jueves, 12 de abril de 2012

Cuando la mentira es la verdad

Cuando la mentira es la verdad – Editorial del 13 de abril de 2012
Los lectores más consecuentes, y también mis alumnos, recordarán que yo siempre insisto con el concepto de República a la hora de definir nuestra relación con el poder y con los representantes que en él pusimos.
El origen de la palabra se encuentra en el latín res publica (así, sin acento), "la cosa pública", y en un sentido amplio es un sistema político que se basa en el imperio de la ley (en nuestro caso una ley fundamental llamada Constitución) y la igualdad ante ella, pensada como la única forma de frenar los posibles abusos de las personas que tienen mayor poder, del gobierno y de las mayorías, con el objeto de proteger los derechos fundamentales y las libertades civiles de los ciudadanos, de los que no puede sustraerse nunca un gobierno legítimo.
A su vez la República elige a quienes han de gobernar mediante la democracia representativa que se expresa por el derecho a voto. El electorado constituye la raíz última de su legitimidad y soberanía. Algunas definiciones resaltan también la importancia de la autonomía y del Derecho como partes fundamentales para esa República.
Y también recordarán, aunque esto es más difícil de aceptar, que insisto con que no debe confundirse república con democracia, pues aluden a principios distintos. La república es el gobierno de la ley mientras que democracia significa que gobierna el que ganó, o sea el que tiene la mayoría.
Y es justamente esa característica republicana que declama nuestra Constitución en su art. 1º, y que nos obligamos a cumplir todos los ciudadanos, pero principalmente nuestros representantes, que juran por ella, la que justifica que reaccionemos cuando en ese transcurso de compartir lo que es "de todos" se empieza a sentir una tensa relación, llena de situaciones conflictivas, entre lo que los funcionarios sustraen del debate público y lo que los ciudadanos demandamos conocer. Algo así como lo que sugiere uno de nuestros históricos lemas: "el pueblo quiere saber de qué se trata".
Todo esto viene a cuento a raíz de los hechos que vinculan al Vicepresidente de la Nación con aconteceres un tanto "sugestivos", en cuanto comprometió de alguna manera su firma y su palabra para mejorar la situación de una empresa demasiado ligada a algunos de sus amigos.
Y elegí el título de hoy, que es una frase de la canción de Divididos "¿Qué ves?", porque creo que define magistralmente lo que está pasando por estos días.
A mí no me cabe ninguna duda de que estamos ante acusaciones precisas, tanto como frente a réplicas difusas. Y lo lamentable es que el vicepresidente está apelando, para "defenderse", a mecanismos que nos están prohibidos al resto de los ciudadanos. Yo, que soy abogado, no me imagino a uno de mis clientes usando la cadena nacional o, lo que es casi lo mismo, el poder de convocatoria de la Casa Rosada o del Congreso Nacional, para denostar a jueces y fiscales. Indudablemente que estamos frente a dos repúblicas: la de la superficie y la de las sombras. Nosotros vivimos en la que nos emociona hasta las lágrimas cuando cantamos el himno, y ellos viven en la que les permite ocultarse, tapar sus chanchullos y abusar del poder.
Para colmo de males, la oposición, por acá cerca y por allá lejos, está dubitativa y timorata. No sabe o no quiere saber qué hacer. Entonces la palabra de reproche solamente sale de los medios, que rápidamente, por los mecanismos bien aceitados que tiene el kirchnerismo, son atacados por integrar la "corpo" o por ser gorilas, como alguna vez catalogaron al Crónica de mi padre y, por genética, luego, y también, al mío.
Lo que tendría que haber hecho el Sr. Boudou, que no tiene fueros porque la misma Constitución por la que juró así lo prescribe en el art. 16, es someterse a la justicia como lo hacemos todos, sin "apretadas" ni exigencias de cuidados especiales por su investidura.
Y si esos presuntos delitos de los que se lo acusa llegaran a probarse fehacientemente en la Justicia, tendrá que aguantarse que nosotros, los ciudadanos comunes, observemos otra vez el penoso espectáculo que uno de los más altos cargos del republicanismo, nada menos que el vicepresidente de la nación, haya mostrado perversamente lo que no se debe hacer, representando un papel a la manera de un actor capaz de mutar el carácter extraordinario de un hecho de corrupción en una simple rutina, como lo es firmar una carta de recomendación.
Yo creo que tanto él como la Sra. Presidente y su cohorte están especulando con que en la Argentina el escándalo estalla y luego se agota porque estamos acostumbrados a que lo suplante otro hecho no menos impactante que el anterior.
Y así, acumulando impunidades, lastimamos el verdadero capital humano de la República, que son los cuarenta millones de ciudadanos y no un iluminado que no solo no será sancionado, sino que ya está haciendo pagar sus culpas a chivos expiatorios que no tienen nada que ver en esto. Porque si Esteban Righi (por quién tampoco ponemos las manos en el fuego a esta altura) tuvo que renunciar a su cargo de Procurador General de la Nación por la denuncia que realizó Boudou, quien acusó al ex estudio de Righi de "tráfico de influencias", la ciudadanía tiene que saber que los hechos en los que se basa el compañero de fórmula de Cristina ocurrieron, según él mismo, en 2009 y en 2010. ¿Y recién decidió hacerlos públicos ahora, cuando le afectan a él? ¿No sabe que cuando estaba en Anses o en el Ministerio de Economía tenía la obligación que tiene todo funcionario público de denunciar los delitos de los que toma conocimiento en razón de su cargo?
Debe quedar bien en claro que en una República los ciudadanos necesitan conocer la verdad desnuda, libre de retoques. Cuando la historia que nos cuentan es el resultado de una manipulación falsificadora de la realidad, lo que queda en evidencia es la grosera intención de influir aviesamente sobre el pensamiento de la gente. Y el resultado puede terminar siendo una estafa imperdonable a la fe ciudadana o a la credibilidad popular.
Y así, para usar otra frase de la misma canción, lo que pasará en esta Argentina futbolera, es que, al final "el bien y el mal definen por penal".
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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