jueves, 10 de abril de 2014

Guitarra vas a llorar

Guitarra vas a llorar - Editorial del 11 de abril de 2014 Tenía que ser un grande como George Harrison el que me indicara el título para este homenaje y recuerdo para otro grande que se nos fue, pero aún nos guía. Porque en efecto, la guitarra va a llorar, como nosotros, la muerte de Daniel Cogorno, pero él estará igual al lado nuestro para siempre. Al lado nuestro como quedó para siempre nuestro eterno Director, y como desde hace poco también está Juan, de quién solo Él nos pudo separar físicamente. Voy a tratar de no caer en los lugares comunes, aunque la desesperación que nos causó su partida hará que el cuidado por las formas pase hoy a segundo plano. Y así, casi al instante de haberlo negado, caigo por primera vez. Y es que para quienes somos del Magnificat, es casi imposible de explicar el sentimiento que nos une, y que no existiría de ninguna manera entre nosotros si no fuera por el Coro. Solo nosotros podemos entender que se nos murió un hermano del alma, y por eso voy a renunciar a explicarlo. Yo todavía tengo la esperanza de estar viviendo un sueño, y de que este viernes, unos minutos antes de las 21, cuando vaya a abrir las puertas de la Biblioteca Lucienville, como todos los viernes del año, lo voy a encontrar parado allí, esperándome apoyado en el estuche de su guitarra, listo para el primer comentario rápido y socarrón con el que solíamos “ponernos en clima”. Y siento que vamos a esperar juntos, él y yo, a Chiche y a Carly, primus inter pares (primeros entre los pares), con quienes nos entendemos tan bien que casi nos sobran las palabras. Y entraremos a acomodarnos en el salón, para, como dice Chiche en otra de las páginas de esta triste edición de hoy, que el Maestro Cogorno empiece a afinar esa parte inseparable de su cuerpo que es su guitarra, y nos lleve por caminos que para él eran cotidianos. Así pasaremos, otra vez, los primeros minutos entre zambas, chacareras y chamarritas, mientras el resto del coro sigue llegando. Quiero creer que esto será así, porque me resulta imposible imaginar un ensayo del coro que comience de otra manera, al igual que me resulta imposible entender que podamos cantar sin su guitarra. Y sin su presencia. Particularmente yo tengo muchísimo para agradecerle. Primero por haberme brindado su amistad incondicional en TODAS. Y es ahí donde se notan los amigos. Desde el momento en que decidí aceptar el reto de que el Magnificat no se muriera con Miguel, él estuvo a mi lado, pero no “sobándome el lomo”, como podría haber hecho, sino marcándome las dificultades en las que me “metía”, e incluso expresándome sus dudas respecto a mi capacidad para afrontar ese desafío, cosa de que si yo ya no lo había hecho, tomara conciencia del reto. Y, después, sí, apoyándome casi incondicionalmente, y esperando siempre el final de cada ensayo o de una actuación para corregirme como sólo él sabía hacerlo: con mesura, criterio, respeto y buena voluntad. Lástima que a esto no se lo dije personalmente, aunque creo que lo intuía, pero los seres humanos solemos ser así, y reconocemos a la gente, si es que lo hacemos, cuando ya no están. Como estamos hablando de un músico con todas las letras, y como ya he usado el título de una canción popularmente conocida, voy a recurrir ahora, para esta segunda parte, ya más realista, al título de un tema de Queen, “The Show Must Go On”, que traducido al español quiere decir, y el lector ya se habrá dado cuenta, “El show debe continuar”, tema en el que antes de terminar repitiendo dos veces el título, recuerda “Yo tengo que encontrar la voluntad para seguir”. El Magnificat juntó fuerzas de donde no las tenía para cumplir con el pedido de la familia, trasmitiendo con seguridad lo que Daniel quería, y estuvo presente en el Responso que se celebró en la Parroquia San José Obrero. Es justamente esa mística irreemplazable del Coro la que hace posible que siempre tenga lista (o pre-cocida como le gustaba decir a Miguel) una partitura que responda a la necesidad, que en este caso era la de acompañar en la Fe a