jueves, 12 de septiembre de 2013

Golpe a golpe

Golpe a golpe - Editorial del 13 de septiembre de 2013 En el editorial de la pasada semana yo decía que entre varios temas había decidido escribir sobre el Año Nuevo Judío, pensando que era el que más se imponía sentimental y espiritualmente. Y hoy, entonces, voy a tomar uno de los que dejé en la opción, y que hubiese sido también justo para la fecha, ya que se trata de la referencia y el recuerdo al primer golpe militar ocurrido en la Argentina, por lo menos en forma “institucionalizada”. Ese día el General José Félix Uriburu encabezó una asonada que tuvo como propósito (y lo logró) derrocar al Presidente Constitucional Hipólito Yrigoyen, que estaba cumpliendo su segundo mandato, alternado, ya que por entonces la Constitución Nacional prohibía la reelección consecutiva. Si bien casi seguramente en el decurso de esta página haré algunas referencias históricas, básicamente quiero dedicarla al desinterés y la falta de conmemoración de la que hicieron gala no solamente el partido gobernante, que se jacta de ser el arquetipo de los defensores de la democracia y el orden constitucional, sino, peor todavía, del mismo partido al que perteneció Don Hipólito desde su fundación, ya que fue uno de sus gestores junto con su tío, Leandro N. Alem. Aunque a mí me llaman la atención ambas omisiones, comenzaré por referirme a la del partido gobernante, sobre todo por la evidente contradicción entre ese “olvido” y el recuerdo, a través de un documental que se emitió este miércoles, del golpe que el 11 de septiembre de 1973 derrocara en Chile al presidente Salvador Allende. Seguramente para la postura “nacional y popular” (nótese que dije postura) es mucho más “cool” condolerse por el golpe de Pinochet que por el de Uriburu, sobre todo porque indagar demasiado en los pormenores que rodearon a la caída de Yrigoyen significaría enterarse de que el por entonces teniente Juan Domingo Perón tomó parte activa en el mismo, cometiendo lo que, mucho más tarde, por suerte para él, sería un delito de lesa humanidad. Si se hubiesen derogado por entonces las leyes de obediencia debida y de punto final (en el caso de que hubiesen existido), Perón debería haber estado preso como lo están hoy tantos oficiales y suboficiales que participaron del Proceso de Reorganización Nacional, y no podría ni debería haber hecho su obra en pos de la soberanía política, la independencia económica y la justicia social. En efecto, la víspera del golpe, Perón fue designado ayudante del teniente coronel Descalzo y el 6 de septiembre los dos fueron a la Escuela Superior de Guerra donde aseguraron su adhesión. Luego, fueron al Regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín con una columna, arrestaron a su jefe que se negaba a adherirse y lo reemplazaron por otro. Se formó entonces una columna con tropas, en la que Perón iba en un auto blindado armado con cuatro ametralladoras; marcharon sobre la Casa Rosada, la que encontraron invadida por civiles que estaban causando destrozos, por lo que trataron de desalojarlos pacíficamente. Durante ese día permaneció en el lugar, resguardando la seguridad hasta que llegaron las tropas restantes y por la noche patrulló las calles de la ciudad de Buenos Aires para prevenir desmanes. No resulta extraño que para el peronismo los “únicos” golpes de estado que merecen el escarnio público sean el del 16 de septiembre de 1955 (ya veremos en estos próximos días con qué pasión lo recuerdan, apodándolo la “revolución fusiladora”) y el del 24 de marzo de 1976. Obviamente, ambos contra gobiernos peronistas. No he escuchado nunca referencias al del 4 de junio de 1943 (y eso que es la fecha de mi cumpleaños, lo que me hace estar más atento ese día), ni tampoco al del 28 de junio de 1963. ¿Por qué? Es simple la explicación. En el de 1943, organizado y llevado adelante por un sector del ejército autodenominado GOU (Grupo de Oficiales Unidos), volvió a tener preponderancia la participación, esta vez más activa, de Juan Domingo Perón, ya con el grado de Coronel. Dije más arriba que no iba a convertir