“Cómo no quererte… Editorial
del 10 de julio de 2015
…Basavilbaso,
si sos la forma de saber quién soy".
Voy a
recurrir a mi memoria y a mi afecto, y a las palabras que me surjan a mí como
recuerdo y agradecimiento, así como a las de escritores o poetas que
describieron su lugar.
Julio Migno,
un autor argentino, santafesino para más datos, persona de un lenguaje sencillo
y sensible cuya poesía abarcaba la naturaleza salvaje de su tierra y el mensaje
humano, escribió estos versos que hago míos, para describir el amor por el pago
en el que mis padres decidieron que yo naciera:
"Si
tenés cachorro,
esperá que
crezca
y esperá que
cambie
su voz pa'
que cante:
no hay en
todo el mundo pago como el mío".
O aquél
poema de Julio Federik, que alguna vez ya usé en estas páginas, por bello y
certero:
"Yo me
apego a la tierra en que he nacido,
aquí están
mis recuerdos y mis sueños,
aquí creció
la sed de mis empeños
y aquí seré
feliz o habré perdido.
Para vivir
prefiero lo querido,
mi gente y
mi ciudad, que son mis dueños,
el fuego del
hogar ardido en leños
como arde el
corazón, cuando está herido.
Aquí aprendí
a querer, aquí he cantado,
aquí también
sufrí y aquí he llorado
como el niño
que fui, de cara al río.
Por eso no
me voy, porque no puedo,
porque este
es mi lugar y aquí me quedo;
otro será
mejor, pero este es mío".
Yo, que tuve
la suerte de nacer en el pueblo en el que vivo, no dejo de valorar cada día ese
cálido destino que me permite caminar las mismas calles que caminé en mi
infancia, más allá de que algunas todavía estén como estaban en ese tiempo.
No puedo
olvidarme de la placita arbolada que estaba frente a mi casa paterna, en lo que
por entonces era la calle Paraná y hoy es la Av. Presidente Perón. Es cierto
que el progreso le trajo el pavimento y la convirtió en un boulevard, pero nos
sacó la canchita del fútbol del "uno contra uno", que jugábamos con
Machengo, Pepona, Nardo, los Balbi y alguno más del barrio, en una especie de
previa a los partidos "en serio" que se armaban en el
"campito" donde está hoy la Escuela N° 10 "Ovidio Decroly",
que se jugaban con todas las ganas, muchas veces barrio contra barrio, y en el
que el "Ardilla" Solís, seguramente el mejor jugador que pisó ese
campo de juego, hacía una doble función, ya que a la vez que repartía la
pelota, iba transmitiendo el partido.
Tampoco
puedo olvidarme de las series miradas en el primer televisor del barrio, por
supuesto en blanco y negro, series que en su mayor parte teníamos que adivinar
porque se "iba" la imagen, que tratábamos de rescatar girando la
antena. Tardes que se prolongaban hasta que mi viejo resolvía que era la hora
de cenar, "orden" que de todas maneras no era por todos acatada,
quedándose más de uno hasta que se "apagaba la luz". Es claro. No
había computadoras, ni celulares, ni Play Station. Entonces la diversión era
con los amigos y duraba toda la tarde, completándola con la
"arrimada" de las figuritas o el "hoyo y quema" de la
bolilla, o la remontada del barrilete, juegos que le daban una característica
propia a cada uno de los pueblos, pero yo estoy hablando del mío.
Luego la
Escuela, en mi caso la N° 9 "Matías Zapiola", con los recreos de la
galleta y el mate cocido de Benedita y Victoria, y con las inolvidables
maestras que en los nombres de Zully Scabini, Neyi Bussón de Strilciuc y la
Sra. Rossi de Chesini, más las que ya no están, quedaron para siempre en mi
corazón. En esos recreos de rayuela y soga, con los cuentos de
"Chito" debajo del ceibo (que ya no está) o la carrera para tratar de
ganar el derecho a que Benedita nos dejara tocar la campana-riel, colgada del
ombú que tampoco está. Y las clases de música con la inolvidable "María
taquito", seudónimo con el que con todo el respeto del mundo habíamos
apodado a la Sra. de Rodríguez.
