jueves, 12 de noviembre de 2015

El lamento del Papa

El lamento del Papa – Editorial del 13 de noviembre de 2015
El editorial de hoy tiene que ver con la noticia difundida en estos días respecto a que el Papa Francisco lamentó la imagen de las familias que no se sientan a la mesa juntas, o que cuando lo hacen no hablan, ven la tele o se distraen con el celular y aseguró, durante la catequesis de la audiencia general, que esa es "una familia poco familiar".
El Papa explicó que cuando hay algo que en una familia no funciona se ve enseguida en el momento en que se sienta a comer y describió cómo los hijos "en la mesa están pegados a la computadora o al aparatito (en referencia al teléfono móvil)" y la familia no se escucha entre ella y por tanto "no es una familia, es una pensión".
Francisco afirmó, además, que los cristianos deben tener "una especial vocación hacia la convivialidad" y puso el ejemplo que "Jesús no desdeñaba comer con sus amigos".
Como todos ustedes saben yo no soy cristiano, pero pese a ello me creo con derecho a analizar los dichos del Papa, aclarando previamente que estoy de acuerdo en líneas generales con el análisis, aunque seguramente difiera en algo respecto a las conclusiones y a las soluciones.
Michel Foucault, historiador de las ideas, psicólogo, teórico social y filósofo francés (1926 - 1984) escribió, quizás premonitoriamente, que “la sociedad disciplinaria es aquella sociedad en la cual el comando social se construye a través de una difusa red de aparatos que producen y regulan costumbres, hábitos y prácticas productivas. La puesta en marcha de esta sociedad, asegurando la obediencia a sus reglas y a sus mecanismos de inclusión y/o exclusión, es lograda por medio de instituciones disciplinarias (la prisión, la fábrica, el asilo, el hospital, la universidad, la escuela, etc.) que estructuran el terreno social y presentan lógicas adecuadas a la “razón” de la disciplina. El poder disciplinario gobierna, en efecto, estructurando los parámetros y límites del pensamiento y la práctica, sancionando y prescribiendo los comportamientos normales y o desviados”. No quiero cansar con referencias demasiado técnicas, pero me pareció necesario destacar que el tema ya ha sido tratado en profundidad por expertos y hace algún tiempo, lo cual nos indica que no es algo nuevo.
Para recurrir a una experiencia personal, yo considero que recibí una muy buena formación en mi familia, pese a que mi padre almorzaba y cenaba leyendo el diario y escuchando la radio. Igual encontró los momentos para dialogar con sus hijos, por supuesto que en los niveles en los cuales se entendía el concepto de diálogo en aquellos tiempos.
A esto lo remarco para intentar que se entienda mi opinión respecto a que dialogar no implica necesariamente escuchar. Los adultos de aquellas épocas consideraban a los niños en estado constante de aprendizaje. Los niños nada podían enseñar a los adultos. "La letra con sangre, entra", era la regla.  Somos de los tiempos del tutú al auto, el miau al gato y guaguau al perro.  Cuando hablaban de nosotros, aun estando presentes, parecíamos invisibles. Este era el trato que se consideraba "normal" de los adultos a los niños. Esto incluía a casi todos los adultos, e incluso a la mayoría de los docentes.
Entiendo lo que dice el Papa y lo comparto, pero no hay que demonizar la tecnología.  Por ejemplo mis hijos, que ya no viven con nosotros, armaron un grupo de whatsapp donde están básicamente sus primos, pero además tenemos con ellos una línea “de empresa”, por lo que estamos todo el día sabiendo cómo están. Yo no sé si eso es sociológicamente mejor o peor que lo que me pasó a mí, que estando en Buenos Aires haciendo mi carrera universitaria podía hablar a mi casa una vez por semana, aguantando ocho horas de demora de la “conferencia telefónica”, pero yo me siento muy bien así, y lo disfruto.
El caso no es sólo saber compartir los momentos, sino si se puede compartirlos. No estamos hoy  en condiciones de imponer la reunión familiar a la hora de comer. O se da o no se da. El problema es que, por causas que atañen a la sociedad toda,  previamente hay desconexión entre padres e hijos, y todo desemboca en una "comida de hotel".
