegí sea largo. Pero para mí tiene un doble valor. Primero porque
demuestra que el problema del uso del tiempo no es algo nuevo, y segundo porque
refuerza los dichos del Papa: no solo es importante le hora del almuerzo. Todo
el tiempo es importante.
Dr.
Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso
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