jueves, 4 de abril de 2013

Los rabinos de Malvinas

El senador Miguel Ángel Pichetto, referente del Frente para la Victoria en la Cámara Alta, y como tal Presidente del bloque del kirchnerismo, durante el debate llevado a cabo en el Senado de la Nación el pasado 22 de febrero, en el marco de la "discusión" sobre el Memorándum suscripto entre nuestro país y la República Islámica de Irán, manifestó que "el atentado a la AMIA les costó la vida a argentinos de religión judía y argentinos argentinos que estaban en ese lugar". El senador Pichetto transmite así un desconocimiento básico confundiendo a la sociedad argentina, conformada, en gran parte, por la llegada de inmigrantes de diferentes colectividades, entre ellas la judía, arribada a estas tierras masivamente a partir de 1890. Sorpresivamente (o no), más allá de algunas reacciones espasmódicas de la dirigencia comunitaria judía, no hubo demasiadas repercusiones frente a este evidente acto discriminatorio. Algo similar sucedió días atrás en la localidad entrerriana de General Campos, en la que la Jefa de Rentas del Municipio, lugar en el que se venía desempeñando desde hacía treinta años, imprimió algunas boletas de la Tasa de servicios con el agregado de la sintomática frase "haga Patria, mate un judío". En este caso, y seguramente porque nuestra provincia tiene una riquísima historia regada de inmigración judía, la repercusión fue mayor, en relación directamente proporcional a la importancia que para el kircherismo tiene un perejil al lado de su referente en el Congreso Nacional. Se la separó del cargo, aun contraviniendo elementales principios constitucionales como el derecho de defensa y la presunción de inocencia, haciendo valer, por sus propios dichos, un antiguo aserto que aseguraba que "a confesión de parte, relevo de pruebas". Bueno es decir acá, aunque no sea el caso, que el uso generalizado de torturas (en todas partes) da por tierra con la idea de que el reconocimiento excluye la necesidad de un juicio. En todo caso eso se podría haber hecho jugar en la gaffe de Pichetto, ya que están grabadas sus palabras y constan (o deben constar) en el diario de sesiones de la Cámara. Pero esta introducción es solamente eso, ya que de lo que queremos hablar hoy es de otra cosa, íntimamente relacionada pero también de distinto tenor. Días pasados, justo antes de la conmemoración del 31º aniversario de la Gesta de Malvinas y del Día del Veterano de Guerra, leíamos una anécdota contada por el autor del libro cuyo título usamos hoy en este editorial, y que relata las vicisitudes que tuvieron que pasar, por sobre las del resto de sus compañeros, aquellos "chicos de la guerra" que profesaban la fe religiosa judía. Hernán Dobry, que de él se trata, cuenta que durante la ceremonia de homenaje a los soldados judíos que combatieron en la guerra de Malvinas, que realizó la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) el 22 de junio de 2012 en el salón auditorio del edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), se encontró con Jorge Mario Bergoglio. Luego de terminado el acto, esperó a que saludara a todas las autoridades comunitarias que estaban presentes, se acercó, y le entregó en mano su libro, cuyo título completo es "Los rabinos de Malvinas: la comunidad judía argentina, la guerra del Atlántico Sur y el antisemitismo". Casi un mes después, cuenta Dobry, sonó su celular y una voz de hombre desconocida le dijo: "Le habla el padre Jorge Bergoglio. Lo llamaba para comentarle que leí su libro y quería felicitarlo por la historia que contó. Es muy importante que se conozca lo que padecieron estos jóvenes, algo tan terrible. El relato me emocionó y era un hecho que desconocía, además de que me resultó muy interesante la parte espiritual que usted narró" La temática central del libro tiene que ver con lo que cuenta Silvio Katz, uno de los cuarenta soldados medio argentinos, por ser judíos (según el criterio nazi de Pichetto), respecto a la actitud del subteniente