Cristina, Carlitos, Rocío, Javier y Víctor, a la mamá de Daniel y a todos sus otros familiares y amigos que colmaron la Parroquia para acompañarlo en este su último camino. Estaban todos los que tenían que estar, aunque uno pueda pensar que su trayectoria en la Cultura, que es la que lo unió a nosotros y por eso de ella hablo con preferencia, hubiera ameritado que estén también otros que no estuvieron. Y quizás hasta que se hicieran cosas que no se hicieron. Y así como juntamos fuerzas para cantarle a metros de la presencia de su cuerpo, juntaremos fuerzas para seguir cantando, seguramente sin resistir la tentación de mirar al medio buscando el rasgueo que nos indique el tono, su gesto para darnos el ritmo y su mirada aprobadora cuando las cosas salían bien, como por suerte, y por tanto trabajo, nos venían saliendo. Cuando yo le digo Maestro, o cuando en las actuaciones en cualquier lugar del país en el que nos tocó en suerte cantar decía que era, para nuestro placer, la mejor guitarra de Entre Ríos, no estoy desconociendo que al lado de él se formaron quienes van a tomar la posta y harán que el Coro lo pueda seguir recordando de la mejor manera, que es cantando. “Paquito” López, a quién de corazón Daniel también llamaba Maestro, con muchísimo respeto como todo lo que hacía; Ariel Constantino, que cuando tiene que agarrar la guitarra lo hace excelentemente, y también, más que seguro, Javier Rossano, si se lo pedimos, nos dará una mano para que se nos haga menos pesada nuestra soledad. Tengo que pedir perdón a los lectores habituales de Crónica, y seguramente sobre todo a los que no son de mi pueblo, no lo conocieron a Daniel o no comparten ni comprenden la mística que envuelve al Coro Magnificat y a los que somos parte indisoluble de él. Esto empezó con la idea de que fueran unas líneas de recordación y de dolor, pero así como las cuerdas de su guitarra se liberaban y tomaban fuerza y vida propia, el teclado de la computadora me obligó a seguir sacando de mi corazón todo lo que sentía para volcarlo en esta página dolorosa de una edición dolorosa como las no más de cuatro o cinco que se sucedieron a la partida de mi padre, luego de mi tío Jaime, después de Miguel, hace muy poco de Juan Benítez, y ahora de este hermano, amigo, padre y compañero, en el sentido cabal y completo de cada una de esas palabras. Me enterneció compartir con sus hijos y con sus amigos más íntimos los últimos momentos en el hospital, y me volvió a enternecer ver el llanto de la gente del Coro que sabía que tenía que seguir cantando en la ceremonia pero que no podía hacerle lado a la emoción. El llanto no se inventa ni se fabrica. Se saca del alma. Yo debía ser más fuerte, obligadamente, pero guardo en mis retinas las lágrimas que caían por las mejillas de todos los que amamos a Daniel en el estricto sentido de la palabra, mientras nos estaba cayendo la ficha de lo irreversible. Nos queda la alegría de saber que disfrutamos tu compañía. Más allá del músico está el hombre que reía, que me llamaba desde el fondo del colectivo para compartir una idea que podríamos luego abrir al resto, o que solo quedaba entre nosotros. En chiste dijimos muchas veces, cuando sabíamos que nos pasábamos de la raya, que no iríamos al Paraíso. Espero que yo, por lo menos, me haya equivocado “fiero” y que vos, hermano, ya estés al lado del Señor, y, aunque sea un terrible lugar común, en los que ya previne que podría caer, a esta hora vayas llegando al lugar de ensayo del coro celestial que dirige el mejor de todos, en el que recita el mejor de todos, y en el que ahora toca la guitarra el mejor de todos. Nosotros, mientras, pese a quién pese, seguiremos luchando para que tu sueño siga haciéndose realidad, porque vos te jugaste por esta opción que decidimos, y te mereces que defendamos también hasta la muerte. Termino como empecé. Con el final de la letra del tema que me dio el título: “Todavía mi guitarra llora suavemente Mirando a todos ustedes. . . Todavía mi guitarra llora suavemente” Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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