jueves, 27 de junio de 2013

Falacias y sofismas

Falacias y sofismas - Editorial del 28 de junio de 2013 Las falacias o sofismas (aunque en el sofisma se entiende que además se da la intención deliberada de engañar al oyente) son un razonamiento aparentemente "lógico" en el que el resultado es independiente de la verdad de las premisas; esto quiere decir que se desprende una conclusión errónea, porque no existe una conexión necesaria con las proposiciones de las que "supuestamente" surge. En otras palabras, el argumento parece ser verdadero, pero en realidad no lo es. El principal problema de las falacias es que son difíciles de detectar, y a eso los falaces lo saben muy bien. Y lo aprovechan. Hay muchos tipos de falacias que han sido definidas, pero en este caso quiero quedarme con una que, por las dudas lo digo, está en los libros, y no la inventé yo. Se llama Falacia Ad Populum (o falacia populista) y consiste en atribuir que algo es verdadero o falso en función de lo que la mayoría opina o cree. Esta es especialmente utilizada por aquellos que disfrutan de la estadística. Intentan justificar su razón porque hay un número muy alto de personas que lo respaldan. Me parece que, incluso, debería completarse con otra de la lista, que es la "Falacia de la verdad a medias", que existe cuando un argumento es sólo parcialmente verdadero o incluso verdadero, pero omitiendo la otra parte de la verdad. "50 de cada 100 personas adelgazan con este medicamento" (cuando no se hace mención de que los otros 50 no sólo no adelgazan, sino que el medicamento les sienta mal o los hace engordar). Obviamente que el lector ya se habrá dado cuenta que esta introducción tiene que ver con la postura del gobierno nacional, y de algunos de sus adulones, frente al fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación declarando inconstitucional la reforma al Consejo de la Magistratura, específicamente los artículos 2, 4, 18 y 30 de la ley 26.855. Ni bien salió la sentencia, la Sra. Presidente de la Nación, en uso de sus facultades "twiteras", comenzó con sus diatribas que solo confunden a la gente. Dijo, por ejemplo, y lo transcribo textualmente que "es necesario ejercer las responsabilidades institucionales no siguiendo la música que ponen las corporaciones, sino con la batuta del pueblo, que es el que nunca se equivoca". En ese orden, cuestionó a los sectores que apuestan al "rejunte de gente para ganar una elección" y convocó a "superar los prejuicios" para construir la unidad nacional. Lo que la Sra. Presidente olvida, u omite, antes que nada, es que la democracia y las constituciones se hicieron para cuidar a las minorías, no para avalar en todo a las mayorías. Y, además, afirmar rotundamente que el pueblo no se equivoca es no saber nada de Historia. Ella misma habla pestes del menemismo (al que, por supuesto en su momento apoyó), y Carlos Menem llegó al gobierno con el voto del pueblo, y por casi el 50% de los votos. ¿Entonces? Michel Eyquem de Montaigne, filósofo, escritor, humanista, moralista y político francés del Renacimiento (o sea nada que ver con Clarín, ni con Lanata, ni con la "Corpo", ni con el Semanario Crónica de Basavilbaso), dijo una vez y para siempre: "Nadie está libre de decir estupideces, lo malo es decirlas con énfasis". En realidad en varios países de Europa Occidental los cargos del Consejo de la Magistratura o instituciones similares son electivos. El modelo de nuestra Constitución fue el de la de los EEUU, que no tenía Consejo. Es verdad que el Poder Judicial, formado a la manera de la Constitución de 1853, no es muy democrático. Un poder tan independiente que hasta lo es del electorado, esto es "del pueblo", termina siendo un poder al servicio de las corporaciones y es, él mismo, una corporación. El problema que tenemos es que la educación que le da (o que no le da) el gobierno a sus habitantes hace que las decisiones del electorado muchas veces sean incompatibles con la democracia. Hace 100 años eso se resolvía con el "fraude patriótico". Hoy todo se hace más difícil. Pero es imposible preservar los derechos (¿o privilegios?) de la minoría mientras exista