jueves, 28 de febrero de 2013

La pelota está en el techo

La pelota está en el techo - Editorial del 1 de marzo de 2013 Sabe el lector que somos muy afectos a los dichos populares, precisamente porque si quedaron marcados en el tiempo debe ser ello una prueba irrefutable de su validez. La expresión ¡otra vez la pelota al techo! comprende la repetición de sucesos reprobables, que a todas luces son inapropiados, que están fuera de lugar, pero que, sin embargo, se reiteran casi sin solución de continuidad. Uno supone que la frase tiene que ver con la costumbre de jugar al fútbol en la calle (ahora un poco perdida, sobre todo en las grandes ciudades), y el consecuente “peligro” de que el balón, en una “pifiada” impensada, fuera a caer sobre las chapas de alguna casa vecina. Venían los retos, los pedidos de disculpas, la seguridad de que “no va a pasar más”, pero, al otro día “¡otra vez la pelota al techo!”. Por supuesto que no vamos a dedicar esta página de hoy a hacer un relato del fútbol callejero, pero era necesario trazar el paralelo no solamente para introducirnos en el tema, sino, ya que estábamos, para hacer un panegírico de ciertas diversiones y entretenimientos que desde hace ya un tiempo han sido superados por el uso y el abuso de la computadora, la televisión y el celular. Lejos está el tiempo del “campito” y del “picado” en la calle. Los reemplazo, para mal, “la play”. Para entrar ya en la cuestión, esta semana ha sido dominada, en uno de los temas que más deberían preocupar a la dirigencia política, por los paros que en muchas provincias argentinas implementaron los docentes, en reclamo, básicamente, de mejoras salariales. No conocemos a fondo la realidad de todas y cada una de ellas, pero los años de militancia gremial en Entre Ríos nos habilitan para intentar una explicación para esta sempiterna repetición de los comienzos de los ciclos lectivos con medidas de fuerza que ninguno de nosotros quisiera llevar adelante. Hemos insistido, aunque a esta altura de la historia no debería ser necesario hacerlo si las cosas funcionaran como debieran, que es una obligación del Estado brindar, por lo menos, salud, seguridad y educación a los ciudadanos. Sin embargo, a la hora de afrontar en serio el compromiso, nos encontramos con que los gobiernos no suelen ser afectos a destinar sus fondos a los salarios de los trabajadores y si, por ejemplo, a las obras de infraestructura (que permiten incrementar la “caja”), a los sueldos de los funcionarios (que pagan los favores políticos más que la eficacia), a los vehículos oficiales (en detrimento de los transportes escolares para las escuelas rurales y de islas), a la publicidad oficial (distribuida entre los medios amigos, porque Crónica no recibe ni las migajas), a la confusión en el área de Cultura, que prioriza traer teatros de cuarta y vedettes de quinta, pero no sostiene a las agrupaciones provinciales a las que, como el Coro Magnificat, ni siquiera le contestan las cartas. Acá debo aclarar, por si fuera necesario, que estas críticas están referidas al Estado provincial, por más que en algunos casos se pueda ampliar a otros de mayor o menor jurisdicción, porque a veces los malos ejemplos cunden. No voy a hacer hincapié hoy, salvo de soslayo, a la falta de compromiso de algunos compañeros a la hora de “bancar” el paro. Y nótese que volví a usar acá la primera persona del singular, para que quede bien en claro que esta opinión es la del editor y firmante, cosa de que no queden las dudas genéricas a las que puede inducir el nosotros. Es bien conocida mi opinión respecto a que “el gremio” somos todos los que ejercemos la docencia, y en especial los que estamos afiliados a él. Y que la conducción es circunstancial y responde a la militancia y a los votos. Podrá ser más o menos afín al gobierno, pero su postura depende de lo que las bases propongan. Y si las bases no concurren a las asambleas de las seccionales y de las filiales, nadie puede adivinar cuál es cada una de las posturas individuales. Me parece incluso un absurdo tener que