jueves, 22 de noviembre de 2012

El paro de la oposición

El paro de la oposición - Editorial del 23 de noviembre de 2012 A poco de decidirme por el título de hoy, me quedé pensando si no debería haber dado un poco de vueltas a las palabras y llamar al editorial: “La oposición está de paro”. Y eso porque si bien es cierto, o por lo menos es lo que me parece a mí, que tenemos un gobierno que no gobierna, salvo en lo que atañe a los propios intereses personales de la Presidente y de su séquito, tenemos una oposición que no se opone, salvo en lo que atañe a sus propios intereses personales. ¡Caramba, qué coincidencia!, diría Les Luthiers. Entonces creo que se entiende que mi referencia al paro no se reduce a lo que pasó el martes (para mí intrascendente, de todas maneras) sino que se extiende a la inexistencia de una postura ideológica que se oponga a cada uno de los desatinos del kirchnerismo. Ante el emblemático y tan esperado y promocionado 20N, las reacciones y el análisis de sus consecuencias dan lugar a la posibilidad de expresar una idea al respecto, consecuente con la línea editorial de este semanario y del firmante, que se puede construir en base a lo escrito ante cada acto de similares características ocurrido en estos quince años de permanencia “Ahora la voluntad de los trabajadores no puede ser manipulada por nadie”, dice la Presidente, cuando se callaba la boca en los 13 paros de Ubaldini. “No hablemos de paros, sino de piquetes y de amenazas”, manifestó primero, para luego “retar” a su Jefe de Gabinete, que en un ataque de sinceridad había definido a lo ocurrido el pasado 20 como un “piquetazo nacional”. La Historia sirve para no repetir los errores del pasado, pero también para aprender de las cosas que se hicieron bien. Ante tantas pavadas que uno ha escuchado por estos días, antes y después del paro nacional convocado por la CGT de Moyano y la CTA de Micheli, no queda otra que asustarse ante el nivel de la dirigencia que nos ha tocado en suerte generar y soportar. Y estoy hablando, por supuesto, tanto de la oficialista como de la opositora, porque no he escuchado coherencias desde ninguna de las dos partes. Por ejemplo nuestro gobernador, Sergio Urribarri, ratificó el “rumbo” del proyecto político impulsado por el kirchnerismo. "Si Hugo Moyano tiene otro modelo de país para ofrecerle a los argentinos, que nos cuente cuál es y se presente como candidato, para que dejemos de pensar que es un ‘chirolita’ al servicio de Clarín y la Sociedad Rural", fustigó. A su vez, insistió en que la Argentina de hoy “es muy diferente” a la de nueve años atrás: “No sólo se genera empleo, reabren viejas y nuevas fábricas, regresan nuestros científicos, sino que es un país donde hay libertad para expresarse”. Uno confía en que el Sr. Gobernador, en las épocas de su militancia universitaria o sindical (porque supongo que la habrá tenido), habrá dicho lo mismo respecto a los paros que se le hicieron al primer gobierno democrático de la Argentina. Porque es bueno recordar que el expresidente Raúl Alfonsín afrontó a lo largo de su gobierno una fuerte lucha con los sectores sindicales, que se oponían a su política económica e implementaron 13 paros nacionales durante su mandato, encabezados por el entonces titular de la CGT, Saúl Ubaldini. Obviamente que el trasfondo político tenía que ver conque el peronismo no se “bancaba” (uso el término porque también lo usó, “cancheramente”, la Presidente) haber perdido las elecciones del ’83, y, consecuentemente, por más que ahora Urribarri y muchos más aconsejen eso, tampoco esperar hasta 1989 para proponer otra cosa. Las 13 huelgas que Ubaldini realizó contra el gobierno radical, avaladas por el peronismo de la época, tuvieron como objetivo conseguir que se pusieran en marcha los 26 puntos que contenía un documento alternativo al Plan Austral de Alfonsín, que había diseñado su ex ministro de Economía Juan Sourrouille. "Si Alfonsín no le da al pueblo lo que legítimamente le corresponde, los trabajadores saldremos a la calle y paralizaremos el país cuantas veces sean necesarias", había subrayado Ubaldini. El sindicalismo también se opuso al intento del radicalismo de reformar la normativa laboral a través de la Ley Mucci, que pretendía incluir en la conducción de los gremios a las minorías que no estaban representadas hasta el momento, y por eso en febrero de 1984, (a poco más de un año de las elecciones) la CGT convocó a una movilización a la Plaza del Congreso para repudiar esa iniciativa, que finalmente fracasó y terminó por fortalecer aún más la figura de Ubaldini, quien luego convocaría los paros, envalentonado por esa masividad. Pero aun cuando fue repudiable esa actitud de los gremios peronistas, no se puede menos que reconocer que tanto la postura de Ubaldini como la de Alfonsín tenían un altísimo contenido ideológico y político, no como en esta oportunidad en la que Moyano lucha por mantener su propio poder; Micheli quiere sostener una CTA opositora contra la otra que se ha convertido en kirchnerista de la mano de Hugo Yasky, y el resto de los convocantes y participantes de las marchas (respetando honrosísimas excepciones que conocemos y otras más que las habrá y que no conocemos) concurrió para reclamar meras reivindicaciones sectoriales. Y acá debo decir, antes que alguien se enoje, que no me parece mal que se reclame por el cepo al dólar, por la seguridad, contra la corrupción, contra la minería a cielo abierto, a favor de una verdadera libertad de prensa, etc. Pero también me veo en la necesidad de reiterar que todos esos reclamos, en una democracia, deben ser necesariamente canalizados a través de los partidos políticos. Y no para, como dicen algunos que se las dan de progresistas pero recurren a argumentos reaccionarios y fascistas, esperar hasta el 2015 para proponer alternativas, sino para cumplir el rol que se le asigna en este sistema creado hace por lo menos 2.500 años, o sea que se respete el derecho de la mayoría de gobernar según sus propuestas, pero también el de la minoría de expresarse y oponerse, si es necesario. De hecho, en determinadas circunstancias, la regla de la mayoría puede volverse antidemocrática cuando afecta derechos fundamentales de las minorías o de los individuos. Ya que tanto se está hablando de una nueva reforma constitucional, bueno estaría que para demostrar que no se está solamente detrás de la re relección, se propusiera adecuarla a los nuevos conceptos de “democracia real”, que ahora comprende complejos mecanismos articulados, con múltiples reglas de participación en los procesos de deliberación y toma de decisiones, en los que el poder se divide constitucionalmente o estatutariamente en múltiples funciones y ámbitos territoriales, y se establece una variedad de sistemas de control, contrapesos y limitaciones, que lleva a la conformación de distintos tipos de mayorías, a la preservación de ámbitos básicos para las minorías y a garantizar los derechos humanos de los individuos y grupos sociales. Si no hacemos eso, nos seguiremos desangrando en luchas estériles, con un ejército sin comandantes, por un lado, y una comandante enceguecida por su odio a un medio periodístico al que demoniza (no digo yo que Clarín no merezca esa demonización), por el otro. Hago mía una frase de Moisés Lebensohn, a quién cité también hace pocos días, volviendo a pedir que ilumine, si no a toda la oposición, por lo menos al partido por el que dio la vida: “…Nosotros queremos el contralor social de la economía, pero con un Estado dirigido democráticamente en forma tal que todas las fuerzas de la sociedad intervengan, sin interferencias deformadoras, en la expresión de la voluntad colectiva, y tenga el estado como agente y no como dueño de la comunidad.” Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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