jueves, 1 de octubre de 2015

Soberana estupidez

Soberana estupidez – Editorial del 2 de octubre de 2015
Por estos días, en todas las instituciones de nivel medio de Entre Ríos se debería estar debatiendo  un borrador del nuevo y polémico "Régimen de Ingreso y Permanencia de Estudiantes a la Escuela Secundaria y sus Modalidades", que reemplazaría a la vigente resolución 1770/11, y que supuestamente fue elaborado por las Direcciones de "Educación Secundaria", "Educación de Gestión Privada", "Educación de Adultos", "Educación Física" y "Educación Técnico Profesional", y, ¡faltaba más!, por los "Supervisores de Nivel Secundario".
En la fundamentación se enuncia una "innovadora" manera de considerar las inasistencias que tendría como fin "sostener la permanencia de los estudiantes en el nivel secundario". El objetivo estratégico dice ser "desarrollar una responsabilidad compartida para el sostenimiento y cuidado de las trayectorias escolares, que interpele las tradicionales formas de organización".
Más allá de este palabrerío inútil que nadie entiende, y que parece aquello de Les Luthiers: "A menudo mis alumnos me preguntan si la hermenéutica telúrica incaica transtrueca la peripatética anotrética de la filosofía aristotélica, por la inicuidad fáctica de los diálogos socráticos no dogmáticos. Yo siempre les respondo que no". La única diferencia es que la genialidad del conjunto de instrumentos informales es humorística, mientras que lo del CGE parece que va en serio.
Yendo a lo concreto, este trabajo que desgastó las energías de nuestras autoridades educativas, establece que "la cantidad de inasistencias institucionales se "calcularán" (SIC, porque debería decir "calculará", ya que habla de "cantidad" que es singular, y ya que estamos, en un "borrador" emanado del CGE habría que cuidar estos detalles) en un 20 % de los días de clases definidos por la provincia en el ámbito del Consejo Federal de Educación". Si tomamos un hipotético calendario escolar de 180 jornadas, el alumno tendrá derecho a ausentarse 36 días. Pero este margen tolerado será aún mayor, ya que "las instituciones educativas según modalidad y/o contexto en el que se encuentran situadas, podrán flexibilizar hasta en un 10% más las inasistencias. Es decir, el tope permitido se elevaría cuanto menos a 40. Téngase en cuenta que el régimen actual contempla como máximo 28 faltas, y más, téngase en cuenta que cuando yo iba al colegio el máximo permitido, después de muy rogadas y justificadas reincorporaciones, era de ¡15!
Pero la sorpresa mayor de este inicuo e increíble borrador (que espero quede en sólo en un borrador) aparece más adelante, al autorizar las creativamente llamadas "inasistencias curriculares". Por si no se entiende, lo explica así: "Los estudiantes que se encuentran presentes en la institución podrán no concurrir a espacios curriculares".
Dicho de otro modo, el alumno, estando en la escuela, tendrá derecho a decidir si ingresa o no al aula cada vez que suene el timbre. Es por ello que en cada hora se deberá volver a tomar asistencia. Se exigirá "el 80 % mínimo de presencialidad en cada espacio curricular".
El cómputo de estas ausencias por materia contempla también inasistencias parciales: "½ (media) inasistencia, cuando se ingrese con retraso entre 5 minutos y 15 minutos o cuando el estudiante se deba retirar entre 15 minutos y 5 minutos antes del horario establecido de finalización" y "¼ (cuarta) inasistencia, cuando ingrese con un retraso de hasta 5 minutos en la hora cátedra o cuando el estudiante se deba retirar con hasta 5 minutos antes del horario establecido".
Se trata, ni más ni menos, de trasplantar al secundario un régimen parecido al de la universidad, con la "leve" diferencia, quizás no advertida por estos genios, abstraídos como están en el pensamiento científico, de que en la educación universitaria cada materia es una en sí misma, no forma parte de un curso, se puede dar cuándo y cómo uno quiera, siempre que respete las correlatividades, y, además, estamos hablando de alumnos mayores de 17 años, que ya saben por qué están estudiando esa carrera, corren con los riesgos de las faltas por su propia decisión, y, fundamentalmente, no forman parte de lo que en la Argentina es la educación obligatoria, que hoy en día llega hasta el final del secundario.
