Soberana estupidez – Editorial
del 2 de octubre de 2015
Por estos
días, en todas las instituciones de nivel medio de Entre Ríos se debería estar
debatiendo un borrador del nuevo y
polémico "Régimen de Ingreso y Permanencia de Estudiantes a la Escuela
Secundaria y sus Modalidades", que reemplazaría a la vigente resolución
1770/11, y que supuestamente fue elaborado por las Direcciones de
"Educación Secundaria", "Educación de Gestión Privada",
"Educación de Adultos", "Educación Física" y
"Educación Técnico Profesional", y, ¡faltaba más!, por los
"Supervisores de Nivel Secundario".
En la
fundamentación se enuncia una "innovadora" manera de considerar las
inasistencias que tendría como fin "sostener la permanencia de los
estudiantes en el nivel secundario". El objetivo estratégico dice ser
"desarrollar una responsabilidad compartida para el sostenimiento y
cuidado de las trayectorias escolares, que interpele las tradicionales formas
de organización".
Más allá de
este palabrerío inútil que nadie entiende, y que parece aquello de Les
Luthiers: "A menudo mis alumnos me preguntan si la hermenéutica telúrica
incaica transtrueca la peripatética anotrética de la filosofía aristotélica,
por la inicuidad fáctica de los diálogos socráticos no dogmáticos. Yo siempre
les respondo que no". La única diferencia es que la genialidad del
conjunto de instrumentos informales es humorística, mientras que lo del CGE
parece que va en serio.
Yendo a lo
concreto, este trabajo que desgastó las energías de nuestras autoridades
educativas, establece que "la cantidad de inasistencias institucionales se
"calcularán" (SIC, porque debería decir "calculará", ya que
habla de "cantidad" que es singular, y ya que estamos, en un
"borrador" emanado del CGE habría que cuidar estos detalles) en un 20
% de los días de clases definidos por la provincia en el ámbito del Consejo
Federal de Educación". Si tomamos un hipotético calendario escolar de 180
jornadas, el alumno tendrá derecho a ausentarse 36 días. Pero este margen
tolerado será aún mayor, ya que "las instituciones educativas según
modalidad y/o contexto en el que se encuentran situadas, podrán flexibilizar
hasta en un 10% más las inasistencias. Es decir, el tope permitido se elevaría
cuanto menos a 40. Téngase en cuenta que el régimen actual contempla como
máximo 28 faltas, y más, téngase en cuenta que cuando yo iba al colegio el
máximo permitido, después de muy rogadas y justificadas reincorporaciones, era
de ¡15!
Pero la
sorpresa mayor de este inicuo e increíble borrador (que espero quede en sólo en
un borrador) aparece más adelante, al autorizar las creativamente llamadas
"inasistencias curriculares". Por si no se entiende, lo explica así:
"Los estudiantes que se encuentran presentes en la institución podrán no
concurrir a espacios curriculares".
Dicho de
otro modo, el alumno, estando en la escuela, tendrá derecho a decidir si
ingresa o no al aula cada vez que suene el timbre. Es por ello que en cada hora
se deberá volver a tomar asistencia. Se exigirá "el 80 % mínimo de
presencialidad en cada espacio curricular".
El cómputo
de estas ausencias por materia contempla también inasistencias parciales:
"½ (media) inasistencia, cuando se ingrese con retraso entre 5 minutos y
15 minutos o cuando el estudiante se deba retirar entre 15 minutos y 5 minutos
antes del horario establecido de finalización" y "¼ (cuarta)
inasistencia, cuando ingrese con un retraso de hasta 5 minutos en la hora
cátedra o cuando el estudiante se deba retirar con hasta 5 minutos antes del
horario establecido".
Se trata, ni
más ni menos, de trasplantar al secundario un régimen parecido al de la
universidad, con la "leve" diferencia, quizás no advertida por estos
genios, abstraídos como están en el pensamiento científico, de que en la
educación universitaria cada materia es una en sí misma, no forma parte de un
curso, se puede dar cuándo y cómo uno quiera, siempre que respete las
correlatividades, y, además, estamos hablando de alumnos mayores de 17 años,
que ya saben por qué están estudiando esa carrera, corren con los riesgos de
las faltas por su propia decisión, y, fundamentalmente, no forman parte de lo
que en la Argentina es la educación obligatoria, que hoy en día llega hasta el
final del secundario.