explicar a esta altura que cada departamento lleva, a través de sus delegados, la sumatoria de esas posturas, que genera una moción por mayoría, que puede ser no paro o paro, y en este último caso, por una cantidad determinada de tiempo. Luego, en el Congreso, vuelve a pasar lo mismo, salvo que en este caso los congresales de cada departamento, en vez de expresar su postura personal, expresan la que ha resultado de sus asambleas. Y otra vez se vota, en una de las expresiones más democráticas que existe, surgiendo así, por unanimidad o por mayoría, la decisión gremial. Yo entiendo, y a esto lo he sostenido y fundamentado, que el afiliado que no cumple con esa decisión, debería desafiliarse, porque no ha entendido el rol del sindicalismo, y ni siquiera el concepto de democracia. Pero decía más arriba, cuando al “yo” en lugar del “nosotros”, que la mirada sobre mis compañeros docentes esta vez iba a ser de soslayo. Es que he visto cosas y he escuchado otras que me sorprenden, que no he terminado de entender, y que, por ello, me sublevan. Desafortunadamente, en general, (y asumiendo que las generalizaciones suelen ser injustas), el problema es que a nadie le importa demasiado la educación. Al gobierno le conviene que los jóvenes sean cada vez más manipulables, y a los funcionarios no le importa porque pagan colegios o universidades privadas de nivel. Y a los que más debería interesarles, o sea a los menos pudientes, no les interesa porque están anestesiados por la mentirosa propaganda oficial y los subsidios que son pan para hoy y hambre para dentro de un rato. Se llenan la boca diciendo que este gobierno trabaja para la inclusión, pero no, eso no es inclusión. Los están dejando afuera y de por vida. Y eso no se arregla ni por asomo repartiendo netbooks. Al contrario. La sociedad argentina (y en particular la entrerriana) acumula desigualdades, exclusiones y amenazas cada vez peores acerca de su evolución futura. Pero dije que iba a hablar de cosas que escuché y que vi. Y que no me gustaron. Y empiezo. Primera. El gobernador de la provincia iba a inaugurar el ciclo lectivo en una escuela rural, y no fue porque el domingo llovió. ¿Y qué se cree? ¿Piensa que los maestros que ejercieron durante años en las escuelas de Líbaros, Villa San Marcial y Las Moscas se podían quedar en su casa los días de lluvia? ¿O habrá que decirle que Mónica perdió el esfuerzo de toda su vida (¡y casi perdió su vida!) cuando volcó con su camioneta al “escapar” de la escuela de campo en la que trabaja, por la tormenta que se venía? ¿O es que acaso el Sr. Urribarri va a poner a disposición de esos docentes su helicóptero y el Ministro de Cultura la 4 x 4 que se compró con el dinero que le amarretea a los que dejamos en serio la vida en esto? Segunda. Es una afrenta haber inaugurado obras de infraestructura escolar (encima deficientes) en un día de paro. Y más lo es partiendo de un gobierno justicialista. ¿Será? Obligaron a los docentes a interponer voluntades contrapuestas y lograron índices engañosos en esas escuelas. Por supuesto que los que bregaron por tener un mejor espacio físico no querían perderse la oportunidad de estar, pero eso hace doblemente inmoral la decisión de los dirigentes. Y me hago cargo de lo que digo porque, con dolor, no fui a la inauguración del Jardín de la Escuela Nº 9, en la que estudió mi padre, estudié yo y estudiaron mis hijos, porque estoy convencido de que si iba me convertía en cómplice del sojuzgamiento y de la desvergonzada actitud de querer impedir el derecho constitucional de huelga a fuerza de descuentos. Y la tercera, con dolor, tiene que ver con las declaraciones de Susy Rossi, actual vocal del CGE, las que considero que fueron muy atinadas y saliendo bastante del clisé que impone el funcionariado. Pero, Susy, y a esto lo digo con todo respeto, cuando hables de los docentes deberías decir “tenemos” y no “tienen”. Porque el que enseñó con pasión morirá con esa pasión. Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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