Disnomia - Editorial del 16 de octubre de 2015
En la
mitología griega Disnomia era “la” demonio o espíritu que personificaba el
desorden civil y la ilegalidad.
Como los
otros grandes males de la humanidad, Disnomia era hija de Eris, la discordia,
sin que se le atribuyera padre alguno.
En su actuar
era compañera de Adikia (la injusticia), de Ate (la ruina) y de Hibris (la
violencia), siendo su demonio opuesto Eunomia (el orden cívico). Así lo narraba
Solón, que describió los grandes males que este espíritu había traído a los
atenienses, en contraposición de los beneficios que traería la legislación y el
orden en la ciudad.
La
Presidente nos “brinda” cadenas nacionales a diario, pasando por encima de la
“ley de medios" que ella misma reclamó se votara, aunque sea a los
tropezones. Unos autodenominados "veteranos de guerra" que hace
bastante tiempo ya se apropiaron de la plaza emblemática de la Argentina, siguen
haciendo lo que les viene en ganas, animados por ejemplos que alguna vez
denunciamos acá y que nos valieron amenazas porque “había” que sostener una
mentira que todavía está a media cuadra de mi casa, en uno de los tres nombres
de la memoria. Candidatos en campaña que molestan a cualquier hora con mensajes
telefónicos y “enchastran” la vía pública con volantes y pintadas. Así se puede
seguir con ejemplos ad infinitum y…no pasa nada. Lo único que se nos ocurre
ante el desquicio es despotricar y no queremos asumir ni por casualidad el
fondo de la cuestión: nuestra contumacia como sociedad para transgredir leyes,
reglamentos y normas.
Hace ya más
de quince años que el extraordinario periodista Germán Sopeña escribió en La
Nación que la Argentina estaba pasando peligrosamente del Estado de Derecho al
"estado de derechos" esto es, que la defensa de privilegios particulares
o sectoriales habilitaba para hacer cualquier cosa, sin importar en lo más
mínimo el derecho del resto de la sociedad. Y añadía que nos encontrábamos en
una encrucijada peligrosa. Obviamente que ahora ya ni la encrucijada nos queda.
Estamos obligados a circular por un solo camino, que es por donde nos llevan
obligados, y que encima, como el de la Escuela Agrotécnica, sigue sin
asfaltarse y solo está cubierto de promesas incumplidas.
Hoy día,
lamentablemente, el "estado de derechos" se instaló para quedarse con
la agravante de que la sociedad se encuentra en un estado anómico en tanto y en
cuanto todos los días se degradan un poco más las normas de convivencia social.
Cabría entonces usar para describir el estado de cosas el término "disnomia",
que bien podría describirse como el "sé que existe la ley pero no me gusta
o directamente no me importa", aunque en realidad se refiere, como dije
más arriba, a la divinidad menor que en la mitología griega personificaba el desorden
civil y la ilegalidad.
Pero también
nos debe mantener atentos para discernir que el poder no se debe encerrar en el
poder en cuanto tal, sino en abrirse a los demás para encontrar sabiduría en el
modo de vivir y gobernar. Este es un buen criterio para discernir acerca de
quiénes nos gobiernan. Lo llamativo es que en las charlas de café (sin café), o
como me pasó esta noche (miércoles, antes de sentarme a escribir este
editorial), al terminar la excelente charla que brindó el Obispo Monseñor Jorge
Lozano en la Parroquia “San José Obrero” sobre la Encíclica “Laudato Si” (de
eso voy a escribir después de las elecciones, porque me impactó mucho). Como
decía, al terminar la charla, me puse a conversar con un amigo candidato a
concejal en una de las listas para las elecciones del 25 (no la que encabezamos
mi amigo Modernel y yo), y él me decía que había que integrar al gobierno a la
gente más capaz, sin importar si era “del palo”. ¡Lástima que del dicho al
hecho hay un largo trecho!
Resulta
trágicamente claro que la corrupción es el mal por extirpar, si es que
verdaderamente queremos que alguna
vez nuestros hijos vivan en un sitio que
merezca ser vivido, y no un lodazal.