Sí, es cierto. El celular forma parte de la "revolución en las comunicaciones". Lo que pasa es que, a la par, se ha transformado en una adicción y de ser solo un medio de comunicación se ha transformado en un fin en sí mismo. Pero es que el ejemplo que da el Papa sobre la incomunicación que genera, ya se dio anteriormente con la televisión, y, como ya expliqué en mi caso particular, con mi padre escuchando la radio o leyendo el diario.
Lo que importa es tener hábitos de comunicación y muchas ganas de estar juntos, y a eso creo que apuntó el Papa en su comentario. Entiendo que se refiere al uso del celular en la mesa, o en todo caso a cuando al uso de un artefacto, en este caso tecnológico, abstrae de tal manera al individuo que se pierden las comunicaciones y el compartir fraterno.
No hace falta ser cristiano para valorar el consejo de estimular y mantener la comunicación intrafamiliar, buscando momentos específicos para compartir. Hay cristianos y no cristianos que sufren falta de comunicación con sus seres queridos. No es un tema religioso.
En mi caso debo decir que las nuevas tecnologías: celular, computadora, internet y demás, no solo no han atentado contra la comunicación familiar sino que la han mejorado. Aunque ya no tenemos la "mesa familiar" la comunicación es permanente durante todo el día, casi como si la tuviéramos. O sea que nada es malo por sí  mismo.
Y ni hablar de que el momento puede ser otro. Va a depender de las posibilidades de cada familia. Se habla de la mesa porque en general es el momento en que las familias coinciden para estar juntas. La tecnología, y los grupos de whatsapp acercaron muchísimo a gente que estaba alejada,  permitiendo crear otro momento diario para charlar con tus hijos, hermanos y padres sobre lo que se hizo en el día y abriendo una nueva puerta para ver cómo se siente cada uno. Por supuesto que cuando uno puede tener momentos de compartir y de ver a los ojos cuando te hablan (ni hablar de la experiencia que reciben los que escuchan), y esos momentos pueden ser diarios o recurrentes, está mal que todos se sienten mudos como zombis, alucinados por la pantalla del “celu”.
Lo que yo interpreto y coincido con el Papa es en que la comunicación dentro de la familia es la que hay que privilegiar. La tecnología permite comunicarse con el prójimo muchísimo más que antes y eso es bueno. Solo se torna negativa cuando esta comunicación omnipresente, global y bastante despersonalizada reemplaza a la más importante, directa y útil.
Es cierto que la familia precisa diálogo, escucharse entre sí y compartir momentos. Lo que no es cierto es que necesariamente eso deba suceder durante las comidas. Los tiempos cambian, las familias cambian y los momentos y las formas de encuentro no necesariamente son los mismos que hace 20, 30 ó 40 años.
Dijo José Ingenieros, filósofo argentino de comienzos del siglo XX, en su obra “Las Fuerzas Morales”: “Todo instante perdido lo está para siempre; el tiempo es lo único irreparable y por el valor que le atribuyen puede medirse el mérito de los hombres. Los perezosos viven hastiados y se desesperan no hallando entretenimiento para sus días interminables; los activos no se tedian nunca y saben ingeniarse para centuplicar los minutos de cada hora. Mientras el holgazán no tiene tiempo para hacer cosa alguna de provecho, al laborioso le sobra para todo lo que se propone realizar. El tiempo es el valor de ley más alta, dada la escasa duración de la vida humana. Perderlo es dejar de vivir. Por eso, cuando mayor es el mérito del hombre, más precioso es su tiempo; ningún regalo puede ser más generoso  que un día, una hora, un minuto. Quitárselo es robar de su tesoro; gran desdicha de los holgazanes”.
Quizás el párrafo que elegí sea largo. Pero para mí tiene un doble valor. Primero porque demuestra que el problema del uso del tiempo no es algo nuevo, y segundo porque refuerza los dichos del Papa: no solo es importante le hora del almuerzo. Todo el tiempo es importante.

                                           Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

No hay comentarios:

Publicar un comentario