jueves, 20 de febrero de 2014

Tomo y obligo

Tomo y obligo - Editorial del 21 de febrero de 2014 El título de hoy está tomado (y no es un juego de palabras) del tango del mismo nombre, cuya letra es de Manuel Romero y la música de Carlos Gardel: "Tomo y obligo, mándese un trago, que hoy necesito el recuerdo matar…" Así empieza el tango, en obvia referencia a los efectos que el alcohol produce en la persona, en este caso "matar los recuerdos", cosa que de otra manera es muy difícil conseguir. Y, dicho sea de paso, tampoco creo que sea conveniente hacerlo, porque los recuerdos también forman parte de nuestra vida. No va a ser ninguna novedad para el lector el enfoque que le voy a dar al tema, porque es harto conocida mi postura respecto al consumo excesivo de este tipo de bebidas, más cuando adquiere el carácter de adicción. Ya otras veces escribí sobre eso, cuando se discutía en Basavilbaso si era conveniente dictar una norma que prohibiera la venta de alcohol, lo limitara a determinada edad, fijara horarios para hacerlo, y, a la vez, castigara el incumplimiento. Ya en ese momento, ante la diferencia de criterios que se manifestaba, básicamente respecto a la supuesta limitación a la libertad de hacer lo que uno quiere, expresábamos que creíamos que los "boliches" se libraban de su responsabilidad mientras cumplieran con la normativa vigente, sea cual fuere, y que los funcionarios también se libraban de ella mientras hicieran cumplir esa normativa y castigaran con las penas establecidas a los que no lo hicieren. Pero también decíamos que los padres NUNCA nos podíamos librar de ella, porque está en la misma idiosincrasia de la condición de padres velar por la salud de nuestros hijos. Y no controlar su ingesta de alcohol es, ni más ni menos, que condenarlos a una muerte próxima y segura, porque está comprobado que el consumo precoz y con carácter adictivo les limita el crecimiento físico e intelectual y los condena a sufrir enfermedades terminales casi sin excepción, por más fortaleza física que se ufanen de tener y por más que se crean inmunes a cualquier sufrimiento. Pero ahora el problema tiene otro enfoque, al que voy a acceder sin prejuicios y sin miedos, ya que de todas maneras, fruto de las confesiones de un funcionario o empleado infiel del Municipio local, ya he sido acusado a través de una red social de todos los pecados imaginables, increíblemente por quienes no fueron los destinatarios de mi "denuncia", lo cual le otorga al citado "delator" el doble carácter de "mentiroso". No voy a explicar demasiado las razones de los argumentos que voy a utilizar, ya que ni siquiera tengo temor de que se me considere un "pacato", porque ya me discriminaron (alguien identificado con nombre y apellido, basándose en mi condición de judío, y en los prejuicios que ello genera desde tiempos inmemoriales, "imaginó" que mi oposición se debía a que "se gasta, se gasta"), me insultaron y me descalificaron, solo por recordar que hay una norma, la Ordenanza Nº 22-2004, que prohíbe "la promoción oral, escrita o por cualquier otro medio y la realización de cualquier tipo de eventos en los que para su participación y/o ingreso se requiera del consumo de bebidas alcohólicas, o cuya recompensa, gratificación o premio sea la facilitación o el estímulo de cualquier tipo de bebidas que contengan alcohol, quedando totalmente prohibidas las competencias, concursos o promociones publicitarias basados en la incitación a la ingesta de bebidas alcohólicas, así como la difusión de actividades con las denominaciones mencionadas anteriormente". Esta Ordenanza, como todas las que se encuentran vigentes, se reputan conocidas por todos los habitantes de la ciudad, por lo cual nadie puede ignorar su existencia ni ampararse en un supuesto desconocimiento para incumplirla. Hace un tiempo, cuando vimos que un nuevo boliche utilizaba esta metodología, alertamos de ello a las más altas autoridades de la ciudad, en cumplimiento de nuestra obligación como ciudadanos, y con la única finalidad de que se les advirtiera que "eso no se hace". Y conste que eso de la "advertencia", que se tomó al pie de letra, no dio ningún resultado, pese que deberían