Sé que estas
historias van a ser recordadas por todos aquellos que compartieron mi tiempo,
aun cuando para cada uno cambien los personajes y los lugares, porque son
vivencias inolvidables que tenemos que agradecer a quién nos permitió nacer en
un pueblo como el mío.
Y, más
tarde, el querido Colegio Nacional, Anexo Comercial, en donde comenzamos a
mezclarnos con chicos de otros barrios, de otras escuelas y de otros lugares.
Así aparecieron el "enano" Peccin, "Coco" Gatti,
"Nenucho" Quintana, Mario
Miguez, Miguel Aguet, y tantos más con los que pasaron cinco años pero quedaron
ya más de cuarenta en nuestra retina y en nuestra memoria.
Y, luego, el
exilio obligado por la falta de lugares cercanos en los que seguir estudiando,
pero pensando siempre en el regreso, que me permitió criar a mis hijos acá, en
las mismas calles que yo recorrí, y yendo a la misma escuela y al mismo
colegio, y a mí poder compartir otra vez los días y las horas con mis
compañeros que se quedaron o que, como yo, volvieron.
Eso hace que
más allá del cambio en la fisonomía, y de que no está más la Imprenta "La
Unión" de mi viejo (aunque sí "su" Crónica"); ni la tienda
"Blanco y Negro"; ni "Casa Rodenas"; ni "El
Andén", ni la Tienda "La Perla", de mi querido tío Jaime; ni la "Don Pepín" con Luis y Heidi
detrás del mostrador; ni "lo de Mista"; ni "Casa Fridman",
con los carros atados en las argollas del cordón esperando el
"pedido"; ni el Cine Esmeralda; ni "Confecciones Mafally",
de la que por suerte todavía veo todos los días a Petaco; ni la Zapatería
Melmont; ni la Panadería de Okon, "mi" pueblo sea el mismo. Creo que
en ese centro que tomé como ejemplo de mis recuerdos de infancia solo queda el
kiosco del pan, que, de todas maneras, ya no es el lugar al que todos nos
referíamos como "lo Volco".
Para mi
suerte yo me sigo cruzando con el "Ardilla", con
"Morta", con la
"Liebre", con "Luia", con "Mulato" (aunque se fue
para siempre), con todos mis compañeros del por entonces "Barrio
Saldivia", hoy Barrio San José, con los que éramos (y somos) como
hermanos.
Eso me
permite recorrer a pie las calles de mi Basavilbaso, tocando las paredes y
sintiendo que por ellas corren las venas de estos 128 años y la misma sangre
que me hace querer a este pueblo como quise a mi madre.
Y es por eso
que en el editorial anterior, al referirme al acto del 30 de junio, puse
"pero esa es otra historia". A mí me hubiese gustado hablar en ese
acto para decir más o menos lo que estoy escribiendo acá. Y digo "más o
menos" porque yo improviso cuando escribo y cuando hablo, por lo que no sé
si eran estas las mismas palabras que hubiese expresado ese día. Pero sí la
misma idea,
Porque lo
fundamental, y por eso dediqué esta página de hoy al recuerdo de mi vida en
Basavilbaso, es que el día del cumpleaños de mi madre yo hablo de lo que ella
hizo por mí y no de lo que yo hice (si es que hice) por ella.
En todo caso
lo que yo pude y alcancé a hacer por ella es poco y nada al lado de lo que ella
hizo por mí. Y, además, si lo hice, era mi obligación hacerlo y no puedo ni
debo vanagloriarme de eso.
Y ya que
estamos, Eduardo Galeano, que nos dejó hace pocos días, también nos dejó esta
frase genial:
"Lo
importante no es escribir lo que uno vive sino vivir lo que uno escribe".
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para
Semanario Crónica de Basavilbaso
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