tanta indigencia y pobreza. Y tanto clientelismo político. Lo que sí me parece un avance es la idea de que todos los funcionarios que con su proceder y con la autoridad que dan las normas que rigen a nuestro país, y que con sus decisiones afectan nuestras vidas, deben ser elegidos y removidos por voluntad popular. Lo contrario es suponer que hay seres superiores, que son capaces de determinar siempre desinteresadamente sobre lo que es bueno y lo que es malo, que son impolutos, que no tienen ideologías o que si las tienen no les influyen al momento de juzgar. Pero el problema se plantea, en un sistema como el nuestro, si nos ponemos a pensar cuál podrá ser la imparcialidad de un juez que para llegar ahí debió hacer política partidaria, conseguir apoyos de campaña, prometer resultados, levantar banderas que tapen otras, solo por expresar algunas de las costumbres que por estos lados tiene la clase gobernante. A mí, particularmente, no me gustaría ser parte en un juicio en el que la otra sea un aliado político del juez, al que éste le deba su silla. Pero, además, quién nos asegura que van a ser mejores porque sean elegidos por el pueblo. La Alianza vino con garantía de honestidad y ética, ganó con el voto popular, y así quedamos. Por supuesto que no estoy de acuerdo con que los jueces no deban pagar ciertos impuestos, que el resto si paga, y que además lo consideren justo. Pero de ahí a subvertir las razones que llevaron a Montesquieu a defender, en su célebre "El espíritu de las leyes" a la división de poderes, hay un larguísimo camino. "No hay libertad si el poder de juzgar no está bien deslindado del poder legislativo y del poder ejecutivo. Si no está separado del poder legislativo, se podría disponer arbitrariamente de la libertad y la vida de los ciudadanos; como que el juez sería legislador. Si no está separado del poder ejecutivo, el juez podría tener la fuerza de un opresor", escribió. Por eso la Corte Suprema de Justicia de la Nación, cuyos miembros fueron nombrados por el kirchnerismo para terminar con la "corte menemista", resolvió que "la ley resulta inconstitucional en cuanto: a) rompe el equilibrio al disponer que la totalidad de los miembros del Consejo resulte directa o indirectamente emergente del sistema político-partidario, b) desconoce el principio de representación de los estamentos técnicos al establecer la elección directa de jueces, abogados, académicos y científicos, c) compromete la independencia judicial al obligar a los jueces a intervenir en la lucha partidaria, y d) vulnera el ejercicio de los derechos de los ciudadanos al distorsionar el proceso". Este párrafo es tan claro y contundente que por sí solo descalifica totalmente la reforma mal llamada "democrática" del Poder Judicial de la Nación. La Nación Argentina adopta para su gobierno la forma representativa, republicana federal, según la establece la Constitución Nacional. Y republicano, más allá de ser "cosa de todos", también implica independencia de poderes dentro de sus áreas de actuación. La función primordial del Poder Judicial es custodiar el imperio de la Constitución. "Nada contraría más los intereses del pueblo que la propia transgresión constitucional", dijo la Corte. Pero es claro. Urgencias son urgencias. Se empezaron a destapar los impúdicos e inmorales enriquecimientos de los amigos del poder. Y de los dueños del poder. Seguramente por aquél dicho de "cuando las barbas de tu vecino veas cortar…", la condena a Menem les demostró que no alcanza con tener una Corte adicta, porque se la puede cambiar. Pero a los jueces no, porque una vez nombrados tienen estabilidad. Entonces acá lo que se juegan, más allá de las falacias y sofismas que se les ocurran, es su propia impunidad. Es reforma o cárcel. Aunque también tenían otra opción, que era la de imitar a los presidentes que no se enriquecieron indebidamente, ni incrementaron las riquezas que ya tenían. Hipólito Yrigoyen, Arturo Illia y Raúl Ricardo Alfonsín salieron del gobierno más pobres que lo muy pobres que entraron. Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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