jueves, 22 de diciembre de 2011

Luminarias para todos

Luminarias para todos -Editorial del 23 de diciembre de 2011
En el comienzo de la historia, aquellos que pertenecían a la tribu de David, del pueblo de Israel, debían marchar hacia Belén. De manera que María, hija de Joaquín y de Ana, natural de Nazaret en tierra de Galilea (donde tuvimos la gracia de estar hace pocos meses), la mujer a la que un ángel había anunciado cierto prodigio increíble, y José, su esposo, carpintero, en cumplimiento de una orden romana tuvieron que salir al encuentro de su destino, que sería el destino de gran parte de la humanidad.
Belén era el lugar de la tribu de David, a la que pertenecía José, razón por la cual él marchó, con la caravana correspondiente y su mujer a punto de parir. Tan a punto que, al no encontrar en el poblado lleno de gente lugar donde alojarse, por consejo de algún vecino de buena voluntad, llevó a su mujer, ya con los dolores del parto, a una gruta albergue de animales. En ese pesebre María comenzó su parto, y la historia, sus nuevos tiempos.
Desde aquella noche que ahora conocemos como la Navidad o la Nochebuena han pasado muchísimas noches con sus costumbres y sus modalidades. Se le fueron agregando elementos paganos, veleidades de la modernidad y hasta una suma de elementos más marquetineros y transitorios que religiosos. Pero notable resulta su renovada vigencia. Notable porque en un mundo frívolo como el actual, se sigue apelando a una festividad cristiana que, más allá de tanto adorno, en el imaginario religioso renueva los antiguos rituales que mantuvieron la fe y la esperanza en medio de las persecuciones y las contiendas, según han ido pasando los siglos. Y que para los creyentes significa la conjunción de la humildad, el despojo, la endeblez de un Niño que nace para regenerar al hombre mediante la propia muerte.
Pese a que cada una de las religiones de la sociedad que conformamos tiene un calendario propio y específico, muchas veces encontramos coincidencias que nos sorprenden, aun cuando algunas de ellas sean consecuencia de la influencia cultural. Y cuando nos ponemos a estudiar estas coincidencias, por sobre las diferencias, nos damos cuenta de que ellas indican que la ligazón que provocan sus estructuras no es superficial e incierta, sino intensa y profunda.
Aquellos que hemos intentado acercarnos unos a otros, reconociendo que es justamente esa diversidad cultural y religiosa la que debería enriquecer este mundo globalizado, vamos detrás de la esperanza de que se puedan dar vuelta muchas páginas de la historia conflictiva de otros tiempos, especialmente en aquellos temas compartidos por las religiones que profesa una gran parte de la humanidad.
A modo de ejemplo de esas coincidencias, es que este año las celebraciones judías y cristianas comparten varios días en común, dado que el inicio del cuarto día de Janucá coincidirá con la Nochebuena cristiana (católica y protestante). Candelabros y árboles de Navidad convivirán en esas horas en lugares públicos y en los hogares de los creyentes, como mudos testigos de una era en la que la convivencia es posible.
Janucá quiere decir, literalmente, "inauguración", y hace referencia a la histórica victoria de los Macabeos contra el rey greco-sirio Antíoco Epífanes, quien pretendía imponer sus costumbres politeístas. Los invasores fueron expulsados y se produjo la restauración de los servicios religiosos en el templo de Jerusalén. Este hecho ocurrió hace "sólo" 2178 años, y fue un triunfo que reinstaló la soberanía política y religiosa sobre la tierra de Israel.
Se trata, posiblemente, de la primera lucha por la obtención de la libertad religiosa que registra la historia y es todo un símbolo de que la resistencia a la opresión debe ser transmitida como valor a través de la enseñanza a las nuevas generaciones.
Los ocho brazos (con uno auxiliar) del candelabro utilizado en la festividad recuerdan al así llamado por la tradición judaica "milagro de Janucá", ya que el aceite del Gran Templo, único recipiente encontrado sin profanar, que por lógica pura debía durar sólo veinticuatro horas, alcanzó para ocho días, tiempo necesario para la consagración del nuevo.
Con todo esto queremos demostrar que si bien la Navidad cristiana y la Janucá hebrea tienen muy poco que ver en su fondo, tienen muchas y extraordinarias coincidencias en la celebración, y de ahí justamente el título de hoy.
Juntos, aunque no lo estemos físicamente, encenderemos las luminarias con motivo de las salvaciones, milagros y maravillas que Dios ha realizado con nuestros antepasados en aquellos días y con nosotros en esta época. Estas luces son sagradas para todos durante los ocho días de Janucá y durante la Nochebuena, y no nos es permitido emplearlas de ninguna manera sino solamente observarlas para agradecer y alabar Su nombre por esos milagros, maravillas y salvaciones.
Esto nos debería dejar como enseñanza, o por lo menos esa es nuestra intención al escribir estas líneas y al vivir como vivimos, que los llamados "conflictos religiosos" tienen en realidad muy poco que ver con las religiones. Más aún, nada tienen que ver con el cuerpo doctrinal y moral de los principios religiosos. No es aventurado entonces pensar que muchas necesidades, surgidas del egoísmo y la ambición, se esconden detrás del escudo de esos "conflictos religiosos", hundidos en la parte más oscura y espesa del alma humana y que transforman, malamente, a la religión en medio conductor del odio y del resentimiento.
Nosotros estamos a favor de construir por sobre las diferencias, como decía el logo que definió al Encuentro Multiconfesional del Coros que se desarrolló durante mucho tiempo en Basavilbaso, y cuyas enseñanzas, creemos, fueron olvidadas por algunos.
Por suerte, y justo cuando estábamos preocupados por el texto de una tarjeta comunitaria que nos pareció demasiado poco abarcativa, nos llegó un modelo de apertura y de comprensión religiosa. La gente de Termas saluda a los amigos con un mensaje sobreimpreso por encima de un árbol de navidad que termina en una estrella de David. Imponente gesto que habla más que muchas palabras altisonantes pero que están vacías de contenido.
Sin dudas es la intemperancia de algunos líderes, expresada en el pensar, en el hablar y en el obrar, la que rompe el delicado equilibrio y la armonía que esos mismos principios provocan. El fanatismo se complace en hacer de cualquier tipo de violencia una necesidad.
Confesar una religión, con sus principios y preceptos, es enriquecer la existencia de los demás hombres. Pero confesarla con fanatismo es edificar el muro de la incomprensión.
El fanatismo y la intemperancia proponen la religión como conflicto.
Nosotros en cambio, proponemos el respeto por la diversidad como primer paso para la concordia. Y concordar, es acordar con el corazón, que es lo que debemos hacer en estas Altas Fiestas.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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