Eduardo Flores Ardoino: "Me castigó todos los días de mi vida por ser judío. Me congelaba las manos en el agua, me tiraba la comida adentro de la mierda y la tenía que buscar con la boca. Me trataba de puto, que todos los judíos éramos cagones y miles de bajezas más. El tipo se regodeaba con lo que me hacía, era feliz viéndome sufrir. Les decía a los demás que les hubiera pasado lo mismo si hubieran sido judíos como yo", recuerda al contarlo para el libro. Por terrible que fuera, la de Katz no es la única historia que testimonia el ensañamiento de muchos oficiales con soldados judíos mientras defendían la Patria durante el conflicto del Atlántico Sur. En medio de los bombardeos, mientras los ingleses trataban de destruir las defensas antiaéreas argentinas en las islas, un suboficial se sorprendió de que Pablo Macharowski, del Grupo de Artillería Aerotransportado 4, luchara hasta caer herido "pese a su condición de judío". "'Qué raro que vos que sos judío estés combatiendo acá", le dijo. "Soy argentino, no tiene nada que ver que sea judío o no. Al tipo le maravillaba, como si fuese algo ajeno", recuerda Pablo. Ante el fervor nacionalista que contagió a la mayoría de los argentinos y preocupó a otros, hay que destacar la excepcional actitud del rabino Marshall Meyer, el entonces rector y fundador del Seminario Rabínico Latinoamericano, quien tuvo la intención de enviar rabinos a Malvinas para sostener moralmente a los soldados judíos que allí estaban. Restricciones de la cúpula militar de aquel tiempo impidieron que los rabinos llegaran a las islas. Pero esta acción nos revela el claro conocimiento de la presencia de los soldados judíos en Malvinas, y que además está documentado por el relevamiento de esos datos que el ejército había enviado por el pedido del Seminario. ¡Cuánto los hubiese alentado tan sólo verlos, o escuchar alguna frase en hebreo o idish en medio de tanta muerte y horror! Pero no sucedió. La presencia de curas capellanes parecía hacer más intensa la ausencia de algo judío de dónde agarrarse mientras "bailaban" con la muerte durante 74 días. El martes pasado, como siempre, fui al acto que se realiza frente al cenotafio erigido en homenaje a Julio Omar Benítez, héroe máximo que brindó Basavilbaso a la posteridad cuando fue abatido en la ametralladora del guardacostas "Río Iguazú", y allí agregué ¡otra vez! al dolor que me embarga como "argentino argentino" (mal que le pese a Pichetto), el que sufrí cuando en la invocación religiosa nuevamente el cura párroco local desaprovechó la oportunidad de hacer una oración omnicomprensiva, remitiéndose a las que son usuales en la Iglesia Católica, y que me dejan descolocado frente a mis conciudadanos, ya que todos se persignan y rezan mientras yo, obligado, debo permanecer con las manos a los costados de mi cuerpo y la boca cerrada. Supongo que lo mismo les habrá pasado a los muy pocos judíos que estábamos presentes, pero yo me hago cargo solo de mi desesperación, porque no represento en esto a nadie. Es más, desde que vengo reclamando por lo que sucede en todos los actos patrios, no solamente no he recibido respuestas de los responsables (en una de esas existe una explicación válida para esta discriminación, aunque no lo creo), sino que tampoco me ha acompañado en el reclamo la entidad que nuclea a los judíos de Basavilbaso, como si la cuestión no les preocupara. La Guerra de Malvinas no fue una Guerra Santa ni la última Cruzada. Fue un intento de reivindicar el derecho que tenemos los argentinos argentinos (¡Gracias inefable Pichetto!) sobre ellas. No tiene nada que ver con la religión de cada uno de nosotros. Y cuando recordamos nuestro esfuerzo, a nuestros muertos y a los que volvieron y siguen esperando el reconocimiento que no siempre llega, debemos hacerlo, como alguna vez se enseñara desde Basavilbaso "aún por sobre nuestras diferencias". Y no profundizándolas. Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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