Hay también otras "yapas" previstas. Por ejemplo, "el Estudiante de Educación Secundaria que se encuentra cursando el último año de estudio puede hacer uso de cinco inasistencias institucionales más, para temas justificados inherentes a la finalización de sus estudios y su proyección". Tal rimbombante eufemismo me parece a mí que tiene por objetivo quedar bien con los chicos que no se "guardaron" faltas para el "viaje de egresados", como ya votan...
Debo decir, por suerte, que por lo que he podido averiguar el borrador no sólo no habría logrado entusiasmar a la docencia sino que, muy por el contrario, provocó desazón y hasta indignación. En mi caso, que llevo ya casi veinticinco años ininterrumpidos al frente de alumnos (los cumplo el próximo 21 de marzo de 2016), no podría directamente dar clases, ya que mi forma de ejercer la docencia se basa en un trabajo conjunto entre profesor y alumnos desde que va desde timbre a timbre. Por suerte he contado hasta ahora con el beneplácito de los mismos, que suelen tener un bajo porcentaje de inasistencias en los días en que tienen conmigo, pero nada garantiza que una vez que institucionalmente esto les sea permitido, como suele suceder con el espíritu adolescente, y más en estos tiempos, se sumen a la corriente.
Este "borrador" sin dudas propicia el facilismo; no cultiva en el estudiante el hábito de la presencia y la puntualidad, tan indispensable en el mundo del trabajo; fomenta el desorden al permitir que haya alumnos fuera del aula en todo momento y no solo en los recreos, y, más que nada, es una eficiente manera de lograr aumentar la disminución (aunque esto sea un oxímoron) de la calidad educativa, cosa que a estos gobiernos les viene de perillas, porque la relación es inversamente proporcional: cuánto menos educación y cultura haya, más posibilidades de ganar las elecciones tienen.
Cuando hablaba más arriba de la mala comparación que hace el borrador entre los alumnos secundarios y los universitarios, no somos pocos los docentes que cuestionamos la "visión del alumno" que subyace en el proyecto. O sea, este es un régimen de inasistencias para un joven "maduro" y no para un adolescente, que por definición aún no ha desarrollado plenamente su capacidad para asumir compromisos de manera constante y para estar seguro de cuál su voluntad. Ni siquiera es penalmente responsable de sus actos.
Y ya que hablo de responsabilidad, el personal no docente también hace un planteo que si se quiere es jurídico: ¿Quién será responsable del cuidado del alumno que decidió ausentarse del aula pero permanece en el edificio? ¿Contemplará esta situación el seguro escolar?
En las respuestas que dieron los alumnos a los que se les consultó respecto a este tema está comprendida en gran parte la explicación subyacente. Las reacciones de los chicos fueron auténticas, genuinas. Por ejemplo, fueron muchos los que concluyeron en que el régimen propuesto les permitirá "ingresar más tarde y dormir más", aunque tampoco faltaron los que, con un poco más de conciencia, creyeron descubrir un "facilismo explícito", que los expondrá al riesgo de abandonar las materias que no sean de su interés para focalizarse solo en las que son de su agrado, lo que, obviamente, redundará en el perjuicio de no lograr el título.
Con un realismo absoluto, los estudiantes también se preguntaron si valdrá lo mismo una falta a una clase común que aquella en la que esté prevista una prueba o la entrega de trabajos. Y está bien que se lo planteen ellos, aunque a mí me preocupa que esos genios a los que me refería más arriba no hayan pensado que lo que se proyecta para un supuesto bien, termine siendo un boomerang para el propio alumno.
Yo creo que el debate pasa por definir si es este el camino correcto hacia la inclusión o si, muy por el contrario, la brecha educativa se agravará aún más, postergando a millones de chicos, especialmente a quienes no cuentan con un contexto socio familiar que los guíe con la necesaria combinación de afecto, sabiduría y firmeza.
Dejarlo a expensas de su espontaneidad, de su aún incipiente libre albedrío, se parece más al abandono que a la inclusión.                                                 

                                            Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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