haber tomado en cuenta que la misma Ordenanza dispone que el primer incumplimiento (ese por el cual sólo se los advirtió) ya los hacía pasibles de una multa equivalente al importe de 200 litros de nafta súper. Siguieron como si nada, seguramente envalentonados por esa inacción del área respectiva, que no solamente no aplicó como correspondía la norma vigente, sino que, además, le hizo "pagar el pato" a un simple inspector, tal como después lo hicieron conmigo. Teniendo en cuenta que nosotros contabilizamos con posterioridad a esa "advertencia" por lo menos cuatro afiches del tipo "tequila free", "fiesta, fiesta, fiesta, champagne rose", y el último y más descarado "va Gancia" (¿Genial y ocurrente juego de palabras, no? ¡Qué desperdicio!), si se hubiese cumplido con lo establecido en el art. 2º de la Ordenanza Nº 22-2004, a la segunda oportunidad en que se incumplió le hubiese correspondido una multa de 500 litros de nafta súper o hasta quince días de clausura; a la tercera, 1000 litros de nafta o hasta 30 días de clausura, y a la cuarta, ya no más multa, sino clausura definitiva del establecimiento y/o inhabilitación del responsable o titular de la autorización concedida. Yo ni siquiera conozco a los propietarios de ese otro "boliche", así que no deben quedar dudas de que no me mueve ninguna razón de enemistad ni mucho menos de competencia o de recelo. La verdad es que lo que me molestó, y mucho, tanto en ese caso como en el del otro "boliche" que se dio por aludido y, encima, recibió antes que aquél la multa, es la sensación de impunidad que se "olía" a mucha distancia, unida a la percepción de que había, consciente o inconscientemente, muchísima inequidad en la aplicación de las normas vigentes en nuestro municipio, y que castigan ciertos y determinados incumplimientos. Para ir "al grano", concomitantemente con la "vista gorda" que se hacía con algunos, congruente con una ideología de "dejar hacer, dejar pasar" ("laissez faire, laissez passer" en francés, en su original), se castigaba "terriblemente" a otros. Tengo en mi estudio sanciones aplicadas a clientes (la mayoría clientas) a quienes se los paró mientras circulaban con su ciclomotor, y se les cobró multas superiores a los mil pesos, por infracciones que reconozco deben ser punibles, pero que se tornan injustas a la luz de esa inequidad que mencionaba más arriba. Hay que tener en cuenta que no siempre lo justo resulta equitativo, ni lo equitativo justo. Casi la totalidad de las infractoras mencionadas, a las que incluso se les llegó a secuestrar el motovehículo, lo usaba para trasladarse a su trabajo de limpieza de casas de familia, con el que a duras penas logran subsistir, por lo que la inequidad cobra todavía mayor magnitud, sobre todo viniendo de un gobierno "nacional y popular". Algunos amigos me preguntan por qué insisto con este tema, sobre todo a la luz de esas agresiones que mencioné más arriba. Les voy a contestar con una declaración reciente de Roberto Saviano, un periodista italiano que escribió un excelente libro titulado Gomorra, que describe el accionar de la mafia de la droga en Nápoles (libro que por nuestro pedido está en la Biblioteca "Luz Obrera", para el que le interese leerlo), y que ahora vive encerrado y protegido por los "carabinieri" debido a las amenazas que ha sufrido por sus denuncias. Saviano dice que "el sueño de cualquier periodista de raza debe ser tener una mirada limpia y buen olfato para descubrir las historias, habilidad y simpatía para tratar con las fuentes, valentía para meterse en la boca del lobo y una pluma capaz de convertir cualquier reportaje en buena literatura". Y respecto a los poderes de aquellos que se pueden haber sentido "ofendidos" por una denuncia que de todas maneras no fue tal, debo decir que todo tiene que ver con el concepto de éxito y de fracaso que uno tenga. Porque al fin, hay gente que es tan pobre, que lo único que tiene es plata. O, como decía muy inteligentemente Don Francisco de Quevedo y Villegas: "La soberbia nunca baja de donde se sube, pero siempre cae de donde se subió". Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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