jueves, 20 de septiembre de 2012

Nada más que ruido

Nada más que ruido - Editorial del 21 de septiembre de 2012 El archivo de Crónica refleja la postura de este editorialista en oportunidad de los cacerolazos de marzo de 2008, cuando sucedía lo que se dio en llamar el "conflicto del campo", por lo que la coherencia en el pensamiento tiene antecedentes. No me gustan estas expresiones atomizadas, porque creo en la importancia de los partidos políticos como única herramienta de representación en democracia. Pero tampoco me parece que sea lo más adecuado que el gobierno siga minimizando los reclamos y haciendo oídos sordos, con el único argumento, bastante endeble, de que quienes apelaron a las cacerolas son parte de una determinada clase social, en este caso la clase media alta y la clase alta. ¿Como si la dirigencia política viviera en las villas y viajara en colectivo! ¡Vamos! En "el día después" de esa manifestación, que no deja de ser popular, y en todo caso el que piense lo contrario deberá explicarme cuál es el concepto de pueblo que debemos manejar, deja como una de las consecuencias más lamentables la actitud de los funcionarios de este gobierno que niegan todo (la inflación, sus culpas en la tragedia de Once, la corrupción), más allá de que apelen a la "chicana" de decir que las personas que fueron a la manifestación sólo se preocupan por lo que pasa en Miami. Sin negar que eso pueda ser cierto, en una gran proporción, no lo es menos la tan folclórica aseveración de que a las marchas que organiza el peronismo la gente acude atraída más por el sándwich de chorizo y el "tetra" que por el contenido ideológico de las mismas. Y la poco feliz expresión de Abal Medina (parece que la sangre de su tío fue derramada en vano) respecto a que la gente no pisaba el césped para no ensuciarse los zapatos, tiene su también aberrante correlato en aquella discriminatoria expresión del "aluvión zoológico" que se lavaba los pies ("las patas") en la fuente de la Plaza de Mayo. Pero yo creo que las protestas deben estar acompañadas de propuestas. Y, como dije más arriba, los únicos capaces de generarlas, en las democracias, son (¿deberían ser?) los partidos políticos. Este gobierno se jacta de haber disminuido la deuda externa a menos del 40% del PBI, de haber incorporado a dos millones de integrantes de la tercera edad a cobrar una jubilación a la que antes no podían acceder, de haber destinado el 6% del PBI para la educación, de haber disminuido la desocupación del 24% al 8%, de haber recuperado YPF, Aerolíneas y Aguas Argentinas, y todo eso sin que le prestaran un peso desde hace diez años porque estamos en default. SI la oposición funcionara en este país para algo más que para agenciarse de una banca en alguna de las cámaras y asegurarse así un futuro venturoso, debería ser ella la que le explicara a la gente que la deuda externa era ilegítima, y que por eso no debería pagarse; que el 6% en educación no significa un avance, teniendo en cuenta que gran parte de ese porcentaje se obtiene sumando la compra de las netbooks, que ya dije acá no son la panacea universal ni mucho menos. La falta de progreso es importante, no hay inversiones ni empresas nuevas. Si no hubiese sido por la soja y los valores que tiene hoy en día, nada de lo que parece un logro político se hubiese podido hacer. Y la desocupación no disminuyó; solo vive a costilla del Estado denigrando a los más necesitados convirtiéndolos en mendigos de una asistencia social que llegó al punto máximo del clientelismo, porque ahora está tarifada y lleva nombre y apellido. Y lo que Cristina llama "sintonía fina" en la relación Nación - Provincias, no es más que un "ajustazo" de aquellos, inexplicable por otra parte en un país al cual le ingresaron tantos dólares por la soja. No es negando la realidad como se modifican las cosas, así como tampoco se van a modificar porque se golpeen las cacerolas. Nuestros gobernantes deberán entender que no son los Dioses del Olimpo y que, además, no son infalibles en cada decisión que toman. Seguramente si fueran menos arrogantes, y escucharan los reclamos del pueblo que los votó, pero también del que no los votó, los cacerolazos perderían su