jueves, 19 de abril de 2012

Dios estuvo ausente

Dios estuvo ausente – Editorial del 20 de abril de 2012
El 19 de abril, (ayer para los lectores), se conmemora, en un día, el acto masivo de más alto nivel de osadía persecutoria, que duró, cuanto menos, seis años (siendo benevolentes), desde 1939 hasta 1945. Y dije “siendo benevolentes” porque la cuenta debería empezar, por lo menos, en la Noche de los Cristales (en alemán Kristallnacht), una serie de pogromos y ataques combinados ocurridos en la Alemania nazi y Austria entre el 9 al 10 de noviembre de 1938 y llevado a cabo por las tropas de asalto de las SS conjuntamente con la población civil, mientras las autoridades alemanas observaban sin intervenir.
En total fue, finalmente, el intento de genocidio, concretado, llamado incorrectamente Holocausto (porque esta palabra designa un sacrificio de naturaleza religiosa). El nombre hebreo Shoá, que remite a la aniquilación, es el más ajustado.
Seis millones de judíos, entre ellos 1.200.000 niños, o sea un tercio de la población judía del mundo en ese momento, fueron exterminados por la Alemania nazi y sus esbirros.
La fecha, símbolo de una década de sufrimientos que se iniciaron, como ya dije, antes del comienzo formal de la Segunda Guerra Mundial, recuerda el Levantamiento del Gueto de Varsovia, nombre con el que se conoció la sublevación de los judíos de ese barrio cerrado por la fuerza en el que fueron confinados, cuando las tropas alemanas comenzaron la segunda deportación masiva hacia los campos de concentración y exterminio durante la Segunda Guerra Mundial. Ocurrió entre el 19 de abril y el 6 de mayo de 1943 y fue liderada por Mordejai Anilevich, miembro del movimiento juvenil judío Hashomer Hatzair, siendo finalmente aplastada por las tropas de las SS bajo el mando de Jürgen Stroop.
Para los que se interesen por la Historia y la historia, aconsejo leer dos libros fundamentales para la comprensión del tema: Mila 18 y Los que supieron morir. Digo, si es que alguno de los lectores se queda ávido de más información.
En plena Europa del 43 ocupada por los nazis, donde el ejército soviético había recién obtenido su primera victoria de Stalingrado y Francia seguía ocupada por los alemanes, al igual que una docena de países del viejo continente, en ese entorno, surge una noticia al mundo: "En el centro de Europa ocupada, un grupo humano de judíos combatientes, en el gueto de Varsovia, se enfrenta directamente a la maquinaria nazi". No era una táctica guerrillera, querían defender la dignidad de su pueblo, sabiendo que iban a morir. Ellos lanzaron la consigna hacia adentro y afuera del gueto: "Nosotros, los judíos polacos, luchamos por nuestra y vuestra libertad. Hermanos, luchad hasta la última gota de sangre, el fascismo no pasará, ¡Viva el pueblo judío!".
Ya tres meses antes, en enero, hubo una lucha abierta de tres días, pero en abril con la unidad política interna se organizaron 50 grupos combatientes, casi sin armas, desde los niños hasta mujeres y ancianos, todos se alzaron bajo la dirección de Mordejai Anilevich.
Entra el ejército nazi y, sorprendentemente, es rechazado el 19 de abril del 43, y así sucesivamente por tres semanas. En la calle Mila 18, el comando es impenetrable. El gran ejército nazi no puede con un puñado hambriento y maltrecho de judíos.
Se recurre a tanques y a la aviación, las bajas de los combatientes se cuentan por miles, pero no logran tomar el gueto. Resuelven tomar manzana por manzana, pero la resistencia a muerte los lleva a incendiar cada manzana y tirar gases sobre las ruinas. A los cinco meses cae la resistencia, los alemanes tuvieron que pedir ayuda a un segundo ejército. En los cinco meses siguientes, ocurren resistencias aisladas.
Mordejai Anilevich y el comando supremo de la resistencia se hallaban en el búnker de la calle Mila 18. Caen por los incendios y los gases. Escapa por las cloacas sólo un puñado de doce combatientes. Los otros se suicidan antes de caer prisioneros.
"Dos semanas antes de su heroico fin, Mordejai había escrito a su lugarteniente, Antek Tzukerman, quien se hallaba en el lado "ario" de Varsovia: "El sueño de mi vida se ha cumplido, la autodefensa judía en el gueto es un hecho, la resistencia judía armada es una realidad. Soy testigo del heroísmo de los sublevados judíos. ¡Esa fue y esa es la victoria!".
Cuando se hacían en Basavilbaso los actos que recordaban la Shoá, se prendía una vela por cada millón de muertos y se cantaba (en idish) el Himno de los Partisanos, un texto de Hirsch Glick que fue escrito después del primer acto de sabotaje realizado por la resistencia judía del gueto de Vilna, contra las vías de comunicación alemanas, en 1942.
Esos dos hechos, el encendido de las velas y el canto, denunciaban con el valor de miles de gargantas gritando juntas, que no debemos perder la memoria.
Ciertamente estamos recorriendo un camino que todavía no ha alcanzado su meta. Pero a esto hay muchos que no lo ven, o que se niegan a verlo. Quizás se debería volver a hacer esos actos de recordación para ayudarnos a no olvidar, aunque esto parezca una verdad de Perogrullo.
He repetido casi hasta el cansancio ya, que es necesario que también los judíos hagamos un lugar para nuestro propio arrepentimiento y nos demos cuenta de que, acostumbrados a las persecuciones desde tiempos inmemoriales, quizás no tengamos un momento disponible para mirar al otro como a un igual.
La última estrofa del Himno de los Partisanos debería ser también un canto de todos; un canto por la humanidad. ¡Pero sin hipocresía!
Nunca digas entonces que vas por tu último camino
aunque los días azules se oculten tras cielos plomizos;
todavía ha de llegar el momento soñado
y resonará nuestro paso: ¡aquí estamos!

No es un canto alegre, es el canto de fusil. No es tampoco un canto de pájaro en libertad; es canción de un pueblo obligado a sufrir, que con sangre y plomo debió escribir sus versos.
¿Desde dónde escribo estas líneas?
Desde el dolor y la esperanza.
¿Para quién escribo estas líneas?
Para el lector desconocido, judío o no. Para que sepa que es heredero de un crimen contra la humanidad nacido de una de las lacras más terribles de la historia: el racismo.
Dr. Mario Ignacio Arcusin para Semanario Crónica de Basavilbaso

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