Hay también
otras "yapas" previstas. Por ejemplo, "el Estudiante de
Educación Secundaria que se encuentra cursando el último año de estudio puede
hacer uso de cinco inasistencias institucionales más, para temas justificados
inherentes a la finalización de sus estudios y su proyección". Tal
rimbombante eufemismo me parece a mí que tiene por objetivo quedar bien con los
chicos que no se "guardaron" faltas para el "viaje de
egresados", como ya votan...
Debo decir,
por suerte, que por lo que he podido averiguar el borrador no sólo no habría
logrado entusiasmar a la docencia sino que, muy por el contrario, provocó
desazón y hasta indignación. En mi caso, que llevo ya casi veinticinco años
ininterrumpidos al frente de alumnos (los cumplo el próximo 21 de marzo de
2016), no podría directamente dar clases, ya que mi forma de ejercer la
docencia se basa en un trabajo conjunto entre profesor y alumnos desde que va
desde timbre a timbre. Por suerte he contado hasta ahora con el beneplácito de
los mismos, que suelen tener un bajo porcentaje de inasistencias en los días en
que tienen conmigo, pero nada garantiza que una vez que institucionalmente esto
les sea permitido, como suele suceder con el espíritu adolescente, y más en
estos tiempos, se sumen a la corriente.
Este
"borrador" sin dudas propicia el facilismo; no cultiva en el
estudiante el hábito de la presencia y la puntualidad, tan indispensable en el
mundo del trabajo; fomenta el desorden al permitir que haya alumnos fuera del
aula en todo momento y no solo en los recreos, y, más que nada, es una
eficiente manera de lograr aumentar la disminución (aunque esto sea un
oxímoron) de la calidad educativa, cosa que a estos gobiernos les viene de
perillas, porque la relación es inversamente proporcional: cuánto menos
educación y cultura haya, más posibilidades de ganar las elecciones tienen.
Cuando
hablaba más arriba de la mala comparación que hace el borrador entre los
alumnos secundarios y los universitarios, no somos pocos los docentes que
cuestionamos la "visión del alumno" que subyace en el proyecto. O
sea, este es un régimen de inasistencias para un joven "maduro" y no
para un adolescente, que por definición aún no ha desarrollado plenamente su
capacidad para asumir compromisos de manera constante y para estar seguro de
cuál su voluntad. Ni siquiera es penalmente responsable de sus actos.
Y ya que
hablo de responsabilidad, el personal no docente también hace un planteo que si
se quiere es jurídico: ¿Quién será responsable del cuidado del alumno que
decidió ausentarse del aula pero permanece en el edificio? ¿Contemplará esta
situación el seguro escolar?
En las
respuestas que dieron los alumnos a los que se les consultó respecto a este
tema está comprendida en gran parte la explicación subyacente. Las reacciones
de los chicos fueron auténticas, genuinas. Por ejemplo, fueron muchos los que
concluyeron en que el régimen propuesto les permitirá "ingresar más tarde
y dormir más", aunque tampoco faltaron los que, con un poco más de
conciencia, creyeron descubrir un "facilismo explícito", que los
expondrá al riesgo de abandonar las materias que no sean de su interés para
focalizarse solo en las que son de su agrado, lo que, obviamente, redundará en
el perjuicio de no lograr el título.
Con un
realismo absoluto, los estudiantes también se preguntaron si valdrá lo mismo
una falta a una clase común que aquella en la que esté prevista una prueba o la
entrega de trabajos. Y está bien que se lo planteen ellos, aunque a mí me
preocupa que esos genios a los que me refería más arriba no hayan pensado que
lo que se proyecta para un supuesto bien, termine siendo un boomerang para el
propio alumno.
Yo creo que
el debate pasa por definir si es este el camino correcto hacia la inclusión o
si, muy por el contrario, la brecha educativa se agravará aún más, postergando
a millones de chicos, especialmente a quienes no cuentan con un contexto socio
familiar que los guíe con la necesaria combinación de afecto, sabiduría y
firmeza.
Dejarlo a
expensas de su espontaneidad, de su aún incipiente libre albedrío, se parece
más al abandono que a la inclusión.
Dr.
Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso
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