Se impone,
en la Argentina, un Nunca Más de la corrupción en democracia. Y esto es algo
que debe subir desde el pueblo hacia los dirigentes. Debe ser exigido hasta el
hartazgo, hasta que el mensaje se recoja y el reclamo popular se escuche y se
asimile.
Si los
responsables de la más formidable corrupción que vio la Argentina no son
juzgados y encarcelados, si sus bienes mal habidos no son confiscados, si sus
miles de testaferros no son perseguidos y develados, lo que se empieza a poner
en tela de juicio es la viabilidad de la Argentina misma como país.
Y allí ya no
habrá espacio ni para planes económicos, ni para discursos de buenas
intenciones, ni para ulteriores aventuras políticas.
Es difícil
para cualquier analista político comprender cómo uno de los Países más ricos
del planeta se ha diluido en su propia impotencia, y no logre distinguir el
bien del mal.
Sin duda una
sociedad culturalmente atrasada dio lugar a la formación de una clase política
completamente parasitaria y corrupta, que utilizando el populismo barato, (prometer
de todo a cambio de nada) nos
convirtieron en un País sin futuro, sin orgullo y sin dignidad.
Nuestro país
no se desendeudó sino que se cambió de acreedor: antes se debía al exterior,
ahora la deuda es interna, porque el gobierno tomó fondos de la Anses y de
otras instituciones públicas para pagar la deuda externa. Es decir, la deuda
externa se redujo pero aumentó la deuda interna. Hay estimaciones de la deuda
pública total que expresada en dólares está en el orden de los 250.000
millones.
Lo cierto es
que el aislamiento financiero nos deja un Banco Central quebrado y sin
inversiones. Los buitres no son culpables de la fanfarronería internacional, la
mala calidad del gasto y el dispendio del estado en cuestiones menores… Es
cierto que el mundo no nos es grato como hasta el 2010 más o menos, pero poner
a un inexperto soberbio en economía posiblemente haya sido la mayor causa del
crecimiento cero de los últimos cuatro años…
Lo nuestro
es mucho peor que desaceleración. Es retroceso. Lo primero significa que el automóvil
redujo la velocidad, pero que con solo volver a apretar el acelerador se
soluciona. Con el segundo, el automóvil quedó rezagado porque tiene el motor fundido
y sus cubiertas no dan más. Ya acelerar es imposible. Como dice León en “Cola
de Amor”, “para poder seguir tengo que empezar todo de nuevo”.
Estos
inútiles y miserables gobernantes han creado un nuevo país llamado Holindia, en
el que ellos viven como en Holanda y nosotros como en la India. Buscan cualquier nota perdida en
pasquines complacientes con el gobierno y no ven la realidad, realidad que se
les está cayendo encima, como usinas y hospitales "inaugurados" que
no funcionan, entre otras cosas
¡Ay, País!
Yo lo escribí hace mucho tiempo. No son los candidatos los que se deben unir.
Es la sociedad la que debería unirse y exigir al candidato todos sus reclamos
para darle el voto. Ahora yo sé que es demasiado tarde, aunque podría haber un
pacto de gobernabilidad que incluya la firma de un acuerdo sobre la
imprescriptibilidad de los delitos de corrupción, quita de fueros, apertura de
las causas de corrupción cerradas ,embargo de bienes, independencia total de la
Justicia poniendo un Procurador General que actúe con el máximo rigor y sin
contemplaciones. En caso contrario nuestro futuro seguirá siendo de oscuro
presagio.
En esta
misma edición anunciamos, con cierto orgullo, más allá de las discrepancias
políticas, que en caso de ganar Scioli, un entrerriano, Sergio Urribarri, será el Ministro del Interior y de
Transporte. Bueno es recordar, entonces, que Ricardo Jaime, que ocupara una parte
de ese puesto durante un gran período del kirchnerismo, asumió su condición de
coimero, y por miedo a pasarse diez años merecidos en la cárcel optó por un
juicio penal abreviado que le redujo la pena a un año y medio, que por supuesto
no serán de cumplimiento efectivo. Pero para ello tuvo que reconocerse culpable
y admitir que lo sobornaron y que construyó su fortuna a costillas de la
seguridad y de los derechos del pueblo argentino.
Seremos
verdaderamente una República el día en que pasen por los estrados de la
Justicia los que sigue, que no son pocos.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso
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