esta página en una clase de Historia, pero cualquier manual desapasionado (aun cuando soy consciente de que, como dice Lito Nebbia, “a la Historia la escriben los que ganan”), describe claramente el rol protagónico de Perón en ese golpe de estado, que rompió la continuidad institucional, más allá de que se hayan invocado razones atendibles, tales como el fraude, la violencia de las fuerzas policiales, la posible toma de posición en la Segunda Guerra Mundial a favor del Eje, etc. Esos argumentos son falaces, porque con ese mismo criterio habría que avalar también el de marzo de 1976, ya que quienes lo perpetraron se justificaron en la inacción del gobierno de Isabel, la altísima inflación y la profunda crisis económica, y el crecimiento de la resistencia armada de los grupos arbitrariamente denominados “subversivos”. Y en el caso de la autodenominada “Revolución Argentina”, que depuso al gobierno radical de Arturo Illia, el peronismo se había quedado con la “sangre en el ojo” por la supuesta proscripción en las elecciones de 1963, y militaron a favor de que un general de raigambre justicialista como Juan Carlos Onganía, al amparo de una campaña de prensa (ahora dicen “Clarín miente”) sustentada por los principales diarios nacionales e incluso las revistas de humor (como Tía Vicenta) que asimilaban al Presidente de la Nación con la figura de una tortuga, por su supuesta lentitud en la toma de decisiones, o lo caricaturizaban dándole de comer a las palomas en la Plaza de Mayo, como si esa fuese su única ocupación, terminara abruptamente su mandato, comenzando lo que efectivamente fue considerada en el saber popular como la primera dictadura. No nos olvidemos que fue en 1970, precisamente, durante la vigencia de esa misma Revolución Argentina a la que el peronismo dotó de funcionarios por doquier (¡ya dije tantas veces dónde!), cuando Montoneros inicia su “campaña” secuestrando y matando a Pedro Eugenio Aramburu. Está claro, entonces, por qué creo que el PJ silenció el recuerdo del golpe del 6 de septiembre de 1930, y para explicar ello tuve que recurrir a comparaciones y parámetros. Pero lo que no termino de entender es el porqué del silencio de la Unión Cívica Radical. Al menos estoy seguro de que el comité local, denominado “Roberto Fleitas”, no hizo mención alguna ni emitió ningún comunicado conmemorativo. Es más, me animo a decir que muchos de sus integrantes se están enterando de que pasó esa fecha al leer este editorial. Y tampoco el Comité Departamental, que ese mismo día realizó una conferencia de prensa en Concepción del Uruguay, con la presencia de Lilita Carrió (en la que, por otra parte, tuvieron lugar vergonzosos ataques a la prensa por parte de ¿militantes radicales?), mandó a los medios aunque sea unas líneas en homenaje a los bochornosos hechos del 6 de septiembre del año ’30. Y mucho menos el Comité Provincial, más ocupado en borrar con el codo lo que alguna vez se escribió con la mano, y preparándose para descubrir, en las elecciones de octubre, si es que con sus propuestas vetustas y personalistas logran salir aunque sea terceros. La desideologización de los partidos políticos y su pragmatismo hace que sus filas, por lo menos las de conducción, se hayan nutrido de elementos que vienen de organizaciones intermedias, de roles “destacados” en la actividad privada, o simplemente, de exitosos a los que le falta la “chapa” y quieren llegar, rápidamente, a una banca en dónde y cómo sea, para satisfacer su ego y, supuestamente, representar al pueblo. Dijo Nicolás Avellaneda que los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden conciencia de sus destinos. Es fatal para el radicalismo dejar de recordar lo que le pasó a Yrigoyen, así como es fatal para el país que el peronismo le dé más importancia al derrocamiento de un presidente extranjero que al de uno propio. Ya lo dijo Francisco Luis Bernárdez: “Porque después de todo he comprendido Que lo que el árbol tiene de florido Vive de lo que tiene sepultado” Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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