jueves, 9 de julio de 2015

“Cómo no quererte…

“Cómo no quererte… Editorial del 10 de julio de 2015
…Basavilbaso, si sos la forma de saber quién soy".
Voy a recurrir a mi memoria y a mi afecto, y a las palabras que me surjan a mí como recuerdo y agradecimiento, así como a las de escritores o poetas que describieron su lugar.
Julio Migno, un autor argentino, santafesino para más datos, persona de un lenguaje sencillo y sensible cuya poesía abarcaba la naturaleza salvaje de su tierra y el mensaje humano, escribió estos versos que hago míos, para describir el amor por el pago en el que mis padres decidieron que yo naciera:
"Si tenés cachorro,
esperá que crezca
y esperá que cambie
su voz pa' que cante:
no hay en todo el mundo pago como el mío".
O aquél poema de Julio Federik, que alguna vez ya usé en estas páginas, por bello y certero:
"Yo me apego a la tierra en que he nacido,
aquí están mis recuerdos y mis sueños,
aquí creció la sed de mis empeños
y aquí seré feliz o habré perdido.
Para vivir prefiero lo querido,
mi gente y mi ciudad, que son mis dueños,
el fuego del hogar ardido en leños
como arde el corazón, cuando está herido.
Aquí aprendí a querer, aquí he cantado,
aquí también sufrí y aquí he llorado
como el niño que fui, de cara al río.
Por eso no me voy, porque no puedo,
porque este es mi lugar y aquí me quedo;
otro será mejor, pero este es mío".
Yo, que tuve la suerte de nacer en el pueblo en el que vivo, no dejo de valorar cada día ese cálido destino que me permite caminar las mismas calles que caminé en mi infancia, más allá de que algunas todavía estén como estaban en ese tiempo.
No puedo olvidarme de la placita arbolada que estaba frente a mi casa paterna, en lo que por entonces era la calle Paraná y hoy es la Av. Presidente Perón. Es cierto que el progreso le trajo el pavimento y la convirtió en un boulevard, pero nos sacó la canchita del fútbol del "uno contra uno", que jugábamos con Machengo, Pepona, Nardo, los Balbi y alguno más del barrio, en una especie de previa a los partidos "en serio" que se armaban en el "campito" donde está hoy la Escuela N° 10 "Ovidio Decroly", que se jugaban con todas las ganas, muchas veces barrio contra barrio, y en el que el "Ardilla" Solís, seguramente el mejor jugador que pisó ese campo de juego, hacía una doble función, ya que a la vez que repartía la pelota, iba transmitiendo el partido.
Tampoco puedo olvidarme de las series miradas en el primer televisor del barrio, por supuesto en blanco y negro, series que en su mayor parte teníamos que adivinar porque se "iba" la imagen, que tratábamos de rescatar girando la antena. Tardes que se prolongaban hasta que mi viejo resolvía que era la hora de cenar, "orden" que de todas maneras no era por todos acatada, quedándose más de uno hasta que se "apagaba la luz". Es claro. No había computadoras, ni celulares, ni Play Station. Entonces la diversión era con los amigos y duraba toda la tarde, completándola con la "arrimada" de las figuritas o el "hoyo y quema" de la bolilla, o la remontada del barrilete, juegos que le daban una característica propia a cada uno de los pueblos, pero yo estoy hablando del mío.
Luego la Escuela, en mi caso la N° 9 "Matías Zapiola", con los recreos de la galleta y el mate cocido de Benedita y Victoria, y con las inolvidables maestras que en los nombres de Zully Scabini, Neyi Bussón de Strilciuc y la Sra. Rossi de Chesini, más las que ya no están, quedaron para siempre en mi corazón. En esos recreos de rayuela y soga, con los cuentos de "Chito" debajo del ceibo (que ya no está) o la carrera para tratar de ganar el derecho a que Benedita nos dejara tocar la campana-riel, colgada del ombú que tampoco está. Y las clases de música con la inolvidable "María taquito", seudónimo con el que con todo el respeto del mundo habíamos apodado a la Sra. de Rodríguez.
Sé que estas historias van a ser recordadas por todos aquellos que compartieron mi tiempo, aun cuando para cada uno cambien los personajes y los lugares, porque son vivencias inolvidables que tenemos que agradecer a quién nos permitió nacer en un pueblo como el mío.
Y, más tarde, el querido Colegio Nacional, Anexo Comercial, en donde comenzamos a mezclarnos con chicos de otros barrios, de otras escuelas y de otros lugares. Así aparecieron el "enano" Peccin, "Coco" Gatti, "Nenucho" Quintana,  Mario Miguez, Miguel Aguet, y tantos más con los que pasaron cinco años pero quedaron ya más de cuarenta en nuestra retina y en nuestra memoria.
Y, luego, el exilio obligado por la falta de lugares cercanos en los que seguir estudiando, pero pensando siempre en el regreso, que me permitió criar a mis hijos acá, en las mismas calles que yo recorrí, y yendo a la misma escuela y al mismo colegio, y a mí poder compartir otra vez los días y las horas con mis compañeros que se quedaron o que, como yo, volvieron.
Eso hace que más allá del cambio en la fisonomía, y de que no está más la Imprenta "La Unión" de mi viejo (aunque sí "su" Crónica"); ni la tienda "Blanco y Negro"; ni "Casa Rodenas"; ni "El Andén", ni la Tienda "La Perla", de mi querido tío Jaime;  ni la "Don Pepín" con Luis y Heidi detrás del mostrador; ni "lo de Mista"; ni "Casa Fridman", con los carros atados en las argollas del cordón esperando el "pedido"; ni el Cine Esmeralda; ni "Confecciones Mafally", de la que por suerte todavía veo todos los días a Petaco; ni la Zapatería Melmont; ni la Panadería de Okon, "mi" pueblo sea el mismo. Creo que en ese centro que tomé como ejemplo de mis recuerdos de infancia solo queda el kiosco del pan, que, de todas maneras, ya no es el lugar al que todos nos referíamos como "lo Volco".
Para mi suerte yo me sigo cruzando con el "Ardilla", con "Morta",  con la "Liebre", con "Luia", con "Mulato" (aunque se fue para siempre), con todos mis compañeros del por entonces "Barrio Saldivia", hoy Barrio San José, con los que éramos (y somos) como hermanos.
Eso me permite recorrer a pie las calles de mi Basavilbaso, tocando las paredes y sintiendo que por ellas corren las venas de estos 128 años y la misma sangre que me hace querer a este pueblo como quise a mi madre.
Y es por eso que en el editorial anterior, al referirme al acto del 30 de junio, puse "pero esa es otra historia". A mí me hubiese gustado hablar en ese acto para decir más o menos lo que estoy escribiendo acá. Y digo "más o menos" porque yo improviso cuando escribo y cuando hablo, por lo que no sé si eran estas las mismas palabras que hubiese expresado ese día. Pero sí la misma idea,
Porque lo fundamental, y por eso dediqué esta página de hoy al recuerdo de mi vida en Basavilbaso, es que el día del cumpleaños de mi madre yo hablo de lo que ella hizo por mí y no de lo que yo hice (si es que hice) por ella.
En todo caso lo que yo pude y alcancé a hacer por ella es poco y nada al lado de lo que ella hizo por mí. Y, además, si lo hice, era mi obligación hacerlo y no puedo ni debo vanagloriarme de eso.
Y ya que estamos, Eduardo Galeano, que nos dejó hace pocos días, también nos dejó esta frase genial:
"Lo importante no es escribir lo que uno vive sino vivir lo que uno escribe".

                                                    Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso    

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