jueves, 5 de julio de 2012

Ciudad y Estado

Ciudad y Estado - Editorial del 6 de julio de 2012 La impronta que me han dejado los festejos de un nuevo aniversario del origen de mi Ciudad, que es el lugar en donde nací y elegí vivir, y en donde tengo guardados para siempre el polvo de los huesos de mis seres más queridos que ya no están, sumada a la proximidad de la celebración de los 196 años de la Independencia de mi Patria, me llevaron a intentar trazar un paralelo, seguramente crítico, entre ambos hechos, sus correlatos, y sus consecuencias. Como para comenzar por algo, el título tiene que ver con que el concepto de “política”, que es el que va a regir como idea central hoy en esta página, nació conjuntamente con el concepto de ciudad (polis), ciudades-estados griegas completamente independientes, que a diferencia de las de los grandes imperios (Mesopotamia, Egipto, Persia), que estaban organizadas alrededor del palacio real y del templo, su centro lo constituía el ágora, una especie de plaza o espacio abierto donde los ciudadanos acudían para comerciar y para intercambiar ideas. En el ágora tiene lugar la vida política de la polis, y en ella surge también, y eso no es casualidad, la filosofía griega. Basavilbaso, herencia de ese criterio, festejó, como decía más arriba, sus 125 años de vida con una serie de actos y de hechos, algunos inéditos y muchos de ellos renovados en su esencia. Fue una semana en la que, acaso por una inspiración inconsciente en esa filosofía griega, se tomó a la Plazoleta San Martín y a otros espacios públicos (nuestra propias ágoras) como centros de la expresión del júbilo del cuerpo y de la mente. No quiero ponerme demasiado profundo en el análisis, pero creo que corresponde este introito para resaltar que hubo teatro, pero también hubo maratón; que se cantó, pero también se recitó poesía; que se apostó al futuro, pero también se inauguró un museo. A mí me parece que estos actos y hechos generados constituyen un excelente incentivo para que los actores políticos se comporten en forma constructiva, y no nos quedemos en los meros discursos. Y también, a la vez, se convierten en un paredón frente al que deben chocar, por imperiosa necesidad de nuestra supervivencia, aquellos dirigentes que colocan otros valores y principios por encima de la preservación de su génesis y de su estirpe. Estoy obligado acá a repetir la frase de Nicolás Avellaneda, porque viene bien a cuento: “Los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden la conciencia de sus destinos y los que se apoyan en sus tumbas gloriosas son los que mejor preparan el porvenir”. Y para los creyentes, como ejemplo de duración del afecto en el tiempo, “Si te olvidare, oh Jerusalén, olvídeseme mi diestra. Péguese mi lengua al paladar si no te recordare, si no alzare a Jerusalén a la cabeza de mis alegrías” (137, 5-7). Sin embargo, y tal como lo destaqué (para mal) en oportunidad de las fuertes críticas al acto del 25 de Mayo, muchos de los dirigentes “que supimos conseguir” están optando por no sumarse a los festejos patrios (de la patria chica y de la Patria Grande), por egoísmos meramente electoralistas, creo yo, salvo que se me demuestre lo contrario. También dijo Nicolás Avellaneda, que fuera presidente de la Argentina (de una Argentina muy especial, es cierto, pero igual imborrable) que “los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”, y es por eso que aún a fuer de ponerme pesado, estoy intentando hacerles entender, a aquellos que acostumbraban a enriquecer los palcos oficiales con su presencia, trayendo la visión progresista de su ideología pero también la pragmática que venía de los lugares que ocupaban en la función pública, que deben recordar que son hijos de este pueblo, y que así como los 100 años no fueron únicamente de Víctor Fedonczuk, ni los 110 años fueron de Ángel Roque Medina, ni los 120 de Horacio Fabián Flores, estos 125 que celebramos hace unos días no fueron solo de Silvio Valenzuela, sino de todos los basavilbasenses. Rescato, aún cuando no soy “del palo”, la muy buena voluntad puesta de manifiesto por la actual gestión para “abrir” los festejos, sin distinción de banderías políticas ni sociales, y mucho menos religiosas, ya que como debe ser (y espero con fervor que el ejemplo cunda, porque lo que puede hacerse por Basso también se puede hacer por la Argentina) hubo ceremonia multiconfesional en el acto central. Pero, pese a ello, se notaron mucho las ausencias, sobre todo de las de quienes sin “Basavilbaso, mi pueblo”, nada serían. Y no hablo solamente de los que alguna vez tuvieron funciones de gobierno (o las tienen) gracias al poder que les dimos los habitantes de este pueblo. También me refiero a los que hasta hace poco se presentaron como una alternativa posible para gobernarlo, y no tuvieron ahora la grandeza necesaria como para acompañarnos a todos nosotros. Duele decirlo, pero si somos pueblo lo somos siempre y por sobre cualquier circunstancia coyuntural. “Conoce bien tu aldea y descubrirás el mundo, descubre tu aldea y serás universal” (León Tolstoi), ya que en nuestro espacio cotidiano encontraremos la respuesta de lo que somos y lo que queremos ser, y es verdad que muy poca credibilidad me ofrece una persona que escribe sobre el mundo cuando desconoce su realidad más cercana y poco quiere saber de las aldeas en que vivieron y lucharon por sacarle adelante sus antepasados. Estamos, como decía, a pocos días de la celebración de nuestra independencia, y habrá discursos y comunicados de prensa que hablarán de un “sentimiento nacional” y de aquellos patriotas que, en una casona tucumana se preguntaron si querían que las Provincias Unidas fueran una nación libre e independiente de toda dominación extranjera, pero seguramente muy pocos recordarán, para cumplir con lo que opinaba Avellaneda, que los ritos fundacionales se instalan entre el riesgo de perdernos y la voluntad de ser. Envidio a los poetas que supieron decir, con maestría, lo que yo imagino pero no logro plasmar en palabras. Por eso recurro a Borges, para enlazar mi dolor por lo que no fue y mi esperanza en lo que será, y termino, entonces, con su “Oda escrita en 1966”, tan genial y explícita que me exime de todo comentario: “La patria, amigos, es un acto perpetuo como el perpetuo mundo. (Si el Eterno Espectador dejara de soñarnos un solo instante, nos fulminaría, blanco y brusco relámpago, Su olvido.) Nadie es la patria, pero todos debemos ser dignos del antiguo juramento que prestaron aquellos caballeros de ser lo que ignoraban, argentinos, de ser lo que serían por el hecho de haber jurado en esa vieja casa. Somos el porvenir de esos varones, la justificación de aquellos muertos; nuestro deber es la gloriosa carga que a nuestra sombra legan esas sombras que debemos salvar. Nadie es la patria, pero todos lo somos. Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante, ese límpido fuego misterioso”. Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

No hay comentarios:

Publicar un comentario