razón de ser, y los argentinos volveríamos a confiar en el momento especial para cambiar las cosas, que es aquél en el que se ponen las urnas a nuestra disposición. Cuando Abal Medina, funcionario a quién nadie votó, y que seguramente de Miami conoce mucho más que mucha de la gente que se manifestó el 13 de septiembre, dice lo que dice, alguien con la autoridad que le da la representación política debería preguntarle sobre los 51 muertos en la estación de Once, o acerca del periodista picaneado en Formosa por el gobierno de Gildo Insfrán; o de las detenciones ilegales en los cortes de la Panamericana que llevaron a 200 hombres, mujeres y niños a Campo de Mayo hace poco menos de un mes. O quizás, también, pedirle alguna explicación sobre el muerto en Humahuaca, según dicen, a manos de la organización Tupac. Es indudable que el "núcleo duro" de quienes se movilizaron el pasado jueves 13 fue el mismo sector social que en 2008 apoyó a la Mesa de Enlace agropecuaria, y también es indudable (y surge de las mismas declaraciones que los medios oficialistas se encargaron de magnificar) que una parte de éste ha sido directamente afectado por algunas medidas gubernamentales, como la imposibilidad de ahorrar en dólares o el encarecimiento de los viajes al exterior, logrando que se identifiquen coyunturalmente con sus demandas otros sectores. Pero también es indudable, por lo menos para quién esto escribe, que es el kirchnerismo, con sus medidas de regimentación política y social, con el uso discrecional de los recursos estatales para sostener el poder de su camarilla, quien le permite a estos sectores hacer demagogia "republicana" para tratar de meter adentro de sus reclamos incluso a sectores de la clase trabajadora, que tienen sus propias razones para estar descontentos con el Gobierno. Lamentablemente ese descontento obrero y popular con el gobierno de Cristina, no tiene tampoco una expresión política adecuada, porque los partidos de izquierda terminan siendo más burocráticos y reaccionarios que aquellos a los que pretenden enfrentarse. Porque si hubiera en verdad un partido que sea nacional y popular, debería denunciar los feudos en muchos casos familiares en que se convirtieron casi todos los grandes sindicatos; la caída de los salarios por los aumentos inflacionarios; el saqueo que constituye el cobro del "impuesto a las ganancias" a los trabajadores (en Entre Ríos lo estamos viviendo los docentes); que el 75% de los jubilados cobre la mínima; que un 35% de trabajadores esté "en negro" y muchos más que sufren diversas formas de precarización; el despotismo patronal en todas sus formas; los tres millones de hogares sin vivienda digna. En suma, de que en casi una década de kirchnerismo, fueron los empresarios los que "se la llevaron en pala", como admite la propia Cristina Fernández, mientras las pocas concesiones que recibieron los trabajadores, a pesar del fuerte crecimiento económico, hoy se van licuando una a una, mediante "ajustes" directos (como ocurre en varias provincias) e indirectos. La tragedia sería que este descontento sea canalizado por la agenda reaccionaria que le quiere imprimir la oposición patronal apoyándose en los sectores medios acomodados. Sería, si se me perdona la expresión, como salir de la sartén para caer en el fuego. Los que reclamaron el 13 de septiembre deberían saber, y reivindicar, que en los últimos años murieron 18 manifestantes por luchar. Que los asesinos de Mariano Ferreyra fueron amparados por la Policía Federal y la empresa que dirige el Ferrocarril Roca, de la cual forma parte el gobierno nacional; que Carlos Fuentealba murió para nada, parece; que el gatillo fácil contra la juventud explotada y oprimida aumentó exponencialmente desde que los Kirchner llegaron al poder; que Julio López fue secuestrado por segunda vez hace seis años y el Gobierno garantizó la impunidad para los criminales. Pero nada de esto se escuchó en los cacerolazos. Y eso es un gran pecado, porque la Argentina no va a salir adelante con reivindicaciones sectoriales. O salimos todos, o no sale nadie. Así de simple. Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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